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vino á realizarse en el gobierno de Ustariz: este habia elevado á Alejandro Garzon desde criado suyo hasta capitan de ejército, y fiádole como á tal el fuerte de Calvuco. Garzon abandonó su puesto luego que empezó á percibir algun descontento entre los habitantes de las inmediaciones del fuerte, y se marchó con su tropa á Concepcion. Los Chilotes aprovechando esta coyuntura tan favorable á sus intenciones, se rebelaron abiertamente y tomando las armas amagaron destruir diversas poblaciones de las islas. Noticioso el presidente de este suceso, ordenó que sin pérdida de tiempo el maestre de campo D. Pedro Molina, pasase de Concepcion á Chiloé, como lo hizo, y con un grueso cuerpo de tropas, volviese á imponer á sus habitantes el yugo que intentaban sacudir. Molina logró todo el objeto de su comision; pero mas bien con halagos y promesas que con estorsiones y violencias. Los Chilotes volvieron al vasallaje y dejaron el ejercicio de las armas tan opuesto á su índole dulce y pacífica.

Los Araucanos hacia algunos años que vivian en paz; pero esta, ni era sincera, ni podia ser durable; carecian de recursos para pelear con esperanza de éxito favorable, y aguardaban cambiar de situacion para hacer revivir las antiguas hostilidades. Llegó por fin esta, y creyéndose bastante fuertes para acometer al enemigo, celebraron juntas para combinar su plan de movimiento: mas la conspiracion fué descubierta á tiempo de poderla sofocar y el corregidor de la Concepcion D. Fermin Ustariz, hijo del presidente, con juicio y valor nada comunes, logró descubrir los cabezas de ella. Cuatro úlmenes fue

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TOMO II.

ron ahorcados y algunos otros confinados fuera del pais.

La insurreccion de los Araucanos, en las circunstancias actuales del Estado, habría sido doblemente desastrosa. Desde la entrada de Ustariz en el mando, jamás se habia pagado á la tropa, autorizándose con este proceder ilegal á los soldados para que abandonasen sus filas. En efecto, el ejército español se hallaba reducido á nulidad, y los fuertes sin la guarnicion competente para resistir en caso de ataque. Los pocos hombres que aun servian al rei en la milicia. sumamente digustados, murmuraban amargamente de la conducta del presidente. El descontento pues y la defeccion eran generales; y de una tropa compuesta de individuos de esta clase, poco á la verdad podian esperar sus jefes. El disgusto de los soldados fué, aunque lentamente, propagándose por todas las demás clases de la sociedad, y sus efectos se sintieron pronto. El rei informado de este estado de cosas, nombró sucesor á Ustariz sin perjuicio de ordenar, como lo hizo, al virei del Perú, el príncipe de San Bono, que sin pérdida de tiempo enviase á Chile un visitador y presidente interino; este cargo recayó en el marqués de Casa-Concha, D. Martin de Santiago Concha (1), oidor de la real audiencia de Lima, el que llegó á Chile por el año mil setecientos diez y siete, y entregado del gobierno, residenció al presidente Ustariz en virtud de las instrucciones que traia, y lo alcanzó en cin

(1) D. Claudio Gay le llama José Santiago, pero esta es una equivocacion que él mismo deshace, diciendo en la página 414: Dió á Quillota el nombre de San Martin de la Concha, que era el suyo.

cuenta y cuatro mil pesos, cuya cantidad le hizo pagar con los intereses y costas de la cobranza. La conducta de Concha pareció á algunos en estremo rigorosa y e' pesar que causó al culpado, fué bastante para aniquilar su existencia. Concha continuó gobernando los negocios del reino con el título de presidente interino, y el celo que desplegó en sus actos gubernativos, es á la verdad mui digno de elogio. La administracion de justicia se habia hecho mui tardia, las causas se eternizaban en los juzgados con perjuicio de los litigantes y los jueces tal vez contraidos á negocios agenos de la magistratura, descuidaban las altas funciones de su cargo. Hemos indicado los defectos de que adolecian algunos de los jefes superiores y de ellos podremos inferir los que necesitaban tolerar en los inferiores; para que la censura de la conducta de estos, no recayese á la vez sobre sus propias acciones. El presidente para corregir estos enormes abusos, visitó los juzgados, escuchó las quejas de los litigantes é hizo exhibir multas á los magistrados que juzgó remisos en el cumplimiento de sus obligaciones. La paz de Utrecht, que puso término á la guerra de sucesion, que tantas agitaciones habia costado á los soberanos de Europa, presentó al presidente Concha nuevo campo en que desplegar su celo en favor de los intereses de su rei. Los franceses en virtud de la guerra de sucesion, se habian encargado del tráfico esterior de Chile desde el año mil setecientos siete. Los puertos estaban llenos de sus embarcaciones, que importaban telas y otros efectos, para llevar en retorno ingentes cantidades de oro y plata. Los tratados de Utrecht restitu

yeron á España sus antiguos derechos y privaron á la Francia del comercio con Chile que habia hecho casi esclusivamente suyo. El almirante Martinet, encargado de arrojar los bageles franceses de las costas del Pacífico, recibió del presidente toda clase de auxilios para su espedicion, y á sus providencias llenas de celo y actividad debió el rei las ingentes sumas en que fueron vendidas las presas hechas por la espedicion. No es menos laudable el constante empeño del presidente por formar poblaciones de los habitantes diseminados en los campos. Entre las que fundó dió su nombre á la de Quillota, llamándola San Martin de la Concha.

D. Gabriel Cano de Aponte, nombrado por Felipe V gobernador y capitan general de Chile, se presentó en Santiago el diez y seis de diciembre de mil setecientos diez y siete (1) á prestar juramento de fidelidad en el ayuntamiento. Un militar de tanta nombradía como Cano, era la reparacion mas cumplida que podian recibir del soberano los nobles chilenos que reputaran el nombramiento de Ustariz como agravio que se les inferia. Cano era uno de los jefes mas distinguidos que pelearon bajo las órdenes del mariscal de Villars y del conde de Berwich en Namurs, Campo Mayor y Gante: sus proezas militares le habian ascendido hasta el grado de teniente general, y ornádole además con la cruz de Alcántara, con la comendatura de Mallorca y lo que aun es mas le habian al

(1) Cano estaba nombrado por el rei Felipe V antes del 22 de diciembre de 1715 asi lo acredita una real cédula dirigida al obispo de Santiago que tenemos á la vista.

canzado un prestigio inmenso. Ese lustre que al baston de Chile alcanzó la serie de hombres tan importantes que lo manejaron y ahora desgraciadamente se veia como ajado, Cano venia á restituírselo y si posible fuese con usura. La audiencia, el ayuntamiento y los vecinos de Santiago á porfia se esmeraron en acreditar el intenso regocijo, con que recibian á su nuevo mandatario. Mas no tardó este en manifestar que era hombre, y que como tal, tenia tambien sus nulidades. Cano aun era jóven, y reunia á su fisonomía hermosa todos los atractivos que dan una educacion esmerada y el conocimiento exacto del gran mundo; de tales prendas supo aprovecharse para seducir á personas menos cautas, cubriendo de vergüenza é ignominia á muchas familias honradas, pero demasiado crédulas. Esto no era á la verdad mejorar absolutamente de condicion, digan lo que quieran los panegiristas de Cano: si consideramos bajo de este prisma la de Chile, era tan mala sometida al gobierno del vencedor de Namurs, como lo habia sido bajo la pesada férula de Ibañez y Peralta. Concienzudamente hablando, poco importan los laureles recogidos en cien batallas, cuando el vencedor derrota otras tantas vcces á la moral con los hechos punibles de su vida.

La paz entre tanto fastidiaba á los Araucanos; su conservacion les parecia ignominiosa, pues que era á precio de los ultrages que les inferian los españoles encargados de celar su instruccion religiosa y á los cuales llamaban capitanes de amigos. Estos á pretesto de llenar el objeto de su comision, ejercian una autoridad despótica sobre los naturales; los cuales para poner fin

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