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solamente dos cosas: eran recibir á los profesores del seminario conciliar juramento de no enseñar las doctrinas del tiranicidio y regicidio, y recomendar al clero la lectura del teólogo Luis Vicente María de Casavalls (1). Para esto habia mandato espreso del soberano, y el obispo cumplió lo primero recibiendo el referido juramento el 23 de diciembre del mismo año á los presbíteros D. Juan Alejo Rodriguez y D. Ambrosio Ochoa, y lo segundo despachando un edicto con ese objeto el 29 del mismo mes.

Estos fueron los últimos lances á que provocó la cédula de espulsion, la postrer cuerda que se ató en Chile por entonces para afianzar el trono conmovido en todas partes, y la conclusion del largo proceso fulminado contra los jesuitas y sus adictos. Los bienes de la Compañía fueron incorporados á la corona, y el rei les dió inversion por medio de juntas que en cada provincia nombró al efecto. Una pequeña parte consistente en alhajas, ornamentos y vasos sagrados pasó á seguir su destino en las catedrales de Santiago y Concepcion.

(1) Luis Vicente María de Casavalls, nació en España y profesó la órden de Santo Domingo, haciéndose admirar por sus vastos conocimientos teológicos. Siendo catedrático de teología en la universidad de Valencia, publicó su Incommoda probabilismi, obra en la que impugna la doctrina del Tiranicidio y Regicidio. Luego que apareció esta obra en España, el Consejo de Indias la mandó recoger para examinarla; mas encontrando que su lectura seria útil y aun necesaria por las materias que abraza, el rei la recomendó en circular dirigida á los obispos de sus dominios el 13 de marzo de 1768.

CAPÍTULO VIII.

Estado de la fé en la Araucania al tiempo de la expulsion de los jesuitas. Son llamados indistintamente individuos de las otras órdenes para subrogarlos.-Colegio de propaganda.-Empresas de los recoletos en Chiloé.-Nuevos establecimientos en la Araucania.-Un recuerdo.-D. Rafael Guerrero en Paposo.

I hubiésemos de conformar nuestro juicio sobre el estado de la fé en la Araucania con el de la córte de Madrid, y juzgar del trabajo de los operarios apostólicos como juzgaba esta, diriamos desde luego que el estado de la fé era lamentable у sin duda por culpa de los mismos operarios encargados de propagarla. Creeriamos que despues de la ruina general padecida en la rebelion de los araucanos el año de mil setecientos veintitres, solo se mantenian misiones al abrigo de los fuertes ó bajo la proteccion de los cañones; «tales como las de la Mocha, tres leguas de la Concepcion y al frente del fuerte de San Pedro; la de Talcamavida y Santa Juana al abrigo de dos fuertes del mismo nombre, que están colocados en las dos partes contrapuestas del rio; la de Santafé á una legua de distancia del fuerte llamado del Nacimiento; la de San Cristóval al abrigo del de Yumbel; la de Arauco que está dentro de la fortaleza de este nombre y se enumera entre las misiones, como tambien la de Valdivia, erigida en la mis-ma plaza, las cuales debian llamarse reducciones, por consistir en la agregacion de un mui corto número de

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indios que no pasan de cuarenta ó cincuenta, reducidos desde sus progenitores y antepasados como lo son los de la Mocha, desde el tiempo del presidente D. José Garro, que se han mantenido dejándose doctrinar de los religiosos jesuitas, aunque siempre propensos á la fuga, por lo cual han ido y van cada dia á menos; ya incorporándose con los de la tierra adentro, ya esparciéndose por otros parajes de españoles; fuera de las cuales las que pueden titularse misiones son las situadas en el antiguo Tucapel, veinte leguas avanzadas de Arauco há– cia las tierras de los indios, donde reside el superior de ellas, y la que existe en Tolten, á orillas de un rio de este nombre, cuarenta leguas distante de Valdivia, en ninguna de las cuales se logra mas fruto que el bautismo de unos pocos párvulos, pues de los adultos no hai tradicion de que hasta ahora se haya reducido alguno, ni esperanzas de que por este medio se conviertan á hacer vida civil y cristiana; porque ni los indios por sí han de dejar la libertad que poseen, ni menos hai quien se fatigue en persuadírselo, y desde el año de mil setecientos veinte y tres no ha penetrado á lo interior y mas recóndito de las tierras de los indios, por el camino que llaman los llanos, sugeto alguno con el destino de predicar, enseñar, ni bautizar, hallándose aquellos miserables en punto de religion en peor estado que en la primitiva suya, respecto de que de infieles que antes eran, habiendo recibido el bautismo muchos de ellos son herejes, otros cismáticos, otros Jólatras, y todos viven en una especie de religion mezclada con mil ritos supersticiosos.>>

Este era el juicio que Fernando VI espresabą tener

formado del estado de las misiones de Chile; pero cualesquiera que fuesen los informes sobre que se apoyaba semejante juicio, nosotros no lo respetamos como exacto, ni menos como desapasionado. El rei hablaba bajo impresiones siniestras, bajo impresiones producidas por personas apasionadas y que obraban movidas por el propio interés. Las misiones en que se trabajaba en aquella fecha por la conversion de los infieles eran tan activas, como laboriosos los hombres que las desempeñaban. Basta para conocer esta verdad leer las relaciones que hasta hoi se conservan de los trabajos de cada misionero, sus viajes, sus fatigas y los peligros en que se metian á cada paso, sin mas objeto que inocular la fé en corazones duros para ella por naturaleza, y pervertidos por los vicios muchas veces. No somos ahora ni hemos sido jamás, defensores dados de los misioneros que predicaron la fé en nuestro suelo: mas de una vez hemos lamentado los vicios en que incurrieron algunos; ni menos lo somos de los institutos que los produjeron. Protestamos que al trazar estas líneas nos anima la justicia, que está mui de manifiesto en favor de los misioneros. No se crea por esto que desconocemos el poco progreso que hacia y hace hasta hoi la fé del Evangelio en las parcialidades araucanas; pero ¿ podrá jamás achacarse á los predicadores evangélicos lo que pende de circunstancias particulares? ¿Y quién ignora las que han intervenido respecto á los araucanos, siempre en movimiento, siempre inclinados á la guerra? ¿Cuándo pudo conseguirse que permaneciesen quietos para ser instruidos en la fé?

lo

Empleados casi todos los hombres en la milicia, dejaban á las mujeres y á los niños á disposicion de los sacerdotes, contentándose con que fuesen instruidos estos, aun cuando ellos permaneciesen en la ignorancia y en la barbarie. Indiferentes por carácter á todo que fuese religioso, ni les agradaba el celo de los misioneros, ni podian conocer el mérito de sus esfuerzos. Los Araucanos podemos decir que son una excepcion entre todos los primitivos naturales de América. En todas las naciones de estos el celo apostólico ha encontrado medios como causar en los corazones impresiones duraderas: el carácter, las tendencias mismas de los salvajes se los han facilitado; pero en Arauco no sucedió así: la guerra: hé aquí su pasion dominante; y las armas para hacerla con ventaja: su pensamiento favorito. Nada de religion, nada de piedad. No obstante, y á pesar de estos inconvenientes de primera magnitud, á pesar de tantas alternativas que dejamos recorridas en la fecha de la expulsion de la Compañía, las misiones se habian multiplicado y el Evangelio ganaba en Arauco terreno, que sus ministros, una vez conquistado, sostenian palmo á palmo. Misiones existian en los lugares mas interiores, como Tolten, la Imperial, Boroa y Tucapel; misiones existian en los lugares mas espuestos al peligro y donde el misionero se ponia voluntariamente á merced de los hombres mas belicosos y menos fáciles de recibir impresiones religiosas.

Los jesuitas tenian establecidas doctrinas en Rere, donde permanecian algunos individuos que socorrian oportunamente las misiones que necesitaban nuevos auxilios; en la plaza de Arauco donde residian tres sa

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