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» se enfermaria y tendria favorables sucesos en el viaje. A la vuelta de Chiloé pasé los mismos y ma– » yores trabajos, porque aunque me habian dado al» gunos zapatos, entrando en el primer rio se me mo» jaron lastimándome una pierna, de suerte que por >> lo restante del camino anduve como arrastrando, >> sintiendo mucha pena y trabajo. Pero todo lo vence » la caridad de Cristo y el deseo de ganar almas. Llegué sano y bueno á Nahuelhuapi á veinte de fe>> brero con algunos carpinteros, y luego dimos princi» pio á una pequeña casa que en tres semanas estuvo >> acabada.»

Una de las ocupaciones mas sérias del celoso misionero á su vuelta de Chiloé, fué tomar conocimiento práctico del carácter y de las costumbres de aquellas gentes; inclinadas todas á la supersticion, presentaban al padre á cada paso lances que le ponian en peligro de perder la vida. En él creian ver la causa del mal éxito de sus empresas, de las muertes desastrosas que acaecieron en aquel mismo tiempo; y en fin de cuantas desgracias esperimentaban ó temian las parcialidades en general y cada uno de sus individuos en particular. Un incidente casual vino á dar nuevo pábulo á ese estado de alarma en que se encontraban las gentes de Nahuelhuapi y de los demás pueblos limítrofes. Por algun influjo atmosférico, ó por el uso demasiado frecuente del licor, apareció una fuerte disenteria entre los Pehuenches: no conteniéndose el mal en los recintos de esta tribu, corrió por la parcialidad de los Puelches y tambien se hizo sentir en Nahuelhuapi. Los caciques de las parcialidades contagia

das, consultaron á sus adivinos los medios que debian tocar para impedir los progresos del mal. Estos, como era de esperar, achacaron á los padres su causa principal, logrando con sus embustes irritar estraordinariamente á aquellas gentes ignorantes contra los que se suponian autores del maleficio. Los caciques, en vista de semejantes respuestas, enviaron su embajada al jefe de Nahuelhuapi, pidiéndole que mandase evacuar el territorio á todos los misioneros que habitaban en él. El cacique, turbado por un mensage semejante, llevó á los enviados á presencia de Lagunas, quien trató de manifestarles la verdadera causa de su mal, así como la impostura y malicia de sus pretendidos sabios. Algun tanto calmó entonces la borrasca que se levantaba, y el padre Felipe, aprovechando la bonanza, se internó hácia la cordillera, y acompañado del padre Guillermo visitó numerosas tribus, de las cuales los españoles no habian aun adquirido noticia alguna cierta. La de Evechinches, la de Huillipauvos, las que habitan las tierras de Jahuavino, Cachalá, Jalapelin, cubiertas de perpetuas nieves, todas fueron reconocidas por los dos misioneros. Mas á pesar del celo con que trabajaban estos, poco fruto reportaron de sus tareas; esceptuando algunos párvulos que bautizaron y unos pocos enfermos que catequizaron, ninguna otra cosa por entonces pudieron conseguir. Sin duda no era aun tiempo que estas naciones bárbaras convirtiesen su corazon al verdadero Dios, el que por algun fin providencial que nos es desconocido, permite á veces que malogren sus siervos sus tareas dedicadas á tributarle nuevas glorias por medio de nuevos adoradores. Ya contaba cua

tro años de permanencia en Nahuelhuapi el padre Lagunas, cuando creyó conveniente para los intereses de su mision tener una conferencia con su prelado provincial en la ciudad de Concepcion: púsose en camino dejando entre tanto el cuidado de aquella al padre Guillermo, y marchó sin novedad alguna hasta Collihuanca, reduccion que gobernaba entonces el cacique Gedihuen, donde principió á sentir una ligera indisposicion continuó á pesar de ella su viaje hasta Rucachoroy de donde su mal, que habia tomado un carácter maligno, no le permitió pasar. Aquí celebró el sacrificio de la misa con estraordinaria ternura, y reclinado en una pobre cama á cielo raso se preparó para morir, sin otra compañía que un crucifico y tres peones que le asistian en el camino. Estos lloraban viéndolo morir en tanto desamparo, mas él consolándolos, les dijo: «No » lloreis por esta causa, pues yo muero contento en >> soledad; así murió san Francisco Javier, cuya vida he » procurado imitar en la parte que me ha sido posible; >> me regocijo porque Dios me priva ahora de consuelos >> humanos para prepararme mas bien para los que él » me ha de dar en la patria donde me espera. El me » llama para sí, bendita sea su bondad.» Pasó en tiernos coloquios casi tres dias que duró su enferme– dad, y el sábado veinte y nueve de octubre, á las tres de la mañana, dió su alma al criador. La naturaleza de la enfermedad y algunos indicios que coincidian con aquella, hicieron pensar á muchos que Felipe moria envenenado por los infieles enemigos de la fé. Su cuerpo fué enterrado en el mismo lugar donde dejó de vivir.

El padre Juan José Guillermo continuó su mision, despues de muerto su compañero, con igual fervor y celo que antes. A pesar de los vejámenes y persecuciones de todo género que esperimentaba de continuo, no dejó de visitar nuevamente las tribus que ya habia reconocido con el padre Felipe, siempre esperanzado en traerlas al conocimiento de Dios. Él dió nuevo impulso á los trabajos de la mision, ensanchó la capilla, construyó casas para los infieles que acudian á ser cate quizados y para los recien convertidos que preferian vivir cerca del recinto del templo, á la libertad con que antes de abrazar el cristianismo recorrian las campiñas y los bosques en busca de caza. Otro trabajo mui importante emprendió el padre Guillermo, y que pudo no tan solo contribuir á la prosperidad espiritual de la mision, sino al engrande cimiento temporal de sus in-dividuos; tal fué en efecto el camino de Buriloche, de cuya existencia se conservaba tradicion: con él se consiguió la importante ventaja de hacer por tierra todo el camino que conduce desde Ralum á Nahuelhuapi, sin tener necesidad de embarcacion para transitar las dos grandes lagunas que lo atraviesan. Mas una obra semejante, que descubria las intenciones de su autor, escitó el desagrado de los naturales. Creyeron estos que teniendo ya paso franco los españoles para sus tierras, no demorarian mucho en apoderarse de ellas; creyeron ya desde entonces que su fortuna, su familia y aun su libertad misma quedaban á merced del conquistador, y miraron en el misionero nada mas que el precursor de su esclavitud. Los que habian venido á establecerse en las inmediaciones de la capilla, huye

ron á los montes é insensiblemente la mision quedó casi sola. Una nueva desgracia sobrevino á esta todavia, tal fué el espantoso incendio que consumió la iglesia, las viviendas y todo cuanto contenian. No pudo ser ningun accidente casual' quien lo ocasionó, porque á la vez aparecieron llamas por tres puntos diferentes; asi es que este mal tan grave de por sí, y que fué causa de tantos otros, se estimó como efecto del disgusto ocasionado por la apertura del camino. El padre Manuel del Hoyo vino á Nahuelhuapi en estas circunstancias y con un buen auxilio de dinero que se le dió por órden del rei, reedificó los abrasados edificios; ¡pero que corto era el tiempo que estos habian de durar! Dos años permaneció el padre del Hoyo al frente de la mision de Nahualhuapi y sus trabajos á la verdad no tuvieron mejor éxito que los de sus antecesores: parece que la sangre de Mascardi, derramada sobre aquella tierra, le hubiera acarreado la maldicion del cielo! La palabra de Dios que dá vida, no era hasta entonces para aquellos infieles sino motivo de ira; cada dia se manifestaba esta mas vivamente contra los misioneros. Hoyo, nombrado rector del colegio de su órden en Castro, entregó la mision al padre Guillermo, tan esperimentado ya de aquellas gentes. El carácter de este hombre lo hacia el mas apropósito para instruir tribus tan bárbaras como la de Nahuelhuapi. Siempre en movimiento, no descansaba un instante de las fatigas de su ministerio; profundo político, estudiaba las propensiones de cada uno de los que trataba de redueir, y tomaba en sus penas y regocijos la parte que no desdecia con la dignidad de su ministerio; afable é in

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