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¡Pero qué cerca está muchas veces la desgracia de la felici dad! Al llegar á Valencia encontré una carta en que mi madre me avisaba hallarse mi padre acometido de una grave enfermedad, y me pedia volase sin tardanza á su lado. Llevé esta carta á Elisa, que la leyó conmovida, y en seguida me dijo:

-No te detengas un instante, Emilio. Los deberes son antes que todo, y ningun deber mas sagrado que el que tenemos con los que nos dieron la vida. Cualquiera demora podria ser causa de que no llegases á tiempo de recibir la bendicion de tu padre. ¡Si al menos hubiera yo tenido este consuelo! No lo pierdas por tu culpa, no: yo te seguiré siempre con mi pensamiento triste, y aquí te esperaré hasta que puedas verificar tu regreso. No pudo continuar. Me alargó su mano que yo apreté y besé llorando, y llorando tambien ella se retiró. Un dia habia bastado para ianzarme de la cumbre de la dicha á un abismo de tormentos.

Cuando yo llegué adonde estaba mi familia, mi padre habia muerto ya, y el dia antes habia sido su entierro. Me encaminé al cementerio, hice levantar la losa que guardaba su féretro y abrir la caja en que se encerraban sus despojos. ¡Leccion muda pero terrible la que dá el cadáver de un padre al hijo que le contempla! La muerte enseñoreándose en su triunfo, habia empezado á descomponer el semblante de la víctima. En aquellos labios helados ya no resonaba ninguna palabra, y aquellos ojos de que yo habia visto desprenderse la última lágrima, estaban cerrados para no volverse á abrir. Recordé entonces la agitacion que habia mostrado contra su costumbre al despedirme de él para emprender mi viaje á Oriente. ¿Quién podrá penetrar en el secreto de los presentimientos? Nadie. Su misterio no se descifra, pero sus resultados se tocan. El corazon nos avisa anticipadamente del mal que se nos acerca; y eso que llamamos delirios ó aprensiones de la fantasía, no son por lo comun sino un presagio seguro de próximas desventuras.

Volví á cuidar de mi madre, condenada á un tiempo á la vejez y á la soledad. Parecia que con tenerme cerca de sí se templaba su amargura. Daba treguas á su dolor por no entristecer

me mas, y yo veia en aquel sacrificio una nueva prueba de su cariño: prueba para mí doblemente costosa, porque me obligaba á permanecer mas tiempo en su compañía, separado de la muger, sin la cual mi vida era un incesante suplicio. ¡Raro y amargo contraste! Mis pensamientos entonces eran para mi padre y para mi amada. Iban y volvian de la muerte á la vida, del llanto al placer y de la nada al amor. ¿Y qué otra cosa es la existencia sino esta estraña mezcla de bienes y de males, de esperanzas y de dolores? ¡Feliz el que ve llegar pronto la hora destinada á terminar de una vez tan engañosos entretenimientos, en que se tiende a dormir un profundo sueño, semejante al viajero que con los pies ensangrentados y rendido por la faliga, se reclina á la sombra de un árbol, donde olvida en un dulce reposo cuanto ha sufrido en su peregrinacion.

Yo me hallaba de nuevo bajo el techo que me vió nacer y rodeado de cuantos objetos habian hecho compañía á mi infancia. Paseábame por el jardin al caer de la tarde, en esa hora en que parece que el alma se tiñe con el color de las sombras que van á ocultar al mundo bajo sus alas pesadas. Al rayo sin color de un sol que inclinaba su frente en busca de otro hemisferio, registraba los árboles y las flores que habia plantado mi mano, y les preguntaba por aquellos dias de alegría en que yo me encargaba de atenderlos con esmero, y ellos de regalarme matices y fragancias. No hay ningun corazon por insensible que sea que no establezca comparaciones penosas al hallarse de nuevo en sitios de que ha estado ausente por mucho tiempo. Nuestro presente es casi nada; huye con la velocidad de la palabra que pronunciamos, con la rapidez del pájaro que cruza á nuestra vista. Nuestro porvenir es ignorado; y sin que podamos echar la sonda en ese mar de tinieblas, solo nos es dado vagar por los alrededores de ese laberinto sin direccion y sin luz. Unicamente el pasado nos pertenece, porque forma en nuestra memoria una cadena, cuyos eslabones son pocas veces de rosas, y muchas de hierro ó de punzantes espinos. De ese pasado me apoderaba yo, y estaba tentado de buscar la huella que dejára sobre la arena

de los paseos mi planta ligera é infantil. Todo habia desaparecido. Los mismos pájaros que gorjeaban en la espesura eran una colonia nueva, sucesores de aquellos otros que habian vivido conmigo, y la tierra tantas veces cubierta de renacientes verdores se me presentaba engalanada con distintos ropajes. El propietario de aquella mansion habia bajado á la tumba, y la brisa que antes flotaba sobre los vidrios de su estancia gemia ahora con doliente voz en derredor de su polvo mudo.-Esta es la vida, me decia yo con una imponderable angustia. Esta es la carrera que hacemos por el vacío, llenos de ambiciones, de deseos inquietos y de fugaces esperanzas. Pocos años bastan para trastornarlo todo, y para que un hijo que vuelve al hogar en que se agrupaba su familia, lo encuentre todo alterado, y no halle mas que silencio, la amarga vejez y la consoladora muerte. Todas mis reflexiones me hacian desprenderme de la tierra en que no registraba mas que los caminos trillados del llanto, para remontarme á las regiones del amor, únicas en que hallaba la vida, lo fijo y lo imperecedero.

Elisa se me aparecia entonces como el ángel del silencio que se sienta al lado de las tumbas para encantarlas. Ella tendia su apacible mirada sobre el sepulcro de mi padre, en tanto que me alargaba una mano para ayudarme á salir de mi abatimiento y postracion. Sus labios pronunciaban palabras misteriosas; palabras que no hubieran podido percibir los débiles mortales, pero que las auras las traian á mi oido en sus alas invisibles. Estas palabras murmuraban el nombre de mi madre, débil y postrada, anciana sin ventura, á quien no quedaba en el mundo mas que un hijo, y yo corria á sus brazos á darle un aliento que no tenia en mi corazon.

Pero mi pobre madre hubo de conocer bien pronto que una pasion violenta se habia apoderado de mí, y me exigió con porfia la revelacion de mi secreto. Mil veces estuve tentado de declarárselo; mas veia sus canas, su palidez y su dolor, y miraba como una impiedad abandonarla en situación tan lastimosa. Recordaba las palabras de Elisa: «Emilio, los deberes son an

tes que todo, y ninguno tan sagrado como el que tenemos con los que nos dieron la vida.» Entonces mi rostro se teñia de rubor, bajaba avergonzado la cabeza y me encerraba en mi pertinaz negativa. Esta lucha no podia durar mucho. Caí enfermo, y mi madre se alarmó temiendo que el cielo quisiera arrebatarle lo único que le quedaba en la tierra. Habia notado que mis pesares tenian alguna intermision cuando recibia cartas de España, y sus instancias sobre esta observacion hicieron imposible por mas tiempo mi silencio. Un dia movido de sus ruegos y de su cariño, se lo confesé todo. La pinté á Elisa cual yo la concebia, como la única que mereciera ser su hija, sin ocultarle las circunstancias de su nacimiento.

-Vé, hijo mio, me dijo, á unirte con esa muger á quien tanto amas. Poco me conoces si has creido que yo pudiera sacrificar tu felicidad á mi egoismo. Si pudieras vencer su repugnancia y enlazarte con ella por un vínculo santificado por la religion, la traerias contigo, y mi ancianidad no seria tan solitaria. Yo uno mi cariño al tuyo y mis instancias á tus deseos: que yo tenga una hija que siempre he pedido al destino y que él me ha negado, y que os vea cerca de mi contentos y dichosos. Cuando me halle entre vosotros me parecerá rejuvenecerme, y cuando haya de morir creeré hasta dulce mi muerte si me cierra los ojos vuestra piedad filial. No me retardes ese consuelo: marcha con mi bendicion y que el cielo os vuelva á entrambos para prestarme un doble apoyo en mi amarga vejez.

En vano fué que yo rehusara aprovecharme de su generosidad. Ella lo queria, y su voluntad era de hierro. Esta voluntad entonces se apoyaba en el amor materno, y era inútil que yo pretendiera resistirla: todo se vence en el mundo menos el cariño de una madre.

Por lo que á mí toca, quedábanme en esta nueva situacion. temores y remordimientos. ¿Cómo dejar en abandono por mas ó menos tiempo en sus últimos dias á la que con tanto esmero habia cuidado de mi niñez, y habia seguido siempre mis pasos con tanto afan y solicitud? Si en mi ausencia tenia alguna desgracia,

mi corazon me acusaria, y nada seria bastante á absolverme de una falta que no podria espiar con un arrepentimiento tardío. Uno de los dos era indispensable que hiciese el sacrificio; ¿pero á quién le tocaba hacerlo? ¿A la muger, á la madre, á una anciana débil y acabada por los pesares, ó al hombre, al hijo, al jóven que llevaba en sí mismo un mundo de esperanzas y un tesoro de recursos? La eleccion no podia ser dudosa, y así me resolví á contrariar por primera vez los deseos de aquella muger generosa, aunque tuviera que renunciar para siempre à la dicha de volver á ver á Elisa. En la arena de las malas pasiones se comprende bien el combate, el teson y el ardimiento; pero hay una derrota sin vergüenza, cuando apurados todos los medios, el éxito se ha negado á las aspiraciones de nuestra voluntad. En las luchas de la generosidad, por el contrario, el ejemplo sirve de estímulo, el corazon se vé doblemente empeñado por la nobleza de un digno competidor, la elevacion misma de las almas pide imitadores, y confesarse vencidos equivale á la deshonra.

Me negué, pues, abiertamente á separarme de mi madre; mas ella valiéndose de la autoridad, á que no apelaba sino en casos estremos, me dijo de una manera tan imperiosa como decisiva:

-Yo te lo mando, y no admito réplica. Una madre debe ser obedecida cuando manda que la traigan á una hija á quien quiere abrazar antes de morir. Fué por lo tanto necesario partir de nuevo y dejar por tercera vez aquellos lugares que esperaba yo ver pronto embellecidos por una nueva compañera que hiciera renacer la alegría en aquella morada desierta.

Embarqueme en Marsella. El Mediterráneo entero me parecia corto espacio en mis devorantes deseos y en mi impaciencia, y me figuraba que aunque Elisa habitase al otro estremo del mundo, salvaria yo la distancia y la estrecharia en mis brazos al cabo de pocas horas. No de otro modo que como el águila prisionera al verse libre se lanza en raudo vuelo desde la inaccesible cumbre de una montaña, y deja atrás dilatadas regiones pareciéndole poco el ámbito del universo á lo ardiente de su mi

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