Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Abrese una nueva era con una nueva rama, y concluye una guerra de muchos años en la batalla de Villaviciosa, que dió tantas banderas enemigas por trofeos á Felipe V, que de ellas se hizo su lecho. No por eso concluyeron la ansiedad ni los males. El carácter del monarca era débil y condescendiente, y su ministro Alberoni supo abusar de esta debilidad para llamar sobre la España nuevas calamidades.

Veo á Fernando VI dedicado á restañar la sangre que corria de nuestras heridas, buen rey, buen ciudadano y buen esposo; hombre de corazon puro y sensible, que no pudo sobrevivir á su adorada esposa.

Veo á Cárlos III que todo lo arregla y fecundiza, y que aparte de su confianza con el ministro Esquilache, causa de tantos alborotos en Madrid, procura ardientemente la prosperidad pública, presenta el cuadro de todas las virtudes, y revelá un corazon generoso y tierno, pues muere de pena no pudiendo sobrellevar la pérdida de su hijo el Infante D. Gabriel.

Despues de esto, veo á Cárlos IV, sobradamente bondadoso, víctima de errores estraños y de intrigas estranjeras: á Fernando VII proclamado rey entre los frenéticos aplausos de una nacion que es un solo hombre; y veo una invasion cautelosa y pérfida; y oigo resonar la palabra independencia y el fragor de las armas y el grito de libertad que se alza de los combatientes y de las tumbas; y veo una niña que rige con tierna mano los destinos de esta nacion levantada del polvo, como el leon que ruge pasada la postracion de su fiebre; y veo los códigos fundamentales que se suceden; y veo aparecer nuevas creencias, y hombres que combaten todas las opiniones sin profesar ninguna provechosa y fecunda, y pueblos que creen en personajes que no creen en nada; y olvido el dia de ayer, y apenas conozco el de hoy; ignoro enteramente el de mañana, y no puedo presentir el rumbo que tomará la nave en medio de vientos tan recios y encontrados y de tan embravecida tempestad.

Entre tanto, ¿qué queda de los monarcas cuyos despojos

contienen estas urnas? Nada. ¿Qué queda de los arquitectos que levantaron tan soberbios edificios? Nada. ¿Dónde están tantos brazos que trabajaron á porfia para realizar el pensamiento piadoso del hijo de Cárlos I? Han desaparecido. ¿Qué se ha hecho de tantos religiosos que vinieron á este pacífico albergue en busca de la serenidad y de los consuelos que no hallaban en el mundo? El tiempo ha dejado caer su mano sobre tantas generaciones, y han desaparecido como la niebla que disipa el viento que baja de esas montañas. Entonces me parecia que el viento acudia á mi voz, y que imprimia un rudo impulso sobre aquella techumbre solitaria. Las bóvedas esparcian un rumor vago y siniestro, y con acelerado paso me dirigí á la Iglesia, en donde encontraba siempre algunos fieles que oraban y jemian. He aquí la vida; el pecado y la espiacion; el orgullo y la humildad; la blasfemia y la plegaria. Tales son los contrastes de este insecto que se llama hombre, y que en medio de su insensato orgullo viene á postrarse ante el altar y á aspirar el incienso que derrama la mano del cenobita.

Para distraerme de estos recuerdos y de estas desconsoladoras reflexiones, solia pasar al cláustro principal bajo, que es una magnífica galería de 210 pies de Mediodia á Norte y 207 de Oriente á Poniente, con 24 de ancho y 28 de alto. Allí admiraba las paredes pintadas al fresco por Peregrin Tibaldi, y los altares de los ángulos trabajados por el mismo pincel, por el de Carvajal, Rómulo Cincinnato y Miguel Bar

roso.

Ibame desde allí al claustro principal alto, y siempre me detenia absorto en la escalera, contemplando la perfeccion, la valentía del pincel y la viveza de colorido de la gloria pintada en su bóveda al fresco por Jordan. Y sin embargo, este gran pintor de génio tan feliz y tan atrevido, que se apartaba no pocas veces de las reglas en busca del efecto que producia de una manera admirable, fué causa de que otros incurrieran despues en grandes defectos; porque queriendo seguir su ejemplo y su vuelo, se encontraron á la vez sin las reglas que despreciaban y

sin el génio que las suple con ventaja, pero que la naturaleza no les habia concedido.

En el cláustro alto examinaba detenidamente los cuadros que lo adornan de Guereccino, Basan, Barrocci, Jordan, Ti+ ciano y Verrones. Uno de los que mas me encantaban era el del mudo, que representa á la Virgen teniendo al niño en sus brazos y dirigiéndole una de aquellas miradas que solo pueden encontrarse en los ojos de una madre. Hay en ese cuadro tal suavidad de tintas, y en la espresion tanta dulzura, tanta bondad y tanto enternecimiento, que puede decirse que el pincel ha sacado á la fisonomia toda el alma y todo el corazon con todos sus afectos.

Despues de contemplar estos portentos del arte, solia irme á la biblioteca para examinar las obras del estudio y del talento: 36,000 volúmenes se hallan colocados en una preciosa es tantería de órden dórico, trabajada por Flecha. Los cielos es tán pintados al fresco por Peregrin, Tibaldi, y lo demás por Bartolomé Carducho. A los costados se ven los retratos de Cárlos I, Felipe II, Felipe II y Cárlos II, pintados los tres primeros por Pantoja de la Cruz y el último por Carreño Miranda.

Alguna vez pasaba tambien al palacio y su pieza llamada de madera finass, en que los pavimentos, frisos, contraventa+ nas, ventanas, puertas y molduras, son delicadísima obra de ebanistería, con el herraje de hierro abrillantado con embutidos de oro: la sala de las batallas, que representa entre otros asuntos la que D. Juan II de Castilla dió á los moros de Granada en 1431, llamada de la Higueruela, todo pintado por los hermanos Fabricio y Granelio: el aposento de Felipe II, lleno de cuadros de Velazquez y otros famosos pintores, todo esto me representaba la lucha de la opulencia real con la opulencia monástica.

Pero á donde mas repetia mis paseos era á la galería del convento, llamada de los convalecientes. Desde este sitio abriga+ do y cómodo como lo indica su nombre, miraba yo fijamente á

Madrid, y me entretenia en formar paralelos. ¡Válgame Dios, decia para mí, y qué diferencias en tan corto espacio! Allí tanto ruido, y aquí tanto silencio; allí tanto movimiento, y aquí tanta quietud; allí tantas ambiciones é intrigas, y aquí tanta abnegacion; allí tanto cinismo, y aquí tanta compostura, que puede que yo confunda con la hipocresía.

A mis pies miraba el gracioso jardin del monasterio. Bajo la superficie del terreno sostenido por filas de arcos, se esconden varias bóvedas, y sobre sus espaldas descansa el parterre, y crecen los bordados de la murta, las flores y los árboles. Esto me recordaba los pensiles que Semiramis bizo colgar de los terrados de Babilonia.

[ocr errors]

Alguna vez queria yo estenderme en mis escursiones, y me iba á recorrer los jardines de los casinos del Principe y del Infante. Allí me detenia delante de las flores que empezaban á abrirse, y no volvia la cabeza á los edificios que encierran tantas preciosidades. Para mí tenia mucho mas encanto la escena que se desplegaba á mi vista llena de matices y de aromas, que los alardes del lujo amontonado por la mano del poder. El tiempo estaba apacible, y ni una hoja se movia al soplo suave de las auras. No sé que secreto encierra esta semana de los misterios, que aun cuando venga en el mes de las tempestades, la naturaleza se muestra en ella absorta v callada. Al horrible estremecimiento que sintió al espirar el Salvador, parece que quiera ahora oponer una quietud sublime y miedosa, como si se preparase á recibir el último suspiro del Crucificado.

y

Otras veces fatigado de ver por todas partes la obra del arte, me dirigia á los bosques que se dilatan en el centro de éstas soledades. Para llegar á ellos atravesaba posesiones pobladas de frutales, que cargados de flor, parecia que tuviesen sábanas estendizas sobre su ramaje, ó mas bien se ascmejaban á castas virgenes que asistian á una fiesta, cubierta la cabeza y el rostro con el blanco velo. Un paso mas y me encuentro en la espesura. Los árboles se elevaban con una magestad triste; y como aun no habian brotado sus hojas, parecian fantasmas que habitaban

el desierto y que estaban de centinela en él con rostro denegrido y con ropajes mortuorios.

Desde una de las eminencias que forma la desigualdad del terreno, veia yo el monasterio, sobre el cual descollaban sus torres, cual si fuesen gigantes que tuvieran asentados sus pies en la cima de una altísima montaña. A lo lejos divisaba el puerto de Navacerrada cubierto de nieve, que los ojos creian al pronto fuesen bandadas de blancas palomas, posadas sobre la yerba del declive. Cerca de mí resonaba la cascada del agua que suelta la presa, cuyos ecos añadian al lugar nuevos encantos. Y el suave olor del tomillo, y el canto variado de tantas aves, y el repetido monótono del cuco, que me recordaba los campos y los años de mi infancia, y el calor del sol que se mostraba por primera vez despues de muchos dias, y el silencio esparcido en aquellas regiones, y un enternecimiento profundo que parecia suspirar blandamente al recorrerlas con su palabra de amor y con su frente melancólica, todo esto embriagaba al alma de felicidad, y hacia latir al corazon con una vibracion indefinible de serenidad y de placer.-¡Dios mio! esclamaba yo entonces: ¿qué es el hombre para la naturaleza? ¿Qué es ese templo fabricado por la mano de un rey poderoso, comparado con este otro templo que desplegó en el espacio la mano del Hacedor? ¿Qué son las melodías de nuestras afamadas cantatrices, comparadas con el variado canto de estos ruiseñores? ¿Qué son las colgaduras de que se rodea la opulencia, comparadas con esta cortina de luz, ni qué son las alfombras tejidas en Oriente al lado de este pavimento bordado de flores silvestres que embalsaman el aire con sus perfumes? Entonces bajaba la cabeza confundido, y me dirigia pensativo á la poblacion.

Poníame por la noche en una de mis ventanas para ver rodar á la luna en sus azuladas llanuras y quebrarse sus rayos sobre las agujas de las torres del monasterio. Entonces pensaba en las variadas escenas que alumbraria en aquella hora su luz nacarada y tínida, y cómo caerian sus resplandores igualmente sobre los cuadros de amor que sobre el llanto del infortunio,

« AnteriorContinuar »