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D. PEDRO MALDONADO Y PIMENTEL.

N una de las noches del mes de mayo del año de 1520, las ferradas y macizas puertas del palacio episcopal de la ciudad de Salamanca, se cerraban despues de haber dado

paso á un hombre de alta estatura y apuesto continente, que con el mayor recato y lijereza se dirigia embozado en una larga capa á la plaza vieja (hoy del Mercado). Llegado á ella llamó cautelosamente á la ventana de una casa de mediana apariencia, cuyas hojas le fueron abiertas al momento, preguntando una voz de adentro quién era.

-Buenas noches, Villoria, dadme entrada: contestó el embozado.

-Voy á hacerlo al momento, que bien merece andar diligente la honra de recibir en su casa al buen caballero D. Pedro Maldonado y Pimentel.

Dichas estas palabras, se abrió la puerta, y Villoria condujo al recien llegado á un pequeño aposento, cerraron la puerta, y sin mas preámbulos habló el primero de esta manera:

-«Hace muchos años que mis criados compran pieles de tu fábrica, soy un antiguo parroquiano que te quiere bien, y que he visto con placer el acrecentamiento de tu fortuna, estando interesado en tu bienestar, que veo al presente irse acabando. Te has dado á propalar ideas avanzadas é imposibles de reducir á la práctica; hablas desatentamente del rey y sus ministros, y pides para los de tu clase privilegios inmensos con perjuicio de los demas. La justicia ha tenido que volver los ojos hácia tu estraña conducta; se siguen tus pasos, se anotan tus palabras, se espian tus acciones, y forman un proceso que te llevará á la horca. Sé que anoche escuchaban tus razones mas de tres mil personas en el Zurguen, y que al acabar la plática prorrumpieron en gritos sediciosos y alarmantes: ¿es alguna nueva especulacion que piensas hacer con tales alborotos? Mala ganancia, Villoria; el corregidor y el obispo no duermen, y lo ven todo: ¿por qué no te mantienes en el taller ó en la fábrica aumentando pacificamente tus intereses sin mezclarte en asuntos que no competen á tu rango y condicion?

-Por eso, precisamente, contestó Villoria, cortando su discurso: por eso abandono la quietud de mi casa, y me entrometo en esos alborotos; para que mi clase pueda competir como cualquiera otra de la sociedad en toda clase de negocios. Es la mas numerosa, la mas productiva, y se la aleja de toda consideracion pública, no dejándola mas preeminencia que el pagar subsidios é impuestos aumentados en un duplo con las muchas cuotas que exijen los comisionados por razon de su trabajo: pero ni aun pedimos la posicion que de derecho natural nos corresponde: contentos con nuestra suerte seguiríamos sufriendo si el escándalo cesara: mas en vez de hacerlo se aumenta cada dia. ¿Qué voy yo á ganar en esta empresa? Tengo una fábrica de pieles bien acreditada; el crecido número de operarios no puede dar abasto á los grandes pedidos que de todos los pueblos me hacen, y en la feria de Medina despacho cuanto llevo con un lucro exorbitante: ademas, en toda la ciudad me estiman y si hubiera querido formaria parte del ayuntamiento; ¿qué mas puedo esperar? Cualquiera otro se adormiria sin que le despertase el doloroso ay de la moribunda patria; pero yo que soy español, que he combatido á los franceses en Italia y Francia, y á los moros en Andalucía, no podia mirar con indiferencia los males que nos hacian sufrir. Cuando denuesto al rey lo hago solo á su credulidad y á su inesperiencia, pues que mi enojo está reservado contra ese puñado de estranjeros que comercia vilmente con cuanto mas caro

y honroso tenemos. ¿Qué le queda á la nobleza? Un vano nombre sin fuerza ni prestigio, y la obligacion de humillarse ante los despreciables flamencos.

-Eso no, vive el cielo, esclamó Maldonado, nosotros no doblegamos á nadie la rodilla.

-Y sin embargo acatais humildemente al regente; creedme lejos del atavio cortesano; puedo juzgar sobre nuestra situacion presente. Los cimientos del absolutismo que fijó D. Fernando el católico van á servir de base al edificio que construya D. Carlos; la obra del abuelo será continuada por el nieto que conoce los beneficios que debe reportar á la autoridad real; casi todo nos lo han quitado; un golpe mas, y cae el último floron de vuestras coronas envuelto con los pocos maravedis que hayan adquirido nuestros sudores y trabajos. ¿Cómo quereis que permanezca inactivo á vista de tal peligro cuando en Toledo, en Zamora, en Valencia, en Mallorca, en Córdoba, en Segovia, en todas partes, en fin, donde la decision acompaña á la libertad que alienta en los pechos, se manifiesta á las claras el disgusto? Salamanca no ha de ser la última que responda al llamamiento general, y aun cuando sea el solo, proclamaré la defensa de nuestros derechos y la libertad de los pueblos.

Largo rato duró tan interesante conversacion, cuando se separaron; el noble dijo al plebeyo estrechándole la mano:- Desde este instante mis bienes y mi espada son del pueblo. á quien defenderé hasta la muerte; tus razones me han hecho conocer la justicia de tu causa; como á tí la ambicion no me guia; sabes lo esclarecido de mi familia y la larga cuenta de parientes que tengo en ambos reinos de Castilla y de Leon; si escribo á la corte mis mas pequeñas insinuaciones se verán ejecutadas: nada anhelo, la traicion tampoco me acompaña; aun no he movido la lanza en pro ni en contra de ningun partido; cuando llegue el caso de esgrimirla será por las comunidades. Quiera el cielo concedernos buena suerte.

-Asi lo espero, contestó Villoria, creo en la sinceridad de vuestras palabras como en el amor de mis hijos; yo os doy gracias de tan noble propósito, y el pueblo os las dará mañana premiando vuestro desprendimiento.

Dos saludos rompieron el aire perdiéndose en el espacio. Villo. ria cerró la puerta de su casa, y Maldonado llegando á la suya se encerró en su habitacion saliendo á poco con un billete que entregó á un criado para que al siguiente dia lo diera á uno de los familiares del obispo con encargo de que lo entregaran á este. El bi

llete estaba concebido en estos términos (1): Señor D. Antonio Bobadilla: Cuando esta noche me separé de su ilustrísima, llevaba el encargo de avistarme con los principales gefes de los populares y atraerlos á la causa del emperador. Dádsele á otro porque desde esta hora pertenezco al pueblo, y al embeberme en sus fllas, no me guia proyecto alguno sino el bien público y la felicidad de estos reinos y el mantenimiento de nuestros privilegios. Podeis estar tranquilo sobre cuanto suceda; amigos siempre aunque de ideas contrarias, os estima Pedro Maldonado y Pimentel.

El obispo Bobadilla que en la noche anterior habia reunido en su palacio á los principales nobles de la ciudad dándoles encargo de cortar las frecuentes reuniones y temibles rumores que tenian los plebeyos, quedó altamente maravillado con el contenido de la carta anterior, no atreviéndose á comprender como un Pimentel, sobrino del poderoso conde de Benavente y descendiente de nobles que habian tenido en gran valía el orgullo de su cuna, pudiese abrazar una causa tan despreciable para él; asi fue que inarchó al momento á su casa tratando de disuadirle con toda la lógica y sofismas posibles; empero D. Pedro Maldonado resistió sus ataques uno á uno manteniéndose en la fe jurada. «En mi familia no ha habido un retractor, y menos lo he de ser yo: lo que he prometido lo cumpliré.» Con lo cual el obispo despechado y corrido se volvió á su morada á tramar ocultos planes con que oponer un dique al popular torrente.

Pasaron aun algunos dias de agitacion, de esa sorda agitacion que precede á las grandes revoluciones como el viento á las tempestades: faltaba un momento, una señal que pusiera en conmocion los combinados elementos, y esa señal llegó mas pronto aun de lo que se esperaba. Una mañana se presentó en el ayuntamiento un comisionado de la ciudad de Segovia participando que el alcalde Ronquillo la estaba sitiando cruelmente, y sus habitantes se veian en la dura necesidad de entregarse si las demas ciudades amigas no la socorrian, implorando por lo tanto el auxilio de Salamanca. Oida esta embajada, opinaron algunos regidores que debia darse el pedido auxilio, puesto que el alcalde, combatia á Segovia sin órden del rey y la trataba tan despiadadamente; pero avisando otros que eran los menos á los realistas, se llenó de nobles la sala de juntas di

(1) Copia sacada del que existe en el archivo de Simancas pegado á la causa formada por el fiscal de S. M. el emperador D. Carlos, Pedro Ruiz contra Pimentel.

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