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siglos pasados, é ir á buscar monumentos y memorias bajo el polvo de las ruinas y de los sepulcros. Con este objeto marchamos á Murviedro. La antigua Sagunto, que resistió tan heróicamente á Annibal, y cuyos habitantes quisieron darse muerte y arrojarse á las llamas antes que sucumbir á una capitulacion vergonzosa. ¡Pero qué rasgos tan singulares ofrece a las veces el carácter de la muger! La heróica esposa de Murro fué la primera que se lanzó á la hoguera, como antes lo habia hecho Dido en Cartago, de donde venia el ejército enemigo; y como despues lo habia de hacer la muger de Asdrubal, para no recibir la afrenta del yugo romano. ¡Mas pobre Annibal, entonces tan orgulloso y confiado en la fortuna, que le franqueaba un camino por los ásperos lomos de los Alpes! Tú no podias presentir que desde la altura del Capitolio caeria sobre tí un jóven, á la manera que cae el rayo desde la elevacion de las nubes, y que despues de una conferencia inútil te venceria en Zama, arrancándote los laureles que habias recogido en diez y seis años. Tú no podias presentir hasta dónde habia de llegar tu infortunio, y que de vuelta á tu patria tendrias que tomar un veneno, esclamando: «Libremos á los romanos del temor que les causa un anciano desterrado, desarmado y vencido.» Pero podias consolarte, porque tambien morian Filopemen y tu vencedor Escipion, víctimas ambos de la ingratitud de su pais, que inducia al último á mandar pusiesen sobre su sepulcro esta inscripcion sentida: «Ingrata patria mia, no poseerás mis huesos.» Aun vá mas lejos el catálogo de los desengaños. La destruccion de Cartago no quedó sin venganza. El último Escipion que la habia sometido, muere asesinado por sus parientes; y Caton de Utica, sucesor del que pedia diariamente la ruina de aquella ciudad rival con la frase formidable delenda est Cartago, al ver el encumbramiento de la tiranía, lee un tratado sobre la inmortalidad del alma; se duerme, despierta por la mañana, y se clava la espada. Quieren sus sirvientes contener la sangre por medio de un vendaje, pero él lo arroja y se arranca las entrañas. Un fin no menos impasible y resignado tuvo despues San Luis, cuando muriendo en la costa

de Túnez, tan cerca de las ruinas de Cartago, podia mirar desde el lecho de ceniza en que habia ordenado le colocasen, la tierra en que naciera el grande hombre de Roma.

Nos hallábamos en Murviedro, y pedíamos á los restos polvorosos de sus muros noticia del dia en que nacieron. Sagunto se cree fundada en los tiempos en que lo fué Troya, y aun algunos piensan que data del año cuarenta y cinco, despues del diluvio, siendo construida por Tubal. Otros juzgan que la levantara Hércules, aunque esto, mas que un dato histórico, es una poesía. De cualquier modo, ¡cuántas cosas han pasado desde entonces! Allí se vive en lo que fué, y los ojos se apartan de lo presente para descubrir lo que oculta el velo del tiempo.

Una tarde recorríamos el castillo de cinco plazas, y nos habíamos sentado dominando el valle y los árboles echados á nuestros pies. Era aquella hora serena y triste en que nos abandona el sol, y las sombras que se adelantan evocan poderosamente los recuerdos. Elisa estaba pensativa y conmovida.

--En presencia de estos despojos y de estas piedras dispersas, me dijo despues de un rato, la imaginacion se abisma y nos perdemos en vanas congeturas. Se pretende naturalmente cruzar por las edades, y observar los destinos porque ha ido pasando la humanidad. ¿Quieres que echemos una mirada escrutadora sobre la historia, recorriéndola con el fanal de la filosofía, sin lo cual es solo como la estátua de Polifemo, que no tenia mas que un ojo, como un ciego que guia á otro ciego? Y te advierto que no invoco esa filosofía estéril, amarga, que envenena las llagas que hace, presentando á la especie humana como sujeta á una cadena fatal que la obliga á girar entre un torbellino de males; quiero otra cosa mas útil y mas consoladora, que abra caminos á la esperanza y que nos haga aprovechar la cosecha de esperiencias y de dolores que recogieron los que nos han precedido.

-Como gustes, le respondí. ¿Pero tú crees en la historia? ¿No conoces que cuando debia ser un testigo que depusiera, y no un adulador que engañara, segun las palabras de un gran

rey, no es otra cosa que una osada y sacrilega conspiracion contra la verdad? No ves ahora mismo de qué diferente modo se pintan, segun las parcialidades y las pasiones, los sucesos que todos presenciamos? ¿Qué sucederá cuando los recoja la historia, que habrá de ser el eco vago é incierto de estos contradictorios ruidos?

-Sin embargo, yo creo en la historia, aunque no ciegamente, me contestó Elisa, porque hasta á los clásicos niego la autoridad del dogma en lo que deponen. Cuando han muerto los hombres, se les juzga con severidad, porque ni los defiende el poder, ni puede servirles de escudo el paño mas o menos ostentoso de una mortaja.

-Sea como quieras, la dije. Entremos en ese horizonte interminable de dudas, en que las mias empiezan desde el primer paso; es decir, desde el origen de este mundo que habitamos, sin saber lo que es, cuándo empezó, ni cuándo acabará.

-Ese punto de partida, dijo Elisa, no me parece tan dificil de determinar. Dejando aparte el cálculo por generaciones que vemos en Homero y en Herodoto, y el cómputo por eras, todavía mas espuesto á equivocacion, es el mas generalmente adoptado, que Jesucristo vino al mundo el año 4004, despues de la creacion del hombre; y digo de la creacion del hombre, sin remontarme mas allá, porque el hombre fué la última obra fabricada por la mano de Dios, sin que nos sea dado medir la duracion de las épocas precedentes en que se elaboraba un asombroso sistema, porque segun la opinion comunmente admitida, los seis dias de la creacion representan seis séries sucesivas, que no es dado demarcar. Y desde entonces, ¡qué campo tan inmenso se nos presenta! Un paraiso, un pecado, mil trastornos en el globo, segun Cuvier; un diluvio, una familia que sale de las aguas, que se estiende y fabrica monumentos, en que descubre ya su génio y su soberbia. Hoy nos asombramos al ver las obras de nuestro siglo, y entonamos un himno de triunfo por nuestros adelantamientos sobre las edades pasadas, que llamamos ignorantes; y sin embargo, cuando el mundo, puede decirse, que

marchaba todavía con andadores, vemos que levanta á Nínive con una muralla de cien pies de altura, con mil y quinientas torres de doble elevacion, y con un recinto de tres jornadas de camino para recorrerlo. Vemos á Semiramis, que circunda á Babilonia con un muro de tal espesor, que por él podian correr seis carros de frente; que cuelga sobre los terrados de la poblacion magníficos jardines; que construye por bajo del rio un anchuroso túnel, y que reedifica y arregla una vasta ciudad, cuyo cadáver ocupa todavía diez y ocho leguas de estension, y conserva como centinelas que guardan á los que duermen, las ruinas de la torre y templo de Belo. Y desde allí ¡ qué diferentes círculos recorre la humanidad! Estiéndese como un mar sobre lejanas playas; empiezan las pasiones, las guerras y las matanzas; anúnciase un legislador inspirado; Dios elige y bendice á su pueblo, á quien dá su ley; divídese despues el pueblo escogido; luchan el Oriente y el Occidente; vence la civilizacion; viene un Mesías que predica la libertad y la caridad; cae el coloso de Roma bajo los pies de los bárbaros salidos de los bosques; viene mas tarde la invasion de los sectarios de Mahoma, que anuncian un Código sensual, pero que traen las bellas artes y la ciencia Gaya; promuévense las Cruzadas, que confunden los pueblos y les hacen trasmitirse sus conocimientos y sus costumbres; aparecen los concejos, que emancipan á la humanidad ultrajada; se descubre un nuevo mundo, y coronan la obra las revoluciones, que caminan con los ojos vendados, pero que al fin adelantan camino, porque la ley de las sociedades es moverse y marchar siempre á la perfeccion. De este impulso incesante de perfectibilidad debemos esperarlo todo, porque Dios no puede haber puesto en nuestro corazon la esperanza para defraudarla. Él señala un destino al hombre, pero no le burla. La humanidad se para alguna vez en su marcha, pero no retrocede. Si se declarara estacionaria, se colocaria en una situacion imposible. Acampar sin marchar, seria dormirse; seria morir.

-Y ya que has hablado de Moisés, pregunté á Elisa, ¿qué te parece el gefe de los hebreos?

-Hombre admirable, me respondió, como legislador, como historiador y como poeta. La costumbre de embriagar á los reos que debian sufrir la muerte para robar al dolor sus feroces complacencias, respira un sentimiento filantrópico; y luego aquellas máximas convertidas en preceptos: «Nunca hieras con tu espada al enemigo desarmado y suplicante.» «Sienta en tu mesa á tu esclavo.» «No retengas en tu poder el jornal del obrero hasta el dia de mañana.» «Levántate delante de cabeza cana, y honra á la persona del anciano.» «Cuando segares las mieses no cortes hasta la tierra, ni recojas las espigas, que vayan quedando.» «Deja tambien en las viñas y en los olivos para que puedan coger algo los pobres y los forasteros.» «Si encuentras un nido, y coges á los hijuelos en cañones, deja al menos á la madre.» «No ates la boca del buey cuando trille el grano de tu era.» Todas cstas máximas son de sublime filosofía y de elevada razon, capaces de hacer la dicha del pueblo que las observára. Su legislador es el primero de los legisladores despues de Jesucristo.

Así corrian suaves nuestras horas y gozábamos ambos de placeres sin fin. No vivíamos esa vida rastrera y prosáica que nunca sale del círculo de la costumbre; sino la vida del pensamiento, la vida de la idealidad, la vida de los recuerdos; y habitábamos en una region feliz colocada entre el cielo y la tierra, que si no tenia la espiritualidad ni los goces de los bienaventurados, tampoco era turbada por el ruido de los profanos, ni llegaban á ella los ecos dolorosos que despide el mundo. Contemplába. mos el tiempo y el espacio; veíamos el breve punto que en ellos formaba nuestra existencia, y queríamos consagrarla por entero al amor, pero á un amor que se concibe y no se esplica; que halaga al alma sin mancharla; que ocupa el corazon sin inspirarle deseos impuros; un amor cuya patria es el paraiso, cuyo elemento es la virtud y cuyo destino es la eternidad. Si: aquel amor no era para el mundo. Era el cándido ensueño de un niño acompañado de angelicales sonrisas, que se aleja y disipa cuando el niño se despierta hombre. Terminamos nuestra escursion, y volvimos á casa de Elisa.

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