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CAPÍTULO XV.

D. Luis Muñoz de Guzman recibe el gobierno del Estado.-Efectos que producen las costumbres de este jefe.-Promueve empresas importantes.-Patriotismo del ciudadano D. Luis de la Cruz.-Descripcion de su viaje desde Concepcion por la cordillera de los Andes hasta Buenos-Ayres.-Efectos de este viaje.-Muerte del Presidente Muñoz.-Toma el mando en Concepcion el brigadier D. Francisco Antonio Carrasco.-Carácter del nuevo mandatario.-Choques con la audiencia y el ayuntamiento de Santiago.-Tropelía cometida en las personas de tres ciudadanos respetables.-Fin del gobierno de Carrasco.

os últimos mandatarios á quienes la córte de Madrid habia confiado los destinos de Chile, fueron hombres pacíficos por carácter y propios para radicar las empresas grandiosas que dejaron principiadas; jefes tan laboriosos como O'Higgins mejor que para iniciar otras nuevas. Tales fueron el marqués de Avilés y el mariscal Pino, predecesores de D. Luis Muñoz de Guzman. Este antiguo marino se presentó en Santiago el 21 de enero de 1802 para recibir el gobierno del Estado que le encomendó Cárlos IV como premio de una larga serie de servicios prestados á la corona en su carrera militar. La cruz de comendador de la órden de Santiago y sus divisas de jefe de escuadra eran antecedentes bastantes para juzgar de su valor como soldado; pero su genio dulce, sus maneras delicadas y sumamente amables, su trato atento y benigno para con toda clase de personas, lo eran aun mas para grangearle tantos amigos cuantos fueran sus conocedores. Encorvado bajo el peso de sus largos años, de

jaba entreveer no obstante viveza como la del jóven yun entendimiento bastante despierto para manejar con tino las riendas de la administracion. La mayor parte de los antiguos presidentes habian conservado un tono grave y severo á merced del cual pretendian conciliar los respetos debidos á la alta magistratura que desempeñaban. Muñoz juzgaba de otra manera y á la verdad mas filosóficamente. La magistratura impone por sí misma á los ciudadanos el respeto que se merece y en la conciencia de estos debe residir la obligacion de acatarla. La lei y la moral dejarian de existir en un pueblo desde que para respetar - á los que gobiernan en su nombre fuese necesario absolutamente vestirlos de esterioridades las mas veces ridículas y siempre fastidiosas y chocantes. Muñoz descorrió el cortinaje que ocultaba misteriosamente al jefe de sus súbditos, dejándose ver en todas partes como uno de los ciudadanos. Aficionado á la música y á los otros divertimientos que ella preside, con– curria gustoso á las tertulias á que era convidado y aun las animaba con su genio festivo, en cuanto lo permitia la moderacion que no perdia de vista. Esta conducta franca de Muñoz le hizo mui querido de los chilenos, principalmente de los grandes que le trataban mas inmediatamente. Doña Luisa de Asterripa, su mujer, dama de honor que habia sido de la reina D.a Luisa, contribuia por su parte á hacer popular á su marido. Su palacio era tertulia peremne de señoras, y sus salones adornados al estilo de Europa, se abrian con frecuencia para recibir las familias que se reunian á sarao. Cualquiera juzgará nimios y aun pueriles estos porme

nores, pero nosotros con estudio los hemos tocado porque estos sucesos egercieron en el pais un saludable influjo. A nuestro juicio produgeron los efectos siguientes: 1.o Hicieron que la autoridad fuese respetada por lo que ella es y no por las esterioridades que suelen acom pañarla, enseñando prácticamente que el gobernante es semejante á los demás, pues que el poder temporal que egerce no le hace de diferente condicion. 2.o Dieron al presidente la popularidad necesaria para hacer amables los actos de su administracion. 3.° Unieron los ánimos de los vecinos de la capital desunidos de antemano. 4.o Introdugeron el espíritu de asociacion destinado para obrar mas tarde como elemento de civilizacion y de libertad en todo el Estado. Otros bienes produjo que los mismos hechos posteriores irán dando á

conocer.

Hacia mucho tiempo que los vecinos de Santiago clamaban por la realizacion del gran canal que debia estraer aguas del Maipo para llevarlas al Mapocho despues de regar las vastas llanuras que están entre estos dos rios. Otros gobernadores uniéndose al ayuntamiento y dando al proyecto la atencion que merecia, arbitra- · ron diversos medios que siempre fracasaron sin dar resultado alguno favorable para la empresa. Muñoz conocia los inmensos resultados de esta y que llegando á realizarse seria para Santiago un canal inagotable de riquezas. Nombró al ingeniero D. Olaguer Feliú para que reconociese las obras iniciadas antes con este mismo objeto y presupuestase la cantidad necesaria para concluir estas si pudiesen aprovecharse o iniciar otras si aquellas fuesen inútiles. Sucedió lo

segundo porque los cauces formados para estraer las aguas no tenian el nivel necesario y además estaban errados en la direccion. El ingeniero presupuestó cien mil pesos para la nueva obra, y el presidente nombró una junta de individuos que se ocupasen do dirigirla hasta su conclusion. Se principió en efecto con ardor (1), pero las inmensas dificultades con que la empresa tropezaba á cada paso, fueron resfriando poco á poco á sus directores y haciéndose al mismo tiempo menos creible su conclusion.

Mientras que en Santiago se agitaba una empresa tan útil como el canal del Maipo, en Concepcion se iniciaba otra mas vasta y de inmenso resultado para la futura grandeza y prosperidad del pais. Era esta descubrir un camino fácil y trillado que pusiese en comunicacion directa con Buenos-Aires á las provincias de Chile y especialmente las de Concepcion, Valdivia y Chiloé. Esta idea que hizo concebir D. Justo Molina, que aseguraba no solo existir sino haberlo andado él. mismo en tiempo mui limitado, entusiasmaba a los buenos ciudadanos amantes de su patria, en Concepcion principalmente, cuyos vecinos reportarian mas de lleno los bienes de su realizacion. El ayuntamiento pidió al presidente se sirviese auxiliar este reconocimiento, y Muñoz, sin oponer dificultad de ningun género, ordenó al intendente de Concepcion, coronel D. Luis de Alava, (2) que prestase á la empresa los auxilios necesarios (3). Un hombre patriota cuyo pecho abrigaba

(1) A fin de 1802.

(2) Documento núm. 44.

(3) Oficio de 18 de febrero de 1805.

los deseos mas vivos del engrandecimiento de su pais, se ofreció voluntariamente á emprender el viaje, que por su naturaleza habia de ser molesto y pen oso. Era este D. Luis de la Cruz, alcalde del ayuntamiento de Concepcion. No ignoraba él los riesgos á que se esponia transitando, como era necesario, por tierras habitadas de gentes enemigas unas y casi desconocidas otras; pero esta consideracion no le detuvo y recibidas las instrucciones del gobierno y aprestada la comitiva compuesta del ingeniero D. Tomás Quesada, del teniente de dragones D. Nicolás Toledo de, los de igual clase de milicias D. Joaquin y D. Angel Pricto y de algunos soldados, el veinte y nueve de marzo de mil ochocientos seis, partió de Concepcion con direccion al fuerte de Antuco, cuya cordillera repechó con el objeto de reconocer el famoso volcan de este nombre. Este reconocimiento de tanto interés para las ciencias naturales, el viajero lo refiere del modo siguiente: «Desde que pensé hacer el reconocimiento de este camino, determiné encumbrarme hasta la misma cima del monte por reconocer la estension de la boca y materiales inmediatos que tiene. El comandante del fuerte y otros patricios á quienes previne que por esta causa no volveria á comer, y que no me esperasen, procuraron disuadirme de que no me seria posible sin perder la vida, asegurándome que con cualesquiera peso se undia la tierra y que llovia y tronaba mui fuerte: que a mas de esto habia tradicion que perecieron en igual arrojo varios individuos sin que se supiese el fin de ellos. Yo procuré despersuadirlos de esta creencia, y en especial con haber hecho la prueba de subir y bajar, pues en tiempo de

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