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á su situacion violenta, determinaron celebrar junta y en ella elegir toquí legalmente. Los votos vinieron á reunirse en Vilumilla, oficial de poca graduacion, pero de talento y juicio mui sobresalientes. Desde mucho tiempo atrás le ocupaba constantemente la idea de arrojar á los españoles del territorio chileno; y aunque conocia la magnitud de semejante empresa no desconfiaba por eso de realizarla. Elevado á la dignidad suprema del Estado, se creyó en aptitud de desplegar su plan calculado tan anticipadamente. La muerte dada á cuatro españoles y á un capitan de amigos, fué el primer acto hostil que descubrió las intenciones del nuevo toquí; los dedos amputados á los muertos, fueron enviados á las parcialidades de todo el reino como invitacion para la guerra. Segun el plan de Vilumilla, todos los naturales habian de pronunciarse en un mismo dia y la señal seria grandes fogatas hechas en la cumbre de los cerros mas empinados. El nueve de marzo de mil setecientos veinte y tres, un año despues de la eleccion del toquí, aparecieron aquellas en los cerros de Copiapó, Coquimbo, Quillota, Rancagua, Maule é Itata; mas á pesar de esto los naturales permanecieron quietos, sin duda porque se consideraban débiles para moverse. Solo Vilumilla, la cabeza de su ejército, se dirigió á hacer correrias por la provincia de la Laja y llanos de Yumbel. Un botin considerable fué fruto de esta espedicion del toquí, el cual ufano por haberlo alcanzado, avanzó con su ejército hasta las lomas de Duqueco, donde fué batido por el maestre de campo Salamanca. Viendo destruidas en esta parte sus esperanzas el toquí, dirigió su

á

ejército hácia Puren. El comandante Urrea, militar valiente, resistió con vigor los ataques de las tropa araucana; mas esta en vez de empeñarse en nuevos combates decisivos, sitió los muros del fuerte, cortó el acueducto que le proveia de agua é impidió la introduccion de víveres; con estas medidas puso á los sitiados en tal conflicto, que para no perecer de hambre, tuvieron necesidad de hacer una salida: Urrea peleó denodadamente, hasta que en el campo de batalla dejó de vivir con algunos de sus soldados. En este estado de cosas, Cano, despues de aguardar inútilmente un refuerzo de tropas que tenia pedido al virei del Perú, se resolvió á marchar de Santiago á Concepcion con las que buenamente pudieron juntarse en los departamen– tos de la capital, Colchagua y Maule. Vilumilla sin intimidarse con la presencia imponente de un cuerpo de tropas bien respetable por cierto, preparó su ejército para la batalla, dando providencias para entrar en accion. Cano, aunque provocado repetidas veces, prefirió abandonar el campo y tentar medios de reconciliacion. Envió parlamentarios al toquí para que le propusiesen la celebracion de un nuevo tratado que evitase la efusion de sangre y á la vez asegurase la paz para el porvenir de una manera sólida. El general araucano despues de haber probado fortuna en ligeras escaramuzas, se adhirió á la indicacion del presidente; y aunque su resistencia al principio pudiera haber irritado al jefe español, la respetuosa mediacion del obispo allanó esta dificultad, quedando señalado el fuerte de Negrete para que se tuviesen en él las conferencias que habian de anteceder al tratado de paz. Este se efectuó sin

dificultad en los dias trece, catorce y quince de febrero de mil setecientos veinte y seis. Concurrió alli por parte de los Españoles, el capitan general, el obispo de la Concepcion, el estado mayor y dos mil hombres del ejército; de parte de los Araucanos, los archiúlmenes, un número crecidísimo de úlmenes y una fuerza casi igual á la de los españoles. Los artículos sancionados en Quillin tantos años antes quedaron en todo su vigor, las capitanías de amigos abolidas por entonces y concedida á los indígenas una feria cuatro veces cada año, en la que pudiesen vender sus efectos de comercio libremente y sin traba de derechos. Mucho contribuyó á establecer la paz el obispo de la Concepcion, haciendo oficios verdaderamente pastorales en beneficio de su grei. Hecha las paces los Araucanos dejaron las armas y volvieron á sus hogares. El gobierno de Cano duró casi diez y seis años: y aunque tan largo no fué alterado con nuevas revueltas en el órden político. Este jefe supo apreciar la paz en su justo valor y hacer por su conservacion todos los sacrificios que exigia el carácter de sus enemigos; él tomó las medidas necesarias para remover las causas que pudieran alterarla, y sobre todo jamás exigió sino por medios legales lo mismo que sus antecesores habian obtenido valiéndose de la fuerza. El presidente Cano de vuelta en Santiago, se ocupó en promover con celo ejemplar las mejoras que el pais reclamaba como esenciales para su progreso. Él reglamentó la esportacion de frutos que se hacia en Valparaiso para los puertos del Perú y en la que los comerciantes chilenos recibian con frecuencia enormes perjuicios; inició la empresa jigantes

ca de trabajar un canal que condujese las aguas del rio Maipú para regar las llanuras inmediatas á la capital y aumentar las del Mapocho insuficientes para su consumo; embelleció á esta misma con edificios públi– cos de que tenia urgente necesidad, y se unió al ayuntamiento de Santiago para solicitar del rei la fundacion de casa de moneda y de universidad científica, objetos ambos que el adelanto del pais ya pedia con exigencia. En el terremoto que asoló las poblaciones de Chäe el dos de julio de mil setecientos treinta, Cano marifesio un corazon magnánimo y generoso, socorriendo con su dinero las necesidades mas premiosas con que aquel terrible azote afligió á los habitantes de Santiago y Concepcion. Pero al fin el alto funcionario que tantos y tan gloriosos hechos habia acabado en el desempeño de la magistratura, encontró la muerte en uno de esos paréntesis que su vida nos abre á cada paso, para dejarnos ver mil puerilidades de diverso género y que le ridiculizan unas, le degradan otras y en personas de su categoría repugnan todas. En unos juegos de caña, donde hacia pública ostentacion de su galantería en la plaza de Santiago y en presencia de un inmenso concurso, le oprimió el caballo cayendo sobre él. Los efectos funestos de este golpe le condujeron al sepu!cro cuatro meses despues, el once de noviembre de mil setecientos treinta y tres. Triste cosa es que la vida de este hombre tenga sus paréntesis desfavorables y que al reverso de hechos que acreditan prudencia, valor y saber, se encuentren otros que le sirvan de borron.

Fallecido Cano, el maestre de campo D. Manuel Sa

lamanca, presentó á la audiencia un documento que acreditaba estar nombrado por el presidente difunto para sucederle en el mando supremo. La audiencia no tuvo el documento por suficiente, y en esta virtud el oidor decano D. Francisco Sanchez de Barreda entró á ejercerlo el veinte del mismo mes en virtud de las leyes vigentes. El gobierno de Barreda duró poco tiempo, porque el virei del Perú D. José de Armendariz, nombró al maestre de campo Salamanca gobernador interino de Chile. Contra Salamanca habia en el reino fuertes prevenciones, si eran justas ó injustas, yo no entro á averiguarlo; él habia hecho esclusivo para sí el comercio de ponchos con los indígenas, fijaba á estos el precio á que debian vendérselos, y se dijo alguna vez y no sin apariencias de verdad, que á su petulancia era debida en parte la sublevacion de los indios que pacificó Cano de Aponte. La administracion de Salamanca duró poco mas de tres años, mientras los cuales tuvo lugar un otro parlamento en Concepcion, en el que fueron ratificados nuevamente los tratados de Negrete. Mui frescos estaban los ejemplos de su tio y antecesor D. Gabriel Cano para que Salamanca pudiera olvidarlos. Su principal cuidado fué, pues, conservar la paz como aquel lo habia hecho. Mientras tanto el gobernador propietario nombrado para Chile, D. Bruno Mauricio de Zavala, habia muerto de tránsito en Buenos-Aires; y para llenar su vacante el rei nombró al teniente general D. José de Manso. Un hombre de las prendas de Manso, era cabalmente el gobernador que necesitaba Chile; á sus antecedentes militares unia un genio be

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