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nos de la vida, bordados de flores, claros y animados en la juventud, mústios, helados y cubiertos de sombras en la edad adelantada de los desengaños y de los dolores. Bien lo sé por mí mismo. Aun esta escena tan deleitable tiene para mi algo de fúnebre, algo de melancólico y siniestro, bien diferente de aquella alegría bullidora, y aun de aquel placer de éxtasis con que la veia en otro tiempo. Y es, que es un grande mal tener jóvenes los ojos, mústio y desgarrado el corazon. Y es, que yo llevo la melancolía dentro de mí, y la derramo sobre todos los objetos que me rodean; y es, que me encuentro ya en el invierno de la vida, y que en él nuestros dias, como los árboles, no tienen ni hojas, ni flores, ni frutos. Tienen en su base la escarcha que los hiela, y en su cabeza el ramaje de los sueños y esperanzas tronchado por la furia de los aquilones. ¡Qué miserables somos! En una edad no sabemos vivir, y en otra no podemos vivir. La vida es un enigma que no comprendemos, sino cuando ya no podemos gozar de ella.

Pero dime, oh mar: ¿cuál es tu poder, que encadenas hasta el pensamiento de quien te comtempla? En estos primeros instantes de sorpresa y arrobamiento, yo quiero pensar, y no puedo. Tu vista ha paralizado mis facultades, como la mirada de la serpiente fascina y entorpece al ave medrosa. Siento la vida, y no puedo medirla ni calcularla. Tengo vacío de cabeza y plenitud de corazon. He aquí todo. Esta es la única esplicacion que puedo dar de mí mismo.

Tú estás ahí desde que el Océano en uno de sus esfuerzos te sacudió sobre tierras antiguas, á la manera que la ballena arroja en sus estremecimientos el agua que ha tragado en el piélago en que vive. Acaso las olas que ahora vienen á quebrarse á nuestros pies, han lamido otras veces las abrasadas arenas del Africa. Decidme, pues: ¿qué queda de Cartago, de esa heróica competidora de Roma, de esa ciudad vencedora de los Régulos y de las gigantescas montañas de los Alpes? No lejos de aquí se divisa Denia, nombre degenerado de Diana, por el templo que en ella habian erigido los romanos, y tampoco de sus antiguos seTOMO VI.

ñores conserva mas que un nombre la historia, ni otra cosa la naturaleza que el mons angoris, monte de la agonía, suplicio parecido al de la roca Tarpeya. Tú, mar, te hallas estendido como una cinta de plata entre este monumento vivo de un poder que se hundió, y aquellas ruinas calladas que recuerdan grandes hechos, y arrullas ó azotas igualmente al vencedor que al vencido, al verdugo que á la víctima.

¡Cuántos horizontes parecidos al que desde aquí se descubre seguirán y se reemplazarán hasta llegar á las playas opuestas! Asi navegamos todos por el mar de nuestras quimeras. Guiamos nuestro rumbo en la direccion de nuestros deseos, llegamos al término en busca de la felicidad, y vemos que no está allí: otra vez hinchamos la vela y aprestamos el remo hácia otro punto lejano y presentido, y nuestros afanes nos llevan á igual resultado; hasta que rendido el espíritu, seco y quebrantado el corazon, mueren las esperanzas y se abate el alma en la conviccion dolorosa de la inutilidad de sus fatigas. Y sin embargo, esta es la vida. Afanar contínuamente. ¿Y para qué? Para correr tras de una sombra; para adquirir una gloria que es el humo; para asegurar la fortuna que es el viento con todas sus mudanzas;`para conquistar afectos que el tiempo y la inconstancia destruyen; y para adquirirnos, por último, una fosa, que es el término y el fin de todas las inquietudes y de todas la vanidades.

¡En cuántas cosas, oh mar, te asemejas al hombre! Tú tienes tu fondo profundo é insondable: es tambien el del corazon humano en sus cálculos y designios: tú tienes tu inmensidad, que se parece, aunque lejanamente, á la inmensidad del pensamiento: tú tienes tus borrascas, semejantes á las tempestades que nos agitan, principalmente en los años de la juventud: tú tienes á las veces un oleaje furioso que te revuelve entre espumas, como el soplo del infortunio combate con frecuencia al mortal desventurado: tú tienes tus momentos de apacibilidad y de calma, parecidos á los fugaces instantes de amor y de ventura que se conceden al hombre en la tierra: tú, finalmente, te diriges con el rizo de tus aguas hácia la costa que te encarcela, como la vida

del hombre marcha contínuamente hácia la tumba que guarda despues los restos de su existencia. Mas tú al derramarte sobre playas y costas repones tus pérdidas con el tributo de mil rios, y en nuestro sepulcro nada penetra que pueda sostenernos ni reanimarnos. Solo pasa sobre su losa un rio, que es el Leteo, para que el mundo de los vivos olvide enteramente al mundo de los muertos, y el tiempo borre con su dedo los nombres que desaparecieron y el recuerdo que instantáneamente nos sobrevive.

¡Qué vasta y que soberbia es tu dominacion! ¿Qué seria de los palacios de los Reyes, de esos monumentos que la mano del arquitecto levanta para servir á la vanidad del poder, si descargases sobre ellos el azote de tu cólera? Las columnas caerian en pedazos á tu menor estremecimiento; tantas preciosidades reunidas nadarian en tropel entre tus aguas diáfanas, y tus olas se pasearian magestuosamente sobre los tesoros de los dominadores del mundo. Dario tuvo la insensatez de mandarte azotar para mostrarte su enojo; y si en aquel instante hubieras abierto tu seno, te hubieras tragado al presuntuoso Rey con toda su flota.

Pero dime, oh Mediterráneo: ¿han sido siempre los que hoy los límites de tu imperio y los del de tu padre el Océano? ¿Ha existido la famosa Atlántica de Platon? ¿Es verdad que hicieron las aguas el largo camino de todas aquellas regiones en solo un dia y una noche, y que en tan breve tiempo pasearon su triunfo. sobre los torreones y sobre las cordilleras de las comarcas inundadas? ¿Han salido á las veces en lo antiguo de tu seno rocas é islas enteras para aparecer á la luz del sol? ¿Se han debido estas trasformaciones á las irrupciones volcánicas? Asi nos inclinan á creerlo los vestigios que se conservan en las Azores, islas de la Madera, Canarias y de Cabo-Verde, en las de Santa Elena, y en varios puntos de la Oceanía. Mas yo te lo pregunto porque los hombres nada saben, ni conservan datos en sus archivos de ayer para satisfacer nuestra curiosidad inquieta.

Tú eres en verdad muy pequeño, y sin embargo bañas pueblos diferentes que han recorrido toda la escala del ambrutecimiento y de la civilizacion. Tú has podido oir el llanto del

esclavo, el grito del salvaje, y levantando tu cabeza mirar el lago, los obeliscos y las pirámides, y que todavia se ofrecen at viajero para atestiguarle el poder hundido del pueblo Egipcio.

Dividiendo la parte meridional de Europa de la septentrional del Africa, colocas á cierta distancia dos pueblos que por ocho siglos vivieron juntos entre alianzas y combates. No has podido con todo borrar los rasgos de la fisonomía característica de ambas familias; y en tanto que à la otra parte respira Argel una atmósfera embalsamada por sus colinas de naranjos y el ocioso argelino fuma su pipa tendido al pie de una palmera, como si tú, oh mar, fueras un espejo que reflejara los paisajes, aparecen. á esta parte, embutidas tambien en naranjos y palmas, Valencia, Elche, Orihuela y Murcia. Y el traje popular y las fiestas y danzas de sus habitantes, y los hermosos ojos de sus mugeres, y la imaginacion que aquí ostenta toda la riqueza oriental, hacen recordar aquellos dias de galantería y caballerismo, en que poblaban á España los torneos, la batallas y los cantos de los trovadores.

Complacíame yo mientras recorria así los tiempos pasados, en tender mi vista sobre tan dilatada llanura, y despues la fijaba maquinalmente en las olas que venian á espirar en la playa que estaba á mis pies. Allí el color de las aguas era mas puro y trasparente. Allí la espuma formaba una franja de blanco, que se asemejaba á un encaje de Bruselas, puesto por guarnicion á un rico vestido. Unas olas daban contra las rocas, y retrocedian rechazadas por la dureza de la peña; y otras avanzaban sobre la arena salvando el declive, y en ella se desvanecian con un murmullo semejante al suspiro. Así son, decia yo para mí, los deseos del hombre. Unos se malogran y deshacen en la roca de las dificultades, y otros se deslizan felizmente sobre la arena. del logro, donde tambien se disipan, porque la posesion desvanece todos los encantos y máta las ilusiones.

En este momento pareció que la naturaleza quiso añadir una prueba á mis anteriores reflexiones. De repente se desataron los vientos, y el mar empezó á encresparse, como el fogoso alazan que no puede sufrir el freno y se encabrita. Yo miraba zozo

brar las frágiles barcas de los pescadores, y mi corazon sentia una angustia indefinible por esos infelices que se lanzan al mar para buscar el pan de sus hijos, y que no pocas veces hallan la muerte en el elemento intratable que a nadie respeta ni á nadie perdona. El aspecto de la tierra no era menos pavoroso. Retumbaba el trueno en las cavernas, los picos de las montañas parecian rápidamente surcados por rejas de fuego, y caian algunas gruesas gotas de agua, á la manera que caen algunas lágrimas por las mejillas de un hombre desesperado. Me parecia asistir á las fiestas fatídicas de las Hadas, ó que iba errante por los bosques de los Druidas. A falta de la encina sagrada, álamos centenarios, corpulentos olivos y poblados algarrobos, batian con sus copas la tierra cubierta de espanto; y la erguida palmera no pudiendo resistir el soplo del huracan, parecia romperse en la oscilacion contínua de sus verdes abanicos... Un trueno ensordece los valles, y el mundo vuelve instantáneamente á su perdido reposo. ¡Qué sorpresa! ¡Qué serenidad! ¡Qué secreto de apacibilidad y de dicha esparcido en todo el espacio! Esta calma era á un tiempo dulce y sublime. Solo algun pájaro interrumpia con sus pios el silencio universal de esta escena muda; y cualquiera que la hubiese presenciado habria creido que aquel era el instante que precedió al complemento de la creacion, cuando los mundos. pasmados al ver su forma, callaban sobrecogidos y reunian sus fuerzas para lanzarse á su eterno movimiento.

Un terror involuntario se apoderó de mí, y me dirigí pensativo al punto de que habia salido. Mundo, mar, bosques, fortuna, hombre, en fin, dije, que te crees el dominador de todas las cosas, cuando no eres mas que su juguete. La mudanza es vuestro tipo, y la inconstancia el molde en que se ha vaciado tu masa deleznable. ¡Desgraciado el que cifre en vosotros sus esperanzas y su dicha! Si en un instante se esperimentan tantos cambios y revoluciones, grande, muy grande debe ser el poder del agente que los produce, y pequeño y miserable el mortal que tiene la presuncion de sobreponerse á estas luces eternas. Pensé entonces en las principales revoluciones de los hombres

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