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londramiento embarga la razon. Alli los goces como los pesares pasan rozando la superficie del alma, sin penetrar jamás en su fondo. Alli el movimiento rápido y contínuo de los sucesos no deja lugar á que nos interroguemos á nosotros mismos. ¡Oh hombre! tú eres el ser mas desgraciado de cuantos existen. Para vivir en paz, necesitas reducirte à una vegetacion vergonzosa, y renunciar el pensamiento para adquirir el estupor del bruto, ó la insensibilidad de la piedra.

Hechas estas reflexiones dejé aquellos sitios abandonados y me cerré en el vacío, ó por mejor decir, en el desierto de mi co

razon.

MI DESPEDIDA DE ALICANTE

el dia 13 de Agosto de 1849 por la noche.

¡Qué triste suena siempre para el corazon la hora de la despedida! Doloroso es separarse de los sitios queridos, donde el alma en su postracion ha encontrado algun consuelo: pero cuando antes se habitó por mucho tiempo en estos lugares; cuando pasados algunos años se ha vuelto á ellos, como el peregrino que se sienta por un momento convidado por la amenidad de un valle, y que probablemente no volverá á sacudir de sus pies el polvo que han recogido en su marcha apresurada, decir el último adios, es á la verdad desgarrador y terrible.

Asi me sucede á mi. Yo, despues de una emigracion triste y amarga como todas las emigraciones, desembarqué en estas riberas buscando hospitalidad. Los habitantes salieron á mi encuentro, enjugaron mis lágrimas, estrecharon mi mano, y despues de colmarme de mil favores, en muestra de amistad y confianza, me lanzaron al agitado mar de la política, como el armador arroja la nave al ímpetu de las olas para que haga resonar su nombre á inmensas distancias, y en medio del espantoso mugido de las tempestades. En mi vario y azoroso derrotero he procurado conservar siempre sin mancha la bandera; pero destrozado el bajel por el huracan, rota la quilla, y perdida hasta

el áncora de la esperanza, he venido por algunos dias á guarecerme al puerto, desde el cual, y rodeado de mis amigos, dirijo las últimas palabras, porque la hora de partir de nuevo ha sonado ya.

¡Pueblo feliz, sobre el cual ha derramado el cielo mil bendiciones! Tú reposas sobre una tierra afortunada, bajo un cielo sereno y apacible, y á la orilla de un mar sin tempestades, claro y puro como el corazon en la infancia, dilatado como las esperanzas de la juventud, sosegado y tranquilo como la conciencia del justo. ¡Dichosos habitantes! Si yo pudiera conocer la envidia, vuestra suerte la escitaria en mi alma atribulada. Vuestros dias pasan sin que los conteis, vuestras horas son tejidas por el curso nunca interrumpido de vuestros placeres, vuestros jardines han sido el Eden, vuestras casas son los palacios encantados de las Hadas, vuestras mugeres son hourís, y vuestra vida toda es la traduccion material de los goces que el Profeta promete á sus escogidos. ¡Vida inefable, atmósfera misteriosa que haces aspirar la felicidad como un perfume que baña por todas partes los sentidos y penetra dulcemente en el corazon! Aquí se olvidan las inquietudes que atormentan, los cuidados que matan y los dolores que desgarran y destrozan con su dardo emponzoñado. Aquí no hay mas que quietud en el espíritu, paz en el corazon, regocijo en la vida, esperanzas doradas, recuerdos gratos, un secreto mágico, en una palabra, en cuanto nos circunda, que nos hace esclamar á pesar nuestro:-Esta es la poesía de la vida!-Y añadir con el libro sagrado:- «Hagamos tres tabernáculos, y quedémonos aquí.>>

¡Y yo tengo que dejar esta vida de espansion y de dulces emociones! ¿Para qué?.. ¿Para hacer en el mundo algun ruido? Mas este es un ruido pasajero, que bien pronto apaga el tiempo con sus exigencias de novedad, ó el viento de las pasiones encontradas que acallan y sofocan todos los ecos, como el soplo de la tormenta destruye en los bosques las armonías suaves de la noche. ¿Es para buscar alguna poca gloria? Mas la gloria es parecida á la huella que estampamos sobre la arena de la playa,

que bien pronto borran las olas con su incesante movimiento; es el humo del cigarro que el marinero fuma sentado sobre cubierta, que al instante se desvanece en el espacio. ¿Es para invocar los derechos de la humanidad y de la justicia? Mas estos son para algunos un fantasma, para otros un delirio, y para otros una paradoja risible. ¿Es para buscar goces y deleites? Mas ¡ay! que ciertas edades no tienen placeres, que los desalojan siempre del corazon la esperiencia y los desengaños, y no hay placer posible cuando se ha tenido la desgracia de perder las ilusiones y hasta las creencias.

Yo habia nacido para vivir como el rio que corre por un valle oculto, sin caudal en sus aguas y sin nombre conocido: para vivir entre libros, entre flores, en la soledad del pensamiento, en el recogimiento del alma, porque podia decir con Chateaubriand mejor que ningun otro:-«El desierto, una palmera, una fuente y una muger, hé aquí todo lo que necesito.»>———

Y sin embargo, el brazo de hierro de un destino fatal me empuja siempre en el camino de la vida, y me coloca donde no quisiera encontrarme. Esclavitud en la sociedad, esclavitud en la posicion, esclavitud en la familia, esclavitud siempre, á todas horas y en todas partes. Este es el mayor martirio para un hombre que nació libre como el aire, con instintos tan libres como los del pájaro viajero, y con las necesidades vagas y caprichosas de la imaginacion. ¡Tal-es mi suerte!

¡Qué momentos tan encantados he pasado otro tiempo en estos parajes! ¡Cuántas veces, en las altas horas de la noche, dirigia mis paseos solitarios al malecon, á cuyo pié vienen á estrellarse las olas que acaso han bañado las costas del Africa! Allí en recojido silencio, y penetrado de un sentimiento á la vez santo y terreno, contemplaba el cielo tachonado de estrellas, que, como otras tantas piedras preciosas, derramahan sobre el mundo una luz viva y bienhechora. Allí miraba la luna en su lleno, que se ofrecia á mi adoracion como una hostia inmaculada, que se asemejaba á una lámpara de tibia luz colgada en el firmamento para endulzar nuestros pesares y sonreir nuestras

ilusiones desde allí veia los barcos que se mecian mueliemente sobre las aguas dormidas; y veia tambien sus luces oscilar en un movimiento contínuo, como las esperanzas del hombre que no tienen punto fijo de descanso. Yo contemplaba esta escena mágica con un enternecimiento profundo, y el blando soplo de la brisa, y el quejido melancólico del mar, y los suspiros de mi corazon, y la armonía toda de la naturaleza que formaba un concierto de placer y de dicha inefables, me entregaban á un delirio febril entre santo y voluptuoso. Entonces en los estravíos de mi imaginacion volcánica, y como si los afectos que rebosaba mi corazon no cupiesen en el espacio, ni bastaran á satisfacer la ansiedad devorante de mi alma todos los amores y todas las mugeres de Europa, creia ver una hermosa mora en pie y contemplando como yo las aguas desde la orilla opuesta, y en alas del amor cruzaba los mares, y me arrojaba á sus pies y estrechaba apasionadamente su mano: y su aliento embriagador, como el de la primavera, y los latidos de su pecho que apretaba contra el mio, y el dulce beso de su boca, y el ondeante giro de su velo, y sus palabras que comprendia sin entender su lengua; todo este conjunto de quimeras y sombras elevaban mi ser como un resorte elástico, y me remontaban al cielo para revelarme sus espléndidas maravillas.

Entonces fué sin duda cuando mi corazon despertó á mi imaginacion, y cuando Dios en su bondad hizo caer sobre mí una pequeña chispa de inspiracion, para que mis palabras no fueran siempre infecundas. ¡Momentos dichosos de embriaguez y de fantasía, que habeis huido de mi para no volver! Vosotros formásteis entonces todas mis delicias, y sois todavía el tesoro de mis mas dulces recuerdos. ¡Suavísimas memorias! Desfilad todavia otra vez por delante de mí, que yo os vea, que yo oS cuente, que yo os palpe, por si es la última vez que puedo disfrutar de vuestro encanto con la mágia de estos sitios santificados en este momento por el dolor.

Despues de estos éxtasis ardientes, volvia á mi casa arrastrando lentamente los pies por el suelo, pero envuelta mi caTOMO VI.

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