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al parecer sistemadas con el jefe politico de las provincias de su diócesis. Nacido D. Francisco José Maran en la ciudad de Arequipa de padres nobles y ricos, abrazó la carrera de estudios eclesiásticos en el Convictorio de su patria. Ordenado de presbítero, desempeñó el ministerio parroquial en diferentes doctrinas, y mas tarde fué presentado por Cárlos III para una prebenda del Cuzco, y ascendido sucesivamente hasta obtar la dignidad de arcediano del mis mo coro, desempeñando á la vez el provisorato del obispo.

Vacante la mitra de Concepcion por muerte del reverendo Espiñeira, Cárlos III lo presentó para ella á Pio VI, quien le espidió las correspondientes bulas en 1779 y al siguiente, consagrado ya, pasó á tomar su posesion. Su contestura delicada y sus enfermedades continuas no le permitieron visitar inmediatamente sino las parroquias de los lugares cercanos; pero encontrándose repuesto, determinó dilatar su visita hasta Valdivia y Chiloé. En efecto, partió de Concepcion el 30 de octubre de 1787, y pasando el famoso Biobio, recorrió las doctrinas de San Pedro, Colcura, Arauco, y luego se internó en las parcialidades que forman la célebre araucania. El intendente de la Concepcion, D. Ambrosio O'Higgins, habia impartido sus órdenes con anticipacion á los úlmenes y caciques de esta para que acatasen del mejor modo posible la sagrada persona del obispo. Así lo cumplieron efectivamente los de Tucapel, Arauco, Llanquilgüe y Tirua, conduciéndolo por sus tierras con espléndido acompañamiento de tropas y caballos. De esta manera marchó hasta los Pi

nares que están entre las montañas de Tirua Ꭹ de Toquihue, en donde el 28 de noviembre se vió asaltado repentinamente por una inmensa multitud de hombres armados que le impedian el paso y robaban á la vez su rico equipaje. El obispo y su comitiva volvieron atrás precipitadamente; mas encontrando tomados todos los caminos por donde pudieran salvarse, anduvo errante algunos dias por entre las risquerías de aquellas espesas montañas.

Parece que el equipaje verdaderamente regio del obispo, compuesto de cincuenta y siete cargas, habia despertado la codicia de los infieles de las reducciones de los llanos, y arrastrádoles á cometer este sacrilego atentado. Apoderados de botin tan espléndido, cual jamás habian hecho, disputaban sobre la vida del obispo, que algunos juzgaban de necesidad ultimar para asegurar mejor la posesion de su presa; mas á este juicio contradecian otros mas cuerdos ó menos temerarios. No pudiendo en algunos dias resolverse definitivamente cual de estos dictámenes debia seguirse, el úlmen D. Martin de Curimilla, interesado en la libertad del obispo, propuso que se librase la resolucion al juego de chueca aceptada la propuesta, el cuatro de diciembre á la aurora se verificó el partido, y siendo este favorable al obispo, fué puesto sin demora en libertad. Sin volver este aun de la sorpresa que le causaron los inminentes riesgos que corrió su vida, entró derrotado y enfermo en la Concepcion el nueve de diciembre (1).

(1) Documento número 26.

Cuando la pobreza evangelica aneja al cargo episcopal, no hubiese retraido al obispo de marchar con un equipaje tan numeroso y magnífico, la prudencia aconsejaba no escitar con él la codicia de gentes inclinadas al pillaje. Nosotros no disculpamos la insolencia de los críminales que violaron con escándalo la veneranda persona de un príncipe de la iglesia; pero creemos sí que este no obraba en el caso con la discrecion que debiera. El pontifical, los ornamentos y vasos sagrados fueron destinados por los llanistas para sus usos particulares. El intendente logró rescatar algo de lo perdido y la audiencia informó al soberano sobre este suceso, que durante mucho tiempo absorvió la atencion de los habitantes de Chile.

La promocion del señor Sobrino á la sede de Trujillo, dejó vacante la iglesia de Santiago, y Cárlos IV, atendiendo las recomendaciones hechas por la audiencia en favor del obispo Maran, lo presentó para ella. No bien recibió la cédula cuando partió para Santiago, y desde la ciudad de Talca principió á urgir al arrepentido D. Blas Sobrino para que pusiese el gobierno de su obispado en manos del cabildo, como lo

hizo.

Cuatro años duró esta vez la vacante del obispado; mas este al fin vino á recaer en el dean de la misma iglesia D. José Tomás de Roa y Alarcon. Gozaba en esa época en la córte de Madrid de grande influjo D. Pedro José de Carvajal, natural de Concepcion, y en quien habia recaido el ducado de San Carlos. Hermano uteterino de éste era D. Tomás de Roa y á su influjo debió su ascenso al episcopado. D. Tomás no reunia al lustre

de su familia el esplendor de la ciencia; pero ofrecia en compensacion una alma candorosa, costumbres sencillas y mil deseos buenos. Abrazada la carrera eclesiástica en Concepcion, su patria, llevó una vida consagrada casi esclusivamente á la propia santificacion, y presentado para una prebenda de su iglesia, ascendió hasta el deanato de la misma. Cárlos IV lo presentó para el obispado y con bulas de Pio VI recibió en Santiago la consagracion episcopal del obispo D. Francisco José Maran. Roa, elevado por la sagrada uncion al rango de pastor de una grei tan numerosa como la de Concepcion, trató de tener siempre á su lado personas de sabiduría y esperiencia que le suministrasen conocimientos en los casos oscuros y difíciles. Delicado de conciencia no procedia jamás con temor, y sus resoluciones eran fruto del juicio que llegaba á formar despues de oir atentamente los pareceres de los sabios. De Santiago se dirigió Roa á Valparaiso, donde dió á la vela con direccion á Chiloé, para principiar por ahí la visita diocesana. Tanto en las islas del archipiélago, que visitó, como en la provincia de Valdivia, dejó numerosos vestigios de la caridad con que profusamente distribuia limosnas de toda especie; de la paciencia con que soportaba el rigor de las estaciones, y de las otras virtudes que caracterizaban su alma bella y noble. En Concepcion abrió concurso para la provision de los curatos que carecian de párrocos propietarios, y trabajó asiduamente por el progreso del seminario conciliar, asistiendo en él casi diariamente á las conferencias de los estudiantes.

A pesar de sus achaques y edad octogenaria, ce

lebraba diariamente y mui de mañana, y esto lo observó hasta dos dias antes de morir. Su última enfermedad fué brevísima, y su muerte acaeció en mayo de mil ochocientos seis.

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