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Pero la brillante centella de luz que iluminaba el mundo desde la cima del Calvario, irradiaba sobre la haz de la tierra; y si el huracán de las pasiones y el hálito impuro del paganismo amortiguaban sus fulgores, nunca más apagaron su luz resplandeciente; y pasaron los siglos, y alimentada por el soplo divino del Eterno, fué extendiendo su órbita brillante; fué acercándose á los hombres, y lo que antes parecía una lucecilla perdida allá en la pequeña Palestina, apareció ante los pueblos como un sol resplandeciente, exparciendo por todas partes rayos benéficos de luz y de vida. Civilizando á la barbarie, puliendo la rudeza, amansando la ferocidad de las hordas invasoras, preservó á la sociedad de ser víctima, tal vez para siempre, de la brutalidad degradante y del salvagismo feróz. Fué el principio fundamental que dió unidad, órden y concierto á aquéllas diversas tribus de bárbaros, salidas de la selva rectificando las ideas, regulando los sentimientos, conteniendo las desbordadas pasiones, apagando los odios, templando las iras de los vencedores, inspirándoles ideas de justicia, sentimientos de humildad y caridad cristiana. Fué la reguladora universal de aquella sociedad nueva, agitada con tanta furia por la barbarie de los invasores y por la degradación de los vencidos; y próxima á la muerte ó al caos.

Figurémonos á los bravos hijos de la selva arrojados sobre el Mediodía como el león sobre su presa, precedidos de sus feroces caudillos, seguidos del tropel confuso de sus hijos y mujeres; llevando consigo sus rebaños y sus toścos arreos, destrozándo las nu

merosas legiones que trataron de contener su avance; saltando trincheras, salvando fosos, excalando baluartes, talando campos, arrasando bosques, saqueando pueblos, asaltando ciudades, arrastrando en pós millares de exclavos cautivados en el camino, y llevando por delante bandas numerosas de fugitivos corriendo pavorosos, azorados, poseidos de pánico terror, huyendo del hierro y del fuego, llevando la alarma. el terror, el espanto hasta las mismas puertas de Roma; figuráos los despues engreidos con la victoria, ufanos con tantos despojos, endurecidos en tantos combates, incendios, saqueos, matanzas, y trasladados como por encanto desde las frias y nebulosas selvas del Septentrión á las templadas y risueñas campiñas de Italia; en otro clima bajo otro cielo, nadando en la abundancia, en los placeres, en nuevos goces de todas clases, muertos en los combates los principales caudillos, confundidas en el desórden las familias, mezcladas las razas, modificados ó perdidos los antiguos usos y costumbres, y desparramados los pueblos por paises inmensos; en medio de otros pueblos de diversas lenguas, diferentes ideas, de distintos usos y costumbres; figurémonos, si es posible esa confusión, ese desórden, ese caos, y decid, si no veis quebrantados, hechos mil pedazos los vínculos que formaban la sociedad de esos pueblos y aniquilarse todo lo antiguo, antes que pudiera remplázarlo nada

nuevo.

¿Qué hubiera sido entonces de la sociedad sin un lazo que ligase tan diferentes pueblos, tribus y razas; sin un sentimiento común, que enlazase sus ideas, do

Epifáneo de Pavía, un Benito de Nursia, un Estilita, el cual tantas veces les subyugó con el ascendiente de su virtud y mortificación. Esperimentaban una secreta é invencible necesidad de rendir homenage al Dios de estos santos varones; y aprovechando la Iglesia estas excelentes disposiciones hizo salir de las cenizas del mundo antiguo un mundo y una civilización nuevos; y frente á los elementos desencadenados, reveló en todo su explendor la fuerza divina, que reside en ella, reuniendo en una sola familia, pueblos hasta entonces divididos, imprenándoles de una civilización eminentemente cristiana, en la cual se mezclara en su justa medida la parte más sana de la civilización antigua con las costumbres sencillas y puras de aquellos primitivos pueblos ¿Había alguna escuela, alguna institución, algún sistema filosófico, alguna idea, algún conjunto de ideas. de eficacia suficiente para contener el empuje de los Bárbaros, salvar á la sociedad de inminente ruina. creando nuevos organismos con elementos tan heterogéneos? Mucho se ha ponderado la fuerza de las ideas pero consultando la historia, se vé, que no ha habido una sola, que, conservándose en el radio natural de su acción haya contribuido notablemente al perfeccionamiento del individuo en la sociedad. Inmensa es la fuerza de las ideas: ¿quién lo duda? El pensamiento del hombre dispone de una fuerza vital y creadora superior á todo lo creado: todo lo inteligible le interesa porque afecta á su destino; pero de esto á sostener que toda idea, aunque útil, pueda subsistir por si misma; y que para su conservación no necesite de una

base que la sirva de apoyo; ó de una institución que la encarne para su perpetuidad, hay un abismo imposible de salvar, como enseña la historia. Las ideas en su región propia, en el terreno puramente filosófico podrán ser más ó menos útiles á la sociedad y al individuo; podrán influir con mayor ó menor eficacia en la perfección y progreso de la humanidad; su acción será lenta ó rápida, debil ó poderosa, pero su vida será efímera si les falta la base de la institución que constituye la vida de los pueblos. El pensamiento del hombre es muy voluble y sus creacioues adolecen del mismo defecto. Esto explica la rapidez con que se sucedieron unas á otras las teorías científicas; la desaparición del campo de la ciencia de tantos y tan variados sistemas filosóficos. Ha habido y no dejará de haber filósofos que crean y defiendan de buena fe, que las ideas depositadas en el seno de la humanidad son un legado precioso, que trasmitido de generación en generación contribuye poderosamente al progreso de la humanidad; pero la historia les contesta, que la humanidad, entregada á si misma, lejos de haber sido una depositaria fiel y honrada, ha sido una lapidadora de tradiciones y creencias legadas por nuestros antepasados. En los albores del género humano encontramos las grandes ideas sobre la unidad de Dios; el origen y destino del hombre; sobre sus relaciones con el Criador; sobre la primera culpa et cetera; estas ideas son verdaderamente útiles santas y fecundas: pues bien ¿cómo las conservó la humanidad? ¿No las dilapidó, y perdió, mutilándolas, obscureciéndolas tergiversándolas

hasta no dejar de ellas casi vestigio alguno? Solo un pueblo, el pueblo hebreo conservó este rico tesoro ¿Por qué? porque estaban encarnadas en instituciones sábiamente organizadas por un Legislador inspirado por Dios.

No: las ideas, y muy particularmente las que opo- . nen una valla á las pasiones, carecen de vitalidad, no son viables en la práctica por sí mismas, sino que son necesarios otros medios de acción que enlacen el órden de las ideas con el órden de los hechos. Hé aquí porqué los antiguos sistemas filosóficos, muy decadentes en la época de los Bárbaros fueron impotentes para reconstruir la sociedad desquiciada. El Cristianismo solo, pudo hacer este milagro y lo hizo. ¿Cómo?

Euntes doccete omnes gentes, había dicho el Redentor á sus Apóstoles; y partieron á cumplir el divino mandato, predicando ubique, Domino confirmante. Los sucesores de los Apóstoles, fieles á las tradiciones apostólicas, prosiguieron la obra comenzada cumpliendo la misión impuesta por el divino maestro: docete omnes gentes; enseñad á todo el mundo; y en donde hubo una Iglesia, había una escuela, y los Sucesores de los Apóstoles fueron desde los primitivos tiempos del Cristianismo los Ministros de Dios que oraban, y los Maestros que instruían; nó á la manera de los Sacerdotes gentiles, que habían acaparado la ciencia envolviéndola en el misterio, y convirtiéndola en patrimonio de casta, sino haciéndola comunicativa y asequible á ricos y pobres, á débiles y poderosos, á cristianos y á gentiles; porque la ciencia, patrimonio de una casta privilegiada, nunca fué

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