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garon y pulieron en el último tercio del siglo XV con los progresos que habia hecho ya la civili

zacion.

Nada debió á esta el rey don Juan en los ocho años que reino; porque ni tenia aficion á los negocios de gobierno, ni voluntad propia, pues la reina lo mandaba todo (1). No obstante su memoria fué grata á los aragoneses por haber respetado al Justicia Juan Jimenez Cerdan, que tuvo la firmeza de amparar con el fuero de la manifestacion. y mandar poner en libertad á algunos de los principales ciudadanos de Zaragoza, presos de orden del rey y aborrecidos de sus consejeros.

(1) Abarca, Anales tomo 2.o, página 155, col.1.a

CAPÍTULO VI.

Conclusion del mismo asunto.

El reinado de don Martin, que sucedió á don

Juan su hermano, tampoco ofrece cosa notable y conducente al objeto de esta obra, mas que las cortes celebradas en Maella, donde el rey hablo á los aragoneses diciéndoles entre otras cosas, que habia dado orden á su hijo el rey de Sicilia para que viniese á Aragon á aprender como han de haberse sus reyes en guardar y conservar las libertades del reino; porque despues viéndose en el trono no le será fácil ni apacible; pues los otros reinos por la mayor parte se rigen por la voluntad y disposicion de sus reyes (1). Ampliose en es

(1) Zurita, Anales tomo 2.o; fólio 442 vuelto, col! 1.a

tas cortes la jurisdiccion del Justicia mayor por. los sangrientos bandos que habia en el reino, los cuales se apaciguaron con la autoridad de aquel magistrado tutelar, que tantos beneficios hizo á la causa pública.

Por la muerte casi repentina de don Martin sin declarar sucesor, habiendo fallecido antes su hijo el rey de Sicilia, se movieron en el reino grandes disturbios y guerras. Al fin despues de muchos altercados el parlamento celebrado en Alcañiz cometió al gobernador de Aragon Gil Ruiz de Liborí y al Justicia Juan Jimenez Cerdan la facultad de nombrar nueve jucces que declarasen cual de los competidores era el que tenia mas derecho al trono de Aragon (1). Convenidos los catalanes y valencianos en esta eleccion, procedieron los jueces á declarar el derecho de sucesion, votando las dos terceras partes á favor del infante

(1) Los competidores ó pretendientes al trono eran el primogénito del rey de Nápoles, el infante de Castilla don Fernando (el de Antequera), don Alonso duque de Gandía, don Fadrique conde de Luna y don Jaime conde de Urgel.

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Los electores ó jueces eran, por Aragon el obispo de Huesca, Frances de Aranda, y Berenguel de Bardají; por Cataluña el arzobispo de Tarragona, Guillen de Valseca y, Bernardo de Galbez; y por Valencia el general de la car

de Castilla don Fernando, quien fué en consecuencia reconocido como rey de Aragon.

Coronose el rey en las cortes de Zaragoza con mayor pompa que otro alguno de sus antecesores, y despues pasó á verse en Morella con Benedicto XIII, uno de los tres pretendientes á la tiara, por quienes se habia promovido el gran cisma que dividió á la iglesia. Para facilitar la paz de esta el nuevo rey instó á Benedicto para que renunciase, como lo pedian el emperador, el rey de Francia, y los prelados juntos en el concilio de Constanza, y como ofrecian hacerlo sus dos competidores.

Hechos estos buenos oficios para la pacificacion, pasó el rey á Cataluña á celebrar cortes. En ellas pidió dinero; pero los catalanes solo proponian querellas y demandas; y como en el gobierno menos democrático de Castilla no estaba acos

tuja, su hermano San Vicente Ferrer, y Gines de Rabaza, cuyo lugar ocupó despues Pedro Beltran.

La sucesion del infante don Fernando en los reinos de Aragon es uno de los acontecimientos mas notables en la historia de España; sobre el cual pueden consultarse los escritores aragoneses, y tambien el largo apéndice númerò 1.o inserto en el tomo 7.o de la Historia de Mariana, edicion de València; donde se trata este punto con mucho criterio.

tumbrado á tantas dilaciones y resistencia, se enojó con ellos, cerrando las cortes, que no eran provechosas ni para unos ni para otros.

Repitiose el desagrado no mucho despues en Barcelona, donde intentó don Fernando á su vuelta de Perpiñan no pagar las contribuciones puestas por la ciudad, á las cuales estaban tambien sujetos los monarcas; y habiendo llamado al primer consejero de la ciudad le dijo: «conseller primero: hemos mandado llamaros no mas para pediros un servicio que para haceros una merced; porque la monstruosidad de ser rey y tributario de mis vasallos, no menos los afea á ellos que me desconsuela á mí. No se hallará otro rey en el mundo pechero de su república, ni otra ciudad sino Barcelona que cobre gabelas de sus príncipes."

El conseller, que de antemano se habia confesado y hecho testamento para morir, si necesasario fuese, le respondió entre otras cosas lo siguiente: «No debeis, señor, poner tan presto en olvido el juramento de guardar nuestras constituciones y costumbres. Vuestros antecesores tan buenos fueron como vos: ¿qué razon hay para no imitarlos, ó para condenar su ejemplo á costa de vuestra verdad y fé? Nunca nuestros reyes se dieron afrentados de Barcelona: nuestros paabuelos los sirvieron y honraron sobre toTomo II.

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