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UN FORASTERO EN SU PATRIA

NOTICIAS SOBRE D. JOSE ANTONIO MIRALLA

I.

Es empresa difícil de llevar á cabo la que acomete el biógrafo que se proponga conocer por entero la imagen, la fisonomía, la vida de algunos de los argentinos cuyos nombres andan, apenas como en sombra, en el recuerdo de los que actualmente vivimos, y desgarraron su existencia dejándola á pedazos en apartadas peregrinaciones, ó envuelta en la obscuridad de la colonia. De estos desconocidos, forasteros en su propia patria, podríamos formar una larga lista comenzando por Francisco Iturri y acabando por los Doctores Anchoris y Villegas. Pero dejando á éstos á un lado y contentándonos con recomendarles al celo patriótico de los indagadores futuros, nos disponemos ahora á seguir las huellas de un hijo de la República Argentina, impresas en varios países de Europa, en los Estados Unidos del Norte de América, en las Antillas, en Colombia, en Méjico, por donde pasó como un meteoro, derramando luz y suscitando simpatías en cuantos eran capaces de estimar las virtudes del corazón y las prendas del ingenio. Si hubiéramos de amoldarnos á los cánones de la biografía, no podríamos escribir ni el primer renglón siquiera de la de D. José Antonio Miralla, porque ignoramos aún, á punto fijo, en cual de las ciudades de la República Argentina tuvo la fortuna de ver la luz. El documento que nos reveló la existencia de este compatriota y nos tentó á seguirle los pasos, hace distincion entre las

provincias en que nació y la «gran ciudad donde recibió su instrucción:» de donde pudiera inferirse que Miralla fué lo que llaman en Buenos Aires un provinciano, que hizo sus estudios en la capital del antiguo vireinato del Rio de la Plata.

En cuanto á esta segunda circunstancia, su dicho se halla confirmado en los libros de matrículas y exàmenes del célebre Colegio de San Carlos, libros que se abren con su fundación por el gobernador D. José Vertiz y terminan en el año 1818, en que aquel establecimiento se transformó en otro más en harmonía con la revolución y con el siglo.

En esos anales de nuestra antigua escuela se registran muchos nombres que llenan la historia argentina y la ilustran con sus talentos, y entre ellos se halla también el nombre de D. José Antonio Miralla, inscripto de manera que atestigua su precocidad de ingenio y su aprovechamiento en el estudio.

Los catedráticos acostumbraban dar bajo su dirección actos públicos, los cuales tenían lugar á plena luz en las tardes de verano, en la nave central de la iglesia de San Ignacio, con el objeto de lucirse y hacer lucir al mismo tiempo á algún discípulo predilecto, desenvuelto de genio y diestro en la esgrima escolástica, es decir, en el methodo disputandi. La función se reducía á sostener, mitad en latín, mitad en castellano, «en forma silogística ó en materia,» algunas proposiciones de lógica, metafísica, ética y física, contra argumentadores provectos que se convidaban al certamen con muchos dias de anticipación y á veces por medio de un programa impreso con tipos de los niños expósitos. Consta de los mencionados libros que el 9 de Noviembre de 1805, á la hora y en el lugar indicados, sostuvo una de aquellas funciones públicas el discípulo del Colegio de San Carlos D. José Antonio Miralla. Contaba este á la sazón la edad de quince años, y terminaba el año de filosofía bajo la dirección del Sr. D. Juan Manuel Fernández de Agüero; de manera que el acto versó sobre lógica, y le fué tomado en cuenta del examen de la primera parte del curso gegeneral de filosofía, con aprobación plena de los examinadores, que lo fueron, los doctores D. Francisco Sebastián, D. José Joaquín Ruiz y D. Andrés Ramírez. Sesenta y tres condiscípulos rodeaban al sostenedor del certamen entre los cuales se encontraban algunos que se hicieron notables con el tiempo en las dos ciudades principales del Rio de la Plata, en diferentes carreras y posiciones sociales, como D. Juan Sudres Gelley, D. Juan Giró,

D. Mariano Guerra, D. Agustín Rivarola, D. Gregorio Achega, D. Manuel Sugel Pacheco, D. Juan María Pérez, D. Epilacio del Campo, D. Esteban Moreno, etc.

Miralla comenzó á estudiar teología al abrirse el curso de esta ciencia el año 1808, con cinco más de sus compañeros de colegio. Entre los matriculados en el año siguiente ya no se encuentra su nombre: su espíritu tenía probablemente la dirección que á un joven aventajado señalaban los nuevos destinos del país que acababa de conocer sus fuerzas con motivo de los airosos esfuerzos militares para mantenerse independientemente de un poder invasor extranjero. El ruido de las armas había sido, por otra parte, fatal para las letras.

De los sesenta y tres condiscípulos de Miralla en el curso del doctor Agüero, solo catorce tuvieron la constancia de mantenerse en él hasta el fin, y en los libros que tenemos á la vista hallamos la siguiente nota relativa al año 1811: «no hubieron teólogos este año.»

Miralla estaba vaciado en el molde de los hombres de acción, y su talento buscaba las aplicaciones prácticas é inmediatamente útiles á la sociedad, de acuerdo con la índole de los tiempos modernos. Dióse al estudio de las lenguas vivas para ponerse más fácilmente en contacto con sus semejantes y para abrir el espíritu á la influencia de civilizaciones más aventajadas que la española. Leyendo tal vez algún capítulo de augmentes scientiarum, comprendió con Bacon, que si los fenómenos psicológicos explicados por su maestro Agüero, eran obscuros y de difícil clasificación y examen, no sucedía lo mismo con los hechos de que se ocupaba la psicología, y que tan digna es del hombre la carrera que conduce á la cura de almas, como la que le habilita para prevenir y aliviar las dolencias físicas de sus semejantes. Y por último, convencido de que la riqueza es una palanca al mismo tiempo que un pedestal para quienes saben emplearla generosamente, emprendió atrevidas especulaciones industriales y de comercio, en la principal de las Islas Antillas, como lo veremos mas adelante.

La parte que entramos á narrar se compone de tradiciones que pudimos recojer aquí en Buenos Aires, ahora muchos años; en Lima antes de 1852; posteriormente, en una obra que sobre la "revolución de la independencia del Perú» produjo en 1860 la animada é infatigable pluma de Vicuña Makenna, y en nuestra reciente correspondencia con el Sr. Ticknor, de Boston.

II.

Los nombres de Liniers y de Alzaga y de los demás héroes de la Reconquista y de la Defensa, callaron al eco de un nombre extranjero pronunciado por los amigos de novedades en esta capital, siempre dócil y movediza al viento de la moda. Era ese nombre el del genovés Boqui, artífice de alhajas de piedras y de metales preciosos, y como tal, autor de una custodia de gran valor y hermosura que expuso al público en el templo de Santo Domingo, atrayendo diariamente una crecida concurrencia. Dícese que en varios de los anchos pilares que sustentan las bóvedas de la Iglesia de Predicadores, distraía la atención de las personas inteligentes, varias composiciones poéticas en todo género de metro, cuyo asunto era recomendar al concurso la compostura y la moderación exigidas por la santidad del lugar y celebrar el hecho de haber visitado la custodia, juntos y en una misma tarde, dos ilustrísimos obispos que se hallaban en aquellos dias en Buenos Aires. Esas composiciones métricas eran parto feliz del ingenioso joven Miralla.

Boqui era hombre de travesura, de talento despierto y cultivado, y comprendió que en el ex-estudiante de teología y poeta novel se encerraba la promesa de un hombre de provecho. Tomóle por consiguiente en amistad, le atrajo á sí, le dió el título de hijo adoptivo y le dispensó desde entonces la protección de verdadero padre.

Buenos Aires no era teatro apropósito para desarrollar las miras que ocultaba el artífice genovés detrás de la pantalla de la custodia: entraba á América por el Rio de la Plata en busca de la región de las minas, y muy pronto se puso en camino para la capital del Perú, acompañado de su hijo adoptivo. Ambos llegaron allí el 20 de Julio de 1810. Dos meses después, á contar desde este dia, se les notificaba al padre y al hijo recién llegados, la orden de dejar el reino dentro del término de treinta días. La causa de esta disposición de las autoridades peruanas sería misteriosa si no conociéramos cuáles eran en aquellos momentos las aprensiones que asaltaban al virey Abascal, con motivo de los sucesos extraordinarios que cundían de oido en oido por todas las calles de Lima, y si el destierro de Miralla y Boqui no cuadrase

con la prisión de algunas personas distinguidas y desafectas al régimen peninsular.

Nadie ignoraba en la ciudad de los Reyes que la Junta Central había abierto las puertas de la península á la invasión de los franceses, acontecimiento sobre el cual basaban los americanos tantas esperanzas de libertad y fué la ocasión inmediata para que lanzaran el grito de independencia Buenos Aires y Chile. A más de los peligros con que amenazaban á las autoridades de Lima las críticas circunstancias de la madre patria, hay que tomar en cuenta la situación del espíritu público en Quito, en donde por Agosto se habían perpetrado feos asesinatos con carácter público y sobre todo la anunciada invasión sobre el Alto Perú por el ejército argentino bajo la dirección del Dr. Castelli, cuyo nombre, talentos y ardor de tribuno, espantaban el sueño á los mandones peruanos.

La imaginación de éstos dió las formas de una conspiración á sus propias sospechas y personalizándolas en varios individuos americanos señalados por sus luces y por su inclinación á mejores formas de gobierno que las que pesaban sobre las colonias, redujeron á severa prisión al Dr. D. Ramón Suchoris, abogado y secretario del Arzobispo, al cura de San Sebastián Dr. D. Cecilio Tagle, ambos hijos de Buenos Aires, á otros indivíduos más, y entre éstos á Boqui y Miralla como indicamos más arriba.

La iniciación en la vida pública de este nuestro compatriota, comenzó pues por el calabozo y el destierro. Pero aunque algu nos de sus compañeros de mala fortuna padecieron largas persecuciones y destierros á España y á los páramos del interior del Perú, parece que Miralla, á causa tal vez de su poca edad y condiciones, logró permanecer en Lima en donde se entregó de nuevo á sus estudios interrumpidos.

En la famosa universidad de San Marcos obtuvo el grado de Bachiller y con este pasaporte se facilitó ingreso al colegio de San Fernando, en donde estudiaba medicina en 1812, á juzgar por un folleto de 48 pág. in. 4? que contiene el programa de los exámenes de anatomía, fisiología y geología presentados por el bachiller D. José Antonio Miralla ante los maestros de la Universidad, en la mañana y la tarde del día 29 de Mayo de aquel mismo año. Este programa es una rápida exposición, clara, elegante y metódica de las creencias de la escuela limeña, en aquellos tres importantes ramos de la ciencia, y á la vez la historia de sus progresos,

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