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principios que fueron con el tiempo grande obstáculo para su prosperidad, y cuyos perniciosos efectos, si es verdad que durante los siglos XVI y XVII no se produjeron hasta el extremo de excitar la protesta de parte de los que los soportaban y eran sus víctimas, en cambio, ya desde los comienzos del siglo XVIII y durante todo el transcurso de él se manifestaron con el carácter de una verdadera y tenaz persecución contra su bienestar y su progreso.

Este orden económico descansaba en tres ideas principales, que eran como los fundamentos de las disposiciones reales que lo sostenían. En primer lugar, el aislamiento comercial, por el cual se pretendía que la América no cultivara ninguna clase de relaciones mercantiles con las naciones del globo, único medio, según los estadistas españoles, de conservar para la Corona el dominio del Nuevo Mundo. En segundo lugar la reglamentación de los cultivos y de las industrias, por la cual, desconociéndose la gran ley económica de la armonía de los intereses, que es como el alma de la producción de la riqueza, se pretendía evitar la competencia que las diversas provincias americanas podían hacerse entre sí y á la metrópoli. Y en tercer lugar, el monopolio reservado á la Península de proveer á los reinos de ultramar de géneros diversos de comercio, en sostén y provecho de la madre patria, cuyas industrias decadentes, según se sostuvo por los hombres políticos que gobernaban el Estado, particularmente durante la dinastía de los reyes de la casa de Borbón, no podían vivir, sostenerse y prosperar sino por este arbitrio económico. De cada uno de estos tres puntos trataremos separadamente, para demostrar de qué manera influyeron ellos

en la situación que debía lógicamente ser su consecuencia necesaria.

X

DEL AISLAMIENTO COMERCIAL

El aislamiento comercial de la América, á la vez que de conveniencia económica, fué mirado por los reyes, desde los primeros días del descubrimiento, como de necesidad política. La disputa que, á raíz del descubrimiento surgió entre los reyes de España y Portugal, con motivo de la bula de Alejandro VI sobre partición del mar Océano y las continuadas luchas que por la división de las Indias entre ambas potestades se siguieron y continuaron sin término, hicieron comprender á la Corona que no podría en el porvenir conservar su dominación, sino impidiendo que las flotas de las demás naciones abordaran al continente y llevaran allí sus expediciones. Era un territorio inmenso que así como en parte le era disputado por el Portugal, en lo demás podía serle arrebatado por cualquiera otra de las naciones de Europa.

Las más esquisitas precauciones fueron tomadas, pues, para que esto no sucediera, y la principal de ellas fué la de aislar el continente de todo género de relaciones con los países que pudieran servirse de ellas para el objeto indicado. No solamente con este fin se impidió el acceso de las costas americanas á las flotas extranjeras, sino que aún se prohibió que fueran á ellas sin especial permiso, gentes que no fueran españoles.

Una legislación minuciosa, que ahora nos parece pueril, se dictó para la práctica de estas medidas de previsión política, y ella fué cumplida por los virreyes y gobernadores con toda la escrupulosidad que les era recomendada. De esta manera, puede bien decirse que los reyes pusieron puertas á los mares del Norte y del Sur que rodeaban las costas americanas y tuvieron guardadas las llaves, que sólo entregaban con cargo de devolución á los capitanes de las flotas que en determinadas épocas del año mantenían la comunicación marítima entre la Península y las colonias.

El rigor de este aislamiento comercial fué, es verdad, en algunas ocasiones, moderado por los tratados que en el siglo XVIII celebró la Corona con los gobiernos de Inglaterra, de Francia y de Portugal y que permitieron á estas naciones enviar á las veces á las Indias á los barcos de registro, según se llamaron, con mercaderías de su procedencia; pero, esas, que se consideraron en su época, grandes liberalidades de la generosidad real con los gobiernos amigos de España, nunca llegaron á constituir relaciones comerciales estables, y dejaron siempre vigente el sistema de aislamiento y su más ó menos rigorosa permanencia.

Debemos, es verdad, decir, en descargo de España que igual sistema practicaban en esa época las demás naciones colonizadoras de la Europa, llevadas ó de una falsa comprensión de sus conveniencias comerciales ó del sistema de defensa de sus intereses políticos, en la situación en que entonces vivían, casi de guerrà permanente entre ellos.

En efecto, la Inglaterra no practicaba otro principio en sus relaciones con sus dominios de Norte - América; la Holanda reservaba para sí sola el tráfico con sus

colonias en diversos puntos del globo; la Francia procedía de igual modo, considerando como delito de piratería el comercio de extranjeros en sus posesiones del Canadá; el Portugal sometía al régimen más estricto en igual sentido sus posesiones del Brasil y las de las Indias Orientales, etc., etc.; por lo cual se ve que no era la Península una excepción odiosa en esta materia, aunque no hayan faltado escritores que así hayan pretendido presentarla ante el tribunal de las responsabilidades históricas.

Con todo, ello no desvirtúa el mérito de la sentencia condenatoria de tal sistema, cuanto más si se observa que él produjo en todas partes los mismos y desastrosos resultados.

Entre las causas que provocaron la independencia de las colonias inglesas, figura ésta, entre las más eficaces, como lo declaran todos los historiadores de la revolución norte-americana.

«Esta unión, dice el conde de Garden, habría podido durar todavía largo tiempo, si los ingleses, en lugar de afectar superioridad sobre la América, hubiesen tratado á sus habitantes como hermanos; si les hubiesen permitido participar del gobierno representativo que regía á la Gran Bretaña y de los derechos que su Constitución garantizaba. Pero, tal orden de cosas no les habría permitido conservar el monopolio de que ellos se habían apoderado, en conformidad con el sistema colonial de todos los pueblos modernos. Este derecho exclusivo de enviar mercaderías á los americanos ponía trabas á su industria y á su agricultura. El aumento progresivo de sus colonias en fuerzas, en población y en poder, concluyó por inspirarles el deseo de sustraerse de una dependencia util á las colonias en la época de su naci

miento, pero que pareció odioso cuando cesó de ser

necesario.>>

Naturalmente, en esta situación, la América española no pudo recibir otra leche de vida que la de la madre patria; en seguida, durante su crecimiento, no llegó á desarrollarse sino por la educación industrial defectuosa que la Península podía proporcionarle, y al fin, alcanzando á la virilidad, hubo de sentirse deprimida y contrariada al mirar al océano que la rodeaba y advertir que, en vez de ser éste camino de comunicaciones con los demás países de la tierra y campo de expansión de su actividad, por el contrario, era abismo que la separaba y que la mantenía en la misma condición, respecto de la mayor parte del mundo civilizado, que lo estaba ántes del descubrimiento.

Fué esta condición de su estado económico, una de las que, en las postrimerías del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, debía alentar más á los espíritus revolucionarios que en el recinto del gabinete, en los claustros de las universidades y de los conventos, y en seguida en la plaza pública, soñaban ó predicaban un nuevo estado político basado en la libre comunicación de todos los hombres, para su prosperidad y engrandecimiento.

XI

DE LA REGLAMENTACION DE LOS CULTIVOS

No tuvo menos importancia en el desarrollo de la América, la defectuosa reglamentación de los cultivos y

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