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liarse con este hecho indudable el fin y designio que se quiere suponer? ¿Es creible que á haber ido el acusado á Palacio con ánimo de tomar parte en el movimiento, ó mas bien de mandar alguna fuerza, pues que este debiera ser su empleo segun su graduacion, hubiera olvidado vestir el uniforme con que había de darse á reconocer, y la espada al menos, tan necesaria para la defensa propia como para dirigir las masas armadas? Esto no es creible; y sin perder de vista tan robusto antecedente, entremos en la calificacion del dicho de los testigos.

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El teniente D. Manuel Boria, folio. 19; el de igual clase Don Luis Asensio, folio idem; D. José Villar, subteniente de la Guardia, folio 21; el teniente del mismo cuerpo D. Rafael Valenzuela, folio 21 vuelto; el subteniente de la Princesa D. José Gobernado, folio 22; el subteniente de id. D. Juan Mier, folio 23; el teniente coronel graduado del Infante D. José Fulgosio, folio 28; el comandante supernumerario de la Princesa D. Dámaso Fulgosio, folio 29; contestando á las minuciosas particularidades de las preguntas que se les hacian sobre los pormenores que antes se han indicado, declaran unánimemente que no conocen al briga+ dier Quiroga, y que por consiguiente nada saben ni pueden de cir respecto á los estremos de que eran interrogados; y no se diga que este argumento es negativo, porque no conociéndolo no pueden tampoco asegurar que no estuviera. El argumento no es negativo como acaso se quiera suponer, porque aun cuando ese tos testigos no conociesen al brigadier Quiroga, claro es, que si este hubiera tomado parte en el movimiento mandando, como no podia menos de mandar segun su graduacion, su nombre hubie+ ra corrido de boca en boca, y no hubieran podido menos de saber quién era todos los que hasta entonces no le conocian. El hecho, pues, de no conocerle estos testigos, todos oficiales, y algunos de notable graduacion, despues del suceso, prueba bien que el brigadier Quiroga no se mezcló en él, ni tuvo en su realizacion la menor parte.

Pero otra reflexión no menos fundada viene á apoyar la que antecede. Los testigos que se han indicado eran oficiales de la

fuerza que en Palacio habia. ¿Es ni siquiera imaginable que estos oficiales se hubieran sometido á las órdenes de una persona desconocida, ni puede admitirse nunca que Quiroga mandase en medio de esta ignorancia comun que se tenia de su persona, y por consiguiente de su graduacion? ¿Hay ningun oficial en el mundo que se ponga á las órdenes de una persona sin que esta le revele su nombre y los títulos de mayor graduacion que tiene para mandarle? Y nótese que esta estrañeza debe subir al mas alto punto si se atiende á que Quiroga, segun resulta probado, iba vestido de paisano, circunstancia que hacia doblemente precisa la revelacion de su nombre, carácter y categoría militar.

El general D. Diego Leon fué tambien examinado cuidadosamente, y su declaracion resulta estendida al folio 24 vuelto; confesó que conocia al brigadier Quiroga; mas preguntado si sabe que Quiroga tuviese parte activa en la conspiracion, dijo: «Que no habiendo permanecido sino cortos momentos en Palacio, no se enteró del hecho á que se refiere la pregunta;» y vuelto å interrogar sobre un estremo que debia ser de ciencia propia, pues que se referia á si se le presentó el acusado, ó si él le buscó para que contribuyera á ejecutar la conspiracion, dice esplícitamente: «Que ni Quiroga se le presentó ni él le buscó, ni tenia ningun otro antecedente que el de haberle visto en Palacio;>> circunstancia bien insignificante, segun la esplicacion que antes se ha tenido ocasion de dar. Estos son hechos, son el resultado de las pruebas, y bien seguro es que no podrá señalarse una sola palabra en ellas que autorice otra inteligencia. Mas como pudiera decirse todavia que los testigos de que se ha hecho mérito podrian tener contra sí la presuncion de complicidad por hallarse complicados en la causa, fácil es dar un nuevo paso en ella para imponerse de las declaraciones de otros testigos, ciertamente exentos de esta tacha.

El sargento de alabarderos teniente coronel D. Santiago Barrientos, dice al folio 26 que no conoce á. Quiroga, ni sabe si estaba en Palacio, ni si se hallaba en combinacion anterior, ni si tomó mando alguno en la noche de que se trata. El teniente

de alabarderos D. Domingo Dulce, se espresa en los mismos términos al folio 26; y la misma ignorancia de todo lo que se atribuye á Quiroga manifiesta el coronel de la princesa D. Manuel Hena al folio 27. No se dirá por cierto que estos testigos pudieran mostrarse complacientes con el supuesto reo, y bien seguro es que los que con tanto denuedo defendieron la augusta persona, su real estancia y la tranquilidad del pais, no se mostrarian despues débiles ⚫ condescendientes con los que creyeran haber sido los enemigos.

Pero acaso podia todavia decirse que el coronel de la Princesa llegó tarde á Palacio, no pudiendo por lo tanto saber lo que antes hubiera ocurrido, y que los alabarderos ocupados en la defensa no podrian dar su atencion á lo que en otra parte pasaba. Para desvanecer hasta este escrúpulo, veamos las declaraciones de D. José Magdaleno, alabardero, folio 31, y de D. Eusebio Perez de Albeniz, nacional del segundo batallon, ambos prisioneros en la noche del 7, y que como tales la pasaron entre las fuerzas sublevadas viendo y observando cuanto sucedia. Ambos ignoran de todo punto que Quiroga tomase parte en el movimiento, y no saben que mandase fuerza, ni que hubiese hecto ninguna otra gestion. ¿Qué otra prueba, que otro testimonio mas directo y decisivo se pudiera apetecer?

Mas aqui confesamos de buena fé que se tropieza con otras declaraciones no tan favorables, aunque despues hayan perdido su primera importancia por la diligencia de careo.

Doña Cármen Machin, camarista, supone al folio 79 que subió á la portería de damas el marqués de Povár, y que con él iba uno bajo con patillas, que le oyó nombrar Quiroga, que fué quien á instancia de Povár hizo retirar los soldados que les acompañaban. Y doña Rosa Fidalgo, tambien camarista, manifiesta al folio 83 que llamaron á la portería de damas, entre otros, uno que le dijo ser el brigadier Quiroga, y que preguntaba por la señora de Burriel. Esta testigo añade que subieron un hombre grueso vestido de paisano, y otro de una estatura regular y moreno, á quienes no conoció, si bien uno dijo ser el brigadier Quiroga, que hizo retirar los soldados.

El cargo que pudiera resultar de estas declaraciones, está desvanecido con solo decir que Quiroga ha negado subiese en dicha noche á la portería de damas, y con la sencilla observacion de que el acusado ni es bajo ni ha llevado jamás patillas, como se probará, que son las señas que se dan de la persona á quien se quiere atribuir su nombre. Pudo muy bien tomarlo cualquiera otro; y este hecho estraño, independiente de la voluntad del verdadero brigadier, nunca podria irrogarle ningun perjuicio, ni hacerle cargar con ningun género de responsabilidad.

Mas no hay para qué detenernos en estas indicaciones cuan→ do todo el edificio aéreo que se habia levantado con las declaraciones primeras de las señoras camaristas doña Cármen Machin y doña Rosa Fidalgo se ha destruido completamente en sus ratificaciones y careos, hojas 90, en que haciéndose comparecer á presencia de dichas señoras al brigadier Quiroga, para que dijeran si era el mismo que tomó, ó á quién se dió dicho nombre en la noche del 7 y á quien se referian las declarantes, contestan uniformemente no conocer al que se les presentaba, que es el acusado, y que no es ninguno de los que acompañaban al marqués de Povár en la noche del 7 cuando á dicho marqués se abrió la puerta, ni tampoco el que por segunda vez volvió con los gastadores acompañado del marqués referido.

Este, Excmo. señor, es el dato mas eficaz, mas concluyente y mas victorioso. Ninguno ha dicho en el sumario que el acusado tomase el mando de la fuerza ni cooperase ó ayudase al alzamiento. Estas dos únicas personas suponian haber subido uno con el nombre de Quiroga á mandar preparar camas para los heridos, y cuando el verdadero brigadier, hoy procesado, comparece à su vista, dicen rotundamente que no le conocen y que no es ninguno de los que vieron en la noche citada. La demostracion, pues, de la inocencia del acusado se ha llevado al último punto, y con este juicio positivo, cuanto exacto, es ya tiempo de contraernos á la peticion fiscal.

El fiscal, guiado sin duda de un celo plausible, por mas que pueda ser equivocado, principia por decir en su escrito, folio 103

vuelto, que en este negocio deben considerarse dos cosas á la par: una la rebelion armada y otra la opinion política. El defensor tiene el disgusto de no poder admitir esta doctrina. Las opiniones no se juzgan, ni su calificacion puede ser nunca del resorte de los tribunales, que fallan sobre hechos, mas nunca sobre las opiniones. La opinion es el pensamiento, y el pensamiento es libre como el alma que lo tiene.

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La tolerancia de todas las ideas, de todas las teorías y de todos los sistemas, es el carácter distintivo de los gobiernos ilustrados; y mientras estas opiniones no se sensibilicen por actos esternos, están fuera de la jurisdiccion de las autoridades, constituidas solo para reprimir y castigar los actos materiales, pero no para perseguir el pensamiento, que se esconde de su vigilancia y se burla de su poder. Acaso habrá querido decir el fiscal que la opinion política del acusado pudiera tomarse por un antecedente que inclinára á creerla capaz del crímen que se la atribuye. Aun en este supuesto, el antecedente seria muy equívoco y de todo punto desestimable, porque ni todos los que tengan opiniones análogas á las de las personas que hicieron el movimiento se habrán mezclado en él, ni faltará tal vez entre las que concurrieron á esta trágica escena alguna cuyas opiniones sean muy diversas, por mas que se vieran arrastradas al delito por circuns tancias imprevistas ó por la mano de la fatalidad.

- Pasa en seguida el fiscal á enumerar en resúmen los cargos que se infieren contra Quiroga, y pone en primer lugar el de no haber partido para la Coruña teniendo espedido el pasaporte désde el dia 4. Se trata solo de la detencion de dos dias, y es. bien seguro que algunos mas se necesitan para orillar negocios y prepararse á tan largo viaje, sin que en esta demora pueda su-i ponerse razonablemente que haya tenido parte alguna un designio cauteloso ni una intencion reprobable.

El segundo cargo se funda en haber estado. Quiroga en Pa-. lacio la noche del 7.

A él le llevó solo la curiosidad; y si este hecho pudiera parecer estraño, dejará de mirarse como tal cuando se dé la prue

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