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comendado, y todo les era lícito con tal que diesen feliz cima á su empresa. Tanta era la fé que se tenia en estos medios federales de gobierno aislado, que en muchas provincias, además de la junta instalada en la capital, habia otras varias en las cabezas de los partidos, y hasta en pueblos subalternos é insignificantes. Esta multiplicidad perjudicaba á las veces impidiendo la uniformidad de pensamiento y de accion.

Ya se ha dicho antes que el partido moderado consiguió desde el principio apoderarse de las deliberaciones de la mayor parte de estos cuerpos, por ser mayor el número de individuos entre los que los componian, pertenecientes á la fraccion conservadora, que los que pertenecian á las de opuesto matiz. ¿Cómo se esplica este fenómeno? ¿Cómo siendo progresistas en su totalidad los hombres que habian formado el Ministerio de 9 de Mayo; siendo progresistas las doctrinas sobre que basaron su programa, y teniendo el movimiento de Junio el objeto de poner en nueva accion á aquellos hombres y aquel programa, no obtuvo en el movimiento una preponderancia decisiva el partido progresista, sino que quedaron todas las ventajas del lado de los que antes habian sido y despues fueron sus adversarios? ¿Cómo aquella desigualdad ha ido creciendo en vez de disminuirse con el tiempo y con los posteriores sucesos? Necesario es detenernos un momento para encontrar la causa de esta anomalía.

El partido moderado se encuentra por lo comun compacto y unido: el progresista, por el contrario, confundiendo frecuentemente el espíritu de noble independencia con el instinto ciego de lastimosa insubordinacion, carece de acuerdo en sus combinaciones y de unidad al ejecutarlas. Cuando no se quiere someter unas voluntades á otras para que todas se dirijan de frente á un objeto dado, los esfuerzos son solo parciales, y no pueden producir un resultado total y decisivo. Los hombres en estas circunstancias son lo que los números. Puestos en columnas sucesivas, representan pequeñas cantidades; colocados todos unidos y en la misma línea, tienen un valor inmenso.

Pasando de esta causa á otra mas radical, encontraremos el origen de la desventajosa posicion del partido progresista, en el modo con que siempre ha sido tratado, y burladas sus esperanzas. En premio de grandes y reiterados sacrificios, solo ha logrado concesiones escasas, hijas de la necesidad, y acordadas por lo tanto con una voluntad dudosa, y con la confianza y el oculto pensamiento de retirarlas algun dia. La historia de sucesos muy cercanos á nosotros no nos permite por desgracia dudar de esta triste verdad. Recordemos antecedentes.

A la muerte del Rey D. Fernando VII se conocian principalmente en España dos partidos políticos: uno absolutista, que deseaba ver en el trono á un príncipe despótico y fanatizado: otro liberal, que temiendo al despotismo y á la inquisicion, y anhelando por unas instituciones libres, se mostraba dispuesto á defender á la persona que se las prometiera y asegurara. La Reina Cristina para afianzar el cetro en las manos de su hija, no tenia eleccion entre aquellos dos partidos. El primero la rechazaba porque queria que la corona ciñese las sienes de Don Cárlos. Solo en el segundo podia encontrarse apoyo y defensa; mas para ello era indispensable ceder al espíritu liberal y entrar en el camino de los principios cuya consignacion y cumplimiento se reclamaba. Esta, sin embargo, debia ser una concesion penosa; y todas las concesiones que no son completamente espontáneas, prometen poca estabilidad y duracion. Y digo que las concesiones que á la sazon se hicieron no podian mirarse mas que como una capitulacion que arrancaba al poder la necesidad mas apremiante; y una prueba segura de este aserto se habia dado en el célebre manifiesto de 4 de Octubre de 1833, en que paladinamente decia la Reina Gobernadora que seguiria gobernando el Estado por los mismos principios y prácticas que habian regido hasta entonces. Este célebre documento (59), tan notable por su estraña redaccion como por las ideas absolutistas que contenia, merece bien de nuestra parte alguna observacion ligera. Tal era en uno de los párrafos su terminante contenido: «Tengo la mas íntima satisfaccion de que sea un deber para mí

conservar intacto el depósito de la autoridad real que se me ha confiado. Yo mantendré religiosamente la forma y las leyes fundamentales de la Monarquía, sin admitir innovaciones peligrosas, aunque halagüeñas en su principio, probadas ya sobradamente por nuestra desgracia. La mejor forma de gobierno para un pais es aquella á que está acostumbrado. Un poder estable y compacto, fundado en leyes antiguas, respetado por la costumbre, consagrado por los siglos, es el instrumento mas poderoso para obrar el bien de los pueblos, que no se consigue debilitando la autoridad, combatiendo las ideas, las habitudes y las instituciones establecidas, contrariando los intereses y las esperanzas actuales para crear nuevas ambiciones y exigencias, concitando las pasiones del pueblo, poniendo en lucha ó en sobresalto á los individuos, y á la sociedad entera en convulsion. Yo trasladaré el cetro de las Españas á manos de la Reina, á quien le ha dado la ley, íntegro, sin menoscabo ni detrimento, como la ley misma se le ha dado.>>

¿Podia en menos palabras espresarse una condenacion mas abierta de las mejoras políticas á que lleva el desarrollo de las sociedades, el instinto de los pueblos y el espíritu de perfectibilidad, ni pronunciarse una apología mas cumplida del poder absoluto? ¿Podia afirmarse de un modo mas decisivo la creencia y la resolucion de no entrar jamás por modificaciones de ninguna especie, á que de antemano se bautizaba con el nombre de innovaciones peligrosas, para descargar despues sobre ellas el mas terrible anatema? Tal era, pues, el pensamiento que entonces se abrigaba; pensamiento en que acaso se haya perseverado siempre, y que jamás se hubiera desmentido con ningun género de concesion, si las circunstancias no fueran muchas veces mas poderosas que los hombres.

Mas los partidarios de D. Cárlos mostraron mas disposicion á resistir que á ceder. Dióse el menguado Estatuto, por el cual la nacion no era ni representada ni defendida. Clamóse en el Estamento de Procuradores por la tabla de derechos, que fué siempre denegada con obstinada porfia; y el silencio á que reduce la

disolucion á una Cámara animada é imponente, y las elecciones verificadas con influencias ilegítimas, y las injusticias repetidas,

y las persecuciones arbitrarias, y todo linaje de demasías y de abusos, agotaron el sufrimiento, y fueron motivo de que se renovase la faz de la administracion y nuestra situacion política en Agosto de 1836. El terreno habia sido disputado por líneas durante dos años, y en ellos no habia sido bastante precio para comprar una concesion generosa á la vez que reclamada por la justicia, ni la sangre que à torrentes se derramaba en las provincias del Norte y en otros puntos para salvar al trono en peligro, ni las desgracias sin cuento que por todas partes abortaba en su siniestro vuelo el génio de la devastacion. En pos del Ministerio del año treinta y seis vino la Constitucion del treinta y siete; pero el primero cayó bien pronto derribado por una espada, y al choque de intrigas y acontecimientos que no son de este lugar; y la segunda quedó reducida á un vano nombre, pues que no se invocaba sino para infringirla y escarnecerla. Agotada la paciencia y sustituida por el despecho, la nacion se alzó de nuevo en el año cuarenta para asegurar sus instituciones. Este período señaló el triunfo del partido progresista, y parecia fijar sus destinos de una manera irrevocable; mas bien pronto la discordia y las disensiones intestinas vinieron á ahogar en su cuna las mas bellas esperanzas, y á poner en pugna abierta á los hombres que en el último alzamiento habian peleado juntos y juntos habian vencido. La cues-tion de Regencia, preparada y resuelta del modo que muchos conocen, dejó profundas raices de odio y animadversion. Se hizo á los vencidos un delito de la independencia de sus opiniones, se les miró con desden y retraimiento; y la union y la confianza, tan necesarias á un partido político, dejó de existir desde aquella malhadada hora. El disgusto del pais fué creciendo con los desaciertos de los gobernantes; llegó el alzamiento del año de cuarenta y tres, y con él y despues de él los sucesos de que nos estamos ocupando.

Tal es la série de los acontecimientos desde el año treinta y tres acá. El pueblo siempre esforzado y generoso, siempre desaten

dido y engañado. Halagado cuando se le concitaba á la pelea, olvidado y pospuesto despues de la victoria. La dominacion del partido moderado habia sido casi contínua. Solo se sobrepuso el progresista en el año de treinta y seis, y en el corto período de pocos meses dió una Constitucion y avanzó grandes reformas, Volvió al mando en el año cuarenta, pero sin color decisivo, sin temple firme y enérgico: los hombres que empuñaron las riendas del gobierno, debilitados por la division y guiados por un instinto fatal de odio y resentimiento, se emanciparon la opinion, y provocaron el choque cuyas consecuencias lloramos en el dia. Si los progresistas en las épocas de su mando pasajero han entrado en el camino de los principios mas liberales y de las mas saludables reformas, han sido bien pronto interceptados en su marcha, y las reacciones mas escandalosas han venido á ser el triste resultado de sus perdidos afanes. La nacion, espectadora de contínuo de lastimosas contradicciones y de increibles apostasías, ha presenciado cómo se parodiaba á su vista la fábula de la tela de Penélope, y cómo se segaban en flor sus doradas ilusiones. He aquí la verdadera causa de que hayan venido á ser infecundas entre nosotros las doctrinas á cuya realizacion está fiada la suerte de los pueblos. A lo mas se ha permitido arrojar la semilla; pero la planta ha sido arrancada antes de que pudiera desarrollarse y dar sazonados frutos.

¿Por qué ha sucedido asi, repetimos? Porque nada se ha concedido por el poder sino de mal grado, y se ha aprovechado la primera ocasion para desmentir las ofertas y para derribar la obra comenzada. Tal es el verdadero secreto de tan estrañas vicisitudes. Asi vimos que si en el año de treinta y cuatro se hizo una llamada general á los hombres liberales, y se les halagó y animó con una perspectiva mágica, bien pronto una realidad sombría sustituyó á aquellas encantadas creencias, porque no habia sido la espontaneidad, sino la necesidad y el apremio los ocultos motivos de aquella conducta entonces tan celebrada. Quede, pues, la gratitud, cuyo deber tanto se pondera todavia, para otras ocasiones en que tenga mas justos y fundados títulos. La gratitud solo se debe al TOMO VI.

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