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quietud que me atormentaba y un fuego que me consumia. Mi sangre circulaba por mis venas, como el plomo derretido circula abrasando por el molde en que ha de vaciar sus formas. Yo era el ciervo herido y sediento, que busca con anhelacion el agua para mitigar su sed y para restañar su sangre. Respiraba solo amor; pero un amor violento, grande, inmenso, inmortal, cuyos límites no podia medir ni aun mi imaginacion delirante. Me hallaba agitado cuando no veia á Elisa; y cuando me encontraba junto á ella, mi agitacion crecia con su mirada y con su voz, semejante al incendio, que aumenta su voracidad al soplo bramador de los vientos. El destino se estaba vengando en mí de una manera cruel, de la calma en que habia dormido por tantos años mi desdeñosa juventud.

Por lo que hace á Elisa, era la caña que se dobla al sacudimiento de la tempestad, pero que envia al doblarse á los ecos un sonido lúgubre que parece un suspiro. Ella sufria mas resignada que yo; pero la pena comunicaba una mortal palidez á sus facciones, si bien imprimia en ellas el sello del dolor para darles una belleza nueva y mas atractiva. Oraba frecuentemente para pedir á la piedad y al cielo el valor y los consuelos que no encontraba en la tierra. Su alma se elevaba á otras regiones, buscando un abrigo bajo las alas protectoras de una divinidad compasiva. ¡Pobre Elisa! Tú clavabas mas el dardo cuando forcejeabas por arrancarlo, porque acaso no sabias que en esos ruegos fervorosos, en esos éxtasis de la tristeza, el amor domina y subyuga mas fácilmente, porque no tiene nada que temer de la rivalidad, de la distraccion, de los hombres, ni de sus ru

mores.

La lucha que sostenia Elisa debia acabar por destruir su salud. Continuábamos dando nuestros paseos, pero se conocia que arrastraba su existencia penosamente, y que no se quejaba por no ponernos en cuidado. Ya un dia no pudo levantarse de la cama diciéndonos sin embargo que tal vez no era lo que sentia sino una pasajera indisposicion; pero la fiebre fué en aumento, ỳ como era de temer en su constitucion nerviosa, no tardó en pro

nunciarse el delirio. Su mania dominante era levantarse y mar char á los bosques, y cuando se le imponia silencio y quietud, con nadie se mostraba deferente sino conmigo, aunque no daba muestras de conocerme. Este motivo, además del amor, me retenia siempre al lado de la enferma, á quien tambien acompañaban de contínuo su madre y una doncella. El médico nos dijo un dia que esperaba muy próxima una crisis, cuyos resultados no se atrevia á presagiar. Con este aviso se aumentó nuestra zozobra, y contábamos los instantes con una ansiedad indecible.

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Eran las doce de la noche. La frente de Elisa ardia, una luz tibia alumbraba la estancia, y reinaba en ella un silencio profundo. Elisa echó una mirada á su alrededor, y creyéndose sola porque nada distinguia en la perturbacion de sus facultades, empezó á hablar, ó mas bien á delirar así:

-Dios mio, ¿qué os he hecho yo para que descargueis de este modo sobre mi el peso de vuestro brazo y de vuestra cólera? Yo os veo y os adoro todos los dias y en todas vuestras obras. Os veo y os adoro en el mar, que ruge ó solloza segun la señal que le haceis con vuestro dedo: os veo y adoro en el sol, que como un caballo obediente al freno, anda diariamente la jornada que le señalásteis en la hora de la creacion: os veo y adoro en la luna, que habeis colgado como una lámpara funeral para velar sobre nuestro sueño y hacer compañía á nuestras inquietudes: os veo y adoro en los astros, que encendísteis como antorchas para iluminar la noche: os veo y adoro en el inmenso elefante y en el insecto imperceptible: en el rugiente leon y en la tórtola quejumbrosa: en el empinado cedro y en la humilde y recatada sensitiva. Tal vez me castigais por mi idolatría, y ese será mi pecado. Es verdad que adoro á otro ser, pero esto no es impiedad, es solo flaqueza. ¿Por qué no formásteis mi corazon de un pedazo de esas rocas que reflejan la luz y escupen la lluvia? Me hicisteis estremadamente sensible, y aun así pasaron muchos años sin que yo saliese de mi letárgica indiferencia; pero despues habeis puesto ante mis ojos un mortal á cuya mágica simpatía no me ha sido dado resistir.

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Yo podré morir, tal vez moriré muy pronto; pero para él serán mi último pensamiento y mi último suspiro. Ven, Emilio. ¿Por qué te has alejado de mí cuando mas te necesitaba? Sí: yo te necesito en la muerte como en la vida. Ven, y que mi mano pueda estrechar la tuya antes de que atada y yerta sea confiada á la tierra del sueño. Antes de que entre nosotros se coloque un mundo entero y se corra la densa cortina de la eternidad... Mis ánsias son ya las de la agonía. Oigo un rumor confuso, y en torno mio no distingo mas que sombras... Se apodera de todo mi cuerpo un estremecimiento súbito, presagio de mi próximo fin... Aqui calló y quedó sumida en un letargo. Gruesas gotas de sudor empezaron despues á brotar de su ardorosa frente y á rodar con lentitud por sus ajadas mejillas. Pasada una hora abrió los ojos, me conoció y me preguntó por su madre. La crísis habia terminado y la juventud habia vencido á la dolencia. Yo que habia tenido asida todo este tiempo su mano convulsa; yo que habia sentido rompérseme el corazon al escuchar aquellas palabras apasionadas de una boca espirante; yo que solo me ocupaba del modo de terminar mi existencia cuando el alma de Elisa rompiera la cárcel de su dolor para volar á los cielos, al verla ya salvada me arrodillé y lloré, porque el lloro es el lenguaje de la piedad y del reconocimiento. Si la efusion candida del corazon llega hasta el Eterno, debieron abrirse las puertas de las mansiones dichosas para dejar pasar la plegaria que yo dirigía á Dios, único autor de mi sorprendente ventura. Nunca se han derramado lágrimas mas sinceras; nunca ha salido de otro pecho una oracion mas cordial ni mas impregnada en gozo y en gratitud.

La convalecencia y el restablecimiento de Elisa fueron obra de breves dias. Contaba pocos años, y la juventud vive de sí misma, al paso que la vejez es una triste viajera que solo camina de noche, y que cuando tropieza y cae, ya no se levanta. La belleza de mi amada reapareció súbitamente, como se deja ver la hermosa luz de la aurora al barrerse las sombras que hace caer la noche sobre el mundo. Yo la contemplaba absorto y

la comparaba á la tierna flor que inclina su tallo al soplo rudo de los aquilones, mas que vuelve á mostrarse erguida y lozana cuando cesa la tempestad y la acaricia el aura matutina. Pero la enfermedad de Elisa debia traer para mí tristes consecuencias y cambiar mi destino. El médico la mandó tomar baños de mar, y ella y su madre partieron para Valencia, á donde yo debia ir á encontrarlas despues de algun tiempo.

¡Qué dolorosa es la ausencia! ¡Qué amarga es la situacion del hombre que queda solo, despues de adquirir la larga costumbre de amar, y de ver siempre á su lado al objeto de su amor! El tiempo volaba con alas de plomo, y cuanto veia y oia era para mí un horrible suplicio. Entonces aprendí que no hay ninguna idea absoluta que sea exacta, y que hasta los números mienten en medio de su rigorismo inflexible. Una hora es menos que un instante para el que goza, y mas que un siglo para el que padece. Solo tiene sesenta minutos para las almas frias que miden la vida al compás del pulso, y que asisten al teatro del mundo sin agitarse ni conmoverse. Yo que habia visto deslizarse el tiempo como la corriente de un rio mansa é imperceptible; yo que me habia quejado tantas veces de su curso rápido y hubiera querido poder pararlo como detenemos la carrera de un caballo recogiéndole la brida, entonces le acusaba en mi dolor por su lentitud, y me deseaba la muerte al desear la veloz huida de aquellos instantes odiosos.

Elisa sin embargo estaba siempre conmigo, porque el pensamiento y el corazon pueden mas que la distancia. Yo me haHaba en sitios poblados por sus recuerdos, y hasta me parecia oir su voz que cruzára como una saeta el océano del espacio. Cerraba los ojos, como lo hacen las personas entregadas al misticismo para ver en su éxtasis la divinidad que adoran, y ante mis párpados dormidos se dibujaban las formas de la muger, sin cuya sombra por lo menos no me era dado vivir. Entonces percibia su aliento sobre mi rostro; el latir de su pecho hacia saltar al mio, y el contacto de su mano que me asia, me llenaba de placer y de turbacion. Procuraba despertar de este sueño encantado;

contaba los árboles en cuyas cortezas habia impreso su nombre cuando mas dichosos vagueábamos por aquellas soledades; recogia una por una las florecillas campestres que habian hollado sus pies; pedia á los ecos que me devolvieran sus suspiros, é iba á contemplar las aguas con que frecuentemente se habian mezclado las lágrimas de su enternecimiento. ¡Triste, pero sabroso placer que deja la ausencia! El destino separa á los amantes, pero el pensamiento los reune. Sus corazones se buscan sin cesar como busca la aguja al polo magnético, y se encuentran en el camino que cruzan con infatigable afan. Si es cierto que vivimos en lo que pensamos, ellos viven juntos por mas que se interpongan la tierra y los mares.

Para adormecer mi pena solia repasar una y otra vez las cartas que me escribia Elisa, y concluida esta ocupacion, besaba tristemente un rizo de sus cabellos que me habia dejado. Vosotros, hombres severos, que desdeñais todo lo que es tierno, y dais el nombre de flaqueza á lo que mas halaga al alma en sus plácidos arrobamientos; vosotros os burlareis de mí, y bautizareis con el nombre de pequeñeces ó niñerías lo que entonces formaba el tesoro de mis consuelos. Reiros on buen hora: yo me rio de vosotros, al paso que os compadezco. Vosotros resolveis el problema de vuestras inclinaciones con la misma frialdad con que se resuelve un cálculo; os creeis al abrigo de toda emocion, porque de ellas os preserva vuestro egoismo; teneis colocado el corazon en la cabeza ó mas bien os lo formaron de una roca, y blasonais de prudentes porque sois insensibles, y de tener firmeza porque sabeis encerraros en un estoicismo árido é infecundo. Nunca una idea bien hechora ha cruzado por vuestra mente; nunca un afecto suave y dulce ha anidado en vuestro pecho; nunca ha partido de él un suspiro de ternura ó de felicidad, ni una lágrima se ha desprendido de vuestros helados é inmóviles párpados. Habitais en el mundo como las estátuas en los jardines, y sois desgraciados sin duda, porque pensais sin sentir, y vivís sin haber amado. Os causarán lástimas mis ilusiones. Ojalá me duren siempre, porque sin la ilusion la vida no es mas que un de

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