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aseguraron ser opuestas al comercio libre. El consulado de Méjico compuesto de españoles europeos, también monopolistas, sostuvo en otro escrito semejante las mismas ideas y pretensiones que el comercio de Cádiz; pero con tal grado de liberalidad en sus principios que las Cortes se vieron en la precisión de dirigirle una fuerte y severa reprensión.

> El resultado adverso que tuvieron las dos grandes cuestiones de la mediación británica y del comercio libre, manifestaron á los diputados americanos que sufrían extremadamente de la mala voluntad y de las pasiones preocupadas de los europeos, y á las diferentes provincias de ambas Américas, que nada debían esperar de las Cortes españolas, para mejorar su gobierno y hacer la felicidad de los pueblos. No les quedó, pues, otro recurso que el lamentable de la guerra civil, que se encrudeció desde el seno mejicano hasta las Californias en el antiguo imperio del Anahuac, y desde el istmo de Panamá hasta los últimos confines de la América Meridional. Por doquiera se irritàron más más los partidos americano y español, que bien pronto vinieron á las manos en Venezuela, principiando una lucha sangrienta y destructora que debía prolongarse por algunos años.>>

y

VIII

CARÁCTER DE LA INTERVENCIÓN DE LA INGLATERRA

EN LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA

Estudiando, después de los sucesos que hemos recordado, la situación de la Inglaterra en América, en los

días de la guerra de la independencia, se ve clara mente, que ella tenía en cierto modo, en esta parte del antiguo imperio español, un dominio casi tan cierto, bien fundado y estable como el de la misma España.

Los historiadores y publicistas no han fijado suficientemente la atención en ello. Al describir los múltiples episodios de esa gran lucha que debía trastornar la condición política del mundo y desarrollar de una manera enorme el campo de su actividad general, no han contemplado en el desenvolvimiento del gigantesco drama, sino dos entidades enemigas moviéndose sobre el 'escenario: la América y la España. Son los generales de los ejércitos españoles y los de los insurrectos americanos los únicos que aparecen allí, según ese criterio histórico. El mundo interesado, por otra parte, en esa lucha no figura en ella, sino como mero espectador, que á lo más interviene en uno que otro episodio aislado y en forma que no afecta á la marcha general de los sucesos. Casi puede decirse que de este modo la guerra de la independencia tiene un carácter interno ó reducido á las proporciones de una disidencia doméstica entre las provincias de una sola nación.

Se olvida que hay allí un tercero casi tan interesado, en verdad, como los otros dos en la contienda, y que toma parte en ella, sino con las armas en la mano, sino con ejércitos que empeñen sangrientas batallas, sino como beligerante, en suma, pero sí por procedimientos silenciosos y recursos eficaces que influyen considerablemente en la marcha de los sucesos y los encaminan y definen en bien de sus intereses.

La España lucha por conservar las provincias americanas, pero la Inglaterra posee ya de hecho y de dere

cho una parte importante de esas provincias; la España combate por guardar para sí, y esta es una de las razones que impiden la reconciliación, el comercio de ultramar, pero ya la mayor parte de ese comercio está en poder de la Gran Bretaña ó lo estará bien pronto; la España ve perdida para siempre, y esta es otra de las razones que la impiden detenerse en su fatal camino, su influencia moral de este lado de los mares, pero entretanto, esa influencia está ya en manos de la nación que ejerce de hecho un verdadero protectorado en los puntos más importantes del continente.

Aun después de la independencia de los Estados Unidos, donde los hombres de su raza son todavía y serán ingleses en el porvenir, ella es dueña del Canadá, de las principales islas de la América Central, de una parte del Istmo, de las bocas del Orinoco, de las Malvinas, etc.; su comercio entra sin dificultades, no solamente en sus propias posesiones, sino que también en el Brasil y en el Plata; sus buques de guerra se hallan establecidos por medio de fuertes estaciones navales en los puntos más estratégicos de las costas del Atlántico, y por fin, sus agentes, con carácter diplomático, confidencial ó de otros modos, obran en todas partes con los recursos de una política fina, discreta, silenciosa, si se quiere, pero á menudo decisiva de los acontecimientos.

La historia de la Independencia de la América no es, pues, únicamente una lucha terrible entre americanos y peninsulares, sino una especie de gigantesco drama, repetimos, en que no son dos, sino tres los actores principales: la España y la América, y la vieja Albión entre ambas; aquéllas destruyéndose la una á la otra, ensangrentando el vasto continente con las batallas que en todas partes se libran á la vez, procurando la una el

anonadamiento absoluto de la otra, y ésta vestida con la respetable toga del pacificador diplomático, mediando entre ellas y cobrando en la moneda del porvenir el precio de sus constantes oficios.

Todas las demás naciones, aun los Estados Unidos que por su reciente condición política parecía llamada á ser parte ó intervenir en alguna forma en esta lucha que se prolonga largos años y aniquila una porción considerable de la población y la riqueza del continente, parecen ó indiferentes en presencia del espectáculo ó absolutamente ausentes y distantes de él, y es únicamente la Inglatarra la que allí está con una especie de presciencia en todas partes, que le permite aprovechar el lado ventajoso de los sucesos y adelantarse á las consecuencias de ellos, dándoles, en cierto modo, una conveniente dirección.

Esta política ó esta influencia, mejor dicho, de la Inglaterra, se exterioriza en su proyecto de mediación entre la América y la España, y por él se ve cómo la vasta fábrica que los reyes habían levantado para encerrar dentro de sus muros el mar y las tierras de las tres cuartas partes del mundo político y comercial, se desmorona y cae en pedazos y su complicado maderamen se lo lleva el viento de los rudos vendavales que lo sacuden, para no dejar dentro de poco tiempo de ella sino la memoria de lo que había sido y no podría ya volver á ser jamás.

La Inglaterra, sin usar en esos momentos de armas de guerra ni de elementos de fuerza, sino que, antes bien, vestida con los atributos de la paz, camina por entre las ruínas amontonadas en todas partes y escoge los materiales que para una nueva construcción le pueden ser útiles, y por reglas y procedimientos discretos

y sabios y hasta entonces desconocidos en la vida internacional, echa los cimientos sólidos é inconmovibles de su prepotencia sobre el mundo nuevo que comienza.

La España, al oir á ese mediador afortunado, comprende que va á perderlo todo en esta discusión de sus intereses, y rechaza, como llevada por los restos de su propio instinto de conservación, las proposiciones del Ministerio británico; pero ya no es tiempo, porque todo está perdido para ella y la mediación inglesa no es en esos momentos sino la fórmula honrosa que se le ofrece para que reconozca su situación, al hecho consumado é inamovible que sus propios y grandes errores han preparado.

Desahuciadas las proposiciones de mediación, la Inglatera queda en pie, en medio de las dos grandes entidades en lucha, con toda su fuerza vigorosa, con toda su influencia incontrovertible, con todos los recursos que su privilegiada situación le depara, sea para exigir por medios más eficaces que los de la diplomacia, lo que la España le había negado, sea para obtener de los americanos independizados lo que éstos siempre habían estado dispuestos á concederla, sea, por fin, para adelantar su obra de conquista interrumpida, si extraordinarias é imprevistas contingencias, le facilitan el camino para ello.

No sorprende, pues, que al finalizarse la lucha, tan llena de peripecias extraordinarias, en las que la tenacidad española no dió nunca tregua á su terco empeño hasta agotar todas sus municiones y recursos materiales y morales, no es extraño que la Inglaterra quede como dueña y enseñoreada del campo de las nuevas nacionalidades y lo ocupe con su actividad comercial lo domine con su influencia política, dándole por

y

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