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les indicaban cuáles eran los caminos y derroteros por donde podían escapar de las garras del monopolio y de la explotación.

Entre ambas porciones del Imperio no existían ya, como hemos dicho, otros lazos de unión que los que

ha

brían de romperse pronto por la fuerza de sucesos diversos, de que iremos tratando en los capítulos siguientes.

CAPÍTULO SEGUNDO

DE LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS I SU INFLUENCIA EN LA INDEPENDENCIA DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA.

I

CORRELACIONES HISTÓRICAS

Motivo de grave preocupación era para el Gobierno de Carlos III esta situación económica de España en sus relaciones con las colonias que poseía en América y que, ante los ojos previsores de algunos estadistas de la Pe nínsula, se presentaba como precursora de serias dificultades futuras que pondrían tal vez en peligro la unidad del imperio, cuando grandes sucesos políticos, que habrían de cambiar en pocos años la faz del mundo, vinieron á dar razón á tales augurios y á manifestar que ya los tiempos habían llegado en que se cosecharían los frutos de disolución que la pertinacia en el error había sembrado.

Uno de estos grandes sucesos fué el de la sublevación de las colonias inglesas de América contra el dominio de la Gran Bretaña y la proclamación de su indepen

LIMITES.-T. II

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dencia y constitución libre y autónoma, con el nombre de Estados Unidos de Norte América, que habría de influir de eficaz manera en la preparación de igual acontecimiento en las colonias españolas del mismo conti

nente.

Estudiando los orígenes de dicha revolución se observa una relación de antecedentes y consecuencias tan semejante á la que produciría en seguida igual trastorno político en la América española, que en el examen de los varios factores que influyeron en éste acontecimiento, no puede prescindirse de aquél y considerarlo como una de sus causas.

La independencia de los Estados Unidos parece en efecto no un hecho aislado en medio de la agitación general, que á fines del siglo XVIII conmueve y excita á una parte de la humanidad y la eleva por un impulso supremo á un estado superior, moral y material á la vez, sino una de las varias manifestaciones de esa especie de solevantamiento social que se produce en todo el continente.

Aunque separados por distancias enormes y aislados, puede decirse, unos de otros, los países de organización sajona y los países de constitución latina, una misma y misteriosa fuerza mueve á todos, los sacude al mismo tiempo, y no se puede apreciar el fenómeno en su verdadera intensidad, sino estudiándolo en sus varias partes y como si aquella separación i aislamiento no fueran sino un efecto aparente de la visión física que no alcanza á abrazar el todo con la primera mirada.

De igual suerte que una revolución geológica parece haber levantado sobre las dilatadas planicies del continecte la gran cordillera, que desde el extremo norte hasta el término austral le ha dado una misma fisonomía

física, y el criterio científico no podría, para la explicación del fenómeno, olvidar alguna de sus grandes manifestaciones; así del mismo modo, en el examen crítico de la independencia de la América española, no sería razonable prescindir de aquella parte importante que en su realización tuvo la independencia de las colonias inglesas de Norte América.

Debemos, pues, detenernos en este punto, en la medida y proporción que el asunto lo exije.

II

ANTECEDENTES DE LA INDEPENDENCIA NORTE-AMERICANA

Desde la época de su fundación, en los siglos XVI y XVII, las colonias inglesas de Norte América se mantenían unidas á la metrópoli por los lazos de una administración semejante á la que conservaba iguales relaciones de dependencia entre la España y sus posesiones americanas, aunque mucho más imperfecta, si se quiere, así por la falta de una legislación sábia como la que los reyes de la Península habían implantado en éstos sus dominios, como por el carácter de los esfuerzos de toda especie con que los mismos habían en todo tiempo procurado ganarse el respeto y el amor de sus súbditos de ultramar.

Si se hiciera una comparación entre la colonización española y la inglesa, entre lo mucho y realmente extraordinario y maravilloso que la monarquía española hizo en beneficio del engrandecimiento y prosperidad de sus posesiones en este continente y lo muy poco que

realizó la Inglaterra en el mismo sentido, entre el carácter civilizador de aquella, siempre encaminada al mejo. ramiento y perfección política y social, y el puramente mercantil y, puede decirse, egoista de ésta, se llegaría á la conclusión lógica de que los súbditos de la Gran Bretaña, en ésta parte del mundo, de nada ó casi nada eran deudores, en la época á que nos referimos, á la madre patria, mientras que los súbditos españoles estaban adheridos á la metrópoli por todas las relaciones políticas, sociales y religiosas que hacían la unidad del imperio y lo mantenían al traves del tiempo.

La Inglaterra había formado sus colonias con deportados y fujitivos que la tiranía y el fanatismo habían, arrojado lejos de sus playas y que no habían mantenido con ella al traves del océano, sino relaciones de utilidad, mientras que los pobladores de la América española habían llegado ahí llevando los estandartes de sus reyes, la cruz de su religión y los principios de amor y de lealtad que eran el alma de sus empresas.

Después, los colonos norteamericanos habían, en su nueva patria, trabajado y prosperado por el esfuerzo aislado de si mismos y en cierto modo manteniéndose con recelosa constancia á la defensiva de sus intereses siempre amagados desde léjos, cuando los descendientes de los conquistadores del Perú y de Méjico se alimentaban de la protección de sus reyes y contaban siempre en su lucha contra la naturaleza y los hombres con la paternal generosidad de ellos.

Una civilización moral y material á la vez que lo comprendía todo, había sido el resultado de la colonización española, tan distinta de la de las colonias inglesas, que no estaban unidas á la Gran Bretaña sino por los débiles vínculos del mercantilismo y la explotación.

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