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la revolución americana, aunque influído de un modo indirecto por las ideas que trataba de propagar el Emperador entre los americanos, debía seguir otro curso y otros trámites más conformes con los sentimientos que uniformaban la sociedad colonial.

El resultado que obtuvieron los manejos de Napoleón, en esta parte, es la mejor prueba de su error.

CAPÍTULO QUINTO

LAS JUNTAS ESPAÑOLAS

I

LA JUNTA DE GOBIERNO

Cuando Fernando VII se preparaba para ir al encuentro de Napoleón, que había anunciado su visita al rey en sus propios dominios de España, con el objeto de cumplir, á la vez que un acto de la más elevada cortesía internacional, según decía el Ministro Savary, encargado por el Emperador de arrastrar á la Corte hasta Bayona, de arreglar también entre las dos monarquías todas aquellas dificultades á que hubieren dado lugar los sucesos de que había sido teatro la Corte, con motivo del motín de Aranjuéz, la renuncia de Carlos IV y la prisión del príncipe de la Paz, por esos días apareció en número extraordinario de la Gaceta de la Corte el siguiente documento:

DOCUMENTO

«Con fecha de ayer ha comunicado el Excmo. Señor don Sebastián Piñuela al Excmo. Señor Presidente del Consejo la real orden siguiente:

El Rey N. S. acaba de tener noticias fidedignas de que su íntimo amigo y augusto aliado el Emperador de los franceses y Rey de Italia se halla ya en Bayona, con el objeto, apreciable y lisonjero para S. M., como es el de pasar á estos reinos con ideas de la mayor satisfacción de S. M., y de conocida utilidad y ventaja para sus amados vasallos;y siendo, como es, correspondiente á la estrechísima amistad que felizmente reina entre las dos coronas, y almuy alto carácter de S. M. I. y R. que S. M. pase á recibirle y cumplimentarle y darle las pruebas más sinceras, seguras y constantes de su ánimo y resolución de mantener, renovar y estrechar la buena armonía, íntima amistad y ventajosa alianza que dichosamente ha habido y conviene que haya entre estos dos Monarcas, ha dispuesto S. M. salir prontamente á efectuarlo. Y como esta ausencia ha de ser por pocos días, espera de la fidelidad y amor de sus amados vasallos, y singularmente de los de esta Corte, que tan repetidamente se lo han acreditado, que continuarán tranquilos, confiando y descansando en el notorio celo, actividad y justificación de sus ministros y tribunales, á quienes S. M. deja hechos á este fin los más particulares encargos, y principalmente en la Junta de Gobierno presidida por el Excmo. Señor Infante don Antonio, que queda establecida, y que seguirán observando como corresponde la paz y buena armonía que hasta ahora han tenido con las tropas de S. M. I. y R., suministrándoles puntualmente todos los socorros y auxilios que necesiten para su subsistencia, hasta que vayan á los puntos que se han propuesto para el mayor bien y felicidad de ambas naciones: asegurando S. M. que no hay recelo alguno de que se turbe ni altere dicha tranquilidad, buena armonía y ventajosa alianza; antes bien, S. M. se halla muy satisfecho de que cada día se consolidará más.

Lo que participo á V. E. de orden de S. M., á fin de que haciéndolo presente inmediatamente en Consejo extraordinario, lo tenga entendido, y se publique por

bando con la posible brevedad, tomando las demás providencias que convengan para su más exacto cumplimiento.

Dios guarde á V. E. muchos años.-Palacio, 8 de abril de 1808.-SEBASTIAN PIÑUELA.-Señor Presidente del Consejo.>

La Junta de Gobierno á que se refiere esta real orden y presidida por el Infante don Antonio Pascual, quedó compuesta, por decretos de S. M., del Ministro de Estado, Cevallos; del de Marina, Gil y Lemus; del de Hacienda, Azanza; del de Guerra, O'Farril, y del de Gracia y Justicia, Piñuela; con facultades para entender en todo lo gubernativo y urgente, consultando en lo demás con Su Majestad.

En viaje ya el rey, camino del lugar, que se ignoraba cuál fuera, en que había de encontrarse con el Emperador y que como una sombra se iba alejando de las cercanías de la Corte, á medida que se adelantaba y se iba conjeturando cuál sería, dicha Junta comenzó á ejercer sus funciones, y desde el primer día, más que como representante de la soberanía, como instrumento y juguete de las intrigas del príncipe de Murat, quien desde aquel momento cumplía con las órdenes que tenía, de ir estrechando alrededor de ella los apretados anillos de la acerada cadena en que había de quedar preso y sojuzgado su cuerpo y su ánimo.

Así sucedió que tan pronto como el rey abandonaba á Madrid, Murat daba muestras á la Junta de cuáles eran sus intenciones y de qué manera estaba instruido por el Emperador para proceder en sus relaciones con ella, que no como general de las tropas francesas, sino como señor y dueño, en ausencia del monarca, á quien

ya de hecho se había desposeído de sus dominios, en los cuales solamente debía reconocerse la soberanía de los representantes del señor de la Europa que no admitía copartícipe de su autoridad.

Uno de sus primeros actos fué exigir la inmediata entrega del Príncipe de la Paz, á quien Napoleón quería tener cerca de sí como instrumento de sus planes. El duque de Berg pidió la entrega de Godoy, no como súplica y con los respetos debidos á la suprema autoridad del reino, sino con amenaza de proceder por la fuerza, si no se le concedía, y agregando que haría conocer la protesta que Carlos IV tenía hecha contra la usurpación del trono por su hijo Fernando. Y al fin así se hizo, manifestándose, desde ese punto, quién era el que gobernaba á España, por mandato del Emperador de los franceses.

Luego, el duque de Berg llevó más allá sus exigencias. Aun no había pasado Fernando la frontera de Francia, cuando ya aquél formuló su empeño de que se proclamara otra vez como rey de España á Carlos IV y que así lo reconociera la misma Junta de Gobierno. Esta, más que sorprendida, anonadada por la exigencia, no supo resistir y contestó, que correspondía á Carlos IV intimarle tan trascendental resolución; que en todo caso se limitaría á participarlo á Fernando VII, y que estando Carlos IV para partir á Bayona, se retardara todo acto de soberanía de parte de éste, y se guardara secreto sobre el asunto. Pero Murat no se contentó con tal respuesta. Se trasladó al Escorial donde habitaba Carlos IV é hizo que éste escribiera al Infante don Antonio Pascual, declarándole que su renuncia del trono había sido forzada y que protestaba de ella, y maba dicha comunicación con las palabras Yo el Rey,

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