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guirse, á mi juicio, si aquel encargo ha de tener cumplido efecto algun dia. Nadie podrá tachar ciertamente mi afirmacion de arrogancia, porque además de que este derecho es de suyo harto peligroso y poco envidiable, por la responsabilidad que lleva consigo, va ligado tan estrechamente con las obligaciones de mi cargo, mientras el pais no resuelva otra vez con arreglo á sus antiguas facultades lo que corresponda, que seria, en realidad, el no usarle, un nuevo y mas verdadero abandono, que el que se me achacó, del puesto que desempeñaba.

No se figure, por lo demás, algun ánimo caviloso, que pudiera haberlos, que el fin de las observaciones que anteceden sea, en manera alguna, quebrantar el justo y debido respeto á las leyes, ni que trate tampoco de arrogarme autoridad ó atribucion de ningun género, en órden á los asuntos del pais. Respeto sinceramente las leyes del estado, y tanto, que hasta he preferido que la de 21 de Julio de 1876 se ejecutára con rectitud y franqueza, á verla convertida en instrumento político, para ir ganando la voluntad de los vascongados, cuando sospeché que así pudiera suceder. Y en cuanto á las obligaciones de mi magistratura, me refiero á su índole moral; á la necesidad de defender mi conducta, ajustada estrictamente al encargo dado por las Juntas generales, de lo cual tendré que responder de seguro, si algun dia recupera el pais las instituciones abolidas, y puede juzgar libremente los sucesos del año 1877, para siempre memorable en los fastos de Vizcaya.

Con tales presupuestos he examinado francamente, pero sin injusticia, con claridad, pero sin acrimonia, la conducta y los actos de los que se propusieron destruir la obra en que tuve parte, y trataron restablecer las cosas en el estado que tenian antes del 27 de Marzo de 1877, y de concordar, por lo tanto, el régimen foral con la ejecucion de la ley de 21 de Julio de 1876.

Este es el punto que separó en dos bandos á los que permanecieron fieles al acuerdo de las Juntas generales del pais y á los que pensaron que la resistencia era inútil, y que debia abandonarse la defensa incondicional de nuestros derechos. Del modo de comprender este gravísimo punto provino la disidencia ocurrida en el regimiento general del Señorío; de aqui provinieron tambien las denominaciones, que he calificado ya, de transigentes é intransigentes. No defiendo, pues, mis actos tan solo por ser propios, cosa

por lo demás siempre lícita, y aun necesaria para los que han desempeñado cargos públicos, sino que, al defender mis propios actos, defiendo á la vez el pensamiento político á que se ajustaban, y me veo, por consiguiente, en la precision de impugnar la conducta de los que pretendian poner por obra otro pensamiento político. Las opiniones encontradas producen, por lo comun, animosidad en todas partes, y no menor ciertamente cuando en estrecho recinto se controvierten y disputan; sin que basten los mas firmes propósitos de calmarla con mútua tolerancia para evitar muchas veces enconados resentimientos y profundas enemistades. Pero adquirir absoluto predominio sobre las pasiones humanas, antes debe considerarse propio de las virtudes teologales que cualidad ordinaria de los que en asuntos públicos se mezclan. Por cuya razon juzgo lo mas acertado limítarme á decir, que siempre procuré obrar en consonancia con las obligaciones de mi puesto, y atenerme estrictamente al encargo que de los mandatarios del pais tenia recibido, sin sutilezas ni anfibologías que le alteráran; y que no será extraño que al proceder de este modo, combatido con insistencia, y hasta con saña, y acusado de perturbador y rebelde con la mayor pasion é injusticia, y contra el clarísimo testimonio de mi conciencia, haya respondido algunas veces á mis acusadores firme y resueltamente, penetrado de la natural indignacion que en mi ánimo encendian sus malévolos ataques.

La causa que defiendo tiene de necesidad que producir hondo disgusto á no pocas personas, y mucho mas todavia si resulta ligada con el restablecimiento de nuestras instituciones de un modo incondicional y absoluto. Hubiérales parecido preferible que se conservasen algunos restos del régimen foral para vivir al dia, sin mostrarnos resueltos á mantener la integridad de nuestros derechos, é invocar para este fin el concurso presente y futuro de todos los vascongados. Y no es cosa que pueden sobrellevar con resignacion el malogro de tales designios y esperanzas, despues, sobre todo, que los revelaron al pais, en son de reproche y casi de protesta contra los que denominaban intransigentes. No he provocado, pues, yo, ni los que como yo piensan, la animosidad que debemos arrostrar en este concepto, porque no ha salido de nuestras filas la señal de la disidencia, ni hicimos otra cosa que ajustarnos á la voluntad del pais, expresada solemnemente, obedeciendo con

fidelidad su mandato, y deducir mas tarde las consecuencias inevitables y rigorosas de aquella voluntad y mandato.

No debo callar ahora, sin embargo, en atención á la gravedad de este punto, que nuestra política vascongada necesita el concurso de muchas voluntades, grande abnegacion y mesura, y no menor desprendimiento de los afectos y vínculos de partido. No basta que sean excelentes nuestros propósitos, si no hemos de entendernos en cuanto á la manera de ponerlos por obra. Seria de mi parte contribuir á que se forjasen ilusiones insensatas el atenuar, siquiera, toda la magnitud de la empresa intentada. Pero lo que sí me atreveré á sostener al propio tiempo, es que su malogro traerá necesariamente consigo la pérdida definitiva de nuestras instituciones. La duda, el recelo, el temor de que pudiera ocurrir tan aciago suceso, no se aparta por completo de mi ánimo. Lo confieso sin rebozo, y seria hipócrita si lo negára. No se ponen las manos en empresa de tanta magnitud, como he dicho, respecto á la suerte utura del pais, con jactanciosa confianza ni frívolo engreimiento. ¡Ojalá que todo el mundo se persuada de los resultados adversos ó favorables, que habrá de traer, segun el caso, nuestra division ó concordia! ¡Ojalá que todo el mundo se convenza de que ensayos como el que ahora se intenta, pensamientos como el que ahora se anhela que prevalezca, no se repiten ni mantienen despues que la experiencia ha demostrado irrefragablemente, que no fueron sino cándidas ilusiones, hijas del buen deseo de unas pocas personas! La voluntad quiere arrojar de la memoria todo recuerdo odioso, toda prevencion funesta; pero el entendimiento los comprende, por desgracia, demasiado. Combate ha de haber, tal vez reñido, que las ideas no alcanzan, por lo comun, la victoria sin lucha empeñada. Medir la magnitud de la empresa no es desalentarse; los guerreros mas ilustres y esforzados no vieron salir, libres de toda inquietud y sobresalto, el sol que iba á alumbrar el campo de batalla, por mucha confianza que pusieran en la calidad de sus huestes, y en la justicia de su causa.

Bien sé que los restos de los antiguos partidos lucharán encarnizadamente, antes de renunciar al empeño de mantener su perpétua enemistad y pugna. Y no ignoro, tampoco, que sus pasiones inveteradas son poderosísimo adversario, que no es dado menospreciar en manera alguna. Emplearán con todo el mundo el len

guaje que mas vivamente pueda encender los afectos del ánimo y suscitar los recuerdos mas peligrosos. A los que son de orígen liberal se procurará imbuir el concepto de que la union vascongada se inclina á los carlistas; á los que del bando opuesto proceden se les infundirá el temor de que los liberales los contaminen ó absorvan. Los demócratas nos pintarán como instrumentos de lo que denominan la teocracia; para los tradicionalistas acaso seamos propagadores del liberalismo. En balde sustentaremos nuestras propias ideas con claridad y franqueza. Los partidos no creen, ό араrentan no creer nunca, mas que lo que les conviene. El egoismo, la apatía, la indiferencia, el temor de compromisos, el interés personal, vicios de todas las edades, pero mas especialmente de la nuestra, desprovista en gran manera de fé, prestarán, con el apartamiento que engendran, cooperacion y ayuda, aunque indirecta valiosa, á la obra destructora de los partidos. El gran legislador de Atenas dispuso que se castigára con la nota de infamia á los que rehusaban tomar parte en las contiendas civiles. Bien sabia que no eran los perturbadores de oficio los únicos enemigos del estado.

Y no hago, á la verdad, mucho hincapié en otra clase de estorbos que tambien habrán de suscitarse, dado que, aunque al parecer livianos, no dejan de obrar á menudo, con dañoso influjo en los asuntos públicos. Refiérome al prurito de murmuracion y censura, tan frecuente por desgracia, y que cual planta parásita se apega á todas las cosas del mundo, para robarles el jugo, y esterilizarlas algunas veces. No se discuten en ese caso los asuntos por sus propios méritos, ni con arreglo á doctrinas fijas y principios determinados, sino por la vana satisfaccion de poner obstáculos y encontrar reparos, en que se complacen ciertos ánimos inquietos y descontentatizos. Con tales estorbos sucede lo que con las voces aisladas, que por si solas hacen poco ruido, aunque todas juntas forman murmullo mas sonoro, que en ocasiones sube á gritería.

Pero sea como quiera, los que no tenemos otro propósito ni fin político que el restablecimiento integro de nuestras instituciones y derechos seculares, porque juzgamos que es empresa harto importante de suyo para mezclarla en lo mas mínimo con otros propósitos ó fines, habremos cumplido estrictamente con nuestra obligacion de vascongados, cuanto nuestras luces y recursos nos lo permitian, anteponiendo los principios forales á los bandos políticos, y des

echando los impulsos egoistas que nos aconsejaban cruzarnos de brazos y dejar correr las cosas. El pais sabrá siempre lo que hemos querido; el éxito no está en nuestras manos, sino en manos del que rige la suerte de los pueblos. El pais sabrá siempre, aun en el caso mas adverso, que hubo vascongados que se propusieron levantar con ayuda de los Fueros un propugnáculo insuperable contra las pasiones de los partidos. El pais sabrá siempre que esta bandera política, exclusivamente vascongada, se enarboló en tiempo oportuno, con decision y franqueza. El pais sabrá siempre que se quiso alejarle del camino de las disensiones intestinas y de aventuras temerarias, que tan funestos resultados nos trajeron en cuantas ocasiones se emprendiera. El pais sabrá siempre, por último, que no se omitió medio alguno que de nosotros dependiese, para apartarle del círculo vertiginoso de la política española, y aun de la general del mundo, afanándonos por resolver ámplia y conciliadoramente las mas árduas dificultades de tode género, sin salir de los límites de nuestro propio territorio; sin engolfarnos en el piélago insondable de las reñidas controversias, que en otras partes mantienen inevitablemente la inquietud y zozobra en los ánimos. Podemos ser verdaderamente el oasis, que nos pinta un ilustre escritor catalan, benemérito de la tierra vascongada, pero es para conseguirlo condicion precisa, que no pretendamos fertilizar con nuestros recursos, suficientes tan solo para nosotros, los abrasados contornos que nos rodean.

¡Quiera el cielo que no vengan las ardientes arenas del desierto, arremolinadas por impetuosos huracanes, á cegar tambien las fuentes de nuestra ventura, y destruir nuestras mas legitimas esperanzas! ¡Quiera el cielo que recapacitemos, al cabo, hondamente, las tremendas catástrofes que todavia puede acarrearnos la perpetuidad de nuestras antiguas enemistades y discordias! La patria nos pedirá estrecha cuenta de nuestra conducta en otro caso, y su voz sonará en nuestros oidos como en los del fratricida sonaron las palabras del Señor que le preguntaba por su hermano. Quid fecisti? Vox sanguinis fratris tuis clamat ad me de terra.

A las clases superiores de la sociedad, á los que gracias á la opulencia ó bienestar que debieron á la suerte, les es dado oir sin turbarse los gritos lastimeros de la turpis egestas et malesuada fames, incumbe y corresponde preferentemente el encaminar y servir de

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