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nomía local, su carácter particular y el vigor y la fuerza con se se inició y marchó á la consecución de su fin transcendental.

Siguiendo el orden lógico en que estas dos clases de factores, tan distintos entre sí por sus orígenes ó sus causas, contribuyeron á un mismo objeto, dedicamos el volumen segundo de esta obra á los primeros, dejando los segundos para estudiarlos á medida que en el desarrollo de esta historia vayan apareciendo.

El primero y principal de estos factores esternos de la Independencia, debemos encontrarlo en la propia situación de la península ó de la metrópoli, como vulgarmente se dice, en sus relaciones con los dominios de la Corona en las Indias; situación en la cual la cadena de dependencia que mantenía la unidad del imperio se hahía gastado y roto, de modo tal que puede decirse que ya casi no existían intereses comunes entre ambos reinos. Las relaciones económicas, base y seguridad de la unión de los pueblos no existían entre la América y la Península sino como un obstáculo al desarrollo de su progreso. Las relaciones políticas, sin el anillo de unión de los intereses económicos, habían llegado á convertirse en sistema de opresión para mantener una situación artificial, i las relaciones de carácter religioso habían perdido su fuerza en la conciencia social para mantener el dogma del respeto á la soberanía del monarca, por razón del antagonismo de intereses que dentro de la conciencia no podían armonizarse, y provocaban

la libertad de criterio en la apreciación de la fuerza obligatoria de aquel dogma que la Iglesia, después de la cristianización de la América, no podía mantener como necesario al progreso de la religión en esta parte del mundo. En realidad de verdad, un océano inmenso separaba á ambos reinos y las escasas flotas de galeones que lo surcaban de tarde en tarde no eran bastantes á mantener la unión de una y otra parte.

Separadas asi ambas porciones del imperio, los sucesos políticos de que eran teatro la Europa y las colonias inglesas de América, debían lógicamente provocar la ruptura de los debilísimos lazos que todavía mantenían una unión artificial y aparente.

La independencia de las colonias inglesas de Norte América, ayudada y consentida por la misma Corona de España, vino entonces a ser un verdadero golpe mortal asestado al fondo mismo de la conciencia americana. Ella vino á dar no solamente una fórmula concreta á las aspiraciones que surgían, sino que al propio tiempo á desautorizar en absoluto y por acto de la misma Corona de España, el dogma hasta entonces respetado de la dependencia de los vasallos americanos á sus reyes, demostrando que él no era absolutamente obligatorio, sino que antes bien, podía quebrantarse por razones é intereses políticos. Si en opinión de los reyes de España, los colonos norte americanos podían declararse independientes y sacudir el yugo de los reyes de Inglaterra, ¿por qué no harían lo mismo los vasallos de la Corona de Castilla, si iguales razones los impulsaban á ello?

Quebrantado de este modo el dogma de la soberanía y encontrándose de esta suerte preparada ya la conciencia social para las nuevas ideas que algunos predicadores de claustro y de universidad insinuaban en secreto y misteriosamente á las inteligencias privilegiadas que en todas partes buscaban en los libros y en las discusiones de las aulas alimento para sus espíritus agitados y sedientos de novedades, llega á América, desterrada por Napoleón, la familia reinante de Portugal, de la cual formaba parte la propia hija y hermana mayor de los reyes de España, y procura resarcirse de la pérdida de su reino, formando en América con sus posesiones del Brasil y los dominios de la Corona de Castilla un gran reino independiente de la Europa y gobernado según leyes apropiadas á su estado social. Los proyectos de dominación del Regente don Juan primero, y de Carlota Joaquina de Borbón, en seguida, encuentran prosélitos en el Plata y otras partes de América, forman allí núcleos de partidarios entusiastas de la nueva soberanía y de resistencia, positiva ya, á las autoridades españolas empeñadas en ahogar estos primeros gérmenes de resistencia á su autoridad, dando de esta manera á la revolución su primera forma, aunque incipiente y aislada.

La conquista de España por Napoleón y la prisión de los reyes, después de sus renuncias de Bayona, vienen en seguida á destruir de raíz los lazos de dependencia que unían todavía á la corona de Castilla, la América española. Si la América no era colonia de España sino

reino sometido á la Corona de Castilla, desaparecida ésta, por las renuncias de Bayona, ¿por qué continuaría dependiendo de la Península ó se sometería al conquistador de la Europa? Lo único lógico era que se diera á sí misma un gobierno propio, haciendo uso del derecho que la naturaleza le daba para ello. El problema político, así propuesto, no tenía otra solución y de ella se apoderaron los partidarios de la independencia para la propaganda de sus ideas y sentimientos, buscando el modo de realizar sus ideales.

Después de los sucesos de Bayona, los correos de España llegan á América con las noticias, cada día más alarmantes, de la resistencia española contra la dominación de José Napoleón, nombrado rey de España. Las provincias y pueblos de la Península, huérfanos de sus reyes, se dan, cada cual á sí mismo, un gobierno popular que con el nombre de Junta dirige los intereses de la resistencia y de la administración interna en la esfera de su jurisdicción. Y bien, ¿por qué las provincias americanas no hacen lo mismo, no obran de igual manera? Hé aquí la fórmula justa del gobierno propio y que satisface las aspiraciones más avanzadas de los hombres que quieren llegar hasta ahí. Un partido poderoso surge en todas partes, pidiendo la realización de esta idea; pero á ella se oponen las autoridades que todavía gobiernan en nombre de los reyes desaparecidos. La lucha organizada se establece entre ambos bandos, i los diversos incidentes de ella llevan á unos á emplear todos los medios de coerción con que imaginan poder someter á

los otros. Por tales procedimientos las pasiones se exacerban más y más, la rebelión armada se precipita y llega hasta el fin por la fuerza del triunfo en sangrientas batallas.

Entretanto y mientras estos sucesos tienen lugar, la Inglaterra, señora del mar, después del triunfo de Nelson en Gibraltar, está con sus barcos de guerra en todas partes, ya sirviendo los propósitos de la corte de Portugal en Río Janeiro, ya llevando comunicaciones al Plata, ya mediando entre las autoridades y los jefes de la revolución, ya llevando á las Cortes españolas proposiciones de avenimiento entre los dos partidos en lucha, y conquistándose simpatías y concesiones para su comercio y cooperando así al establecimiento del libre tráfico en ambos océanos. La política de Inglaterra en el curso de la lucha por la independencia es un auxiliar eficaz, aunque indirecto, del partido de la independencia, al cual abre el comercio del mundo y asocia al imperio del tráfico universal, cuyo cetro mantendrá ella después casi sin rivales poderosos en todo el Globo.

Al estudio de estos factores esternos de la independencia americana, como hemos dicho, dedicaremos el segundo volumen de esta obra, dando lugar preferente á las negociaciones diplomáticas y actos de carácter internacional que con ellos se relacionan.

Como en el primer tomo, procuraremos relatar, en primer lugar, los antecedentes históricos por los cuales

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