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ser juzgado por las leyes generales de la filosofía de la historia. Un pueblo escogido por Dios para ser el instrumento de sus altos designios; un pueblo del que Dios es su legislador, consejero y guía, y con quien está en conversación contínua y familiar queda excluido de la jurisdicción de toda lógica humana. No obstante diremos que tuvo su civilización desde el momento en que abandonó la vida nómada: Moisés le dió un Código, verdadera constitución teocrática, inspirado por Dios y acomodado á las costumbres patriarcales de sus antepasados. Sus libros santos son verdaderos monumentos literarios, de inmenso valor en aquellos tiempos, cuando los demás pueblos no conocían el uso de las letras. «Salomón -dice uno de ellos disputó desde > el cedro que crece en el Líbano, hasta el hisopo que >> crece en las paredes». Toda la literatura hebrea está contenida en la Biblia, libro, que como decía el insigne orientalista Jones «contiene más elocuencia, más ver» dades históricas, más moral, más riquezas poéticas; en » una palabra, más bellezas de todo género, que las que » podrían reunirse tomando las de todos los demás li>bros, que se han compuesto en todos los siglos y en >> todos los idiomas» (1).

»

La literatura hebrea se funda enteramente en la Religión, y la esencial diferencia que mediaba entre esta y la de los Griegos y Romanos hizo que estos no pudieran entender aquélla.—«Si, pretendemos buscar >> en los libros santos las formas escolásticas; nues

(1) Cantu. epoc 2. c. 10.

>

>>tras epopeyas y nuestros dramas, sería como el que » quisiera medir con el compás de Vitrubio el templo » de Salomón con aquéllas proporciones colosales; » con el mar de bronce sostenido por doce toros, y >los Querubines cubriendo el arca con las alas ex>> tendidas; y los misterios del tremendo santuario en >> cuyo fondo tenebroso reposaba Jehová. Allí desde »los hechos de una genealogía se pasa súbitamente al > más elevado lirismo; de una sencillísima narracción, » á una ferviente plegaria; de un minucioso regla»mento á una inspiración profética. La belleza brota » de las cosas mismas y de la fuerza creadora de la » voluntad, y tal vez no se encuentra una página en » que lo bello predomine tan solo como bello; al >>paso que se encuentran á cada momento palabras de » vida en que va unida la mayor sencillez y claridad á » una profundidad inevitable (1)».

El caracter de las obras humanas es la imperfección, y no hay filósofo por grande que sea, sobre cuya tumba no se haya sentado la posteridad para juzgar sus errores, sus extravíos y contradicciones. No sucede así con la Biblia; y sin embargo acomete las cuestiones más elevadas y capitales; descifra los enigmas más recónditos de la ciencia: revela los misterios del hombre moral y físico, del tiempo y de la eternidad, y resuelve los problemas de la creación, de la lucha del bien y del mal por medio de la prevaricación del primer hombre. La Biblia forma un todo único,

(1) Cantu, loc. cit.

dasarrolla en grande

escala una misma idea, un mismo argumento, Dios Creador; el hombre redimido. Es el libro de todos los siglos; de todos los pueblos; de todas las situaciones. Tiene consuelos para todos los dolores; cánticos de alegría para todos los acontecimientos faustos; verdades para todos los tiempos; consejos para todos los estados; y en tanto que alimenta á las almas con palabras de vida eterna, eleva el entendimiento y cultiva el gusto de lo bello. Ella inspiró la Divina Comedia; El Paraiso Perdido; Las Oraciones fúnebres de Bossuet; La Mesiada del P. Ojeda y Klostopf; y los himnos sagrados de Manzoni: y en cuanto al pensamiento humanitario, mientras que los demás libros de la antigüedad tienden á establecer la inferioridad de alguna raza y el odio á las naciones extrañas, horrenda preocupación que vive aún, no solo en el Africa y en la China, sino que también entre los pueblos, que gozan de la ponderada libertad Norte-Americana, la Bíblia proclama con la unidad de Dios, la del linage humano, y una justicia superior á las combinaciones políticas; haciéndonos á todos hermanos destinados á trabajar juntos en el destierro para obtener el restablecimiento de la armonía común en la oración y en la ley, cantando: «El Señor est >> bueno para todos los hombres, y su misericordia » alcanza á todas las obras, y su reino abraza todos los siglos y generaciones. (Salmo 144) ».

Si de Asia pasamos á Europa, tropezamos con las costas y bahías de Grecia dispuestas de tal modo para recibir de todos los puntos del globo los gérmenes de

progreso y de cultura, que á ella debemos la ilustración de que nos jactamos: una gran parte de los idiomas de que hacemos uso; las ciencias que hermosean nuestra vida; nuestras ideas sobre lo bello y lo bueno; las artes que ofrecen contínuamente á nuestros ojos las más sublimes y elegantes concepciones, y la estructura de nuestras sociedades modernas. En ciencias y en artes consiguieron los griegos progresos, que aun asombran á los pueblos modernos. Ellos inventaron las ciencias físicas; la medicina, en la que todavía se respeta el nombre de Hipócrates; la geometría y la astronomía: la mayor parte de los sistemas filosóficos, que hoy se conocen, y los cuales fueron por ellos concebidos y desarrollados. Sus filósofos fueron innumerables; las artes tuvieron alli su origen, y las inmensas ruinas que cubren su suelo, atestiguan su eterna grandeza.

Sucesora legítima de Grecia en cultura y civilización se presenta Roma, inferior á su predecesora en la invención, en la originalidad, en la delicadeza del buen gusto, pero aventajándole en política, en instituciones, y sobre todo, en preponderancia é influjo moral. Sus monumentos revelan la grandeza de su inmenso poderio. Todos los pueblos que á ella estuvieron sometidos conservan restos de aquélla civilización gigantesca. El Cristianismo y los pueblos bárbaros trajeron nueva savia y nuevos elementos á esta civilización greco-romana, la purgaron de los vicios de que adolecía. El sentimiento del amor y de la igualdad dió nuevo fuego é

y

inspiración á las artes y á las ciencias; y la libertad

individual, predicada por el cristianismo, y tan estimada por los germanos cambió las bases é instituciones políticas y civiles. Pero hasta llegar á esta transformación, radical y definitiva, ¡cuánta sangre derramada! cuánta desolación y cuántas ruinas!

Númerosas hordas hambrientas salían periódicamente del fondo del Asia; las cuales entrando en Europa empujaban hácia el Mediodía á las que las habían precedido en el camino de la emigración. Huyendo unos pueblos de otros; atropellándose, arrastrados por una fuerza irresistible hacia los países meridionales, cayeron sobre el imperio romano como manadas de fieras atraídas por las emanaciones pútridas de un cadáver en descomposición. Francos; Germanos; Burgoñeses: Vándalos; Alanos; Gépidos; Suevos; Godos: y últimamente los Escitas. Hunos, más feroces y beliciosos devastaron y saquearon las Galias y la Italia; destruyeron el imperio de Occidente, destronando á su último Emperador, Rómulo Augústulo.>

»

<< Inundada la Europa,-dice un insigne escritor,— > por una nube de bárbaros vió desplomarse de un gol>pe todos los monumentos de la antigua civilización: los >>legisladores con sus leyes: el imperio con su brillo y > poderio; los sábios con las ciencias; las artes con sus >>monumentos, todo se hundió: y aquellas inmensas re»giones que ostentaban el lujo de la civilización y cultu>ra que por espacio de muchos siglos había acumulado >> en ella la Roma de los Césares, viéronse desoladas y >> sumidas en la ignorancia y en la barbarie» (1).

(1) Balmes.

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