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III

LAS RENUNCIAS DE LOS REYES

La exposición del Ministro Cevallos, propiamente hablando, sólo comprende los antecedentes de las renuncias de los reyes, de la Corona de España en manos del Emperador, que necesitamos completar con los documentos correspondientes, para que nuestros lectores se puedan formar cabal concepto de estos hechos que tanta influencia tuvieron en la marcha de la revolución americana.

El Rey de España hubo de cumplir, según se ha visto, la orden terminante del Emperador, de renunciar el trono que había arrebatado, según las expresiones de éste, á su anciano padre, por medio de la violencia del motin popular que se había llevado á efecto para este objeto.

Antecedentes de esa renuncia fueron las cartas que se cambiaron entre el padre y el hijo y que copiamos en seguida:

DOCUMENTO

Venerado Padre y Señor: V. M. ha convenido en que yo no tuve la menor infiuencia en los movimientos de Aranjuéz, dirigidos, como es notorio, y á V. M. consta, no á disgustarle del gobierno y del trono, sino á que se mantuviese en él, y no abandonase la multitud de los que en su existencia dependían absolutamente del trono mismo. V. M. me dijo igualmente que su abdicación había sido espontánea; y que, aún cuando alguno me asegurase lo contrario, no lo creyese, pues

jamás había firmado cosa alguna con más gusto. Ahora me dice V. M., que aunque es cierto que hizo la abdicación con toda libertad, todavía se reservó en su ánimo volver á tomar las riendas del gobierno cuando lo creyese conveniente. He preguntado, en consecuencia, á V. M. si quiere volver á reinar; y V. M. me ha respondido, que ni quería reinar, ni menos volver á España. No obstante, me manda V. M. que renuncie en su favor la corona que me han dado las leyes fundamentales del reino, mediante su espontanea abdicación. A un hijo que siempre se ha distinguido por el amor, respeto y obediencia á sus padres, ninguna prueba que pueda calificar estas cualidades es violenta á su piedad filial, principalmente cuando el cumplimiento de mis deberes con V. M., como hijo suyo, no están en contradicción con las relaciones que como Rey me ligan con mis amados vasallos. Para que ni éstos, que tienen el primer derecho á mis atenciones, queden ofendidos, ni V. M. descontento de mi obediencia, estoy pronto, atendidas las circunstancias en que me hallo, á hacer la renuncia de mi corona en favor de V. M., bajo las siguientes limitaciones:

1. Que V. M. vuelva á Madrid, hasta donde le acompañaré y serviré yo como su hijo más respetuoso.

2. Que en Madrid se reunirán las cortes; y pues que V. M. resiste una congregación tan numerosa, se convocarán al efecto todos los tribunales y los diputados de los reinos.

3. Que á la vista de esta asamblea se formalizará mi renuncia, exponiendo los motivos que me conducen á ella: estos son el amor que tengo á mis vasallos, y el deseo que tengo de corresponder al que me profesan, procurándoles la tranquilidad y redimiéndoles de los horrores de una guerra civil por medio de una renuncia dirigida á que V. M. vuelva á empuñar el cetro, y á regir unos vasallos dignos de su amor y protección.

4. Que V. M. no llevará consigo personas que jus

tamente se han concitado el odio de la nación.

5. Que si V. M., como ha dicho, ni quiere reinar ni volver á España, en tal caso yo gobernaré en su real nombre como lugar-teniente suyo. Ningún otro puede ser preferido á mí: tengo el llamamiento de las leyes, el voto de los pueblos, el amor de mis vasallos; y nadie puede interesarse en su prosperidad con tanto celo, ni con tanta obligación como yo. Contraída mi renuncia á estas limitaciones, compareceré á los ojos de los españoles como una prueba de que prefiero el interés de su conservación á la gloria de mandarlos; y la Europa me juzgará digno de mandar á unos pueblos, á cuya tranquilidad he sabido sacrificar cuanto hay de más lisonjero y seductor entre los hombres. Dios guarde la importante vida de V. M. los muchos y felices años que le pide postrado á los reales pies de V. M. su más amante y rendido hijo. - FERNANDO.- Bayona, 1.° de mayo

de 1808.

Hijo mío: Los consejos pérfidos de los hombres que os rodean han conducido la España á una situación crítica; sólo el Emperador puede salvarla.

Desde la paz de Basilea he conocido que el primer interés de mis pueblos era inseparable de la conservación de buena inteligencia con la Francia. Ningún sacrificio he omitido para obtener esta importante mira: aún cuando la Francia se hallaba dirigida por gobiernos efímeros, ahogué mis inclinaciones particulares para no escuchar sino la política y el bien de mis vasallos.

Cuando el Emperador hubo restablecido el orden en Francia, y se disiparon grandes sobresaltos, y tuve nuevos motivos para mantenerme fiel á mi sistema de alianza. Cuando la Inglaterra declaró la guerra á la Francia, logré felizmente ser neutro, y conservar á mis pueblos los beneficios de la paz. Se apoderó después de cuatro fragatas mias, y me hizo la guerra aún antes de habérsela declarado; y entonces me ví precisado á oponer la fuerza á la fuerza, y las calamidades de la guerra asaltaron á mis vasallos.

La españa rodeada de costas, y que debe una gran parte de su prosperidad á sus posesiones ultramarinas, sufrió con la guerra más que cualquiera otro Estado: la interrupción del comercio, y todos los estragos que acarrea, afligieron á mis vasallos; y cierto número de ellos tuvo la injusticia de atribuirlos á mis Ministros.

Tuve al menos la felicidad de verme tranquilo por tierra, y libre de inquietud en cuanto á la integridad de mis provincias, siendo el único de los reyes de Europa que se sostenía en medio de las borrascas de estos últimos tiempos. Aún gozaría de esta tranquilidad sin los consejos que os han desviado del camino recto. Os habéis dejado seducir con demasiada facilidad por el odio que vuestra primera mujer tenía á la Francia; y habéis participado irreflexivamente de sus injustos resentimientos contra mis Ministros, contra vuestra Madre, y contra mí mismo.

Me creí obligado á recordar mis derechos de Padre y de Rey: os hice arrestar y hallé en vuestros papeles la prueba de vuestro delito; pero al acabar mi carrera reducido al dolor de ver perecer á mi hijo en un cadalso, me dejé llevar de mi sensibilidad al ver las lágrimas de vuestra Madre, y os perdoné. No obstante, mis vasallos estaban agitados por las prevenciones engañosas de la facción de que os habéis declarado caudillo. Desde este instante, perdí la tranquilidad de mi vida, y me ví precisado á unir las penas que me causaban los males de mis vasallos á los pesares que debí á las disenciones de mi misma familia.

Se calumniaban mis Ministros cerca del Emperador de los franceses, el cual creyendo que los españoles se separaban de su alianza, y viendo los espíritus agitados (aún en el seno de mi familia) cubrió, bajo varios pretextos, mis estados con sus tropas. En cuanto éstas ocuparon la ribera derecha del Ebro, y que mostraban tener por objeto el mantener la comunicación con Portugal, tuve la esperanza de que no abandonaría los sentimientos de aprecio y de amistad que siempre me había

dispensado; pero al ver que sus tropas se encaminaban hacia mi capital, conocí la urgencia de reunir mi ejército cerca de mi persona, para presentarme á mi augusto aliado como conviene al Rey de las Españas. Hubiera yo aclarado sus dudas, y arreglado mis intereses: dí orden á mis tropas de salir de Portugal y de Madrid, y las reuní sobre varios puntos de mi monarquía, no para abandonar á mis vasallos, sino para sostener dignamente la gloria del trono. Además, mi larga experiencia me daba á conocer que el Emperador de los franceses podía muy bien tener algún deseo conforme á sus intereses y á la polírica del vasto sistema del continente, pero que estuviere en contradicción con los intereses de mi casa. ¿Cuál ha sido en estas circunstancias vuestra conducta? El haber introducido el desorden en mi palacio, y amotinado el cuerpo de guardias de Corps contra mi persona. Vuestro Padre ha sido vuestro prisionero: mi primer Ministro, que había yo criado y adoptado en mi famiiia, cubierto de sangre, fué conducido de un calabozo á otro. Habéis desdorado mis canas, y las habéis despojado de una Corona poseida con gloria por mis Padres y que había conservado sin mancha. Os habéis sentado sobre mi trono, y os pusisteis á la disposición del pueblo de Madrid y de tropas extranjeras, que en aquel momento entraban.

Ya la conspiración del Escorial había obtenido sus miras: los actos de mi administración eran el objeto del desprecio del público. Anciano y agobiado de enfermedades no he podido sobrellevar esta nueva desgracia. He recurrido al Emperador de los franceses, no como un Rey al frente de sus tropas, y en medio de la pompa del trono, sino como un Rey infelíz y abandonado. He hallado protección y refugio en su reales: le debo la vida, la de la Reina, y la de mi primer Ministro. He venido en fin, hasta Bayona y habéis conducido este negocio de manera que todo depende de la mediación y de la protección de este gran príncipe.

El pensar en recurrir á agitaciones populares es

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