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un sistema planetario sino que también fomentó y difundió el estudio de la astronomía.

La multitud de Monjes santos que en todo el siglo VII salieron de los conventos españoles para ocupar las principales sedes episcopales contribuyeron á dar al Monacato gran lustre, importancia y desenvolvimiento. Hemos citado el Convento Agaliense del que fué Abad San Ildefonso: de sus claustros fué arrancado un caballero noble de nombre Eladio para ser colocado en la silla de Toledo, la cual ilustró con su santidad. Sucedióle en ella su discípulo San Justo, Monje también;

y

å los antes citados San Eugenio, San Ildefonso, San Braulio y San Leandro, etc., podemos añadir San Victorian que fundó Monasterios en las montañas de Aragón; y al célebre San Millán, aragonés ó riojano, lo cual no está averiguado todavía, y cuya vida escribió San Braulio. Fué tan grande la importancia de los Monjes en España, que los Abades eran admitidos á las deliberaciones de los concilios nacionales. Nueve firman á continuación de los Obispos el VIII de Toledo, y antes que los Vicarios episcopales que representaban allí la dignidad y gerarquía de sus respectivos Obispos.

Cuando las contínuas guerras y revoluciones de los paises del continente europeo amenazaban concluir con los restos de la civilización y saber antiguos, cuando en las Galicias se promovian al sacerdocio personas que apenas si sabían leer; cuando el Papa Agatón se quejaba de no poder hallar en toda Italia á quien encargar una embajada á Constantinopla, España ofrece entonces un espectáculo sorprendente respecto del

resto de Europa: la Iglesia española presenta una brillante pléyade de santos y sabios Obispos Monjes con los citados Leandros, Isidoros, Eugenios, Severo de Málaga, Donato Abad Sevillano etc., como no podía ofrecer otra semejante la Iglesia toda. Si, dice D. Fermín » de la Fuente-fué una grande época, un periodo >interesante y no completamente estéril en los anales > del mundo, el que se estendió por nuestra Península > por los siglos desde el V hasta el VIII. Fueron una > gran Iglesia y una gran literatura las que tuvieron á >>su frente á Ildefonso y á Eugenio, á Leandro y á » Isidoro. Y fué más grande aun que todos estos ele>>mentos que le dieron vida, el célebre Código que >>nació en esta sociedad, que ordenó esa Monarquía, » que caracterizó esa época que fué redactado por esos >>literatos, por esos Obispos (1)».

Si: la Iglesia fué siempre desde su aparición en todas las épocas y en todos los paises la salvadora de la sociedad, de la civilización y de la cultura de los pueblos; y sus auxiliares más celosos fueron siempre los Monjes, que nunca se han contentado con santificarse á si mismos, sino que han influido constantemente en la sociedad; y la luz y la vida que encierran sus santas moradas, irradian al exterior y se abren paso para alumbrar y fecundar el caos que envuelve al mundo. Y todavía —¡qué aberración!— hay quien dice:

<< Las Corporaciones monásticas son un legado fu>>nesto que nos trasmitieron la superstición y el fana>>tismo de nuestros antepasados».—‹ Los Frailes dicen (1) Discurso Prelm, del Fuero Juzgo.

>otros, eran probablemente brazos arrancados al tra> bajo y entregados al ocio. Otros más benignos ó más ladinos, no ignorando lo que llevamos expuesto, ni teniendo audacia para negar valor histórico á lo referido suelen decir en tono sentencioso. Las Corporaciones religio>> sas tuvieron su tiempo, que pasó para no volver».

Cuando se observa constantemente en el mundo físico la aparición repetida de un fenómeno, seguido siempre é indefectiblemente de un hecho uniforme, se puede asegurar en buena lógica, que entre ambos existe alguna relación de dependencia, como la que existe entre la causa y el efecto, aun cuando no pueda explicarse ni comprenderse. Pues bien es un hecho constante, invariable, observado á través de los siglos desde los tiempos Apostólicos, que allí donde la Religión católica ha penetrado, allí también se han establecido las Corporaciones religiosas; como si estas fueran una consecuencia de aquella, ó fruto natural del árbol de la Cruz. El hecho es cierto, constante, repetido en las páginas de la historia eclesiástica y profana; y ocupa un lugar distinguido en las dos grandes crisis por las que han atravesado la Iglesia y la sociedad; salvando en la primera crisis de la invasión de los Bárbaros los restos de la civilización antigua; y siendo los Conventos en la segunda asilos de las ciencias y de las artes.

Hemos alcanzado una época en la que los Gobiernos no reconocen límite al dereho de asociación. De este derecho gozan la Fracmasonería para los fines perversos que persigue: le tiene tambien el socialismo para conspirar contra el capital y los Patronos, alteran

do frecuentemente el órden público con el pretesto de la revindicación de los derechos del trabajo; se consiente y tolera á los anarquistas, asesinos de los altos personages que representan el principio de autoridad, y este derecho de reunión y de asociación que en nombre de la libertad se concede á los enemigos de Dios y del Estado; á los perturbadores del órden; á los enemigos de la sociedad, á los asesinos é incendiarios, se pretende negar á los Religiosos que desean asociarse para practicar no solamente los preceptos del decálogo entre los cuales hay uno que nos manda obedecer á las autoridades de la tierra como representantes de la divina, sino que también los consejos evangélicos. «Tenéis libertad, dicen los enemigos de las >Ordenes monásticas, para ultrajar á Dios, para «conspirar contra la autoridad y el órden; para serviros » del puñal y de la dinamita; pero vosotros los Frailes, >> no la tenéis para practicar los preceptos y consejos » de Jesús--amaos los unos á los otros»-devolved bien >> por mal» orad por vuestros enemigos etc., etc. Los » abogados hipócritas de la libertad dicen: «Vosotros los Frailes, que soís los únicos contentos con vuestra suer>>te en esta sociedad mundana: que no queréis hacer uso » de sus libertades, sino para renunciar á toda ambi«ción y á todo lucro para buscar como el colmo de >> vuestros deseos la abstinencia, la mortificación, la po>> breza voluntaria donde y cuando impera y triunfa la > glorificación de la carne y del dinero, no tenéis derecho á ser pobres voluntarios, ni mortificados, ni cas»tos, ni buenos, ni honrados». «¡Qué locura, qué cruel

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> dad! «decía ya S. Pedro Damiano hace ocho siglos: <el > hombre tiene libertad para disponer libremente de sus >> bienes ¿y no la tendrá para ofrecerse á si mismo á

»

>> Dios? ¿Tiene derecho para entregar toda su fortuna á » otro hombre? ¿y se le rehusa la libertad de entregar >su alma á Dios que la creó?¡Que est illa dementia, quæ vesania, que credelitas! Habet homo disponendarum rerum suarum facultatem, ut semetipsum Deo offerat potestatem non habet! Valet hominibus tradere substantiam suam, non habet libertatem Deo reddere animan suam! (1).

Cuenta Montalember que estando en Granada contemplando el Convento de Santa Isabel, fundado por Isabel la Católica en memoria de la conquista de la ciudad, se le acercó una señora y le explicó el bárbaro decreto de Espartero en el que prohibía la admisión de Novicias con objeto de que la comunidad de Religiosas se extinguiera por consunción: Después dice de haberme dado tan tristes explicaciones, «extendió la mano >> hacia el Convento y lanzando una fiera mirada dijo con >> el acento de una Romana y el ardor de una Española > estas dos palabras: Suma tiranía». (2) Y lo es en efecto negar el derecho de existencia á las Corporaciones religiosas, porque ¿qué son en suma los Institutos Religiosos?

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Los Institutos Religiosos no son otra cosa que asociaciones libres de cristianos reunidos voluntariamente para vivir en común, poner en práctica los preceptos y consejos del Redentor del mundo para santificarse á sí

(1) S. Pedro Damián. Opusc. 15.

(2) Montalembert. Los Monjes de Occiden. t. 1.o cap. VIII.

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