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>dor Cuesta que arrojaron las armas y abandonaron > al desgraciado insurrecto, quien, perseguido por los leales se refugió en Manila en el Consulado inglés » creyéndose allí inmune de la justicia».

«El Gobernador General lo reclamó, y entregado » Cuesta por el Consul fué puesto en Capilla y ahorca>do en la Capital. (1)

Los frailes descubrieron tambien la conspiración fraguada por el Capitan filipino Novales en 1822, y por último, un Agustino, el respetable Párroco de Tondo P. Fr. Mariano Gil descubrió en 1896 la última conspiración; y sorprendió acompañado del Sr. Comandante de la Veterana los papeles, listas y planes de los conspiradores en la imprenta del Diario de Manila».

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(1) Los Frailes filipinos. por un español. Madrid 1898 Imprenta de la Va, de M. Minuesa.

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CAPÍTULO VII.

SUMARIO

Progreso general del país debido á los Religiosos.— Más escritores Agustinos en el siglo diez y ocho Nuevas industrias.— Pláticas y lecciones de agricultura é índustria alternaban en los templos con las morales y doctrinales -Canales de riego por los Religiosos.— Arquitectura. — El Convento de S. Agustin en Manila 'y Fr. Antonio Herrera.- Rectificación de calzadas y construcción de puentes.-Las ‹Cotas» ó baluartes por los Religiosos.-Artillado y abastecimiento.--Los Alcaldes mayores - Abusos de estos en las Cotas --El P. Callazo.-El P Bermejo ó el P. Capitán -Como se han fabricado las Iglesias en Filipinas. – Trabas del Gobierno en la fundación de pueblos -Acusación injusta á los Religiosos.—La educación religiosa superior á toda otra.—¿Porqué? Atraso relativo en la agrícultura, industria y comercio —¿A quién atribuirlo?

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Ya hemos visto en los capítulos anteriores los muchos pueblos fundados en el primer siglo y medio de la conquista; de cada uno de estos pueblos dependían varias visitas ó barrios, algunos de los cuales habían de ser pueblos tambien más númerosos quizá que sus matrices. La cultura y la civilización habían progresado tambien admirablemente en aquel pais fecundo en todo, habían suavizado las costumbres y el temperamento agreste del indio; y la propensión nativa de estos á la imitación de las costumbres y usos europeos les había creado necesidades de ellos antes desconocidas,

para satisfacer las cuales encontraban recursos abundantes en la fecundidad asombrosa de aquella tierra que pródiga retribuía con ciento por uno el más pequeño trabajo; y en las nacientes industrias que se iban creando por iniciativa de los Religiosos, y, por las necesidades que sentía en todos los órdenes de la vida aquella sociedad incipiente. La civilización toma el carácter del pais en que se implanta, se apropia su natuleza y se amolda á las costumbres y prácticas que no repugnan á la cultura general ni á los preceptos de la moral natural. En el siglo diez y ocho los indios de amplio calzón, bombacho, camisa bordada y chinelas-zapatillas escamadas de oro, no se parecían en nada á sus progenitores del bosque de lanza en la diestra, talibóng al costado, el arco y flechas á la espalda, rodela en la siniestra y taparrabos por indumentaria. Aquellas cómodas y amplias habitaciones de maderas incorruptibles, amuebladas con mesas, consolas, sillas, sofás, aparadores y grandes espejos, tampoco tenían parecido alguno con las antiguas chozas de yerbas y bambú, escondidas en las selvas, ó encaramadas en las cumbres de las colinas, como åtalayas vigilantes. Eran otras las costumbres, otra la vida, y como consecuencia, otras y muy distintas más numerosas y más exigentes las necesidades. Los Párrocos Religiosos, únicos europeos que residían entonces en los pueblos y aun en las capitales de provincia, excepción hecha del Alcalde mayor, juez al mismo tiempo, y administrador de hacienda, correos etc., observaban atentamente el desarrollo progresivo de apuella raza vigorosa en las letras, agricultu

ra, industria y en todo lo concerniente á la vida y cultura de los pueblos civilizados. Vivían entre los indios, hablaban su idioma, eran consultados para todo, dirimían las querellas, apaciguaban las discordías y en contacto continuo con el indígena años y años, estaban en condiciones de apreciar los progresos hechos, las necesidades creadas, las modificaciones en las costumbres; y de conocer los medios de satisfacerlas en provecho de todos.

Los Religiosos que habían sacado del bosque aquellos pueblos; que, con la mano en la esteva les habían dado lecciones prácticas de agricultura; que les habían enseñado á leer y á escribir en la expléndida hoja del banano, y la construcción y manejo del telar; y les habían hecho conocer y distinguir las maderas incorruptibles para edificación, mueblaje y otros usos, prosiguieron con moderación, pero con paso seguro la educación moral y científica de aquel pueblo, niño todavía. Los PP. Agustinos Hipólito Casiano, Tomás Ortiz; Guillermo Sebastián, Juán Núñez Cepeda, Baltasar de Santa María, Francisco Fontanilla, Blas Urbina, Casimiro Díaz, Jacinto Rivera, y otros muchísimos más, tanto de la Órden de Agustinos como de las otras Corporaciones monásticas continuaron con sus escritos el cultivo de las inteligencias, del corazón y del alma; y hasta de música escribió por entonces el P. Agustino Fr. Lorenzo Castillo. Otros Religiosos y aun los mismos escritores citados se encargaron de enseñar á los indios nuevas industrias, nuevos métodos de cultivo, nuevos aparatos de beneficiar la caña dulce. Mucho tuvieron que tra

bajar para vencer la inclinación ingénita del indio á la holganza; mucha constancia, mucha perseverancia emplearon para estimular la indolencia aplanadora del clima intertropical; mucha paciencia para hacerles comprender que la postura de los pies descalzos sobre el alfeizar ó antepecho de las ventanas, si era cómodo para ellos, era indecente para el hombre culto, y vergonzosa para el laborioso; pero insistiendo, repitiendo un día y otro y siempre en plazas, calles y casas y hasta en los templos los mismos consejos é instrucciones conseguían aquellos prudentes Religiosos sacar á los indios de aquel marasmo enervante, de aquel beatífico far niente. Debemos advertir que hasta el año 1897 los Religiosos eran no solamente Párrocos, sino que tambien maestros, médicos, abogados, consejeros, en una palabra, la providencia de sus feligreses; y que en las Iglesias alternaban las pláticas morales con las instrucciones sobre agrícultura é industria; la explicación de la doctrina cristiana con las reglas de higiene y policia de los pueblos; que en el púlpito han tenido que ocuparse en otros asuntos impropios del ministerio parroquial y del carácter de la sagrada cátedra. El que estas líneas escribe y sus contemporáneos Párrocos de las Visayas tuvieron que recomendar desde el púlpito á sus feligreses el respeto y obediencia á la Guardia Civil; y lo hicieron constándoles por los jefes del veinte y dos Tercio, antes tercero, que estaba organizado con lo peor y el desecho de todos los regimientos indigenas, pues aunque el Capitán General dispuso que los Jefes del nuevo Tercio entresa

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