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odio á la que un dia poseyó todo su afecto. La larga costumbre de amar, el hábito dichoso de sentir, de pensar y de querer del mismo modo; ese secreto simpático que no se esplica sino diciendo que hay una sola vida separada en dos mitades, deja una huella tan profunda en el alma, que no la borran jamás ni el tiempo ni la inconstancia. Podrá la ingratitud romper el lazo, pero no podrá dictar el olvido: y en la mansion de la soledad, en la callada noche, cuando la luna colgada en la bóveda de los cielos, cual si fuese una lámpara sepulcral, inclina sobre el mundo su frente apacible y melancólica, los ojos del amante abandonado, fijos en ella, le pedirán cuenta de lo pasado, y tal vez se arrasará en lágrimas, culto misterioso que paga á los recuerdos.

En el canto tercero te has ocupado de las edades del hombre, y deteniéndote en la tuya le has dirigido esta acerba imprecacion:

¡Malditos treinta años,

Funesta edad de amargos desengaños!

Ya que no en otras circunstancias que te envidio, en esta marchamos paralelos por el camino de la vida. Tocamos en lo mas triste y desconsolador de la jornada; en esa época en que no se corresponde completamente ni á la juventud ni á la vejez; en que el alma oscila entre los dos polos de la vida, como la aguja fluctúa obedeciendo diversas fuerzas de impulsion hasta que se fija en el polo que la llama; en que la razon ha adquirido un funesto tesoro de dolorosas esperiencias y de amargos desengaños, pero todavia el corazon está lleno de pasiones. ¡Qué sombríos son estos dias! Nos parecemos al Dios Término, fijo un pie en cada propiedad lindante, pero que no nos corresponde ni la una ni la otra. Empiezan como tú has dicho á encanecer nuestros cabellos; mas el alma está ardiendo, y somos el emblema del Etna, nevado ó blanco en la cabeza, con lava abrasadora en las entrañas.

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El canto cuarto, como todo lo demás del poema, abunda en imágenes felices, en pensamientos elevados, y en una espresion ya valiente, ya dulce, ya suave y tierna, que prueba toda la elasticidad con que el lenguaje se plega en la boca del poeta á todas las ondulaciones de la inspiracion. Si el autor de El Diablo Mundo se propone pintar objetos grandiosos y sublimes, es un torrente desbordado que nos envuelve y arrastra entre sus espumas: si quiere retratar los dulces enlaces del corazon, parece que los génios del amor sean los que dirijan su pluma; y al leer sus versos, se nos figura oir los tiernos arrullos y los apacibles suspiros de la felicidad: si desea, por último, que su lira vibre sonidos melancólicos, sus ecos son como el jemido de la tórtola, que llora su viudez en el bosque sobre la rama solitaria.

En cuanto al plan del poema, no es este el mejor tiempo de calificarlo cuando apenas han visto la luz pública cuatro cantos, y debe ser inmenso el espacio que queda por recorrer. Una observacion puede no obstante hacerse que se ajusta á todos los periodos de estas composiciones. Don Antonio Ros de Olano ha dicho en su prólogo á El Diablo Mundo, que el autor ha empezado por romper todos los preceptos establecidos, escepto el de la unidad lógica. El génio vuela sin duda mas libre cuando ha roto los hilos que sujetaban sus alas; pero hay preceptos inviolables fundados en la naturaleza, que no pueden olvidarse sin tropezar en el escollo. La unidad, no tanto lógica cuanto de accion y trabazon, íntima en la marcha del argumento, es acaso la principal cualidad á que debe aspirarse; porque todo lo que la divide, divide la atencion, divide el interés, y esparce la oscuridad rompiendo la cadena que debe señalar siempre el capital pensamiento. Los episodios por lo tanto si se repiten y complican; todas las desviaciones del punto culminante que domina y reasume el interés y la accion, son defectos que deben huirse, porque no hay licencia ni giro libre que lo puedan autorizar.

Pero estos renglones no se han escrito para examinar el plan del poema, y sí solo para indicar las bellezas de la composicion. Ni aun esta ha sido precisamente la idea, porque entonces se

hubiera debido entrar en una reseña mas detenida, y en una crítica razonada. Mas bien se ha querido espresar un juicio general de la obra, y tomar de ella algunos puntos de partida para estenderse en pensamientos propios, desahogo y solaz que en la soledad se busca, y que no pocas veces hacen necesario los afanes y disgustos de la vida. Por lo demás, de desear es que el autor, como tantos otros jóvenes poetas que hoy hacen honor á nuestra literatura, sigan con perseverancia la senda que se han trazado, aumentando, si cabe, los títulos que ya tienen á nuestro reconocimiento, y haciendo que otros pueblos vuelvan los ojos para admirarnos sobre la patria de los Garcilasos y de los Ercillas.

PINTURA

de las inmediaciones y pueblo de Esquivias, donde escribió Cervantes una parte del Quijote.

RESEÑA DE ESTA OBRA INMORTAL.

A seis leguas de Madrid, y sobre la derecha del camino que va á Valencia, se descubre en una estensa llanura, y al pie del cerro que llaman de Santa Bárbara, el humilde pueblo de Esquivias. Sobre este cerro se halla edificada una ermita, erigida, segun lo anuncia su nombre, á Santa Bárbara, abogada contra las tempestades. No parece sino que al levantar aquel tosco y reducido edificio, se quiso anunciar el sublime y consolador pensamiento de que las tormentas que azotan la vida quedarian en silencio al llegar á aquel paraje elevado, sin abatir su vuelo hasta el pueblo, ni turbar la paź de que gozan sus moradores. Si asi es, el arquitecto tuvo una inspiracion feliz, ó un instinto providencial.

Saliendo de Madrid para Esquivias, al dejar la carretera y tomar el nuevo rumbo que conduce al pueblo, esperimenta el viajero una trasformacion sorprendente. Hasta Valdemoro todo es agitacion y movimiento. Carruajes que van ó vuelven á

la córte; sillas de posta que cruzan en encontradas direcciones; aldeanos ó traficantes que llevan frutos y otros efectos á una capital que todo lo devora, hacen del tránsito una escena animada y bulliciosa: pero al internarse en busca de Esquivias, desaparece el movimiento, el ruido se acalla, y el silencio y la quietud suceden al tumulto de las voces y á la algazara de los transeuntes. Un áspero y desigual camino se dirije á la aldea. A un lado y á otro solo se ven tierras abandonadas y en su mayor parte incultas, sin que se descubra un hogar, ni se oiga el canto de un ave, ni se perciba el grato murmullo de un arroyo, ni se pueda descansar de la fatiga á la sombra de un árbol engalanado con su verdura. Algunos ganados paciendo á discrecion; algunos olivos de aspecto oscuro y sombrío; pocas tierras cultivadas, y un horizonte dilatado y triste es lo que se ofrece al caminante, que cruza penosamente aquellos sitios desiertos. Aqui se puede decir con Chateaubriand, que el alma de la soledad suspira en toda la estension de aquel recinto.

Pero al aproximarse á Esquivias, la decoracion cambia de nuevo. Los terrenos están todos cultivados: los pobladores los trabajan con afan, y la animacion se pinta en sus semblantes y en sus alegres canciones ¡Dichosos aldeanos, esclamaba yo en una espansion dolorosa! ¡Dichosos vosotros mil veces! Vuestras horas pasan sin que las conteis, la tranquilidad y la paz moran en vuestras almas, y el trabajo con que alimentais à vuestros inocentes hijos os sirve de escudo contra el vicio, y de preservativo contra el fastidio. No teneis por qué temer al diente venenoso de la envidia, y los huracanes de la vida pasan sobre vuestras cabezas sin ofenderos, pareciéndoos á la humilde grama que tendida en el valle es perdonada por el furor del viento, que rompe y destroza al pino erguido sobre la cresta de las montañas. La felicidad de que gozais debe rebajarse en mucho, sin embargo, al pensar en la injusticia del destino, que al paso que os condena á fatigosa tarea para arrancar de la tierra un miserable alimento, da á otros hombres, no lejos de aquí, medios de gozar hasta la hartura, y de disipar inmensas riquezas

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