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III

DE LA PARTICIPACIÓN DE LA FRANCIA EN LA GUERRA

DE LA INDEPENDENCIA

Uno de los primeros pasos dados por los americanos después de la proclamación de la independencia, es decir, después de haber pasado el Rubicón, fué enviar agentes diplomáticos á las cortes de Europa, y particularmente á Francia, donde fueron con tal carácter Silas Deane y Arturo Lee y luego el famoso Benjamín Franklin, conocido ya por sus célebres descubrimientos físicos. El gobierno francés recibiolos con verdaderos agasajos y la sociedad francesa admirolos como á hombres que realmente representaban á la humanidad nueva de que hablaban sus filósofos y poetas. El terreno en que los enviados diplomáticos de las colonias rebeldes debían ejercer sus altas funciones estaba, pues, preparado, así por el sentimiento público francés, como por las razones de alta política continental que en la corte hacían temible para la Francia el poder de Inglaterra y la obligaban á considerarlo como el mayor de los peligros internacionales que era de temerse. Tan pronto, pues, como se supo, el triunfo obtenido en Saratoga por el general Washington contra el ejército que mandaba Burgoyne, el gobierno francés procedió á celebrar con los representantes norteamericanos un tratado de paz y amistad, por el cual reconoció la independencia de la América del Norte, y ésta se comprometió á no volver jamás á someterse á la corona de Inglaterra.

Encendida así la guerra entre Francia y la Gran

Bretaña y después de varios combates marítimos en diversos puntos del globo, en que los franceses llevaron la peor parte, pero que no alcanzaron á inclinar decididamente en favor de ninguno de los contendientes la balanza del Destino, uno y otro volvieron los ojos hacia la España, comprendiendo que su amistad sería decisiva en la lucha, como que daría verdadera superioridad naval al que la consiguiera.

Por consecuencia de esta situación, el gobierno francés trató de convencer al de España de la oportunidad de la ocasión que se le presentaba para debilitar ó destruir á una nación rival como era la Gran Bretaña, cuyo influjo en América, decía, encerraba serios peligros para el porvenir y ya señalaba dificultades en el presente. Destruido el poder naval de la Francia, en la lucha en que se hallaba empeñada, la España quedaría, por este solo hecho, enormemente debilitada en su aislamiento internacional y tendría que experimentar muy pronto la suerte del vencido sin haber entrado en el combate. Era por otra parte, agregaba el gabinete francés al de España, de interés común para españoles y franceses el robustecimiento de los lazos de familia que unían los intereses de ambas coronas y que facilitaría en toda ocasión su inteligencia recíproca, de que todo género de bienes y satisfacciones políticas debían esperarse.

A su vez, el embajador de Inglaterra en Madrid no cesaba de manifestar al conde de Florida Blanca, ministro de Carlos III, el peligro que corrían las posesiones de España en América, por el hecho de que las colonias inglesas sublevadas recibieran de su parte cualquier auxilio material ó aliento moral solamente. La Francia no tenía grandes intereses que resguardar en América; pero la España ¿no tenia los mismos que la

Gran Bretaña en esa parte del globo y no debía pensar en que el triunfo de la sublevación norte-americana sería la señal de un pronunciamiento semejante en las colonias españolas?

De esta suerte, la España solicitada por ambas naciones en lucha, se halló al principio de la guerra desembarazada y libre para escojer el camino que mejor podía convenir á su situación, y aconsejándose bien á si misma, resistió por algún tiempo á las insinuaciones de Francia y contestó al embajador inglés lord Granthan que la Corona era completamente estraña al tratado celebrado entre aquella potencia y los Estados Unidos, del cual solo había tenido conocimiento después de celebrado, agregando además el conde de Florida Blanca que consideraba la independencia de las colonias americanas tan perjudicial á la España como á la Inglaterra.

IV

NEGOCIACIONES DIPLOMÁTICAS ENTRE LA ESPAÑA Y LA

INGLATERRA

En estas circunstacias, el Gobierno de España creyó llegada la oportunidad de sacar provecho de ellas, para recuperar á Jibraltar y la isla de Menorca del poder de los ingleses, único medio, según se decía en la Corte de Madrid, de borrar viejos resentimientos entre ámbas naciones, constituir sólido vínculo de amistad entre ellas y prevenir, las calamidades de una guerra futura que por esta causa, tarde ó temprano, tendría forzosamente que venir, pues la España nunca se conformaría con que

aquellos dos importantes dominios de la Corona continuaran en manos de la Gran Bretaña.

Para este efecto, Cárlos III envió á Londres, como su plenipotenciario, al marqués de Almodóvar don Pedro Francisco Suárez de Góngora, con instrucciones de dos clases, ostensibles las una y reservadas las otras, de modo que, por las primeras, pudiera obrar sin despertar los recelos de la Francia, y, por las segundas, cumplir su misión de exigencias, independientemente de las consideraciones que procuraba guardar al Gobierno francés.

Es digno de conocerse el texto de las referidas instrucciones reservadas, que explican cumplidamente la política del ministro español en estas circunstancias.

DOCUMENTO

Del contexto de la instrucción ostensible deduciréis que su objeto es endulzar o suavizar cuanto se pueda sin afectación la irritación de la corte de Londres hácia la Francia; hacer ver á la Inglaterra las pocas ventajas y aun los peligros de la guerra que haya emprendido ó emprendiere y buscar oportunidad de que en cualquier acomodo ó ajuste intervenga nuestra mediación, según las disposiciones que habéis notado y oído, tanto de nuestra propia boca como de la de nuestros ministros. Este, en efecto, es el espíritu de la instrucción; pero, para su ejecución, conviene tengais presente reservadamente varias particularidades que os deben servir de gobierno.

El ministerio inglés os tentará para destruír ó debilitar nuestra unión con la Francia; pero, además de lo que sobre este punto se os previene en la instrucción ostensible, procuraréis fijaros para con él en dos máximas fundamentales y explicaros conforme á ellas. Primera: que haremos cuanto cupiere en nuestro arbitrio

para conservar la amistad de la Inglaterra y aun para aumentarla y estrecharla, con tal que hallemos en aquella corona igual correspondencia y sinceras disposiciones para cimentarla. Segunda: que todo debe ser sin perjuicio de nuestra amistad con la Francia y de los vínculos que nos unen con dicha potencia, en aquella parte en que justa y honestamente estuviéremos obligados.

Sobre estos dos ejes deben moverse y girar nuestras negociaciones. Para ello será conveniente insinuar al ministerio inglés, directamente ó por segunda mano, la gran fortuna que tiene de hallar hoy en nosotros unas disposiciones tan pacíficas, equitativas y amigables; puesto que, en el estado de poder marítimo que nos hallamos, si uniésemos nuestras fuerzas á las de la Francia, podría haber llegado el caso de la ruina de la Inglaterra y de recobrar nosotros muchos derechos, deshaciendo también varios agravios que nos ha causado y continúa causando la corte de Londres.

Estas especies se fortificarán mucho si procuráis esparcir la del estado floreciente de nuestra marina y la buena economía y régimen, tanto de este ramo como de los demas de nuestra administración; á cuyo fin tendréis presente que actualmente están armados cerca de cincuenta navíos de línea, mucho mayor número de fragatas y otros buques de guerra, pudiendo hacerse todavía un considerable aumento de los primeros y no pequeño de los segundos.

A vista de tales fuerzas, mostraréis la maravilla que os causa haber sabido que el Ministro británico ha hecho por segunda mano grandes ofertas de adquisiciones y restituciones á la Francia, en el tiempo mismo en que la daba agrias quejas por el favor y auxilios que suministraba á las colonias, y que hasta ahora no haya pensado en asegurarse de la España por un medio sólido y de recíproco interés. Añadiréis, que aunque la rectitud natural de nuestro carácter y nuestra notoria honradez hayan podido dar causa á esta negligencia de la Corte de Londres hacia la de Madrid, hay muchos acci

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