Imágenes de páginas
PDF
EPUB

desde los Asirios hasta nuestros dias, y me parecieron muy poca cosa, comparadas con las revoluciones del globo.

Sacóme de mi distraccion la vista de unas tapias poco elevadas que formaban un estrecho recinto. Pregunté à un pastor que cruzaba cerca de mí, y él me respondió:-«Es el cementerio del pueblo, reducido como su vecindario. Apesar de que tambien se entierran en él los que mueren en los baños. Hace algunos años que se enterró à un hermano del médico director del establecimiento: aquella es su sepultura...»-Y me señalaba el sitio con su palo ñudoso. El nombre que me daba era el de un amigo mio. ¡Pobre Severiano, esclamé! ¿Quién te hubiera dicho cuando me leias tus versos, quién te hubiera dicho cuando nos separamos en Madrid, que habia de venir á encontrarte á la vuelta de tanto tiempo durmiendo tu último sueño al pie de estas montañas, rodeado de estos árboles y á la vista. de este mar que te envia sus quejidos como un tributo de dolor? ¿Quién me hubiera dicho á mí que habia de pasar tan cerca de tus cenizas, sin que nada me revelara que ahí estaba convertido en polvo un corazon que me fué tan querido? ¡Tal es el destino del hombre! Ni aun la amistad se libra del olvido... Y bajé apresuradamente lo que quedaba de la colina.

Llegué á los baños á tiempo que la luna sonreia á la tierra como una madre sonrie á su hijo despues de su llanto. Me puse á contemplarla desde mi ventana. Sus rayos se reflejaban igualmente sobre la superficie tersa de las aguas, y sobre las hojas lustrosas del bosque. Parecia una divinidad que tenia altares en uno y otro imperio. La noche pasa en estos sitios con la misma. quietud, con la misma serenidad y con la misma armonía que en las encantadas márgenes del Missisipi, de que tan bellas descripciones nos ha dejado la pluma de Chateaubriand. Se aspira una felicidad y un deleite que se conoce está en la atmósfera, porque nosotros no traíamos sino cuidados y sinsabores. Entonces se esclama á pesar nuestro:-«0 esta es la mansion feliz de los Elíseos preparada al justo, ó es la tierra de promision que el legislador del Sinaí concedió á su pueblo escogido.

LA SALIDA DEL SOL,

vista desde el cabezo llamado del Oro, en la provincia de Alicante, inmediato á los baños de Busot.

Habia yo oido decir muchas veces hallándome tomando estas aguas, que una de las escenas mas bellas que podian presenciarse era la salida del sol desde el punto que acabo de indicar. Me habian engañado. No era la escena bella; era, sí, sublime en toda la sublimidad que alcanza a comprender el pensamiento del hombre.

Busqué un guia que conociese las sendas mas practicables, y salimos durante la noche. La naturaleza estaba en profundo silencio. No se oia mas ruido que el que hacian nuestros pasos y el que producian algunas piedras que rodaban impelidas por nuestros pies. La luna era la única compañera y el único testigo de nuestra espedicion, y su luz formaba un contraste admirable flotando en un golpe de vista sobre la verde copa de los árboles y sobre el azulado manto del mar.

Nos parábamos de vez en cuando para descansar y para gozar de aquella deliciosa armonía. Entonces percibíamos mejor el oler del pino, que dá cierta tristeza, el del tomillo, que reanima, el del romero, que deleita, y la influencia mágica de la soledad,

en cuyos vastos dominios nos hallábamos. Despues de una fatigosa subida, llegamos antes de dia al punto que deseábamos, y nos sentamos á esperar al sol, que nos parecia caminar con paso pe

rezoso.

Yo habia formado mi trípode de una piedra cortada que descollaba en la altura. Reclinada mi cabeza sobre la mano, miraba en derredor mio, y como la luz de la luna era tibia y alguna vez fluctuante, solo veia objetos colosales sin formas determinadas, como en las decoraciones de noche de nuestros teatros no se divisan mas que sombras, y entre ellas moverse confusamente espectros ó gigantes.

La brisa del mar, que casi siempre anuncia la venida de la aurora, vino á secar el sudor que corria por nuestras frentes. Yo estaba absorto, y me parecia en mi ilusion que tal vez aquella suave ráfaga de viento traeria algun suspiro de una hermosa mora que lloraba á la sazon su cautividad en los perfumados jardines de su harém. Este suspiro, me decia yo, ha salido tal vez de unos labios que habrán dado mil besos de amor, y de un pecho blanco y turgente, como la nieve petrificada de los Alpes. Ha atravesado el piélago, y viene á morir en mi rostro surcado por los disgustos. ¡Pero desgraciado de mí! Yo no tengo en ninguna parte quien me envie un beso ni un suspiro.

Deseaba saber algo de aquella montaña que nos servia de trono, seguro de oir cosas maravillosas, porque todos estos parajes están poblados de cuentos y de prodigios. Mi conductor, á quien pregunté, me respondió:

-Este monte se llama del Oro, por el mucho que es fama se oculta en sus entrañas, y tambien se le nombra Cabeza del hombre, y asi se le conoce en las cartas marítimas, porque en su cima se veia antes un hombre de piedra formado por la naturaleza; y los navegantes que lo divisaban desde lejos, quisieron distinguirlo por esta circunstancia. Hemos pasado muy cerca de unos respiraderos, á que los habitantes dan el nombre de bocas del infierno, porque exhalan un aire cálido, y se oyen ruidos estraños en su interior. Cerca de aquí, pero en sitio á que no po

dríamos llegar con la escasa luz que nos alumbra, está la cueva de la Granota, cuyo aspecto es grandioso y formidable. Se cuenta que de muy antiguo bajaron á ella unos hombres determinados, provistos de herramientas y de cuanto pudieran necesitar para la vida y para descender hasta lo mas profundo. Al cabo de mucho tiempo salieron, y nada dijeron de lo que habian visto; pero á poco compraron grandes propiedades, por lo que se creyó que habian encontrado oro en abundancia. Recientemente se han becho varias tentativas para sondear el abismo. Los que han entrado refieren que se desciende mucho rato, que despues se encuentra una esplanada, calles y galerías admirablemente construidas, que sigue la sima y vuelven á encontrarse iguales descansos, hasta que se llega á un punto en que se oyen violentas corrientes de agua, ruidos siniestros, ecos lejanos que imponen al corazon mas animoso, y que obligan al que ha emprendido este viaje subterráneo á retroceder lleno de espanto: se cree que por estas concavidades pasó el fluido que produjo los grandes terremotos de Torrevieja y otros puntos, porque entonces los pastores que se acercaban con sus ganados á este lugar, oian en lo mas profundo ruidos contínuos como de coches disparados, quebrados rumores como alaridos de una voz doliente. Nadie se ha atrevido á llegar hasta el fin, pero se cree que dista mas de mil varas de la boca.

Yo escuchaba esta relacion como base de mil consejos que se referirán alrededor del hogar en las largas y melancólicas veladas del invierno, y pensaha entre tanto en la pequeñez del hombre para penetrar en los arcanos de un mundo que habita y no comprende. Los geólogos, me decia interiormente, creen que nuestro globo fué en su principio una masa líquida, que ha ido enfriándose y poblándose en el trascurso de muchos siglos, siendo hoy la corteza esterior del espesor de 24 leguas. Mil varas que dicen tiene esta sima, es una pequeña parte de sola una legua, y sin embargo, la vista de la caverna y hasta su relacion nos sorprende y asusta. Se ha deseado medir sus senos, y ni aun el cebo del oro ha podido dar bastante valor á los corazones. ¡Mor

tal! ¡Qué asustadizo eres cuando te mira con ceño esa naturaleza de quien en tu visible jactancia te proclamas amo y dominador!

En esto percibi la llegada del alba. La escena se animó de improviso. Parecióme que los pinos nos enviaban mas suave fragancia, las flores erguian sus tallos para recibir al astro del dia, y cada árbol se convirtió en una orquesta, en que cada pajarillo entonaba una nota particular. ¡Dios mio! esclamé. La creacion entera te saluda, y entona un himno de alabanza y reconocimiento. Solo el hombre no se acuerda de tí, sino en las horas cercanas á su muerte.

Corrióse súbitamente la cortina de dudosa sombra, resto perdido de la noche, y el cuadro apareció á mis ojos en toda su grandeza. Vi que me hallaba en el centro de una circunferencia, cuya mitad formaban las aguas y la otra mitad las montañas con sus picos y derrumbaderos. La perifería que bañaba el mar se ofrecia en forma de anfiteatro, con tal regularidad y órden, que no parecia sino que el grande arquitecto habia tomado su inmenso compás, y girándolo exactamente habia querido formar figuras y líneas simétricas. Mirando á la parte del Occidente, alcanza la vista los montes de Cartagena y el erguido cabo de Palos, que se avanza al mar como un gigante, que fiado en lo estraordinario de su talla, quisiera registrar con su planta las mullidas arenas sobre que duermen las olas. En otras partes de este semicírculo, empinados promontorios entran á gran distancia en el mar, pareciéndose á aquellos guerreros que cubiertos con su escudo y empuñada su lanza, pasan las trincheras enemigas, provocando ellos solos el combate.

Mas al Mediodia se vé Alicante, y próxima á él su hermosa huerta, llena en todo su recinto de frescura y de verdor. Los pueblos de Muchamiel, Santa Faz, San Juan y otros varios, se distinguen por su blancura, y parecen á lo lejos sábanas estendidas sobre una pradera. Los palacios á que los habitantes dan el modesto nombre de casas de recreo, levantan su graciosa frente sobre la espesura, y se asemejan á la azucena al lado del lirio, ó á palomas sin manchas, posadas en las verdes ramas de

« AnteriorContinuar »