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ve crucero lo que los barcos que se encuentran en alta mar. Nos detenemos algunos instantes, cambiamos algunas palabras, y en seguida nos separamos para no volvernos á ver.

Estaba yo embebecido en estas reflexiones, cuando ue sacó de ellas el ruido de los pasos de una persona que se acercaba. Era un hombre que al anunciarse los primeros albores del dia marchaba sin duda al trabajo. Le seguia un niño como de unos diez años, que por los ademanes y el tono y espresion de su voz entrecortada, comprendí que le pedia con instancia alguna cosa. El padre nada respondia, apresuraba su marcha como para alejarse de aquel ruego importuno, y á la dudosa claridad del alba me pareció ver que se enjugaba con la vuelta de la mano las lágrimas que rodaban por sus megillas.-¡Infelices! esclamé. ¡Qué desgraciada es vuestra suerte! Os afanais para vivir en la indigencia, vuestros juegos en la infancia son las penalidades y tormentos, el amor y el matrimonio es para vosotros un suplicio en vez de ser un placer, y despues... despues oís llorar á vuestros hijos con el lloro del hambre, y su llanto os parte el corazon, porque no podeis partirles pan. Naceis para trabajar, trabajais para no gozar nunca; vivís para sufrir, y morís para ser prontamente olvidados, porque la miseria mata hasta los nacidos.

Los poderosos no han pasado jamás por ese martirio. Sus hijos son mecidos en cunas de oro; despues tienen siempre à sus órdenes numerosos criados que sirvan á sus caprichos y hasta á sus vicios espléndidos, y no saben lo que es verlos alargar sus manos escuálidas sin poderles dar mas que lágrimas é imprecaciones.

Esta comparacion me aterró, porque la noche, la soledad y la luna dan un colorido mas solemne y mas lúgubre á las ideas que evoca nuestra reflexion. Quise buscar en mi casa un refugio contra mis pensamientos, y dejé aquel sitio sobre cuya tierra crecian los árboles y las rosas, pero cuyo espacio estaba para mí habitado por la melancolía que oprime el corazon y por el dolor que lo despedaza.

A LA LUNA.

Segunda noche.

Esta noche quiero alejarme con el pensamiento de la tierra, y preguntarte, oh luna, para penetrar tus arcanos. Tú debes ser nuestra amiga, aunque solo sea por la proximidad, porque ¿qué son sesenta y siete mil leguas que distas de nosotros, en comparacion de los veinte y siete millones que nos separan del sol, y de la distancia infinitamente mayor á que están algunas estrellas fijas, cuya luz tarda mas de tres años en cruzar ese inmenso espacio, en tanto que la de tu hermano llega á nuestro planeta en poco mas de ocho minutos? Tan cerca de esta mansion de infortunio, acaso nos ves arrastrarnos por el lado de nuestras miserias, y acaso tambien llegan á tí los ecos de nuestros dolores. Tú nos ves y nos escuchas, ostentando tu frente apacible y melancólica en medio de la serenidad de los cielos, como una jóven modesta fija su lánguida mirada á través del velo que cubre su rostro. ¡Pero qué consuelo y qué tristeza contemplativa inspiras al corazon! No das la alegría estrepitosa de los festines, ni el brio y atolondrador placer de una bacanal; pero haces sentir al alma un recogimiento profundo, abres el corazon á todas las impresiones y á todos los recuerdos dulces, y das al pensamiento ese secreto de tierna sensibilidad, que hace encontrar deleite

en el lloro. El sol nos hace vivir; pero tú nos haces pensar, y el pensamiento es mas que la vida, porque es el destello de Dios que se revela en la frágil cabeza del hombre. No hay escena que no sea tierna y dulce cuando tú eres el fanal que la alumbra. El navegante, al ver la magestad silenciosa con que recorres los espacios y al escuchar romperse apaciblemente contra la quilla de su buque las olas que reflejan tus rayos de plata, mezcla un suspiro involuntario á ese lamento indefinible de la naturaleza, y no teme la tempestad ni los escollos, teniéndote á tí por guia. El labrador, sentado con su familia á la puerta de su cabaña, ve jugar sus hijos á tu resplandor en tanto que le presentas sus doradas espigas, y su corazon se llena de un doble regocijo. El amante encuentra mas bella á su amada cuando sus ojos brillan entre tu claridad; y solo cuando tú presides aquellas escenas de amor, es cuando en ellas se pronuncian palabras que dictan los ángeles, y que se llevan las auras para que no queden en el mundo. ¿Qué importa que seas cuarenta y nueve veces menor que la tierra, qué importa que tu luz sea trescientas sesenta mil veces mas débil que la del sol, si con tu pequeñez y con esa claridad tímida y quebrada nos traes el regocijo y los amores?

Pero se dice que eres un cuerpo opaco, y que no luces sino con una luz prestada. ¡Ojalá los hombres que hacen esta observacion de menosprecio supieran imitarte! ¡Ojalá derramaran en los desgraciados los bienes que reciben del cielo, como tú derramas sobre la tierra la luz que recibes del sol!

Tú tienes tu epacta ó edad como nosotros; pero la tuya renace, en tanto que la nuestra pasa para no volver. Tú te levantas del sepulcro en que te ocultas cada noche, y vuelves á aparecer tan esplendente y tan bella. Nosotros corremos en breves años desde la cuna al féretro, y la losa que lo cubre no se levanta ya mas. Alguna vez la rompe ó agrieta el tiempo con su mano destructora; mas el rayo del sol que entonces penetra en la tumba, no reanima el polvo ni da movimiento á los huesos esparcidos, porque las puertas de la eternidad no se

abren dos veces para el que llegó á traspasar sus umbrales.

Pero dime, oh luna: ¿qué son esas sombras que se descubren en tu disco, parecidas á continentes con sus montañas; qué son esos otros espacios brillantes que se alcanzan con el telescopio, y que figuran ser mares dilatados que se revuelven contigo en tu contínuo movimiento? ¿Te pueblan, por ventura, habitantes mas o menos parecidos á los de nuestro planeta? Por acá nada sabemos en medio de nuestro insensato orgullo y de nuestra ridícula vanidad. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que estás colgada en el firmamento, testigo impasible de las revoluciones del mundo? ¿Están acaso habitados los demás planetas por seres análogos por sus cualidades, que se acomoden al calor abrasador de Saturno y al frio glacial de Urano? ¿Cuántos años há que esta magnífica obra salió del caos al impulso de una mano omnipotente? ¿Cuándo tuvo principio, y cuándo tendrá fin ese cuadro de portentos? ¿Cuándo se trazó la primera lí– nea de ese mapa de maravillas, y cuándo borrará todo lo escrito en él el dedo de ese autor supremo é inconmensurable?

¡Qué pobre es nuestro saber, y qué escasa nuestra inteligencia! Nuestra vida es la duda, y no tiene mas que un hecho cierto é inevitable, que es la muerte. A ella llegamos sin saber siquiera cómo hemos vivido.

¿Por qué perdernos en tantas conjeturas? ¿Podremos nunca averiguar si el origen del mundo se ha debido á la accion del agua ó á la del fuego? ¿Podremos indagar de una manera positiva, si fué resultado de un desprendimiento de la masa solar, debida al choque violento de un cometa, y si despues ha ido haciéndose habitable, segun avanzara el enfriamiento de su corteza? ¿No esplicaremos nunca de una manera satisfactoria la accion del fuego central de nuestro globo, para señalar por ella la vida exuberante de las regiones tropicales, y la vida lánguida y yerta de los lugares situados al polo? En todas partes vive el hombre, y lo mismo se le ha encontrado en las orillas del Senegal, donde el calor hace hervir el espíritu de vino, que al norte del Asia, en que el frio es tan intenso que congela hasta el mercurio.

Y sia ir tan lejos, sin remontarnos á tanta altura, ¿cuándo ha aparecido el hombre en la tierra? El Génesis marca espacios, pero no los determina. El mundo debe ser muy antiguo, y sus revoluciones contínuas han debido variar su faz mas de una vez. ¿Qué se ha hecho de los poderosos Asirios y de los sábios Egipcios? ¿Cómo han pasado sobre la tierra tanto poder y tanta gloria, dejándonos solo un eco que se ha ido perdiendo en los senos infinitos del tiempo, como el ruido espantoso que forma la catarata del Niágara se pierde en el espacio de aquellas soledades? ¡Triste idea por cierto, que lleva al desaliento y á la amargura! El viajero pisa hoy la gloria de tantos siglos, y se sienta distraido lo mismo sobre el sepulcro de Aquiles, que sobre el de Hector. Los palacios de Creso y de Priamo han venido á tierra, y una soledad imponente reina y domina donde antes se levantaban las ciudades mas populosas. El pueblo de Moisés, guiado en aquel tiempo por la mano y por la voz de Dios, es un peregrino sin descanso, y la tierra está muda donde antes resonaba el arpa melodiosa de David. Babilonia, la primera ciudad del mundo, desapareció con sus brillantes destinos; hoy el pastor Arabe atraviesa con sus ganados las ruinas que quedan de Palmira, y la opulenta Tiro que dominaba en los mares, está reducida á un puñado de escombros sobre los cuales pone á secar silvando el pescador sus redes para arrojarlas de nuevo a las aguas. Y no obstante, por esa gloria y por ese brillo de exhalacion se afanan y destruyen los hombres; y como si todavía no bastára este testimonio de su insensatez, quieren subir hasta á la creacion, remontarse á los astros y medirlos con el compás de su presuncion insolente: quieren remover el polvo de lo pasado que ha amontonado la mano de los siglos: quieren descifrar los enigmas de ese poder que asombra y deslumbra.

¡Cuántas escenas de luto presenciarás, astro bienhechor, para cada una de felicidad en la tierra. Sí: porque el hombre nace llorando, y exhala su último aliento con el suspiro de la agonia! ¡Cuántos ojos á esta misma hora se abrasarán en lágrimas, al dirigirse buscando un consuelo hácia tus lánguidos resplandores!

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