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mano el hilo de nuestra vida; los amigos me excitan, perjurando que ya no me hace falta autoridad ninguna; los españoles estamos abocados á un abismo en materia de enseñanza; y ¿no sería criminal, si por la vanidad de presentar mejor y más artísticamente vestidas y aderezadas mis ideas, contribuyese con el silencio á que la situación empeorase? No me hago la ilusión de que mi voz ha de ser oida, hasta el punto de que en la marcha las cosas vuelvan hacia atrás; pero ¿quién sabe si al rasgar el espacio un grito desaforado y agudo, se paran un momento y viene un minuto de reflexión?

El trabajo presente, por consecuencia, lo redactaré de prisa, de improviso; será un grito mal articulado; es mi deber. Después de todo, no desespero: cuando publiqué la Supresión de los exámenes, algo pude lograr: por lo menos el golpe repercutió, aunque tenue, apagado y mal comprendido, en la propia Gaceta.

Pero desde entonces han pasado muchas aguas por el Ebro; en aquel tiempo señalaba yo como causa primordial y casi única, de los fracasos de nuestros sistemas de enseñanza, á una de las ruedas de la máquina pedagógica: al maldito examen y la maldita cualidad de juez en los maestros.

Hoy he avanzado más: he descubierto en punto mucho más hondo el vicio esencial de los sistemas pedagógicos más acreditados en el mundo; hoy no temo afirmar en redondo:

TODO SISTEMA PEDAGÓGICO (Y POR CONSIGUIENTE TODA ENSEÑANZA), QUE SE FUNDE EN LA CREENCIA DE QUE SE CUMPLE EL FIN UTILIZANDO EXCLUSIVA Ó PRINCIPALMENTE COMO MEDIO EL PEDAGOGO Ó PROFESOR, (1) ES ABSURDO Y NECIO, COMPLETAMENTE VANO,

Y EN GRADO SUPERLATIVO PERJUDICIAL Y DESASTROSO.

A probar y demostrar esta afirmación va dirigido este trabajo.

Inútil será que diga al que me conozca, que no entra en mis propósitos herir ni escarnecer á nadie, á nadie; me propongo únicamente estudiar, á sangre fría, ciertos sistemas é instituciones sociales, como el anatómico un pedazo de carne muerta; sin embargo, no estará de más advertir que no me pararé por el

(1) Llamo pedagogo ó profesor al que enseña un arte sin ejercerlo ó, aunque lo ejerza, no lo enseña ejerciéndolo; y para no andar con reservas ni tapujos diré que entran en esta denominación, legalmente, casi todos los profesores de todas nuestras escuelas, desde las de instrucción primaria hasta las del doctorado de Madrid, y casi todos los profesores de casi todas las escuelas é instituciones públicas de todos los países civilizados.

Revista de Aragón, Año V.

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temor de que alguien pudiera darse por ofendido; si por exponer las verdades, que es indispensable que exponga, se ofenden personas, clases ó instituciones, lo sentiré muy de veras, con toda el alma, pero no me privaré de decir lo que sea necesario para hacerme entender ¡Desdichado aquel á quien se ofende diciendo la verdad!

El principal descubrimiento que he realizado en esta materia es sencillísimo: una nonada; lo del huevo de Colón; me figuro que caerán en la cuenta enseguida todos aquellos cuyo entendimiento se halle libre de las supersticiones pedagógicas que se han aceptado como ciencia desde Platón á Bain.

Trataré de exponerlo en forma sencilla y popular; y á los que no lo entiendan, ó se resistan á creer, porque se levanten dudas en su ánimo, les ruego que suspendan el juicio, hasta ver el desarrollo completo del sistema: es materia demasiado vasta, para ser expuesta en pocas líneas.

LA PEDAGOGÍA ES PURA ALQUIMIA

Desde que los metales preciosos fueron arrancados de las entrañas de la tierra donde se criaban, y sirvieron como instrumentos de cambio y contratación en los mercados, todo hombre que tenía habilidad para proporcionar á sus semejantes algún servicio ú objeto útil, poseyó la facultad de convertir el propio esfuerzo ó el objeto útil en metal precioso: el más rudo y zafio patán y el campesino más duro de mollera se habían enterado, sin que nadie les enseñara, de una alquimia natural de resultados maravillosos: sembrando y cultivando nabos, coles ó lechugas, y acudiendo con ellos á la plaza del mercado donde tales cosas se aprecian, permutaban esos objetos por plata ú oro contantes y sonantes; la alquimia natural, por consiguiente, estaba inventada. Pero andando el tiempo surgió en la cabeza de un desocupado, mal trabaja y perezoso, la idea de abreviar el esfuerzo, y quiso ingeniarse en averiguar un medio extranatural y rápido para hacerse rico sin el sudor de su frente y creó otra alquimia artificiosa, ciencia cuyo objeto consistía en convertir, mediante ciertas combinaciones, el plomo y otros ingredientes baratos, en oro de buena ley, limpio y brillante.

Una multitud de tontos (que nunca faltan en el mundo) ya plebeyos, ya nobles, y hasta realezas y magestades, al verse en apuros pecunarios, acudían á los que profesaban esa arte, con la esperanza de que el señor alquimista encontrara para otros lo que para sí propio no hallaba. Claro, la primera operación que aconsejaba el alquimista era la de adquirir los ingredientes necesarios: se hacía preciso gastar el escaso oro de las arcas de los mentecatos para obtener el plomo ú otro metal de baja ley, mediante los cuales el alquimista comprometíase á hacerlos ricos en un periquete.

Resultado final: que las trasmutaciones en preciosos metales no salían: y las cantidades de oro extraídas de las arcas de los majaderos se habían convertido, por virtud de la alquimia, en plomo, estaño ó cosa peor.

Los tremendos fracasos sufridos por súbditos y reyes fueron desacreditando el oficio, hasta que por estudio desinteresado y metódico se averiguó la inanidad de tales farsas, mantenidas por la ignorancia de los unos y la astucia y egoísmo de los

otros.

En resumen: todo el que trabaja en el mundo en cosa útil, posee naturalmente el don de trasmutar los servicios ú objetos en oro contante y sonante; únicamente al alquimista que busca por medio extranatural portentosas trasmutaciones, les salen al revés las cuentas: por el trabajo discreto el plomo se convierte en oro; por la alquimia el oro se convierte en plomo.

Pues bien, cosa perfectamente idéntica ocurre con la pedagogía: todos los que ejercen cualquier profesión, ó hacen cosa de provecho en el mundo, tienen, por eso sólo, la virtud y fuerza pedagógica natural para enseñar á los demás aquello que profesan; todo el mundo tiene virtud intrínseca para ser maestro: el único que carece de virtud directa y positiva para enseñar algún oficio útil ó profesión, es precisamente el pedagogo.

Y las razones en que me fundo son muy claras; están al alcance de cualquier entendimiento; por su misma sencillez parecerán mentira; son la verdades más viejas que han corrido por el mundo.

Nadie enseña de modo directo y positivo, sino aquello que profesa y sabe. A fabricar zapatos ¿quién enseñará mejor que el propio zapatero?

Lo que no se sabe, no se puede enseñar directamente: un mudo jamás podrá servir de modelo de oradores parlamentarios.

La mejor manera de aprender una cosa, es hacerla: se aprende á nadar, nadando; á montar, montando; á escribir, escribiendo; á pensar, pensando; á decir, diciendo.

Creo que estas verdades ni son abstrusas, ni difíciles ni dudosas.

Un zapatero que esté silenciosamente en su taller fabricando zapatillas, no enseñará á nadie á predicar sermones; á lo más enseñará, á los que tiene á su lado y pretendan imitarle, á fabricar zapatillas. Un herrero en las mismas condiciones que el anterior, trabajando con martillo, yunque y fragua, tampoco enseñará á sembrar guisantes ni á defender pleitos; á lo único que podrá enseñar de un modo directo y positivo es á forjar y trabajar el hierro.

Esos mismos, zapatero y herrero, en los ratos de ocio, cuando se hallen charlando en el café con los amigos, no enseñarán directamente á fabricar zapatos ni á forjar el hierro, sino á charlar en el café con los amigos.

Es decir, que todo aquel que ejerce una profesión ó hace algo de provecho en el mundo, tiene, precisamente por saberlo hacer y al tiempo de hacerlo, virtud para enseñar á otros, si éstos encuentran condiciones para imitar su conducta y aprender. Total: el zapatero enseñará á ser zapatero; el sastre, á ser sastre; el herrero, á ser herrero; el cocinero, á ser cocinero; y á nadie se le ocurrirá sostener que el cocinero por virtud de su oficio enseña á ser militar ó fabricante de cerillas, ni el herrero forjando el hierro enseñará á navegar por los

mares.

Ahora bien, el pedagogo, ó sea el profesor que tiene por oficio enseñar á los demás, sin ejercer ninguna otra profesión social, ¿qué enseña?

En la contestación á esta pregunta se halla precisamente el nudo de la alquimia pedagógica, donde la humanidad sabia ha claudicado por entero. La pedagogía y todos los pedagogos y profesores contestarán: «Lo enseñamos todo; pues cada uno de nosotros enseña una materia, y entre todos juntos las enseñamos todas. >>

En esa creencia viven los hombres figurándose que en tales frases hay una verdad muy clara, cuando no es más que una falacia miserable, piedra angular de la alquimia pedagógica. La verdad no es eso: es lo siguiente, cosa muy distinta, á saber: el maestro de escuela ó el profesor, por el hecho de ser maes

tro de escuela ó profesor, enseña á ser maestro de escuela ó profesor; y nada más; pues no es de creer que la naturaleza haya hecho respecto del maestro de escuela ó profesor una excepción, ó haya concedido un privilegio especial que no tiene ningún otro oficio; si el comerciante puede enseñar á comerciar, el industrial á fabricar, el filósofo á pensar, el profesor, por el hecho de serlo, no enseña más que su propio oficio: el profesor de una materia enseñará á ser profesor de esa materia; el profesor de la otra materia enseñará á ser profesor de esa otra materia; y pare V. de contar.

Hete aquí, pues, descubierta toda la falsedad de la ciencia .pedagógica, como se irá probando en artículos sucesivos.

La pedagogía ha pretendido regenerar los individuos y las sociedades (como la alquimia salvar la riqueza privada y pública) empleando para fabricar el oro de las virtudes humanas, los ingredientes más bajos y ruines: el pedagogo, que ha sido siempre en todo tiempo y país, donde no se han usado artificios, el símbolo de la pobreza, la estampa de la inutilidad, el fantasma de la miseria, la imagen del hambre.

El oro que se les entrega para sus operaciones pedagógicas al cabo de algún tiempo queda transformado en plomo, barro ó cualquier objeto vil; porque el pedagogo, es natural, convierte en pedagogos á todos aquellos que se someten á su influencia.

Las consecuencias que se derivan de estos principios las iremos estudiando, y de ese modo pondremos en claro, cómo ese arte absurdo, esa falsa dirección de espíritu, ha dado nacimiento á instituciones perjudiciales, ha creado un mundo al revés y ha trastornado las mejores actividades y los mejores talentos de la humanidad. Desde los tiempos más remotos, los mejores ingenios de la tierra han perdido muchas horas por esa barata alquimia; han ido en busca del movimiento continuo, el cual se hallaba inventado desde los días de la creación, cuando los seres comenzaron á vivir y los soles á rodar en el inmenso espacio de los cielos.

La pedagogía, como la alquimia, para encubrir su ineficacia, ha inventado los más necios, extravagantes y absurdos expedientes, con los que hace creer que infunde la virtud, los buenos hábitos, la ciencia; expedientes cuyas consecuencias han sido: disolver las familias, corromper la Iglesia, arruinar los estados; pues los padres de familia y los poderes públicos, informados por tales principios, que se dicen regeneradores,

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