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útil al progreso de la sociedad ni á su propio progreso y desarrollo.

En la cuna del Cristianismo, cuando todavía vibraban en las almas las palabras proféticas de Jesús; cuando todavía eran recientes sus consejos y ejemplos; cuando todavía esistían muchos discípulos que habían tenido la dicha inefable de verle v oirle durante su breve peregrinación sobre la tierra; unos, siguiendo las huellas de los Apóstoles en cumplimiento de la misión, que les había encomendado el divino Maestro, llevaron la buena Nueva desde el centro del Asia hasta los últimos confines del imperio romano, convirtiendo pueblos, edificando Iglesias, siendo á la vez Ministros del Santuario, y Maestros de educación; otros, que conservaban en todo, su vigor y pureza los consejos del divino Redentor; confundiendo sus almas y sus bienes, formaron una sola familia cuyo Padre está en los cielos; y entre los cuales era uno el corazón y una sola el alma. Este fué el origen de los Institutos Religiosos; (1) y estos fueron los instrumentos de que Dios se sirvió por medio de la Iglesia para salvar á la sociedad de una muerte espantosa; y á la civilización y á las ciencias de su desaparición de la tierra.

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Cuando los Bárbaros cayeron sobre el imperio de los Césares, y leyes usos y costumbres; religión y moral; civilización y cultura, todo se desmonoraba, todo zozo

(1) Casiano. Coll. 18. c. 5.

braba, todo caía hecho pedazos, el espíritu de Dios sopló sobre la tierra, y en los desiertos de la Tebaida, en las abrasadas soledades de Arabia, Egipto, Siria y Palestina aparecieron unos hombres extraordinarios cubiertos de toscos y ásperos vestidos-no solo santísi» mos,- dice S. Agustin-(1), sino que tambien muy » aventajados en la divina doctrina y excelentes en todos sentidos. Una túnica sin mangas -Colobium-envolvía su cuerpo; un manto de piel de cabra ó una esterilla— melota, zona-caía sobre sus espaldas, y un grosero capucho cubría sus venerables cabezas. Antes de abrazar esta nueva vida, distribuían sus bienes á los pobres, y los que adquirían posteriormente pertenecían á la comunidad que les había acogido en su seno. Temían mucho la ociosidad, y por esto unían los trabajos corporales á la oración, al estudio, á la vida contemplativa. Monges ilustrados escribieron muchas obras ascéticas que servían para la instrucción de los más jóvenes: tales fueron S. Nilo, que despues de haber vivido largo tiempo en una ermita, murió en el desierto de Sinaí: S. Juan Clímaco, abad de Sinai, cuya Escala sagrada-Climax-dedicada al Abad de Baithu, describe los grados y virtudes de la vida espiritual; Juan Moschs etc. Muchos de ellos hicieron adelantar notablemente la interpretación de las sagradas Escrituras; y célebres Doctores de la Iglesia acabaron de formarse bajo su dirección, como S. Basilio, S. Gregorio Nacianceno, S. Gerómino, S. Gregorio Magno y casi todos los Santos P. P. Orien

(1) De Mor. Eccl. cap. 31.

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tales y Occidentales. Los Conventos produgeron ricos frutos de bendición por el ejemplo, que dieran de abnegación, austeridad y sacrificio, y por la educación científica y literaria que facilitaron á la juventud estudiosa. Los ascetas más retirados tenían consuelos y consejos para todos los que de ellos necesitaban: detenían el brazo de los Emperadores dispuestos con demasiada frecuencia á los actos de barbarie y de venganza; cultivaban en los pueblos sentimientos religiosos y «satisfacían plenamente una imperiosa necesidad de su época» (1). En Occidente más todavía que en Oriente los Conventos eran Escuelas y centros de educación y enseñanza. S. Atanasio dió á conocer la vida monástica en Italia, y S. Ambrosio fundó en Milán un Convento. Varios encontró ya S. Gerónimo en Roma cuando visitó su ciudad natal y los había también en las pequeñas islas de Dalmacia y de Italia. De aquí fué transplantada la vida ascética á las Galias y S. Martin fundó un Convento en Poitiers cerca de Tours y otros muchos en otras partes, los cuales fueron tan concurridos, que más de dos mil Monjes asistieron ya á los Funerales del Santo Fundador.

El número de estos Monjes ó Solitarios era tan grande, que nos pareceria increible, si testigos oculares y dignos de todo respeto no lo refiriesen (2). Y en cuanto à la santidad, austeridad, penitencia y práctica de la perfección y ejercicio de las virtudes, nos lo

(1) Theod. Hist. rel. e. 30.

(2) Herz. Hist. Ecl. tom. 2.° págs. 41 y 447.

abona el testimonio de Rufino, Paladio, Teodosio, San Jerónimo, S. Juan Climaco, S. Juan Crisóstomo, San Agustín y cuantos hombres ilustres se distinguieron en aquel tiempo. El hecho aunque singular, extraordinario y prodigioso, no es menos cierto y nadie ha podido negar su verdad histórica: su testigo fué el mundo, que de todas partes acudía al yermo, al desierto, al Monasterio Coenobium en busca de la paz del alma y de la luz del espíritu (1). Tres mil Monjes contaba uno de los Monasterios fundado por S. Pacomio; cifra que se elevó más tarde á siete mil (2). S. Antonio, S. Macario y S. Hilarión, contaron por miles sus discípulos.

En España desde muy antiguo hubo Eremitas, que ya en tiempo de S. Isidoro vivían en Comunidad; y era costumbre, que los padres de familia confiaran á los Monasterios la educación de sus hijos desde la más tierna edad según puede verse en el Concilio cuarto de Toledo canon 49.

Tal vez preguntará alguno; ¿de qué servían aquéllos hombres sino para santificarse á si mismos? ¿Qué beneficios hicieron á la sociedad? ¿Cuál fué su influjo en las costumbres? Aunque la planta fuera bella y olorosa ¿de qué servía si era estéril?

«Grave error fuera por cierto, dice el insigne Bal»mes (3) el pensar que tantos millares de solitarios >>no hubiesen tenido una grande influencia. En primer

(1) Herz. loc. cit.

(2) Heraeng. Hist. Ecle. tom. 2. p. 44.

(3) Protec. t. 3.o, 39.

»

» lugar, y por lo que toca á las ideas, conviene adver> tir, que los Monasterios de Oriente se erigieron á la » vista de las Escuelas de los Filósofos: el Egipto fué el > país donde más florecieron los Cenobitas, y sabido >> es el alto renombre que poco antes alcanzaban las > escuelas de Alejandría. En toda la costa del Medite»rráneo, y en toda la zona del terreno, que, comen»zando en Libia iba á terminar en el mar negro, esta»ban á la sazón los espíritus en extraordinario movimien>to. El Cristianismo y el Judaismo; las doctrinas de Orien>te y Occidente, todo se habia reunido y amontonado >> allí, los restos de las antiguas escuelas de Grecia con > los caudales reunidos por el curso de los tiempos y » por el tránsito que hicieron por aquellos paises los >pueblos más famosos de la tierra. Nuevos y colosales > acontecimientos habían venido á echar raudales de > luz sobre el caracter y valor de las ideas; los espíritus > habían recibido un sacudimiento que no les permitía >contentarse con los sosegados diálogos de los anti»guos Maestros. Los hombres más eminentes de los > primeros tiempos del Cristianismo salen de aquellos > paises; en sus obras se descubre la amplitud y el >> alcance á que había llegado el espíritu humano. ¿Y es >posible que un fenómeno tan extraordinario como el » que acabamos de recordar; que una línea de grutas »y Monasterios ocupando la zona, á cuya vista se ha>>llaban las escuelas filosóficas, no ejerciese sobre los > espíritus poderosa influencia? Las ideas de los solitarios > pasaban incesantemente desde el desierto á las ciu>dades; pues que, á pesar de todo el cuidado que ellos

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