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la. Recordamos á este propósito lo sucedido en Cápiz é Iloilo en la última revolución. Si, cuando solos en los pueblos, sin destacamentos de tropas, sin español otro alguno que nos acompañase; y cuando las partidas insurrectas merodeaban por la provincia, dejábamos el pueblo por un dia, para visitar al colateral, esparcir el ánimo ó saber alguna noticia; el General Ríos comunicaba al P. Vicario: «Tengo orden del Gobierno de Su > Majestad de fusilar al Religioso que salga de su curato >sin mi permiso». Forzados á permanecer en nuestros pueblos para no ser fusilados por el General Ríos, éramos llamados filibusteros por otros españoles. De manera que si pasais perdeis la vida, y si no pasais tambien. Pero esto no era nuevo para nosotros, pues ya lo habían hecho con nuestros antepasados. «Sobre > estos trabajos tuvieron estos buenos Religiosos el > grande sentimiento, de que se dudase de su fideli› dad, sin más motivo, que el que no les mataban los >indios. Infeliz era la situación de los Misioneros en > este tiempo. Si desamparaban los pueblos ó Doctri>nas, se les culpaba, porque decían: que de este >> modo se aumentaba la rebelión; si se quedaban en > ellas y no les mataban los indios por su respeto ó >> porque querian tener un Confesor á la hora de la » muerte, les hacían cómplices de sus delitos». (1)

En los alzamientos de los indios, dice Retana, ha>bidos desde la Conquista hasta los principios de siglo

(1) Zúñiga Hist. de Filipinas, capítulo XXXIV, páginas 664-665,

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>en diferentes localidades, nunca los Cabecillas, ni uno >> tan solo de sus miles de secuaces se quejaron de los >> frailes: tenemos que avanzar hasta el año 1872; y >> aun desde esta fecha hasta el día, como haremos notar >> en el lugar oportuno, no han sido los frailes otra cosa » que un pretesto para encubrir intentonas de caracter » sola y exclusivamente hostil á la perpetua unión de » España y Filipinas. Las tierras de Pangasinan, Ilocos, > Batangas, Negros, Panay, etc., si hablasen podrían > confirmar las narraciones históricas y decir una vez » más que las insurrecciones que presenciaron no fue>ron nunca en poco, ni en mucho, ni en nada moti>> vadas no ya por los frailes, pero ni siquiera por un solo fraile. Este hecho de un valor histórico conside>rable, y sobre el cual debían meditar los ignorantes »y mentecatos de profesión nos da la medida mejor que > ninguno otro de lo que allí los frailes significan, y con> siguientemente de la rudeza con que se les combate »por los que anhelan la más ó menos pronta ruina del Archipiélago Filipino». (1)

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(1) Politica de España en Filipinas. Año IV. no 89.

CAPÍTULO X.

SUMARIO

Estado actual de Filipinas. –Porvenir de las islas Los Religiosos necesarios para la conservación de la paz.- Los Clérigos indígenas, abogados, médicos é indios ilustrados, juzgados por Escosura, Gimeno Agius, Retana y otros escritores españoles y extranjeros.— Los escritos presentados al Delegado Pontificio Moñs. Chapelle.-El cuestionario por la comisión Norte-Americana presidida por Mr. Taff.

Tres años van á cumplirse (1) desde que la plaza de Manila se rindió á los Norte-Americanos, poniendo aquel acto fin á la dominación española de tres siglos, é inaugurando los Norte-Americanos su Gobierno en aquellas islas. Al arriar el general Ríos en la capital ilonga la bandera de España la situación del pais era indefinible. En Manila y en Cavite dominaban los NorteAmericanos: en Luzón y Camarines gobernaba nominalmente el gobernadorcillo pasado de Cavite Viejo, D. Emilio Aguinaldo; en Cebú, Iloilo, Capiz, Antique y Negros gobernaban repúblicas sui géneris al parecer unitarias. El 4 de Febrero del 99 rompieron los NorteAmericanos las hostilidades contra los indios, que desde la rendición de Manila ocupaban militarmente la zona comprendida entre la Ermita y Caloocan. Van dos años de guerra entre los antiguos aliados contra España.

(1) Escribimos estas líneas en Enero de 1901.

Los Norte-Americanos han llevado á las islas un ejército numeroso, han gastado sumas enormes, han acumulado en el país todos los elementos de guerra de que puede disponer una nación grande, rica y poderosa, han batido á los indios en casi todos los encuentros, no sin lamentar sensibles y numerosas bajas, les han ido arrojando, primero, de sus improvisadas capitales; despues de las provincias tagalas, les han perseguido hasta las cordilleras del Abra, Benguet, Bontoc y valle de Cagayán; han desembarcado en Iloilo, han arrojado á los naturales rebeldes de los grandes pueblos, se han establecido en Cebú, Negros, Leyte, Samar y Camarines ó sea en todas las provincias que recorren ya por compañías, sin otro peligro que el de alguna emboscada, ó sorpresa no facil de evitar en aquel país de . especiales condiciones; y á pesar de todas las ventajas enumeradas, solamente dominan y gobiernan las ciudades y pueblos protegidos por destacamentos y guarniciones, y en un radio tan reducido que no llega al alcance de los proyectiles de los Maussers.

Los indios, que en un principio presentaban en combate grandes masas fanatizadas, sujestionadas por los cabecillas, principales revolucionarios, hacen ahora la guerra de bandidaje, que ellos conocen mejor, y á la cual se presta favorablemente aquel país, en donde ni el fuego puede abatir la vejetación frondosísima de plantas gigantes, árboles y arbustos que brotan con fuerza y rapidez hasta en las mismas peñas, y hasta en los más elevados campanarios. La guerra entre los antiguos amigos y aliados continúa tenaz por ambas

partes, sin esperanza de próxima terminación. Ya no se ven las grandes masas de combatientes indios; ya desapareció el efímero Gobierno revolucionario de Malolos, parodia ridícula de los Congresos españoles; ya se eclipsó el famoso Aguinaldo á quien hicieron célebre los desaciertos de Moret y Primo de Rivera en Biac nabató, ya se presentaron á indulto los Taveras, Ma-. binis, Venancio Concepción, Buen Camino y otros revolucionarios de primera fila, pero la lucha sigue embravecida y cruel, acabando con lo poco que resta de la obra civilizadora de los Religiosos en tres centurias.

Aquellos puertos concurridísimos antes por buques nacionales y extranjeros, abandonados y solitarios se ven ahora; aquel comercio de vida exuberante, cuyos latidos alcanzaban á los pueblos más internados, y ponían en movimiento á los habitantes de las ciudades y de los campos, yace en el silencio, en la paralización que es la muerte; aquellas ciudades y pueblos prósperos y felices en la vida pacífica de abundantes recursos esteriorizados en palacios magníficos, muebles de Europa de todo lujo, y en las alhajas y joyas que adornaban los cuerpos femeninos, y en la satisfacción que rebosaba de las almas, síntomas todos de prosperidad; devorados ahora se ven por el fuego, convertidos en cenizas, sembrados de sal; aquellos campos de ondulantes arrozales, de erguidas cañas-dulces, cultivados con esmero, limpios como vergeles, frondosos como la selva virgen, son ahora campos erializados, páramos estériles cubiertos de alto cogon que oculta al

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