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y trenes de artillería, cual pudiera en la guerra mas activa, y mandada por los generales mas esperimentados, á las órdenes del gran Duque de Berg, que alojado con su estado mayor, numerosa guardia, y varias piezas de campaña á doscientos pasos del palacio Real en la casa vacante de Don Manuel Godoy, tenia dentro de Madrid otros diez mil hombres repartidos en sus diversos cuarteles. El total de este exército de cincuenta mil hombres en comunicacion directa con Bayona, por medio de una serie de cuerpos franceses, que componiendo al pie de treinta mil hombres, formaban una cadena no interrumpida desde aquel ejército hasta dicha ciudad, y podian acudir sucesivamente y en pocos dias á sostenerle. Sobre esto todas las plazas fortificadas de España, y entre ellas la importantísima ciudad de Barcelona en manos de los Franceses, entregadas por las perjuras órdenes de Don Manuel Godoy. Por otra parte, un ejército de treinta mil hombres de Portugal, al mando del general Junot, y envueltos en él casi todos los pocos regimientos españoles veteranos que habian quedado en la Península despues de la salida de los restantes con el Mar. qués de la Romana y otros generales para el Norte y la Italia. Los riesgos que este funesto aspecto presentaba por sí solo crecian con las disposiciones hostiles del pueblo de Madrid, que lleno de lealtad y de amor á la patria, y justamente indignado de la negativa de los Franceses en reconocer al nuevo Rey, y receloso de sus intentos, estaba á cada instante para tumultuarse, y dar principio á la escena mas sangrienta. Con efecto, rompió uno de aquellos dias su colera en la plazuela de la Cebada, matando ó hiriendo á algunos soldados franceces, y fueron necesarias las mas activas y prontas providencias del gobierno, sostenidas por todos los magistrados, tropa española, y gente de mas autoridad y juicio, para contener aquel fuego, que sin esto hubiera ocasionado el mayor estrago.

«No eran solos los enemigos de los Franceses los que lo fomentaban, era imposible dejar de conocer que concurrieran á encenderlo los muchos espías y partidarios de los Reyes padres, de Godoy, y de los mismos Franceses, interesados en escitar aquel alboroto, para tener ocasion de aterrar á la España con un castigo sangriento de los Madrileños, y envolver quizá al rey Fernando y su partido en su ruina, en medio de

la confusion inevitable en tales casos; exceso fácil de dorar para los Franceses, acostumbrados á culpar á los pueblos de los desórdenes escitados por ellos mismos, para oprimirlos, y hacerles adoptar sus proyectos.

« Claro está que si hubiera habido probabilidad fundada de que el pueblo de Madrid, ayudado de la corta guarnicion española de tres á cuatro mil hombres efectivos, hubiese vencido y espelido á los Franceses, ni estos hubieran estado tan orgullosos, ni el consejo del Rey tan embarazado para tomar un partido.

«Pero aquí invoco el juicio de los hombres sabios, sobre todo militares; ¿qué esperanza se podia tener de que un pueblo de ciento y treinta mil almas, cual es el de Madrid, que por consiguiente presenta á lo mas una masa de cuarenta mil hombres capaces de tomar las armas, embarazados mas que ayudados por la restante multitud imbele de viejos, mugeres y niños, y sin armas regulares, sin pertrechos, sin artillería, sin órden, sin disciplina, sin prevencion alguna, aun de piedras ; pues la menor diligencia para hacerla habia de ser interrumpida por un ataque general del ejército francés; ¿qué esperanza, repito, se podia tener de que semejante multitud informe, ayudada de tres mil soldados escelentes, pero sin mas prevencion ni municiones que las necesarias para un ejercicio, pudiese resistir á cincuenta mil hombres á punto de guerra, y situados con todas las ventajas militares como lo he referido antes?

«Y no se me oponga, que podia el gobierno traer tropas ó pertrechos de fuera, pues á escepcion de un regimiento suizo que estaba en Toledo, y que se miraba con sospecha, no las habia en los contornos de Madrid, y mucho menos para contrapesar la ventaja enorme del ejército francés ; Ꭹ el gran Du que de Berg, que tenia espías por todas partes, apenas eutraba un fusil, una libra de pólvora ó de balas en el territorio de Madrid, cuando se apoderaba de ellos por medio de sus tropas, que lo rodeaban todo, y apenas aparecia un simple piquete español, lo hacia volver atrás, quejándose amargamente al Rey como de una conducta injuriosa é insufrible contra la buena fe del gobierno francés, que á poco que se repitiese lo miraria como una hostilidad. . o'

«No obstante, deseoso como todo el Consejo, de ver si que

daba aun medio de salir del estado de opresion en que estába mos, yo mismo en una de sus sesiones pedí al ministro de la guerra Olaguer Feliu, cuantos informes pudiera dar acer ca del número de tropas efectivas que habia en España en la actualidad, y de los puntos en que estaban: á lo que respondió, que de nada de esto tenia la menor noticia; pues solo Don Manuel Godoy habia corrido con estos asuntos; y que ni á él ni á su secretaría se permitia ocuparse en ellos; pero que entendia, como el público, que fuera de alguna corta guarnicion en los puertos y en San Roque, la poca tropa que quedaba, era la que estaba en Portugal al mando del general francés Junot.

«Lo peor era, que dado por el embajador de Francia el aviso de oficio de que el Emperador habia salido de Paris para Madrid, y renovadas sin cesar sus instancias, mezcladas ya con amenazas para que el Rey le saliese al encuentro, repetidas por el gran Duque de Berg, requeria demasiado tiempo cualquiera medida que se quisiese adoptar en tal desnudez de recursos, para evitar, antes de verificarla, el rompimiento con los Franceses, que amenazaba cada momento, y que con razon nos parecia el mas funesto de todos los sucesos que podian acaecer.

« Persuadidos con efecto el Rey y su consejo por los datos de que he hecho mencion, y por otras razones solidísimas que espondré despues, de que el objeto de los Franceses en su conducta amenazadora no era otro que el de conseguir una de las pretensiones alternativas contenidas en el tratado remitido por Izquierdo; esto es, la de la cesion de las provincias de la izquierda del Ebro, ó la via militar para Portugal, ó quizá la Navarra sola, y asegurarse sondeando las disposiciones del rey Fernando antes de reconocerle, de si debian ó no esperar en él un fiel y constante aliado, no podia menos de lisonjearse de que una conducta amistosa y constante, y el influjo de la sobrina del Emperador, una vez ajustada la boda con el Rey, bastarian para suavizar aquellas exhorbitantes pretensiones, y que en todo caso teniendo, como resultaba del tratado, el arbitrio de elegir la concesion de la via militar para Portugal, consiguiendo por este arreglo la restitucion de Barcelona y demas plazas no situadas en ella, y el retiro del ejército, in

ternado hasta Madrid, la guerra, que no podia menos de encenderse hácia el Norte, otros mil azares, y la restauracion sola de su tranquilidad y fuerzas, traerian precisamente el momento de sacudir aquel yugo precario.

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Veia al contrario, que si en aquel estado de crísis y de debilidad ponian de cualquier modo á los Franceses en el caso de un rompimiento, estos asegurados de sacar del Rey padre el partido que quisiesen, y de dorar su perfidia á los ojos de las demas potencias con el pretexto, en la apariencia plausible para ellas por no estar instruidas en la verdad de los sucesos, de sostener á un padre destronado por su hijo, se esforzarian á colocarle de nuevo en el trono, comenzando por prender á su hijo y entregárselo, lo que no podia evitarse estando este en Madrid, y teniéndole rodeado con tales fuerzas, de lo que por la resistencia del pueblo y de la corta guarnicion española, necesariamente habia de resultar la mayor carnicería, la destruccion de aquella corte, y aun en tal confusion la muerte del rey Fernando, y de las personas Reales, que estaban en su compañía; y aun cuando tuviesen la fortuna de escapar de muerte y de prision, la renovacion de la causa del Escorial, la exheredacion de Fernando con este pretexto, y una guerra eivil y estranjera á un tiempo, que no tendrian otro término que la destruccion total de la España, pues que no debiéndose dudar que los Franceses tendrian el cuidado de hacer separar á la Reina del manejo de los negocios, y de hacer seguir en la apariencia la causa del Príncipe de la Paz, segregándole para siempre del gobierno, el rey Cárlos, que no era aborrecido personalmente de una gran parte de la nacion, hubiera tenido bastante partido en ella, y ayudado de los Franceses, además de devastarla, hubiera quizá conseguido reducirla y entregarla para siempre al yugo de estos.

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Tal era la horrible perspectiva, que se presentaba como inevitable, si se rompia con ellos. Desgracia tan funesta que por mas graves que hayan sido los males padecidos por la España, en fuerza de haber tomado el Rey otro partido, no son comparables con ella, pues que su resultado ha sido el de la libertad é independencia, el de la restauracion del jóven y amado Monarca, y el de una gloria imponderable é indeleble, que acompañará el nombre español hasta los mas remotos siglos.

«Examinemos pues ahora, si habia algun medio ó algun partido que tomar mas acertado que el que se adoptó para evitar aun estos males. No lo era, como hemos visto, el de haber permanecido en Madrid, aun supuesta la intencion, ignorada entonces, y que ningun hombre sensato podia presumir, de colocar en el trono una nueva dinastía, pues aun en este supuesto siempre hubiera comenzado el Empera dor, á no haber sido el hombre mas necio del mundo, por hacer caer sobre la España la desgracia mas horrible, que hemos espresado, de restablecer sobre el trono al rey Cárlos para ocultar su ambicion á las demas potencias, y para tener con la cesion de Cárlos, que ni hubiera querido ni podido negársela, un título mas á propósito para justificar y facilitar su proyecto favorito.

« Lo mismo hubiera sucedido si el Rey, dejándose llevar de sospechas vagas sobre estas miras, hubiera adoptado y conseguido el difícil medio de huir de su corte, y de hacerse fuerte en alguna provincia, pues tampoco hubiera evitado la guerra civil y estranjera ni sus funestas consecuencias.

<< He calificado aun este medio de difícil, porque sembrado el palacio, como debia suponerlo el Rey, de hechuras, y por consiguiente de espías de los Reyes padres y de los Franceses, imposibilitado por la etiqueta á estar un minuto del dia y de la noche sin testigos, la menor interrupcion en esta, el menor movimiento habian de llegar al instante al Gran Duque de Berg, alojado, como hemos dicho, á doscientos pasos del palacio, le habian de dar á conocer el intento, y por consiguiente hacerle tomar todos los medios para que cayese en manos de sus tropas, que rodeaban á Madrid, con lo que se hubiera anticipado la horrible y temida esplosion.

«Lo que acabo de esponer debia hacer tanta fuerza á cualquier hombre sensato, que aun cuando hubiera tenido las sospechas mas vehementes de las intenciones de la mudanza de dinastía, á no ser una absoluta seguridad, hubiera dudado con razon si debia aconsejar la fuga del Rey, y mucho menos su permanencia en Madrid; ¿pues qué será si se reflexiona, que lejos de tener el Rey y su consejo la menor seguridad, ni aun el mas leve motivo fundado de sospecha de semejante intento, tenian las mas sólidas razones para juzgarlo imposible?

«Además de los datos contrarios que hemos mencionado, te

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