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Pero en las selvas es donde mas se revela toda tu mágia. Allí, en una serenidad que nada altera, el silencio invade los bosques; de vez en cuando un soplo de viento hace escapar de las ramas de los árboles un quejido lastimero, y el chillido del pájaro de la noche, y la mansa y callada corriente del rio, y la armonía toda de la naturaleza, dan al cuadro un interés casi pavoroso, mezclado de secretos y de encantos inesplicables.

En las pláticas sabrosas de los que se aman, tu influencia es mas dulce y mas espansiva. Entonces tu luz nacarada presta nuevas gracias al rostro que se adora; la naturaleza adormecida parece arrullar la dicha de aquellos fugaces momentos, del cáliz de la flor parte la fragancia que embriaga los sentidos y conmueve el corazon, y brillan con nítida luz mil astros, como si fueran otras tantas antorchas encendidas para alumbrar á aquel himeneo.

Vosotros sois felices, amantes favorecidos, porque gozais del presente sin estudiarlo ni comprenderlo, sin volver la vista á lo pasado, ni lanzarla hacia el porvenir. No alceis el velo si quereis que vuestra dicha no desaparezca. No pretendais examinar la copa, porque encontrareis el veneno en su fondo. Permaneced en un error tan agradable y sabroso, porque al fin la vida de las ilusiones es una dulcísima realidad.

¡Cuántas veces, oh luna, en los años de mi crédula adolescencia, repasaba yo mirándote todas mis dichas, y te las contaba como si fueras una amiga que tomara parte en mi felicidad! Parecíame que me escuchabas, y aun que sonreias á mis delirios. Todavia hoy al escribir estos renglones á la claridad de tus rayos, me parece rejuvenecerme, porque veo tu frente como entonces, y como entonces siento tu inspiracion; pero entonces mi corazon era el fuego que devora, y hoy es la ceniza que cubre aquel fuego ya casi estinguido.

Pero tú avanzas lentamente á tu ocaso, rodando tu carro àrgentino sobre las llanuras azuladas, como el mancebo se retira con paso sosegado de la cabaña en que ha visitado á su querida. Adios, divinidad amiga de los amantes. Tu luz alumbró los

juegos de mi infancia, hizo despues compañía á mis amores, mas tarde me ha revelado por mi mal la tristeza del pensamiento, y tal vez dentro de poco vendrán á quebrarse tus destellos. sobre la losa de mi sepulcro. Acaso entonces un rayo furtivo que escape de tu disco, permita pasajero al leer mi oscuro y olvidado epitafio, y él esclame deteniéndose un momento:-«Aquí descansa un corazon que ha debido sufrir mucho, porque era muy sensible, y porque vivió con la esperanza, que es una sombra, y despues con el desengaño, que es la mas amarga de todas las realidades.»

EL MAR,

mirado desde la montaña en los baños de Busot.

Cuando se contempla el mar desde la cubierta del buque en que cruzamos sus caminos, la impresion es grande, pero vá mezclada de un temor secreto que á la vez dilata el alma y la oprime. Cuando lo miramos desde tierra colocados en una montaña que domina las olas, el cuadro que se ofrece á nuestra vista es imponente y magnífico, y ningun recelo, ningun presentimiento pavoroso detiene los vuelos de nuestra imaginacion. Así el caminante perdido en medio de las selvas oye con estremecimiento el rugido del leon, pero lo mira sin susto cuando lo vé pasearse sosegadamente en su jaula de hierro. En calma y en serenidad te miro yo, oh mar, desde esta elevacion, y te miro ne toda tu belleza sublime, porque antes de llegar á aquí, se han recibido mil impresiones que nos preparan para presenciar el último y el mas grandioso de todos los espectáculos.

Saliendo de la morada de los baños, lugar en que se han reunido la comodidad, el aseo y el gusto, sigue hácia la parte del Mediodia un paseo solitario y ameno, rodeado por todas partes de vistas encantadoras. Arboles corpulentos y de inmensas copas hacen contínua sombra á los pretiles del puente por donde

se entra al establecimiento, y que es el sitio donde se venden las frutas, donde se entretienen los bañistas en las horas de ocio y de calor, y donde vienen á descansar los que convidados por la amenidad del paraje acaban de hacer largas correrías.

Sentados en estos poyos, si se levanta la vista, se ven mecerse las hojas de los árboles formando un ruido agradable que convida á la meditacion y á la molicie; si las miradas se dirigen á un lado, encuentran los edificios con una sorprendente regularidad y elegancia; si se vuelven á otra parte, se halla la cortina de follage que forman miles de arbustos y las hojas y racimos de las parras entretejidas con ellos; y si, por último, miramos al frente á poca distancia, se ve un mar estenso, alegre como la esperanza y sereno como un estanque. El corazon se apega naturalmente á este lugar aspirando su mágia, y rehusaria dejarlo, si no le moviese la curiosidad de presenciar nuevas maravillas.

Siguese, pues, la ruta con una admiracion siempre creciente. A la derecha escarpadas montañas, coetáneas del mundo y destinadas á desafiar el poder de los siglos. El hombre, sin embargo, ha invadido sus dominios, y ha poblado sus gargantas y sus crestas con bosques de algarrobas, que ofrecen en lontananza su oscuro y melancólico verdor. A la izquierda se ven millares de frutales con vides enlazadas, y por los claros que dejan se descubre el mar, que parece dormir y tenderse muellemente sobre su lecho de arena. A los dos lados del paseo, el olmo, la acacia, el terebinto, el sauce lloron, el pino, la palma, la adelfa y el mústio ciprés, inspiran con su mezcla caprichosa sentimientos encontrados, y hacen parar contínua y alternativamente al corazon en medio de una serenidad deleitable, de la espansion à la inmovilidad, de la alegría que no atolondra á una melancolía apacible, y de la admiracion al enternecimiento. Bájase una pendiente suave, y á la derecha como robada á la vista de los hombres por la mano de la naturaleza, mas poderosa que ellos, se vé la casa del propietario, cuya idea me hizo

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recordar á Adan cuando en las horas de su inocencia era señor del Paraiso.

Continúa el camino que parece terminar en unos arcos de ciprés, á que la tijera ha dado formas esbeltas y graciosas. Allí nos acordamos involuntariamente de las tumbas en que viene á esconderse la vida del hombre, y que tambien suelen estar rodeadas de cipreses, y creemos que hemos acabado nuestra escursion como la existencia acaba al pie de estos árboles compañeros de los sepulcros. Pero bien pronto se descubre una colina guarnecida de pinos nacientes, de romeros con sus azuladas flores, y de tomillos con su consoladora fragancia. Trepa el pie la anchurosa senda que adelanta en forma espiral, atraviesa aquel laberinto de flores silvestres y de plantas que son remedios, y al llegar en pocos minutos á la estensa esplanada en que concluye la cuesta, se encuentra en un balcon mágico, desde donde se le ofrece el cuadro de la omnipotencia con todos sus encantos y portentos.

Cuando he llegado aquí, mi admiracion se ha convertido siempre en estupor. Tanta grandeza anonada nuestro espíritu, como la luz viva del sol no puede resistirse por el que acaba de sufrir la operacion de la catarata. ¡Qué mapa tan asombroso, qué líneas tan inmensas, qué matices tan vivos, qué obra tan acabada y pasmosa! En la periferia de que es punto céntrico esta esplanada, picos de montañas volcánicas, tan secos y elevados que parece querer arrojar sobre las estrellas su lava, en medio de la noche apacible y muda. Un poco mas abajo, la vegetacion de la naturaleza en toda su lozania. A la derecha, Alicante con sus jardines, con sus palacios y con sus buques, que se balancean anclados en su puerto. A nuestros pies una alfombra de verde, tejida por tantas ramas, que se inclinan con el peso de sus frutos. Y delante de nosotros... Delante de nosotros, una llanura inmensa de mar, sin otro límite que el de la union aparente del cielo y de las aguas.

De ellas se levantan á lo lejos blanquecinos vapores, que hacen estos confines oscuros é indeterminados. Así son los cami

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