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Mas, aun cuando no sea miembro de la Santa Alianza, se reserva diestramente el derecho de asistir á sus reuniones, sondea sus designios, calcula sus resultas; ni ofrece socorros ni se liga con promesas: durante la discusion se muestra severa, condescendiente en el momento de la resolucion, neutral mientras dura la lucha; y dejando á otros la carga de la empresa y sus peligros, aguarda tranquilamente el éxito, cualquiera que sea, para disfrutar sus ventajas.

CAPITULO IV.

Cinco años transcurrieron desde que se asentaron las bases de la Santa Alianza hasta que volvió á perturbarse la quietud de Europa; y de aquel período, en que las naciones no opusieron trabas ni obstáculos al ejercicio de la suprema Potestad, es del que la historia imparciál pedirá estrecha cuenta á los Gobiernos para ver si hicieron cuanto debian y podian con el fin de evitar nuevas revoluciones y trastornos (1).

Si hubieran planteado las reformas que el espíritu del siglo reclamaba, para satisfacer hasta el punto que fuese justo las necesidades y deseos de los pue

(1) Sin duda el siglo en que vivimos exije que el órden social tenga leyes tutelares por base y garantía; pero este siglo impone á los Gobiernos el deber de preservar esas mismas leyes contra las pasiones, siempre inquietas, siempre ciegas.»

(Discurso pronunciado por el Emperador de Rusia, al abrir la Dieta de Varsovia, el dia 1.-13 de setiembre de 1820.)

blos, á estos única y exclusivamente habria que imputar las revueltas y calamidades que muy luego sobrevinieron (2).

Mas cabalmente todas aquellas naciones en que los Príncipes se adelantaron á dar instituciones, mas ó menos latas, á fin de hermanar los derechos y libertades de los súbditos con los fueros y prerogativas del Trono, permanecieron tranquilas, caminando sosegadamente por la senda de las reformas á su prosperidad; en tanto que el fuego de la revolucion prendió en aquellos pueblos donde lejos de tomarse en cuenta las graves mudanzas acaecidas durante los últimos años, se habia procurado á toda costa mantener en pié las antiguas instituciones políticas, minadas y ruinosas.

España fué la primera que dió el grito de insurreccion; y si este inesperado suceso causó en los Gobiernos de Europa admiracion y sorpresa, fué porque no reflexionaron que era el efecto natural, necesario, de causas manifiestas (3).

(2) Con el espíritu de los siglos es como se debe observar, apreciar, juzgar lo que se llama el espíritu del siglo; á fin de adoptarlo ó rechazarlo con razon, contrarestarlo ó seguirlo sin riesgo..

Hablar contra el espiritu del siglo en la generalidad, es tan absurdo como lo seria hablar en general contra la naturaleza humana. Asi el uno como la otra reunen todas las cosas contrarias y todos los contrastes.»

(Nouveaux essais de politique et de philosophie, par Ancillon: tomo I, pág. 51.)

(5) «Protesto al mismo tiempo, (decia un juez nada sospechoso en la materia) protesto contra las doctrinas condecoradas

Harto sabido es que, al volver el Señor D. Fernan→ do VII á ocupar el Trono, se vió rodeado de malos consejeros, que atentos meramente á satisfacer sus resentimientos y pasiones, echaron por tierra, no solo la Constitucion formada por las Córtes, sino cuantas instituciones y reformas se habian planteado en aquella época gloriosa (4).

Una política cuerda y previsora hubiera aconsejado al Monarca tomarse tiempo y meditar detenidamente, para hacer el oportuno deslinde, sancionando con el sello de su autoridad las reformas conve→ nientes, y anulando las que pareciesen dañosas al bien público, ó poco conformes con la dignidad de la Corona (5).

con el nombre de Santa Alianza, y cuyo objeto es establecer una especie de policía europea, a fin de impedir toda revolucion. Hay, á lo menos, una escepcion incontestable á esta condenacion general de las revoluciones; y es cuando la salvacion del Estado las hace necesarias. Tal era, en mi juicio, el caso de España.

(Discurso pronunciado por Mr. Peel en la Cámara de los Comunes, el dia 29 de abril de 1823.)

(4) «Toda la Europa parecia reconocer al cabo que mantener ó volver los antiguos abusos era incompatible con el estado presente de la opinion general: la Casa de Austria y los consejeros de Fernando VII eran las dos únicas excepciones de esta aparente unanimidad. »

D

(Precis hist. du partage de la Pologne, par Mr. Brou

gham: cap. XIII.)

(5) En principios de mayo habia formado el Rey Fernando un Ministerio, que modificó antes de finalizarse el mes, aunque á la cabeza de ambos estuvo siempre el duque de San

Ningun Monarca se ha hallado en circunstancias tan favorables, para labrar su propia dicha y la prosperidad de la nacion. Objeto del amor, de la idolatría de los pueblos, volvia aclamado, bendecido por ellos, que veian en aquel Príncipe el triunfo de la independencia y el símbolo de la victoria. Nunca jamás ha habido en el mundo Monarca mas popular.

Empero esto mismo contribuyó en mal hora á su perdicion y á la de su Reino. Los pérfidos consejeros que le rodearon, persuadiéronle fácilmente que todo lo podia; y presentaron á su vista como el pago de un mero tributo los inmensos sacrificios que habia

Carlos. Sigiose por uno y otro la política comenzada en Va lencia, creciendo cada dia mas las persecuciones y la intolerancia contra todos los hombres y todos los partidos que no desamaban la luz y buscaban el progreso de la razon; siendo en verdad muy dificultoso, ya que no de todo punto imposible á los Ministros salir del cenagal en que se metieron los primeros y malhadados consejeros que tuvo el Rey. Error fatal y culpable del que todavía nos sentimos y nos sentiremos por largo espacio; pudiendo aplicarse desde entonces á la infeliz España lo que decia un antiguo de los atenienses: « Desórden y torbellino los gobierna, expulsada ha sido toda providencia conservadora.»

«Otro rumbo hubiera convenido tomase el Rey á su vuelta á España, desoyendo dictámenes apasionados, y adoptando un justo medio entre opiniones extremas. Era todo hacedero entonces, y hubiérase colocado Fernando con tal proceder al nivel á los Monarcas mas gloriosos é insignes que han ocurado el Sólio Español.»

(Hist. del levantamiento, guerra y revolucion de Es

paña, por el Conde de Toreno: tomo V., pág. 555.)

hecho la nacion y los rios de sangre que sus hijos habian derramado; bastando para su satisfaccion y recompensa el haber rescatado á su legítimo Sobe

rano.

En el primer momento cuando aun vacilaban dudosos entre el temor y la esperanza pusieron en boca del Rey palabras graves y severas, para condenar el despotismo, como incompatible con las luces de Europa y nunca autorizado por las buenas leyes y Constitucion de la Monarquia; y para precaver la vuelta de los abusos de poder, conciliando los derechos del Trono, que los tiene de suyo, con los que pertenecen á los pueblos, que son igualmente inviolables, ofreció el Monarca convocar en cuanto fuese posible, unas Córtes legitimamente congregadas, compuestas de procuradores de España y de las Indias.

En ellas, y de acuerdo con el Rey, se habian de determinar los medios de afianzar la observancia de las leyes fundamentales; asentando desde luego, como cimiento de la intentada reforma, las bases siguientes: 1. Establecimiento de las leyes con acuerdo de las Cortes. 2.a Aprobacion de las mismas para imponer contribuciones. 3.a Separacion de los gastos de la nacion de los de la Casa Real, para alejar toda sospecha de disipacion de las rentas del Estado. 4. Libertad y seguridad individual y real, aseguradas por medio de leyes que afianzando la pública tranquilidad y el órden, dejen á todos la justa libertad, en cuyo goce imperturbable, que distingue un Gobierno moderado de un Gobierno arbitrario y despótico, deben vivir los ciudadanos que estén sujetos á él. 5.a Libertad

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