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CAPÍTULO XIII.

Sucesos memorables.-Terremoto espantoso que asola nuevamente la ciudad de Concepcion.-Incendio de la Catedral de Santiago y sus raras coincidencias. - Establecimiento de las milicias.-Remocion de la audiencia y sus causas. -Inundacion del Mapocho.

as provincias australes de Chile fueron desde la conquista un vasto teatro donde á la vez representan la guerra con todos los horrores que la siguen. Concepcion, una de las ciudades mas antiguas y populosas, fué tambien una de las que sufrieron mas de lleno el peso de la guerra: asediada y tomada por los araucanos repetidas ocasiones, entregada á las llamas y reducida á pavesas, muertos ó prófugos sus habitantes, ofreció en sus escombros la imágen viva de la desolacion. Pero otra calamidad venia de cuando en cuando á agravar estos verdaderos males: eran los terremotos. Uno espantoso es el que vamos á referir como uno de los sucesos mas memorables entre los acaecidos en este siglo. El ocho de julio de mil setecientos treinta, como á las ocho de la noche, se perci bieron en toda la provincia de Concepcion horribles ruidos que alarmaron á sus habitantes; la esperiencia les hizo divisar en ellos el precursor de algun terremoto y procurar salvarse con diligencia de la ruina. En efecto el primer sacudimiento de la tierra fué tan recio que ningun edificio quedó en pié. Los templos, los edificios públicos y las casas de los particulares

fueron demolidos en un instante.

Pocos minutos habian corrido despues de esto, y cuando apenas principiaban á volver del asombro que les produjo tan inesperada ruina, el mar que habia recogido sus ondas muchas cuadras hácia su seno, volvió con fuerza sobre la playa y rebalsando estas inundó impetuosamente la ciudad. El obispo rodeado de su amada grei se habia asilado en el alto de Colocolo, y su voz pastoral interrumpia á veces los gemidos y ayes lastimeros para hacer escuchar palabras que exhortaban á paciencia y conformidad. Este rigoroso azote con que la Providencia se sirvió visitar á la Concepcion, produjo como sucede siempre sus efectos de diversa naturaleza. La reforma de costumbres fué el primero. En Concepcion estaban arraigados vicios trascendentales por su calidad y de quellos que comprometen mas inmediatamente la tranquilidad de las familias. El juego por una parte, que, arraigado entre los ricos, contaba como sus sectarios á hombres que todo lo esponian al azar de la fortuna y esperando de esta su bienestar futuro pasaban viviendo en completa ociosidad; los placeres vergonzosos que inspirando olvido completo de sus deberes religiosos y morales á muchos individuos les arrastraban á una vida licenciosa, y en fin, la calumnia, el robo y la embriaguez que venian á reagravar los males que producian los primeros. El terror que naturalmente imprimió el terremoto, preparó los ánimos entorpecidos por la licencia para oir las fuertes reconvenciones que la religion dirige á los viciosos: ese mismo terror les hizo dóciles para ejecu– tar sus amonestaciones y reformar saludablemente sus

costumbres. Concepcion se trasformó como por encanto: á la vez que su esterior se veia ocupado por montones de escombros, el interior de sus habitantes concebia resoluciones generosas de arreglo en las costumbres. Estos sentimientos estaban significados por las plegarias y rogativas á que se entregaron los tristes habitantes de la ciudad arruinada durante nueve dias consecutivos. Durante estos el pueblo y su ilustre ayuntamiento sacaba en procesion á Jesus crucificado por las plazas y calles. Los muertos en este temblor pasaron de ciento; unos oprimidos por las ruinas, otros sofocados por las aguas y algunos á consecuencia de heridas recibidas por la salvacion del pais. El vulgo como era natural, se ocupó durante mucho tiempo en referir anécdotas que si bien eran cuentos, indicaban no obstante que el pueblo tenia conciencia de ser reo de que el terremoto era la consecuencia necesaria de sus escesos.

y

No fué menos espantosa que esta la catástrofe que representó en Santiago el voraz incendio que redujo á cenizas la Catedral con todos sus altares, alhajas y paramentos. A las dos de la mañana del 22 de diciem-. bre de 1769 se vió fuego dentro de la iglesia, y abiertas sus puertas, apareció incendiado todo su interior completamente. El bullicio de las campanas esparció por la ciudad la noticia de lo que pasaba, y los esfuerzos de los vecinos, que se unieron para contener la voracidad de las llamas, fueron por entonces inútles. El fuego segun se veia habia ardido á un mismo tiempo en diferentes puntos del templo y cundido de tal modo que era imposible apagarlo. Fuera de una imá

gen de Dolores que sacó de su altar un devoto suyo esponiendo su vida (1) y una que otra alhaja de la sacristía, todo lo demás pereció completamente. La autoridad tomó todas las providencias convenientes para averiguar el origen del incendio, que segun todas las apariencias no podia ser casual; mas nada consiguió y aunque los vecinos estaban perfectamente de acuerdo que el incendio era obra de un crímen, este por entonces quedó oculto. El obispo trasladó su cabildo á la Compañía, llevando en solemne rogativa la santa imágen salvada de las llamas, y en ellas estuvo funcionando hasta que se volvió á la nueva catedral. Algunas coincidencias dieron al incendio de la catedral un aspecto todavia mas imponente que la viveza de sus llamas. Reciente estaba aun la espulsion de los jesuitas y circulaban en la sociedad las terribles profecías de los castigos que por aquella vendrian sobre los pueblos, las medidas del gobierno para atajar tales rumores habian dado á estos todavia mas valor que el que tenian en sí, y preparados los ánimos de tal modo para interpretar siniestramente cualquier suceso casual, que en el presente aseguraban ver la mano de Dios afligiendo al pueblo con un castigo precursor de otros todavia mas severos. La preocupacion hija de la ignorancia en que se mantenia intencionalmente á los chilenos, asi como á todos los americanos, encontraba ligado este suceso con la guerra que al mismo tiempo alzaba su estandarte rojo en las comarcas de Arauco y cuya magnitud tanto ponderaba la malicia de los

(1) Presbítero D. Juan Fuca lo llama el padre Guzman en su «Historia de Chile.>>

jefes españoles, para hacerla servir á su propio provecho. Esta era la fuente de donde nacian tantos rumo res esparcidos en los dias siguientes al incendio y que mortificaban á inocentes vecinos de la capital. El sermon predicado por el obispo don Manuel de Alday, en la rogativa que él mismo mandó celebrar con motivo del incendio, está concebido intencionalmente para atajar estas preocupaciones populares. En él manifestó el orador que «el incendio era un hecho aislado y del que Dios se habria valido para hacer al pueblo mas cuidadoso en sus deberes, para reprender los vicios y mortificar á los viciosos.» Con este objeto, dice, «permitió tambien que el santo templo en que era adorado su nombre en Jerusalen fuese presa de las llamas y de la espada de sus enemigos.» ¿Por qué permitió entonces fuese deshonrado su nombre? ¿por qué profanados sus vasos, violado el lugar santo y deshonrados los sacrificios con sus augustas ceremonias y los ministros encargados de ofrecerlos? porque era necesario abrir los ojos á los que estaban ciegos, despertar á los que dormian, y aterrar á los que menospreciaban........ Absoluta era aquella ceguedad, profundo aquel sueño, insultante aquel menosprecio; por eso se hizo necesario un remedio tan terrible como el incendio de la casa de Dios, del lugar santo que era mirado como el asilo del pueblo en los dias de su afliccion.... Dios le asola diciendo al pueblo con una voz muda pero tremenda ¿Dónde buscarás ahora tu salvacion, si tu corazon no se vuelve á mí? (1) Mucho honor hacen al

(1) Ramon al pueblo de Santiago, M. S.

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