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empleados para reducirla. Al fin de mucho pelear en tierras y en mares, de gastar tesoros sin cuenta en auxilio de las sublevadas colonias, de ver destruídos numerosos ejércitos y sepultados por obra de las tempestades innumerables bajeles de guerra y de transporte, llegó la hora tardía de la paz y la España se miró á sí misma, si nunca humillada, empobrecida y aniquilada en varios sentidos, y lo, peor de todo, con su autoridad moral completamente perdida para exigir en adelante de sus colonias de América la obediencia y sumisión, cuyos lazos había despedazado torpemente, protegiendo la independencia de las colonias inglesas del continente.

Las reflexiones de Lord Granthan al ministro de Carlos III acerca de la peligrosísima situación que la España se crearía en América si llegaba con su actitud á proteger á las colonias inglesas sublevadas, se presentaban después de hecha la paz como nube pavorosa en el horizonte del porvenir español, que desde lejos despedía lumbres y rayos, en las altiplanicies peruanas, donde Gabriel Tupac Amaru pretendía resucitar al desaparecido imperio de los Incas, y avanzaba sobre el Cuzco para coronarse ahí señor de los antiguos dominios de sus antepados.

VI

DE LAS CONSECUENCIAS DE LA INDEPENDENCIA DE LOS

ESTADOS UNIDOS, SEGÚN ALGUNOS POLÍTICOS ESPAÑOLES

Algunos historiadores i publicistas españoles de los tiempos actuales, entre ellos Ferrer del Río en su

Historia del Reinado de Carlos III, niegan toda especie de relación entre la guerra que trajo como resultado la independencia de los Estados Unidos y la que siguió entre la España y sus colonias americanas; pero, esta opinión no está de acuerdo con los hechos que tales consecuencias produjeron, si se considera que las colonias norteamericanas se hallaban en esa época en situación política semejante á la de las colonias españolas i unos mismos sentimientos y aspiraciones por los males que padecían, se manifestaban en una y otra parte del continente, aunque en las últimas no se caracterizara por la ruda franqueza republicana que en las primeras y careciera de esa admirable unidad que desde el primer momento dió vida ordenada á la Unión Americana.

El mismo Gobierno español lo comprendió así y procuró más tarde adelantarse á los sucesos y retardar las consecuencias de su grande error, pretendiendo en sus tratos con la República del Norte obligar á ésta á que le garantizara la conservación de sus posesiones de ultramar, según se ve en los largos y dificultosos preliminares del tratado celebrado al fin en 27 de julio de 1795, entre el Príncipe de la Paz, por una parte, y Tomás Pickney, por la otra, pero sin que los Estados Unidos accedieran á esta condición, dejando así el temor y el sobresalto en el Gobierno español que veía acercarse tamaño peligro para la conservación del imperio (1).

Pero, donde mejor se ve esta relación de causas y efectos entre ambas revoluciones americanas y de qué suerte debía influir la independencia de las colonias inglesas en la de los españoles, es en la correspondencia confidencial que, por esa época, sostuvieron los

(1) Véase el tomo I de esta obra, cap. VI.

dos políticos españoles que asumían la responsabilidad de los sucesos y los dirigían desde París y Madrid, el conde de Aranda, embajador de España ante la corte de Francia, y el de Florida Blanca, secretario de estado de Carlos III.

Forman parte de esa correspondencia dos cartas dirigidas por el de Aranda al de Florida Blanca, con fechas 21 de julio de 1785, la primera, i de 12 de marzo de 1786, la segunda, en que el embajador de España hace presente sus temores y señala los medios que, á su juicio, deberían ponerse en práctica para evitar que ellos se realizaran.

«Nuestros verdaderos intereses, dice el de Aranda en la primera de esas comunicaciones, son que la España se refuerce con población, cultivo, arte y comercio; porque la del otro lado del charco océano la hemos de mirar como precaria, años de diferencia; y así mientras la tengamos, hagamos uso de lo que nos pueda ayudar para que tomemos sustancia, pues en llegándola á perder, nos faltaría ese pedazo de tocino para el caldo gordo... Dirá V. E. de botones adentro que yo soy un visionario: yo lo celebraría de todo corazón, pero por el estado del mundo así se clavó en la testa aragonesa, dura... según dicen los castellanos...>

En la segunda de dichas cartas, desenvolvía el embajador español su pensamiento y trazaba con claridad las líneas de sus proyectos, que, según él, podrían evitar una próxima catástrofe.

«Ya sabe V. E., decía, como pienso sobre nuestra América. Si nos aborrecen, no me admira según los hemos tratado, si no la bondad de los soberanos, las sanguijuelas que han ido sin número... y no entiendo que haya otro medio de retardar el estampido que el de

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tratar mejor á los de allá á los que vinieron acá... Mi tema es que no podemos sostener el total de nuestra América, ni por su extensión, ni por la disposición de algunas partes de ella, como Perú y Chile, tan distantes de nuestras fuerzas, ni por las tentativas que potencias de Europa pueden emplear para llevársenos algún jirón ó solevarlo. Vaya, pues, de sueño. Portugal es lo que más nos convendría, y sólo él nos sería más útil que todo el continente de América, esceptuando las islas. Yo soñaría el adquirir Portugal con el Perú que por sus espaldas se uniese con el Brasil, tomando por límites desde la embocadura del rio Amazonas, siempre rio arriba, hasta donde se pudiese tirar una línea que fuese á caer á Paita, y aún en necesidad, más arriba a Guayaquil. Establecería un infante en Buenos Aires, dándole también el Chile; si sólo dependiese en agregar éste al Perú para hacer declinar la balanza á gusto del Portugal en favor de la idea, se lo diera igualmente, reduciendo el infante á Buenos Aires y dependencias.

» No hablo de retener á Buenos Aires para España, porque quedando cortado por ambos mares por el Brasil y el Perú, más nos serviría de enredo que de provecho, y el reino por la misma razon se tentaría á agregárselo. No prefiero tampoco el agregar al Brasil toda aquella extensión hasta el Cabo de Hornos, ó retener el Perú, ó destinar éste al infante, porque la posición de un príncipe de la misma casa de España, cojiendo en medio al dueño del Brasil y Perú, serviría para contener á éste por dos lados.

> Quedaría á la España desde el Quito, comprendido hasta sus posesiones del Norte, y las islas que posee al Golfo de Méjico, cuya parte llenaría bastante los objetos de la Corona, y podría ésta dar por bien empleada

LÍMITES.-T. II

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la desmembración de la parte meridional, por haber incorporado con otra solidez el reino de Portugal. ¿Pero y el señor de los fidalgos querría buenamente prestarse? ¿Pero cabría, aún queriendo, que se hiciese de golpe y zumbido? ¿Pero y otras potencias de Europa dejarían de influir ú obrar en contrario? ¿Pero, y cien peros? Y yo diré: soñaba el ciego que veía, y soñaba lo que quería; y ese soy yo, porque me he llenado la cabeza de que la América Meridional se nos irá de las manos, y ya que hubiese de suceder, mejor era un cambio que nada. No me hago proyectista ni profeta, pero esto segundo no es descabellado, porque la naturaleza de las cosas lo traerá consigo, y la diferencia no consistirá sino en años antes ó después. Si fuera portugués aceptaría el cambio, porque allí gran señor y sin los riesgos de lo de acá, también un día ú otro sería más sólido y grande que el rincón de la Lusitania; y siendo lo que soy, buen vasallo de la Corona, prefiero y preferiré el reunir el Portugal, aunque parece que se les daría un gran mundo...>

El Conde de Florida Blanca, con menos imaginación que el embajador de España en París, con vistas menos lejanas que no alcanzaban los horizontes de los sueños políticos, que éste gustaba de bordear y tocar como en dominios propios, pero más reflexivo, práctico y sobre todo desengañado del éxito de las grandes empresas en que la España había recojido ya terribles decepciones, contestaba á las epístolas del de Aranda, en carta de 6 de abril de 1786:

El remedio de la América por los medios que V. E. dice sueña, es más para deseado que para conseguido. Por más que chillen los indianos chillen los indianos y los que han estado allá, crea V. E. que nuestras Indias están mejor ahora que nunca, y que sus grandes desórdenes son tan añejos,

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