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de 1796. La academia no se limitó á llenar el programa de que hasta entonces se habian ocupado los otros establecimientos de educacion, sino que abrió clases de matemáticas dirigidas por el teniente de ingenieros D. José Ignacio Santamaría, de física, por frai Francisco Puente, de dibujo y de idiomas, subiendo hasta cuarenta el número de los alumnos que concurrian á sus aulas.

Por todo lo que dejamos referido, resulta que la ilustracion marchaba en Chile gradualmente, y que sus pasos eran sostenidos mas bien por el celo patriótico de los ciudadanos, que por los generosos esfuerzos de la autoridad encargada de procurarla.

CAPÍTULO XI.

Coras de escritores chilenos desconocidas de muchos.-Frai Juan Barrenechea, historiador.-D. Pedro Córdoba Figueroa, historiador.— Sor Ursula Suarez.-Análisis de su historia de las revelaciones.— Miguel Viñas.-Su biografía.-Noticia de su filosofía peripatética.— Sermones del mismo.-Biografia del padre Guillermo.-Noticia de su Náutica Moral.-Análisis de sus poesías.-Frai Antonio Miguel Ovalle escribe una defensa de su jurisdiccion.-Razon de esta obra.-Análisis de las obras espirituales del padre Ignacio García. -Noticia sobre la vida de este célebre escritor.-Biografía del maestro frai Antonio Aguiar.-Noticia de su Crónica religiosa.— Frai Sebastian Diaz.-Juicio sobre sus obras.-PADRE MANUEL LACUNZA.-Análisis de su venida del Mesías en magestad y gloria.-Abate Miguel Olivares.-Juicio sobre sus obras.-Noticia de los escritos de Juan Ignacio Molina, Felipe Vidaurre.-Diego Fuenzalida, José Rodriguez, Javier Zevallos y Domingo Anthomas.Obras del obispo Alday.-Análisis de sus sermones y homilias.Escritos del Sr. Espiñeira.-Obras de frai Agustin Caldera.-D. Pedro Tula Bazan.-El padre Oteisa.

LGUNAS de las obras que nos proponemos analizar en el presente capítulo son conocidas generalmente, así como tambien lo son los individuos que las produjeron: sin embargo, la mayoría de ellas son desconocidas de casi todos, y para dar alguna idea de su mérito las recorreremos con alguna mayor estension.

Podemos considerar la historia de Chile escrita por el padre Barrenechea como la primera en antigüedad entre las que aparecieron en este siglo, aunque no sea la mas apreciable por su mérito literario. Ella no presenta mas que hechos aislados pertenecientes á la historia política unos, y otros á la historia eclesiástica del pais; pero entretegidos con mil anécdotas que los desfiguran considerablemente. Una de estas cuenta les

amores de Casilab y Rucamila, á quienes el autor llama sus héroes. Barrenechea se manifiesta en la narracion novelesco hasta parecer exagerado. Las descripciones prolijas que hace de algunos objetos, sin duda entonces de preferencia para los chilenos, causan fastidio por su misma minuciosidad.

Frai Juan Barrenechea nació en Concepcion el año de 1669. Aplicado desde jóven á estudios sérios, progresó en el aprendizaje de humanidades: pero las luces que recibia su entendimiento supo aprovecharlas principalmente para mirar con hastío las cosas de la tierra que despreció, haciéndose religioso mercedario en el convento principal de Santiago. Sus talentos despejados, obligaron á sus prelados á envirrle á Lima á estudiar teología en la universidad de San Marcos, la que concluida, volvió á Santiago, donde desempeñó con lustre las clases de filosofía y teología en su comunidad. Hecho comendador del mismo convento donde profesó, fué elevado sucesivamente al provincialato, de cuyo cargo absuelto, volvió á Lima, donde escribió la obra de que hemos dado noticia. Esta la recogió el año de 1818 et padre franciscano frai Antonio Bauza y la trajo á Santiago, donde se conserva en la biblioteca nacional incompleta. Existe tambien en la nuestra una copia.

D. Pedro Córdoba Figueroa, nieto del general D. Alonso Córdoba Figueroa, á quien hemos tenido ocasion de nombrar repetidas veces, nació en Concepcion, y allí mismo emprendió la carrera literaria con el lustre y aprovechamiento que dejan ver sus escritos. Escribió Figueroa la Historia de Chile desde su des

cubrimiento por Diego de Almagro hasta la muerte de D. Gabriel Cano de Aponte, el año de 1733. La divide en seis libros y cada uno de estos en capítulos. El autor se contrae especialmente á la narracion de los sucesos políticos, toca mui de paso algunos que corresponden al gobierno eclesiástico y guarda un profundo silencio en lo concerniente á la historia literaria.

La vasta erudicion que ostenta Figueroa en su historia, entretejiendo la narracion de los sucesos de Chile con pasajes de la antigüedad, con testos de la escritura, de los padres y versos de los clásicos, hacen su lectura pesada y fastidiosa en estremo. Sin embargo, esto no menoscaba en lo menor el mérito de su autor: él es sin duda uno de los historiadores de mas peso que cuentan los sucesos de Chile, y nosotros hemos preferido su testimonio mas de una vez sobre el de otros. Esta obra se conserva manuscrita su original pertenece á nuestra biblioteca: está incompleto, faltándole el prólogo del autor y los capítulos que hablan del gobierno de Aponte. Las copias que hemos visto adolecen del mismo defecto.

D. Pedro Córdoba Figueroa murió repentinamente en la ciudad de su nacimiento, por el año de 1740, despues de haber corrido, como su padre y abuelo, todos los grados de la milicia hasta el de sargento mayor del reino, al que le ascendió el capitan general D. Manuel Salamanca.

Sor Ursula Suarez, monja del convento de Santa Clara de la Victoria, escribió su vida por mandato de su confesor en una obra que lleva por epígrafe; «Relacion de las singulares misericordias que ha usado el

Señor con una religiosa, indigna esposa suya, &.» La

sencilla y el lenguage sin candor que tiene algo de

espresion de este escrito es pretensiones. Naría con un infantil los diferentes sucesos que forman el hilo de su vida hasta la época en que la concluyó de escrbir. Hallamos en ella simplicidad, pureza, en algunas partes sentimientos; y gencralmente cierto desgreño en el decir, que hacen fastidiosa y pesada su narracion. A veces se eleva con entusiasmo religioso en la esplicacion de sus oraciones á Dios, cuando su espíritu volando por el espacio, iba á prosternarse delante de su inmensidad, reconociendo la nada de su ser, y otras al lado de un pasaje sublime por su divina sencillez se ve descrito con mínima escrupulosidad. ya un sueño, ya una conversacion impertinente. Lo que resulta en toda la obra es cierto carácter visionario, atribuyéndolo todo a una voz esterior que era su antorcha luminosa, su columna de fuego como la de los israelitas, que siempre la conducia por el mar proceloso de la vida. Casi no se encontrará un pasaje de ella que no contribuya á probar nuestro aserto. Pero esta habla, como llama ella á esta voz, en nuestro sentir, no era otra cosa que su conciencia, su reflexion, y varias veces un fantasma, hijo de una imaginacion estraviada por la dureza del ascetismo. Y no puede ser de otro modo. Al efecto referiremos un punto que ha servido de preccdente á nuestro juicio. Estaba una noche haciendo oracion en su aposento, cuando de repente se ofreció á su imaginacion un espectáculo grandioso. Le pareció hallarse en una region donde la naturaleza ostentaba los ricos dones que en primavera prepara para rega-.

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