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apuró sus recursos. En las paredes laterales se vé la estátua del emperador Cárlos V, vestido con el manto imperial y arrodillado con su familia, y en el costado opuesto la de Felipe II, con la suya, en igual actitud, todo de bronce dorado á fuego, en que se ve embutida finísima piedra.

El coro es magnífico, y su bóveda pintada al fresco por Luqueto, que murió al concluirla por lo improbo é incómodo del trabajo su sillería, el Cristo de mármol blanco ejecutado por Venvenuto Zelini en Florencia, y que se halla colocado tras de la silla prioral, su grande araña de cristal de roca, que cuando se ilumina presenta á la vista un solo y desmesurado brillante, vienen á completar la idea de magestad que da el cuadro entero de aquel colosal edificio. Ocho órganos esparcen por sus bóvedas esos sonidos acompasados que anuncian la casa de Dios y sirven de intérpretes al lenguaje místico de la religion y de sus sacerdotes.

Al entrar en esta iglesia, la sorpresa, la admiracion У el respeto se apoderan de nosotros. Su ámbito estraordinario, sus columnas jigantes, sus bóvedas con frescos que parecen moverse y hablar como los ángeles desde la altura, su pavimento de mármoles blancos y oscuros, la brillante y elevada escalera que conduce al altar mayor, y que nos recuerda la escala misteriosa del sueño de Jacob, las paredes vestidas solo de magestad, y en medio de aquel recinto la cúpula que se eleva sobre los hombros de toda la obra dando paso á la luz, semejante al heroismo que destella del corazon fuerte del justo para recibir los consuelos de la resignacion ó de la esperanza, todo esto impone y convida á la piedad, al recogimiento y á la oracion.

En este templo asisti á los oficios divinos del Jueves Santo. El órgano resonaba durante la misa, no con la brillante y profana ejecucion que distrae en vez de hacer pensar, sino con sonidos lentos y solemnes que entristecen al corazon y lo oprimen, que dan á las ideas y á los afectos una sublimidad desconocida, y que se parecen al plañido acompasado de las olas, ó á los quegidos que exhalan los bosques por intervalos desiguales.

Concluida la procesion, el ministro subió al santuario para depositar en él la hostia consagrada. Yo le veia á distancia desde uno de los costados del coro, y apenas le distinguia por el reverberante brillo de sus vestiduras entre la nube de incienso que salia de las manos del asistente. El monumento era pequeño y sencillo. ¿Pero qué puede haber que no sea pequeño al lado de la grandeza del Criador? ¿Ni de qué sirve el aparato donde solo se necesita la fé? El humo que salia del altar de céspedes en que sacrificaban los patriarcas, no era menos grato á la divinidad que los grandes alardes con que despues han revestido á la plegaria la riqueza y el orgullo.

Oíanse en lontananza los cánticos que entonaban dulces y delicadas voces, y sus ecos llegaban á mí como el blando suspi→ ro de la brisa de la tarde, como el acento entrecortado de un alma conmovida y doliente. Si en aquellos instantes de emocion tan tierna y profunda hubiese entrado un Ateo en el templo, hubiera visto doblársele las rodillas, á pesar suyo, y correr en abundancia las lágrimas de sus ojos en medio de su porfiada y fria incredulidad.

Como apéndice á este inmenso espacio, se encuentra la sacristía, que llama la atencion por sus cuadros de Tintoreto, de Alberto Durero y otros, y con especialidad por el de la santa forma que brotó del pincel de Claudio Coello.

Bajo la capilla del altar mayor está el panteon de los reyes, y yo quise visitar este lugar sombrío, depósito de las cenizas de personajes ilustres, que otro tiempo hicieron tanto ruido, y que hoy permanecen tan callados. Bájase á él por una escalera de jaspes y mármoles con adornos de bronce dorado. La forma del panteon es ochavada, y en medio hay, como para alumbrar á unos ojos que ya no ven, una araña hecha á propósito en Génova por Virgilio Saneli. Vénse varias urnas de mármol negro sostenidas por enormes garras de leon de bronce dorado. Las que contienen cuerpos de reyes están separadas de las que encierran los despojos de reinas que fueron madres, como si en ello se hubiera querido espresar la verdad triste de que todo lo separa la muerte

TOMO VI.

Habia en aquella morada fúnebre una claridad dudosa, cual si la luz poseida de respeto no se atreviera á acercarse sino tímida y menguada á los huesos que habian avasallado á la tierra. Alli rodeado yo de esqueletos cuyos dueños se habian visto rodeados de tantos aduladores, me entregaba á las meditaciones que escita la vista de la grandeza eclipsada, que no ha dejado de su brillo mas que un nombre olvidado y un epitafio que nadie lee. Abandonándome al campo de las reminiscencias, me trasporto con la imaginacion á los tiempos pasados para ver la sucesion contínua de sus errores y de nuestras desgracias. Mi memoria forma un panorama, por el cual hago desfilar á los monarcas que han regido á España desde que concluida la reconquista, formamos un solo todo con la amalgama y unidad que antes nos faltara.

Veo á D. Fernando y á Doña Isabel, reyes dichosos, que unieron sus ccronas como sus corazones sin confundir sus estados, que nos dieron un nuevo mundo, y que arrojaron de nuestro suelo las huestes agarenas con su príncipe Boabdil. ¡Infortunado rey! Cuéntase que desde Padul miró por la última vez á Granada en su camino al destierro, que suspiró hondamente y sus ojos se arrasaron en lágrimas. El no sabía aun que aquellos ojos no solo no volverian á mirar la ciudad de delicias, último asilo de su poder, sino que bien pronto se cerrarian á la luz. Pasó de las Alpujarras al Africa, y allí murió ciego. Tal vez fué un favor de la muerte. Vale mas perder la vista que conservarla para ver objetos que nos traen mil recuerdos dolorosos.

Veo despues á Cárlos I, héroe de colosal estatura, guerrero tan fatal á los franceses que mordieron la tierra en Pavía, dejando prisionero á su rey, como al Pontífice y á Barba-Roja. Su valor no conocia obstáculos ni su ambicion consentia límites. Despues de humillar la altivez de Francisco I, toma satisfaccion del Papa haciéndole cautivo, y el condestable Borbon y el príncipe de Orange concluyen una brillante jornada, que hoy se miraria como sacrilega. El brazo que heria á la cabeza de la Iglesia, descargaba tambien el golpe sobre el turbante maho

metano; y las aguas de Túnez recibieron en su seno los cadáveres de los turcos que el empuje castellano inmoló en aquel dia memorable. Las conquistas de Mégico y del Perú añadieron inmensas riquezas á nuestra reputacion militar, y España aparecia como el sol, á cuyo lado son opacos é imperceptibles todos los planetas. Pero aquella gloria debia tambien empañarse y verse al héroe convertido en tirano. Villalar forma un fasto de oprobio, y el sepulcro de Padilla fué tambien la tumba de la libertad castellana. Cansado por último de triunfos y de reveses, Carlos abdica el cetro, hace celebrar sus exéquias y se retira al monasterio de Yuste, en Estremadura. Importante leccion que la historia repite de tiempo en tiempo. El ambicioso monarca que no cabia en el mundo, vá á acabar sus dias en un cláustro. Tambien Napoleon, que aspiró á la dominacion universal, ha muerto en la peña de Santa Elena.

Veo á Felipe II que humilla otra vez el orgullo francés en San Quintin, y que pronuncia aquel dia el voto que ha levanta-. do estas paredes. Todavia se reflejan en su frente algunos rayos de la gloria de su padre; pero es la luz que vá ya muerta en el horizonte, en el crepúsculo de la tarde, que bien pronto se vé invadida por las sombras. Desconfiado, celoso aquel rey, castiga en su hijo el príncipe Cárlos el delito de haber amado con un amor puro y celestial á Isabel, antes de que el padre la condujera al régio talamo, y la infeliz es tambien sacrificada, solo porque reunia sensibilidad, hermosura y virtud. Y habia sido prenda de alianza entre dos potencias enemigas, y se habia saludado con el nombre de la paz, creyéndose que la paz naceria de este himeneo. Así se burla el destino de los hombres y juega con nuestros ensueños.

Pero ese destino es muchas veces injusto, y castiga en los pueblos los crímenes de sus gefes. Nueve provincias de Flandes sacuden el yugo: perdemos la escuadra que mandaba el duque de Medinasidonia, dirigida contra los ingleses para vengar la muerte de la desventurada María Estuardo: el gobierno inglés se apodera de Cádiz; y si vencemos en Lepanto echando á pí

que doscientas galeras turcas, y si descubrimos las islas Filipinas, en el interior nos devoran las discordias, se persigue cruelmente al secretario Antonio Perez, y de este hecho aislado brotan á millares los trastornos, las venganzas y los suplicios.

Veo á Felipe III, que hubiera sido buen rey si para serlo bastára entregarse de contínuo á la oracion y levantar iglesias y monasterios. España, ya estenuada por las guerras y por las emigraciones, sin agricultura, sin artes, sin comercio, con una deuda enorme de que pagaba intereses mas enormes todavia, recibe el último golpe, y la espulsion de los moriscos viene á privarla á la vez de brazos y de capitales. El favorito duque de Lerma dispone á su placer de la corona; le reemplaza D. Rodrigo Calderon, marqués de Siete Iglesias, que en el siguiente reinado es sacrificado á la enemistad del duque de Olivares, á pesar de que ni un solo testigo se presentó á deponer contra aquel ministro en su desgracia. Tal es la justicia que regula la muerte del mundo, ó mas bien la fatal espiacion que pesa alguna vez sobre la altiva cabeza de los poderosos.

Veo á Felipe IV de todo punto dominado por el Conde-duque. El monarca corre ansioso en busca de los placeres, en tanto que la nacion se desmorona cada dia, como suele caer á pedazos un edificio cuarteado y destruido por el tiempo. Perdemos el Portugal, se subleva Cataluña, y tenemos que reconocer á la república de Holanda, como emancipada é independiente.

Veo á Carlos II sometido en sus primeros años á su madre Doña Mariana, y esta á su confesor inquisidor general; de modo que disponian de una nacion poco antes tan poderosa una muger y un fraile. A este le sustituye Valenzuela, hasta que empieza á gobernar por sí mismo un rey que, de acuerdo con el cardenal Portocarrero y con el Papa, nos deja por herencia una guerra de sucesion. Aquí acaba la dinastía Austriaca, verdadero emblema de las pirámides. Empiezan en robusta base y concluyen en punta. Y no son raras por cierto estas amargas burlas de la historia. La última gota de la sangre de los Césares fué tambien Neron.

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