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vecho y procuraba encauzar, como corriente alborotada, y llevar al triunfo de sus aspiraciones.

Estas correspondencias, entre la princesa y los principales personajes de Chile que formaban el partido español ó de resistencia á toda innovación que mejorase la condición del reino, dió, pues, fácilmente pie á los del bando contrario para acusarles de pretender el sometimiento del reino y su entrega á la princesa del Brasil, ó lo que era lo mismo á la corona de Portugal, traicionando así el amor y obediencia y devoción debida y consagrada al legítimo rey prisionero.

Los que tales acusaciones hacían al gobernador Carrasco, á los oidores y demás favorecidos con las misivas de la princesa, habían comprendido perfectamente el fondo oculto y la intención simulada de ellas, y llegaron con este motivo á levantar tanto polvo y ruído, que los acusados hubieron de comprender la necesidad de defenderse, y así lo hicieron, manifestando la falta de malicia de dichas correspondencias, en que ellos nada habían visto de contrario ó de ofensivo á los derechos del señor don Fernando VII.

El mismo Gobernador y Capitán General don Francisco Antonio García Carrasco hubo de mirar la mancha y tratar de borrarla, como procuró hacerlo, dirigiéndose al virrey del Perú, Abascal, en los siguientes términos;

DOCUMENTO

Sobre todo, es injusta la indicación vaga de correspondencia con la señora infanta doña Carlota, del oidor don José Santiago Aldunate y del secretrario de esta presidencia, don Judas Tadeo de Reyes, sin especificar sobre qué para calificar si hay malicia. El crédito de la

conducta ministerial y privada de este sujeto podrá saberlo vuestra excelencia en esa capital, pues es conocido dentro y fuera de este reino por su constante arreglo en treinta años que ha servido este empleo, disfrutando la mayer confianza y aprobación de todos los presidentes, siendo ahora uno de los principales apoyos de este gobierno por la justa causa del soberano y de nuestra nación. Semejante inventiva no tiene más fundamento, que una carta general que la señora infanta escribió, de su propio movimiento, con fecha de 6 de mayo del año próximo pasado, á mí, á cada uno de los señores ministros de esta real Audiencia, al asesor teniente letrado de esta presidencia, don Pedro Díaz de Valdés, al indicado secretario y á otros, todas de igual tenor á la copia que acompaño, de lo que ninguno puede ser responsable, mayormente cuando su contenido prueba contra el intento de la imputación, y cuando en términos iguales, según noticias, la circuló á los principales empleados de Buenos Aires, y quizá también á los de ese virreinato.

Cuando estuvo en esta capital don Federico Douling con credenciales de correo de gabinete de la señora infanta para el gobierno y otras autoridades de este reino y el del Perú, ninguna contestación le dí por mi parte, concurriendo sólo á la de esta real Audiencia; y habiéndome entregado para su dirección varios pliegos rotulados al señor presidente, Audiencia y Cabildo del Cuzco y Charcas, cuidé de pasarlos á vuestra excelencia, ó al señor virrey de Buenos Aires, con mis oficios de 5 de diciembre y 23 de noviembre de 1808, para el destino que tuviesen á bien. Esta es la única correspondencia que ha ocurrido con la señora doña Carlota, y la escrupulosidad con que me he manejado yo y mi secretario acerca de ella; todo ha sido público, por lo que el disfraz con que se glosa por García acusa su ignorancia ó capciosidad, de la que deseo quede desengañado vuestra excelencia, como importa al mejor real servicio en las circunstancias tan críticas del día.

Así, concluyó el carlotismo en Chile, como planta que nace, crece y se desarrolla en un día y desaparece sin dejar flor ni semilla. Los que en el primer momento mostraban con orgullo las misivas de la princesa y se sentían por ellas honradísimos, pronto y ante las acusaciones de sus enemigos, comenzaron á ver que aquello no era asunto tan sencillo como parecía y que bien pudiera ser envoltura de algo. Luego se comprendió que ese algo oculto podía ser un intento de traición á los derechos del rey y señor natural de estos dominios, que buscaba sus cómplices por la artería y el engaño. Por fin se supo que esta apreciación del asunto podría ser materia de proceso contra los que en él andaban mezclados, y que ya alguien hacía la correspondiente denuncia que encabezaría el sumario. Y con todo esto el pánico cundió, tomó sangre y carne en los que se consi. deraban á sí mismos culpables, é hizo que cada cual tratase de esconder su pecado y se apresurase á hacer la consiguiente defensa, antes de que de alguna parte viniese el rayo en forma de real orden ó de otro más pesado modo. En un instante así, el carlotismo desapareció en Chile, sin dejar de su paso otra huella que la de hacer más honda la línea de separación que entre los dos partidos en que entonces se dividía la sociedad chilena, ya por entonces existía y que habría pronto de convertirse en abismo, y en abismo insalvable.

Del carlotismo chileno, no quedó, en verdad, sino una frase, un argumento que el partido criollo ponderaba para sus intereses, y para manifestar la necesidad en que se acentuaba de procurarse un gobierno propio, á semejanza de los de las juntas provinciales españolas, que proveyese á las necesidades del reino durante la viudedad de la monarquía.

VI

DEL CARLOTISMO EN EL PERÚ Y OTRAS PROVINCIAS

DE AMÉRICA

No fué más feliz la princesa en sus gestiones en el Perú, Méjico y otras partes de América, adonde también, con la audacia propia de su carácter, llevó la discusión de sus pretensiones, que en diversas provincias del imperio tuvieron por un movimiento celosos amigos. y apasionados partidarios.

Los archivos de la época registran numerosos é interesantes documentos, por los cuales se siguen los pasos de la augusta pretendiente, al través de las demás provincias americanas, pero que el justo temor de dar proporciones desmedidas á este capítulo nos impide transcribir en seguida de los que hemos recordado en el curso de esta relación. Ellos, por otra parte, carecen de un interés especial y no son otra cosa que la repetición de los mismos conceptos incidiosos, halagadores y persuasivos dirigidos á las autoridades y personajes principales del Río de la Plata, Charcas y Chile. El plan desarrollado allí va siempre oculto trás la representación generosa de los intereses dinásticos del amado Fernando, y los resortes de su movimiento son la sorpresa de los que son invitados á colaborar en la gran empresa y la seducción de los beneficios que pudieran ser el precio de su condescendencia. Después de leer las sugestivas comunicaciones enviadas á Buenos Aires, Montevideo, Santiago y Charcas, las demás carecen de novedad y no convidan á ser leídas.

Es digno de notarse, sin embargo, que el carlotismo no alcanzó á ser un peligro político fuera de los lugares que hemos mencionado, ya porque los agentes enviados para derramarlo en otros puntos, no encontraron en ellos el terreno tan bien preparado como la princesa llegó á abrigar la ilusión de que lo estaba, ya porque las autoridades empeñadas en mantener el orden existente, no fueran sorprendidas en su buena fe y obraran desde el primer momento con la rapidez y energía necesarias para impedir una novedad que apreciaron como de consecuencias inciertas y peligrosas.

Es una muestra de ello lo que el virrey del Perú, don José Fernando Abascal, dijo más tarde á su sucesor en el virreinato, D. Joaquín de la Pezuela, en la Relación de los sucesos de su gobierno, refiriéndose á las asechanzas de la corte del Brasil, para perturbar el orden político y económico de los reinos españoles de América.

DOCUMENTO

«Al mes, dice, de haberse hecho la proclamación de Fernando VII en esta capital, se inundó esta y otras muchas ciudades del reino, de cartas escritas á nombre de la Infanta Doña Carlota Joaquina, Regente de Portugal; animando á este Gobierno, Audiencia, Arzobispo y Obispos, Cabildos y muchos particulares, á mantener la obediencia á su padre, desentendiéndose de la abdicación que había hecho en el primogénito. Después de otro mes de esto, llegó al Callao una fragata inglesa mercante con cargamento, por el valor de cerca de un millón de pesos, cuyo sobrecargo venía provisto con el título de correo de gabinete de S. A. R., y una carta muy expresiva de recomendación para que se le permitiese vender cuanto traía, y dando á entender que vendría dentro de poco el Infante D. Pedro á mandar este

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