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CAPÍTULO X.

Estado de la enseñanza en general.-Bibliotecas públicas.-Recursos al rei solicitando la ereccion de Universidad.-Fúndase la de San Felipe. Creacion de sus primeros miembros.-Bienes que produjo al pais.-Seminario de naturales en Chillan.-Se funda en Santiago un nuevo colegio para naturales.-Real colegio Carolino. Su prospecto.-Ideas propagadas en Santiago sobre instruccion.-Introduccion del estudio de física y matemáticas en Chile.-Academia de San Luis. Su planta.-Conclusion.

L programa del presente capítulo contiene pasajes memorables para Chile. La instruccion en general, principiando á dilatarse aunque en escala mediana, formaba capacidades destinadas á prestar mas tarde servicios importantes á la patria.

Las comunidades regulares y los seminarios fueron, como habian sido antes, los únicos establecimientos que tenia el pais para la educacion de su juventud; y, á decir verdad, ellos llenaron su mision de la manera mas ventajosa que pudieran prometer las circunstancias especiales del siglo. Las comunidades de Santo Domingo y San Francisco establecieron nuevas casas de enseñanza en Santiago, en las que sus educandos cursaban humanidades y teología, únicos ramos que se enseñaban entonces. La primera lo hizo en la Recoleta de Belen el año de 1784, presidiendo frai Antonio Molina, sugeto de vasta literatura, y la segunda abriendo en 1796, el colegio de San Buenaventura dirijido por frai Blas Alonso, cuyas aulas estaban abiertas á toda clase de personas. La importancia del

servicio que los regulares prestaban en este ejercicio, podrán valorizar en su justo precio solo los que conocen las ventajas de la ilustracion que por entonces no podia Chile recibir por otro conducto.

Los convictorios c ntinuaron á cargo de la compañía en Santiago y Concepcion, y el seminario conciliar de la primera, presidido por individuos del clero seglar, asistia no obstante á las conferencias públicas que tenianestablecidas los jesuitas para sus alumnos.

Las bibliotecas abiertas en este siglo fueron sirviendo de poderoso auxilio para los estudiantes. El precio sumamente subido de los libros no permitia á muchos dedicarse al estudio, apesar de sus buenas disposiciones. Un hombre pobre para principiar latinidad, primer ramo que entonces se enseñaba en la carrera científica, tenia que comprar su nebrixa, el cual con los demás libros necesarios le absorvian una cantidad crecida de dinero. Las bibliotecas públicas obviaban en parte estos obstáculos y contribuian al desarrollo de aquellas inteligencias.

El valor de las bibliotecas establecidas en Santiago debió ser mui subido, atendido el precio de los libros en aquella época, y que estos se traian solo de España directamente. La de Santo Domingo llegó á contar cerca de cinco mil volúmenes, y la mayor parte de estos fueron debidos al celo de frai José Godoi, que recojiéndolos en Italia y España los condujo á Chile. La de San Agustin tuvo casi tres mil y su jeneroso fundador fué frai Diego de Salinas y Cabrera. El principal promotor de la de San Francisco fué frai Buenaventura Zárate, á principios de este siglo y el número

de sus volúmenes lo aumentaron considerablemente frai Blas Alonso y frai Lorenzo Nuñez en 1797. La Merced debió la suya á frai Manuel Toro Mazote y á frai Juan Barrenechea. La compañía de Jesus esta→ bleció sus bibliotecas de Santiago y Concepcion el año de 1754, y la primera de estas era sin contradiccion, una de las mas provistas de preciosas obras. Estos depósitos de las luces de todos los siglos estaban abiertos diariamente para los que quisiesen visitarlos. El obispo don Manuel de Aldai, mandó fundar la de su catedral con su magnífica librería rentando además un bibliotecario perpetuo con capital de su peculio.

Para que el resultado de tantos pasos dados por las ciencias en el territorio de Chile fuese mas seguro, era necesario la fundacion de universidad pública. El ayuntamiento y la audiencia lo comprendieron así, y recurrieron al rei, pidiéndoselo. Hasta esa fecha las universidades pontificias de los domínicos y jesuitas, habian desempeñado la superintendencia de sus aulas y conferido grados á los estudiantes, de los que daba colocacion el maestre escuela de la catedral; mas en estas universidades era desconocido absolutamente el estudio de la jurisprudencia, de la medicina y de las ciencias exactas, quedando reducido por consiguiente á los ramos de la teología. Para cursar el derecho era necesario emprender viaje al Perú, y enrolarse entre los estudiantes de San Marcos. La Universidad iba á libertar á los jóvenes chilenos de esta traba y á ensanchar por consiguiente la línea que hasta entonces limitaba sus nobles aspiraciones. Fernando VI accedió á las súplicas de los representantes de la voluntad de los

chilenos, declarando por su fundador á D. Tomás Azuá Iturgoyen, que con tanto celo en la audiencia y en el cabildo de Santiago, habia promovido esta obra asi como en España cerca del trono del monarca. El cabildo, recibida la cédula del rei (4), comisionó al licenciado D. Alonso de Lecaros para la fábrica de la casa universitaria, la que concluida proporcionó al vecindario de Santiago la satisfaccion de ver instalarse el honroso cuerpo porque tanto anhelaba desde tiempos atrás. El 10 de enero de 1747 concurrieron á la Universidad todas las autoridades civiles y eclesiásticas y los vecinos mas notables y en presencia de todos, el presidente mandó leer en alta voz la cédula del rei que permitia la ereccion de la Universidad, y la bula espedida con este mismo objeto por el pontífice.

Concluida la lectura de ambos documentos, el presidente dió á la Universidad el nombre de San Felipe. Pudieron influir quizá en este título los respetos debidos al obispo D. Pedro Felipe de Azúa, que habia sido antes uno de los mas celosos promotores de su fundacion, ó pudieron ser otros: positivamente no lo sabemos. Nombró para primer rector á D. Tomas Azúa y por catedráticos á D. Santiago Tordecillas, de leyes; á D. Alonso de Guzman y Peralta, de cánones; á D. Manuel de Aldai y Azpé, de decreto, á D. Pedro Tula Bazan, de teología; á frai Francisco Garavito, de la órden de predicadores, de matemáticas; á D. Domingo Lavin, de medicina; á frai José Rodriguez, del mismo instituto que Garavito, de la escuela de Santo To

(1) Dada en San Ildefonso a 28 de julio de 1738.

más, y á frai Jacinto Fuenzalida, franciscano, de la del maestro Escoto.

Los catedráticos rentados por el tesoro público tardaron en abrir sus clases y en establecer las conferencias que duraban cuatro meses en el año. A estas concurrian todos los cursantes de ramos superiores y altercaban en interminables é intrincados silogismos, hasta que pasaban algunas horas sin haber encontrado la verdad de la cuestion que trataban de ventilar. El número de los graduados presto llegó á ser considerable, apesar de las fuertes erogaciones que se les exigian. La confeccion de estos grados era motivo de grande alboroto en la pacífica Santiago, y comprende pormenores tan curiosos que los recorreremos, aunque sea mui á la ligera.

El graduando, llevando en el brazo el capelo y virrete, insignias del doctorado, recorria las casas de los doctores, acompañado de un padrino de la facultad á que iba á entrar. Esta visita tenia dos objetos: pedirles su concurrencia y erogarles una cuota que les donaba el arancel universitario. Absueltas las pruebas de suficiencia, el rector fijaba dia para inaugurar al nuevo doctor, y en este, el graduando, acompañado de sus deudos y amigos, traia al rector de su casa á la Universidad, y desde allí, acompañado de todos los doctores, marchaba á la catedral, donde el canónigo maestre-escuela le conferia el grado, invistiéndole el capelo y virrete que le quitaba del brazo.

Por atrasado que fuese el programa de la Universidad de San Felipe, esta no obstante dispertó en la juventud chilena nobles emulaciones que dieron vida á

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