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en adelante pensar que era capaz de igual acción contra cualquier otro poder que quisiera sojuzgarla. Fué este uno de los puntos iniciales del movimiento de la independencia.

IV

DE LA SITUACIÓN DE LA INGLATERRA EN AMÉRICA EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

Todo lo que hemos dicho acerca de la acción de la Inglaterra en el continente, ya por medio de las correrías de sus hombres de mar que durante tres siglos habían sido los enemigos más formidables de la dominación española en esta parte del globo, ya por las conquistas que habían realizado en varias de sus más ricas é importantes posesiones, y que le habían dado el imperio de una parte considerable del Nuevo Mundo, manifiesta que, en los comienzos del siglo XIX, esta nación estaba naturalmente llamada á ejercer una in fluencia decisiva en el gran acontecimiento de la independencia, que todos los sucesos que en este libro hemos narrado preparaban lentamente primero y precipitaron en seguida con la fuerza incontenible de una consecuencia lógica y forzosa de ellos.

Cada una de esas importantes conquistas en diversos puntos del continente era en efecto un punto sólido de apoyo para otras nuevas que quisiera emprender y que ella habría indudablemente llevado á cabo con el tiempo, si los sucesos políticos de la Europa no hubieran cambiado el rumbo de su acción y limitádola y contenídola en este punto. Su conquista de la Florida habría

la llevado lógicamente á extender su dominación por el Golfo de Méjico. Su dominación en la costa de Honduras le habría dado punto de apoyo para adelantarse por el territorio del Istmo y dominarlo en absoluto. Desde la Jamaica habría asechado la ocasión de apoderarse de las otras grandes islas del Archipiélago. Por el territorio de la Trinidad habría avanzado hasta el corazón de la América del Sur. Aprovechando de su posición en las Malvinas, habría podido enviar expediciones sobre el Estrecho de Magallanes y penetrar en el Pacífico sin que la Corona de Castilla pudiera defender las tierras abandonadas y solitarias del sur de Chile. La España decadente y condenada por sus errores económicos á ver disminuidas y agotados día á día sus fuerzas y su poder, no habría podido oponerse seriamente al adelantamiento de sus vastas empresas. La América habría sido con el tiempo un imperio inglés, lo hemos dicho, si circunstancias extrañas á la lójica de estos acontecimientos no hubieran limitado el curso de sus conquistas y variado el rumbo de su acción universal.

Para ello contaba la Inglaterra con un progreso constante de su vida nacional que se señalaba por un aumento creciente y vigoroso de su población, por un desarrollo notable de sus industrias y de su riqueza en todos los ramos de la actividad fabril, y particularmente por el génio expansivo de su nacionalidad desbordante y enérgica. En estas condiciones, su poder militar se extendía extraordinariamente. Sus hombres de mar recorrían ambos océanos, buscando nuevos derroteros á la navegación universal, haciendo descubrimientos impertantes para la facilidad de la navegación, explorando puertos y costas, levantando cartas y planos de los lugares que visitaban y preparando en todas partes la con

quista de nuevas tierras. Al mismo tiempo, estos hombres llevaban en sus barcos de exploración y de comercio cañones y tropas de desembarco, y eran como un inmenso ejército esparcido en todas partes, que atacaba y se defendía contra el enemigo de su raza y de su poder y cuyas fuerzas reunidas á la voz de mando de la Inglaterra, y convenientemente auxiliadas por fuerzas regulares de ésta, podrían realizar cualquiera vasta y grande empresa, sin que la Gran Bretaña necesitara hacer sacrificios enormes para ponerlas en movimiento sobre un punto cualquiera del continente. El intento de conquista de Buenos Aires, mejor dirigido y preparado, pudo ser la demostracion práctica de este hecho.

Pero, como lo hemos advertido y repetido, los acontecimientos políticos de la Europa, determinaron á la Inglaterra á modificar la esfera de su acción y á tornarla de guerrera y ofensiva en diplomática y defensiva de los intereses del Continente, según lo explicaremos en seguida.

V

DEL GENERAL MIRANDA Y SUS RELACIONES Y TRATOS

CON EL GOBIERNO BRITÁNICO

En esos momentos, aparece en el escenario internacional, un hombre dotado de las más raras y superiores. cualidades y cuya influencia debía hacerse sentir, como la de ningún otro, en la política de la Gran Bretaña en América.

Este es Francisco Miranda, hijo de Venezuela, especie de gran soñador político, que desde los primeros

años de su juventud aparece atormentado por la idea de independizar á su país natal y á la América entera de la dominación española, y cuya extremada energía y constancia no se abaten jamás ante los mil obstáculos que en cada paso de su carrera se oponen á sus planes, como si las dificultades sólo fueran puntos de descanso y de meditación para su mente y su brazo que no hallan alivio sino en la realización del objetivo cierto de su afanosa existencia.

Cuando la España y la Francia iban en auxilio de la independencia de los Estados Unidos, Francisco Miranda partió con el contingente español á la América del Norte y tomó parte en aquella campaña, trabando amistad con Lafayette y los hombres importantes que figu raron en ella.

Terminada aquella guerra, fué destinado á Cuba á las órdenes del Capitán General de esa Isla don Juan Manuel de Cajigal, que le tomó gran afecto y lo hizo su ayudante de campo. Acusado de haber pretendido entregar la isla á los ingleses, huyó de ahí y se fué á Europa. Allí viajó por Inglaterra, consiguiendo la amistad de hombres distinguidos, y luego fué á Prusia, Italia, Austria y Hungría. De Constantinopla pasó á Kherson con cartas para el príncipe Wirsensky. Este le introdujo en el favor del príncipe de Potenkin, con quien viajó y le llevó á la corte de Catalina de Rusia, la cual se prendó de él y prestó oídos á sus proyectos de independizar á la América. Esta le dió recomendaciones para su embajador en Londres. «Queriendo S. M. I., decía el Ministro de Catalina, dar á don Francisco Miranda una prueba vehemente de su singular aprecio y del interés que toma por él, encarga á V. E. haga á este oficial una acogida proporcionada al aprecio con

que ella le distingue. Le tributará V. E. todas las atenciones y cuidados posibles; le dará asistencia y protección siempre que la necesite y cuando él quiera reclamarla; y le franqueará, en fin, en caso necesario un asilo en su palacio.» Con estas recomendaciones, volvió á Inglaterra, donde Powel lo presentó á Pitt.

Aprovechó ahí el favor con que aceptó Pitt su amistad para proponerle su plan de independencia. Acontecía esto cuando, en 1790, los gobiernos de Inglaterra y España disputaban sobre la posesión de la bahía de Nakota y las islas de Cuadra y Vancouver. El proyecto de Miranda, bien acogido, por Pitt, fué sin embargo luego abandonado, en vista del mejoramiento de relaciones entre las cortes de Londres y de Madrid.

Miranda pasó entonces á Francia donde tomó parte en las campañas de la revolución francesa. Pero, después de la pérdida de la batalla de Nerwinde, en que mandaba el ala izquierda del ejército francés, se le consideró como cómplice en la traición de Dumourier y fué llevado ante el tribunal revolucionario. Absuelto de la acusación, fué luego vuelto á prisión por intrigas de sus enemigos, y, absuelto de nuevo, se vió obligado á alejarse del territorio francés.

Antes de dejar á Francia tuvo ocasión de encontrarse en París, en 1797, con varios comisionados que habían venido de América, para concertar los medios de promover su independencia. Entre todos, se convino comisionar á Miranda para que pasase á Inglaterra y propu siera allí un proyecto de independencia, con la ayuda de esta nación.

El escrito que con este objeto se redactó contenía en sustancia lo siguiente: se pediría á Inglaterra la misma protección y ayuda que la España, en medio de la paz,

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