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que la España del siglo XVIII era una especie de mendiga que tenía en sus manos una arca inagotable de monedas de oro, pero que, por maldición del destino, se

>> Durante los veinte años transcurridos entre 1809 y 1829, el producto anual de las minas de América sólo ha sido, según M. Jacob, uno de nuestros mejores y más exactos economistas, de 403.680,000 reales, que en comparación del de 1876 es una disminución de la mitad á los dos tercios. No es de este lugar averiguar cuáles deban ser para los países civilizados las consecuencias de esta disminución inmensa en el manantial de los metales preciosos que sostienen el capital monetario é importantes industrias; pero es evidente que son tan graves, que no pueden ser comparadas con las de muchas revoluciones políticas.

>El conjunto de estas investigaciones y los detalles de numerosos estados oficiales, demasiado extensos para que ocupen aquí su lugar, nos ofrecen los medios de establecer, por totales generales, los valores del comercio de España y de hacerle conocer por resultados inéditos, tal como era en realidad desde 1786 hasta 1789. »Las posesiones coloniales de España llevaban á este pais:

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Estos valores estaban repartidos de la manera siguiente entre la

importación y la exportación:

veía obligada á repartir entre los hombres ricos que la rodeaban, sin poder guardar una sola para

entregarlo todo á los demás.

sí y debiendo

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>He aquí algunos de los resultados de este orden de cosas, tan extraordinario, que sólo examinando totalmente una porción de enseñanza de documentos donde estaban ocultas y desconocidas estas cifras, hemos podido expresarlas.

>El comercio del contrabando era de un valor doble del comercio legal.

Toda la industria agrícola de la Península sólo proporcionaba al comercio 376 millones de reales vellón de productos, de los que los dos tercios se mandaba á América, y el resto al extranjero. Este producto era sólo de 36 á 40 reales por habitante.

>La España sólo consumía 220 millones de productos extranjeros, ó 22 reales por persona, y las colonias consumían una mitad más; teniendo presente que la España sólo podía dar 112 millones de productos de su territorio á los países que la proporcionaban esta importación; pero con los géneros de sus colonias y sus metales preciosos pagaba la mitad de lo que ella consumía en mercaderías extranjeras.

Separada, pues, la Península de sus establecimientos de ultramar, quedaba reducida á un comercio de 220 millones de importación y 112 de exportación, que viene á ser casi las sumas de las transacciones comerciales, de la Suecia en la misma época, y las de Wutemberg en el día.

>De una importación anual de 488 millones de oro y plata que provenían de sus colonias del Nuevo Mundo, quedaban cuando más 140 millones, después de pagar el consumo y las mercaderías que compraba al extranjero para sostener sus establecimientos de

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Bajo el triple aspecto de su población, de su industria y de su comercio, la España, ofrecía, pues, á fines del siglo XVIII, el espectáculo de una decadencia que la privaba de elementos económicos para mantener la dependencia de sus colonias de América, que ya en rea. lidad no le estaban sujetas sino por los lazos políticos, que, por otra parte, una autoridad débil y desprestigiada apenas si podía mantener, ayudada sólo en su tarea por la educación de las clases elevadas, para quienes la sumisión á la monarquía era todavía como una especie de dogma religioso.

ultramar. Esta suma, como se puede imaginar, no aumentaba el capital monetario, pues salía gran cantidad para enriquecer las iglesias y aumentar la admirable cantidad de joyas que poseían los grandes. Por esta razón la suma total del numerario de España sólo daba 180 reales por habitante, mientras que en Francia esta riqueza, repartida con arreglo á la población de esta época, asignaba 360 reales á cada persona, y se elevaba hasta 440 en la Gran Bre taña; así que, aunque en la distribución del territorio tuviese cada español tres y media hectáreas, en lugar de dos como en Francia, y aunque el capital monetario se aumentase anualmente de 488 á 1,000.000,000 de reales, la riqueza 'numeraria de cada habitante era mitad menos que la repartida hacia la misma época entre los individuos de Francia ó la Gran Bretaña. Sin embargo, tal era la ilusión causada por la masa inmensa de metales preciosos que entraban cada día en los puertos de España para pasar al extranjero por mil vías secretas, que este comercio ficticio era el objeto de la envidia y parecía el colmo de la felicidad.

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»Será sin duda instructivo é interesante comparar el estado actual de las cosas con esta situación comercial de la España antes de los grandes cambios políticos producidos ó provocados por la invasión francesa.D

VII (1)

DE LA CONDICIÓN DE LA AMÉRICA EN LA ÉPOCA DE LA CONQUISTA

Volvamos ahora los ojos á la América y veamos cuál era su condición política y económica durante la época del descubrimiento y conquista de ella por las armas españolas y la de su organización y colonización como dominio ó feudo de la Corona de Castilla.

Los historiadores españoles, americanos y de otras partes, que han escrito acerca del descubrimiento y trasmitídonos sus hechos portentosos, nos pintan el continente de América en esa época como un nuevo y maravilloso paraíso. Allí robustas razas de hombres primitivos é inocentes vagaban, en estado de naturaleza, por entre jigantescas selvas y á orillas de inmensos ríos, sin leyes inútiles que entrabaran ó violentaran sus costumbres; ó reunidos en vastos imperios, bajo la más sabia organización política, prosperaban como en una especie de edad de oro, que ni los mismos poetas habían adivinado en toda su belleza. La antigua leyenda que había llevado á Colón al descubrimiento no había perdido, después de realizado éste, su poderoso encanto, según las relaciones de la época y en las que los historiadores que más tarde escribieron del asunto siguieron

creyendo.

Según esto y el criterio de algunos publicistas que lo

(1) Algunas de las ideas que expresamos en este párrafo no están de acuerdo con las relaciones de los historiadores de la conquista de América; pero la crítica histórica nos obliga á separarnos de esas relaciones en este punto.

han sostenido, la corona de España habría cometido un verdadero y grande crímen, destruyendo en América aquel estado de cosas, é imponiendo en su lugar el defectuoso régimen político de la Europa, en el cual los pueblos y naciones no han podido hallar jamás la verdadera solución del problema social, la solución de la paz y de la armonía, que en el Nuevo Mundo era conocida y practicada por sus habitantes.

Pero, ante la sana crítica histórica, la verdad es otra y muy diversa. La América estaba muy lejos de ser un nuevo paraíso en la época del descubrimiento, y sí todo lo contrario. Basta arrojar sobre ella la mirada para convencerse de esta verdad.

Su inmenso territorio podía, en efecto, dividirse en dos partes. Una de ellas que se extendía al oriente de las grandes cordilleras, estaba casi toda cubierta por inmensa selva y cruzada por caudalosos ríos, donde habitaban tribus errantes y desnudas, que habían olvidado por completo toda noción primitiva de organización social; y la otra parte se hallaba ocupada por poblaciones sedentarias, restos de antiguos imperios, cuya memoria se había perdido en los recuerdos de los hombres. Entre aquellas casi no existían nociones de moral, de religión y de arte industrial que pudieran devolverles su carácter primitivo ó arrancarles de su triste condición, para elevarles á un estado superior; y entre éstas, la degradación de las costumbres había tocado los últimos extremos de la disolución, la religión no existía sino en una idea confusa de la divinidad que se manifestaba por la adoración de las fuerzas de la naturaleza que influyen en el aspecto físico de las cosas, la organización política estaba basada en la negación absoluta del individuo, sometido en su persona y en sus bienes á un comunismo

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