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>ponían para evitar el contacto del mundo, el mundo »les buscaba, se les acercaba y recibia de continuo >sus inspiraciones».

Necesario es no perder de vista que el entendi>miento del hombre se hallaba, por decirlo así, mate»rializado, á causa de la corrupción y grosería entra»ñadas por la religión pagana. El culto de la naturaleza, » de las formas sensibles había echado raices tan pro>>fundas, que para elevar los espíritus á la concepción » de cosas superiores á la materia, era indispensable >> una reacción fuerte extraordinaria: era necesario >> anonadar en cierto modo la materia y presentar al >> hombre nada más que el espíritu. La vida de los so>>litarios era lo más apropósito para producir este > efecto: al leer la interesante historia de aquellos hom>bres, parece que uno se halla fuera de este mundo. «La carne ha desaparecido; y tanta es la fuerza con »que se ha procurado sujetarla: tanto se ha insistido so»bre la vanidad de las cosas terrenas, que, en efecto, di»ríase que la misma realidad va trocándose en ilusión; > el mundo físico se disipó para ceder su puesto al in<telectual y moral: y rotos todos los lazos de la tierra, >pónese el hombre en intima comunicación con el >> cielo. Los milagros se multiplican asombrosamente en >> aquellas vidas: las apariciones son incesantes; las mo>> radas de los solitarios son una arena, donde no entran > para nada los medios terrenos; alli luchan los Ángeles > buenos con los Angeles malos; el cielo con el infier>> no: Dios con Satanás: la tierra no está alli sino para >> servir de campo de combate; el cuerpo no existe sino

» para ser un holacausto en aras de la virtud en pre»>sencia del demonio que lucha furioso para hacerle >> esclavo del vicio».

Es imposible formarse una idea de lo que estamos describiendo sin leer las vidas de aquellos solitarios; no es posible calcular el efecto que en la epicurea sociedad habían de producir sin haber pasado largas horas recorriendo páginas donde nada se encuentra que vaya por el curso ordinario de las cosas. No basta imaginar vida pura, austeridades, visiones y milagros; es preciso amontonarlo todo, realzarlo todo, llevarlo todo al más alto grado de singularidad en el camino de la perfección.

Aunque no quiera verse en estos hechos extraordinarios la acción de la gracia, ni reconocerse en este movimiento religioso efecto alguno sobrenatural; más aún; aun cuando se quiera suponer temerariamente que, la mortificación de la carne y la elevación del espíritu se llevaban por los solitarios hasta una exageración reprensible, siempre será necesario convenir; en que una reacción semejante era muy apropósito para espiritualizar las ideas; para despertar en el hombre las fuerzas intelectuales y morales, para concentrarle dentro de sí mismo comunicándole el sentimiento de la vida interior, íntima, espiritual, hasta entonces desconocida. La frente hundida en el polvo debía levantarse hácia la divinidad, campo más noble que el de los goces materiales se ofrecía al espíritu; el brutal abandono, autorizado por el escandaloso ejemplo de las divini

dades paganas se presentaba ofensivo á la alta dignidad de la naturaleza humana.

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Bajo el aspecto moral, el efecto debía ser inmenso. <«<Hasta entonces el hombre -prosigue Balmes,- no » había imaginado siquiera que le fuese posible resistir »los ímpetus de sus pasiones: en la fria moralidad de » algunos filósofos se encontraban algunas máximas de >> conducta para oponerse al desbordamiento de incli>naciones peligrosas, pero esta moral se hallaba sólo » en los libros, el mundo no la miraba como posible, y > y si algunos se propusieron realizarla, lo hicieron de » tal manera que, lejos de darla crédito lograron hacerla » despreciable. ¿Qué importa el abandonar las riquezas >> y el manifestarse desprendido de todas las cosas del » mundo, como quisieron aparentar algunos filósofos, si >> al propio tiempo se muestra el hombre tan vano, tan >> lleno de sí mismo que todos sus sacrificios no se ofre>> cen á otra divinidad que al orgullo? Esto es derribar >> todos los ídolos para colocarse á sí mismo sobre el >> altar, reinando allí sin dioses rivales; esto no es diri» gir las pasiones, no es sujetarlas á la razón; es criar una » pasión mónstruo, que se alza sobre todas las demás » y las devora. La humildad, piedra fundamental sobre » la que levantaban los solitarios el edificio de su virtud >> les colocaba de golpe en una posición infinitamente » superior á la de los filósofos antiguos, que se entre» garon á una vida más ó menos severa: así se enseñaba > al hombre à huir del vicio y á ejercer la virtud, no por > el liviano placer de ser visto y admirado, sino por mo

>>tivos superiores fundados en sus relaciones con Dios > y en los destinos de un eterno porvenir.»

Lo que los Arabes hicieron en Asia, lo habrían hecho los Septentrionales en Europa, sino hubiera sido por la oposición que encontraron en los Ministros del Cristianismo; los cuales, unidos entre sí por la santidad y por una plausible independencia amenazaron con el infierno á unos hombres que no temían nada en el mundo; y les obligaron, primero á practicar la exterioridad del culto, desde donde pasaron después á conocer el fondo de la religión. Con esto se verificó un cambio notable en la condición moral y política de los Bárbaros. Aprendieron el uso de las letras como necesario en una religión de preceptos escritos; y estudiando las verdades divinas, adquirieron conocimientos acerca de la historia de la naturaleza y de la sociedad. Un sueño un augurio, la relación de un milagro, el ejemplo de un Sacerdote, de un héroe; los atractivos de una piadosa consorte, la vista de una pintura, el éxito feliz de una súplica ó de un voto hecho al Dios de los cristianos, hacían con ayuda de la gracia cambiar de fé á los conquistadores de Roma. Las virtudes austeras de los Monjes, que, podrán no ser creidas por los siglos cultos, pero de las cuales no podrán reirse, eran oportunísimas para alentar y arrebatar la varonil fantasía de los Bárbaros que admiraban una religión que podía inspirar é imponer tales sacrificios.

¿Que de qué sirvieron los Monjes? Por ellos se difundió con el Cristianismo un conocimiento más exacto de los deberes de familia, de ciudadano y de hom

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bre; por ellos cayó la superstición pagana, restos de la antigua idolatría imperial, y fueron depositados nuevos gérmenes de vida en la antigua civilización, á fin de que no pereciese todo en el naufragio universal. Por ellos la Iglesia se afirmó en el orden social como autoridad pública como república moral: fundió las virtudes lánguidas que quedaban de los Romanos con las incultas. y enérgicas que poseían los Bárbaros; corrigió los vicios de aquellos, y educó suavizando la grosería de estos; abarcó en su universalidad al mundo como en un vínculo de beneficencia, de humanidad, de tolerancia, de caridad, opuso á los misterios de la carne y á la sabiduría de los sentidos un espiritualismo sublime; á las rapíñas sanguinarias de los invasores la fraternidad universal; conservó el depósito de las letras y las tradiciones de las artes; vigorizó con sus severos mandatos la flaqueza de los entendimientos, equidistante de una rigidez exclusiva aunque inmutable en el dogma; se adaptó al carácter de las diferentes naciones, mientras que por todas partes se hacía sentir la lucha del convencimiento, la elevación de los espíritus y la santificación de la caridad.

Sin ellos, sin los Monjes: ¿qué hubiera sido del mundo invadido por hordas que se empujaban unas á otras, ignorando de donde venían y á donde iban, si bien sintiendo un impulso superior que las arrastraba al Capitolio? Demasiado dolorosas fueron las violencias de la invasión, pero causaron menos daño que la débil agonía del imperio romano; y semejantes á las inundaciones del Nilo dejaron un cieno fecundador; despedaza

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