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misma iglesia de que se le nombraba obispo, y de esto todavia no habia ejemplar en Chile. Este prelado, indisputablemente el mas célebre entre todos los que han gobernado las iglesias de Chile, nació en la Concepcion el catorce de enero de mil setecientos doce, siendo sus padres D. José de Aldai y doña Josefa de Azpee, personas que por su nobleza y riqueza ocupabar lugar entre las primeras categorías de aquella ciudad. El jóven Manuel descubrió desde sus primeros años un talento tan precoz, que hizo á sus padres y maestros ver en él no una capacidad comun sino mui rara. Entregado á los jesuitas, que presidian el convictorio de San José de la ciudad de Concepcion, hizo en este y bajo la direccion de aquellos el estudio de las humanidades, filosofía y teología con el aprovechamiento que prometian su ingenio y aplicacion; mereciendo que el obispo D. Francisco Antonio Escandon le confiriese los grados de maestro en filosofía y de doctor en teología. Su padre, que le destinaba á la profesion de abogado, le envió á Lima para que hiciese allí el estudio de la jurisprudencia, y en efecto en el real colegio de San Martin se dedicó á él con tal esmero que se atrajo la admiracion

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el respeto de cuantos le conocian y trataban. Jovial por carácter, no gustaba sin embargo de chocarrerias que ordinariamente entretienen á los jóvenes, queriendo aprovechar el tiempo en objetos sérios y que le fuesen útiles. La universidad de San Márcos le confirió el grado de doctor en leyes y sagrados cánones, como una honrrosa distincion debida de justicia á su mérito literario. Por este tiempo vacó en Lima la canonjía doctoral de la iglesia metropolitana, por ascenso del

célebre canonista peruano D. Juan Jimenez Gutierrez á obispo de Popayan. D. Manuel de Aldai, ya doctor y abogado de la real audiencia, se presentó como opositor al concurso, mereciendo entre cinco comparecientes obtener el segundo lugar en la propuesta del cabildo. Vuelto á Chile con motivo del fallecimiento de su padre, recogió setenta mil pesos que le cupieron de legítima, y fijó su residencia en Santiago. La promocion del licenciado D. Pedro de Azua á maestre escuela dejó vacante en el cabildo la canonjía doctoral; Aldai fijó á ella su oposicion y la obtuvo. Recibidas las órdenes sagradas que le concedió el obispo Bravo del Rivero en febrero de mil setecientos.cuarenta, se dedicó esclusivamente al desempeño de las obligaciones anejas al ministerio sacerdotal. Él predicaba en misiones y en la escuela de Cristo, de cuya institucion fué como el fundador en Chile. Fué el primer individuo del clero secular que dió los ejercicios de san Ignacio en los monasterios de religiosas; y en fin, constante en el confesonario, apenas hubo dia en el que no dedicase algunas de sus horas á este ejercicio tan glorioso para Dios, cuyas misericordias ostenta, como penoso para el sacerdote que lo administra. El obispo Bravo del Rivero y su sucesor D. Juan Gonzalez Melgarejo hicieron siempre del canónigo Aldai el mas alto aprecio. Por muerte del segundo, el cabildo lo eligió por unanimidad de votos para vicario capitular, cuyo cargo renunció. Vacante la iglesia de Santiago por promocion hecha de su obispo Melgarejo para la de Arequipa, D. Manuel de Aldai fué presentado para aquella, sin pretenderlo ni esperarlo. Su

eleccion podremos decir que fué obra de Dios, pues de ella estuvieron mui distantes los medios de que los hombres suelen servirse para obtener semejantes dignidades.

Dos meses despues de la muerte de su antecesor entró á sucederle el señor Aldai (1) en medio de las aclamaciones de la ciudad de Santiago que celebraba con entusiasmo su exaltacion. Despachadas las bulas por la santidad de Benedicto XIV en Santa María la Mayor á veintiseis de noviembre de mil setecientos cincuenta y tres, le consagró en Concepcion el obispo D. José Toro Sambrano el dos de octubre del año de cincuenta y cinco. Elevado al episcopado, no alteró su antigua forma de vivir. Se levantaba mui de mañana, celebraba todos los dias el sacrificio de la misa, asistia al confesonario, y despachaba los negocios de su diócesis con exactitud y sin demora. La oracion era en él continua: parecia, segun el dicho de su confesor el padre Ignacio García, «que el bullicio consiguiente al cargo que desempeñaba le hubiese grabado en su mente la presencia de Dios.» Por la tarde concurria de paseo á la muralla del rio, donde le aguardaba una multitud de niños, á los cuales enseñaba la doctrina y catecismo y les repartia al fin panes ó fruta, y los dias festivos y juéves algun dinero. No dejaba de asistir á las iglesias donde habia jubileo ó visita al Santísimo Sacramento, y esto lo hacia con su traje ordinario y con fervor edificante, permaneciendo de rodillas horas enteras delante del Señor.

(1) 7 de mayo de 1754.

Una de sus primeras atenciones fué formalizar la visita de su diócesis. Se abrió esta en la catedral por el mes de mayo de cincuenta y siete, y la continuó en todas las parroquias situadas al norte de Santiago. Predicaba las pláticas doctrinales de la mision que hacia en cada una de las iglesias que visitaba, y algunos dias dos ocasiones, mañana y tarde. Era infatigable para administrar el sacramento de la confirmacion, y se daba tan buena traza en la economía de su tiempo que siempre le quedaba alguno para asistir al confesonario. Visitó la parte mas remota del obispado hasta el lugar llamado desde entonces el obispo, por su permanencia en él, situado en la costa del desierto de Atacama. Allí hizo venir los indios del Paposo, á los cuales catequizó y administró los santos sacramentos. No bien habia concluido esta penosísima tarea, cuando emprendió otra no menos pesada, que fué visitar la parte del sur de su diócesis, y despues de esta, las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis, y en todas estas espediciones no quedó sin visita iglesia ni oratorio alguno, por separado del tránsito que fuese. Conducia con él cargamentos de ropa para los pobres, á los cuales vistió alguna ocasion por sus propias

manos.

Esta visita, tan completa como prolija, le puso al cabo de todas las necesidades de su grei, por cuyo motivo se aprèsuró para celebrar sínodo diocesano, en el cual se proveyese de remedio á cada una de aquellas. En efecto, convocó á los párrocos para el mes de diciembre de mil setecientos sesenta y dos, y juntos que

estuvieron, verificó la apertura del sínodo el cuatro de enero del año siguiente, continuándolo hasta el diez y ocho de marzo, en el cual se concluyó. La sabiduría que respiran las constituciones de este sínodo manifiestan la capacidad de su autor: todas ellas están apoyadas en decisiones de la iglesia, y debemos considerarlas como un epítome del espíritu de esta. El obispo hizo publicar las constituciones sinodales el veintidos de abril del mismo año, y posteriormente las que pertenecen al clero y comunidades de monjas. Los frutos del sinodo no tardaron en dejarse ver, no solo en la morigeracion de las costumbres del clero, sino tambien en la reforma del pueblo en aquellos puntos que corrigió el celo pastoral del sínodo.

Una nueva visita hizo el obispo Aldai á las provincias de su obispado, la que principió por la parte del sud en octubre de mil setecientos sesenta y cuatro y concluyó en marzo del año siguiente. El ocho de abril, es decir, un año despues, se puso en camino para visitar la parte del norte, y en esta nueva tarea gastó casi un año, trabajando todo él con celo verdaderamente apostólico.

Dios se dignó visitar á este prelado con diversas calamidades que afligieron á su grei, y especialmente á él: tales fueron la espulsion de los jesuitas, realizada en Santiago el veintiseis de agosto de mil setecientos sesenta y siete. El presidente Guil Gonzaga ofició en el mismo dia mui de mañana al obispo, adjuntándole copia de la cédula del soberano, que disponia fuesen arrojados de sus dominios todos los religiosos de la Compañía, y rogándole que lo hiciese presente al ca

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