Imágenes de páginas
PDF
EPUB

DISCURSOS

Septiembre 16 de 1840

Discurso pronunciado por el Lic. D. Benk to Juárez en la ciudad de Oaxaca

Conciudadanos:

El día 16 de Septiembre de 1840 es para nosotros del más feliz y grato recuerdo. En él rayó la aurora de nuestra preciosa libertad. En él recibió el león castellano una herida mortal, que más adelante lo obligó á soltar la presa. En él la Providencia Divina fijó al monarca español el hasta aquí de su poder, dando al pueblo azteca un nuevo Moisés que lo había de salvar del cautiverio. En él los mexicanos volvieron del letargo profundo en que yacían y se resolvieron á vengar el honor ultrajado de su patria.

Justo es, pues, que celebremos este día de tanta ventura; pero es también justo que tributemos homenajes de gratitud al hombre ilustre, que lo marcó con una empresa tan difícil como atrevida. Él no es ciertamente un soberano que preside una reunión de potentados, y con cuyos auxilios cuente para la campaña. No es un capitán educado en la escuela de la guerra. Él es un sa

cerdote humilde del clero mexicano. Es un virtuoso párroco del pueblo de Dolores: lo diré de una vez: ES EL CIUDADANO MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA. Sí, éste es el dichoso mortal que el cielo destinó para humillar en México la tiranía española. Este es el que osó ensayar entre nosotros aquella máxima respetable, de que el pueblo que quiere ser libre lo será. Este es el que enseñó á los reyes, que su poder es demasiado débil cuando gobiernan contra la voluntad de los pueblos. Este es el que enseñó también á los pueblos, que un acto de resolución es bastante para hacer temblar al despotismo, á pesar de su fausto y de su poder; y este es, por último, el que nos trazó la senda que debemos seguir, para no consentir jamás tiranos en nuestra patria.

Catón por no sufrir el yugo de César opresor, elige la muerte y termina sus días á los filos de su propia espada. Bruto aborrece la tiranía de Tarquino; pero le es necesaria la violación de Lucrecia para pronunciar su total exterminio. Guillermo Tell sacude el yugo austriaco hasta que la crueldad de Gesler extirpa los ojos de un viejo desvalido. Pero Hidalgo no sacrifica inútilmente su existencia como Catón, ni necesita de los hechos sangrientos y nefarios que estimularon el patriotismo de Bruto ni de Tell. Su alma es de temple más delicado, su amor patrio es más acendrado, y la sola consideración de que es esclava su patria, lo determina á romper sus cadenas. Sin más soldados que unos cuantos indígenas;

sin más armas que hondas, hoces y palos, da en el pueblo de Dolores el grito siempre glorioso de INDEPENDENCIA Ó muerte. ¡Oh suceso mil veces venturoso! ¡Oh sol de 16 de Septiembre de 1810! Tú, que en sesenta lustros habías alumbrado nuestra ignominiosa servidumbre, esclareces ya nuestra dignidad, y tus lucientes rayos surcan ya la frente de un republicano que ha jurado vengar nuestra afrenta.

Su voz, lo mismo que el rayo eléctrico, hiere momentáneamente á los mexicanos, y éstos, como el náufrago que divisa el puerto de salvamento, como el viajero, que en las abrasadas arenas del desierto, percibe la agua que ha de apagar la sed que lo devora, vuelan á alistarse en las banderas del nuevo caudillo. Este los guía al combate, desafía todos los peligros. En distintas batallas triunfa de sus diestros enemigos, y si bien es verdad que la fortuna lo abandona, no por eso desmaya.

Convencido de la justicia de su causa, recibe la muerte con la serenidad de los héroes, dejando ya comenzada la obra de nuestra regeneración política: obra que selló con su sangre y que por sí sola inmortalizará su nombre sin el auxilio del mármol ni del bronce. Voló á la inmortalidad dejando á sus contemporáneos y á su posteridad el cuidado de perfeccionar aquélla. Pero ¡oh desgracia! sus votos no han tenido cabal cumplimiento. Su patria, destrozada por la funesta guerra civil, presenta todavía el aspecto

[ocr errors]

de un campo de batalla. El edificio está levantado, es verdad; pero no se ha podido consolidar. Es necesario que los operarios imiten la actividad del primero y que no hagan uso de materiales del antiguo edificio. Más claro: para que la obra de la independencia que nos dejó encomendada el héroe de Dolores reciba su más perfecta consolidación, necesitamos de dos cosas: primero: imitar la resolución noble de Hidalgo, para trabajar en bien de la patria; y segunda: desechar de nuestro sistema político las máximas antisociales, con que España nos gobernó y educó por tantos años.

He aquí, compatriotas, las dos proposiciones que me propongo demostrar; pero antes debo advertir, que al hablar en esta vez de la nación española no me propongo zaherirla. No es mi intento renovar heridas que deben cicatrizarse con el bálsamo saludable de un patriotismo ilustrado. Hablo de España conquistadora, y no de España amiga de la justicia. Sólo recuerdo sus pasados extravíos para deducir de ellos consecuencias saludables á mi patria; pues, por lo demás, yo respeto á esa nación, que tributando á la moderna civilización, ha adoptado en su administración pública las doctrinas de una política justa y liberal, ha confesado ya la justicia de nuestra causa y ha reconocido nuestra nacionalidad. Hecha esta salvedad que exige la justicia y decoro nacional, paso ya á ocuparme de mi primera proposición, si tenéis la bondad de

escucharme, y para no fastidiar vuestra atención, procuraré desarrollar mis ideas con toda la brevedad que me sea posible.

El egoísta, lo mismo que el esclavo, no tiene patria ni honor. Amigo de su bien privado y ciego tributario de sus propias pasiones, no atiende al bien de los demás. Ve las leyes conculcadas, la inocencia perseguida, la libertad ultrajada por el más fiero despotismo: ve el suelo patrio profanado por la osada planta de un injusto invasor, y sin embargo, el insensato dice: nada me importa, yo no he de remediar al mundo: ve sacrificar á sus hermanos al furor de una cruel tiranía, con la misma indiferencia que la oveja mira al lobo que desola al rebaño.

Cuando hombres de esta clase se multiplican, la patria está próxima á su ruina. La dignidad, la opulencia y la gloria que le adquirieron sus mejores hijos, desaparecen como el humo al soplo pestífero del egoísmo. Presto la sociedad se convierte en un conjunto de esclavos que reciben el yugo del primero que los conquista.

Aquella antigua Grecia, que se cubrió de gloria triunfando de las legiones numerosas del soberbio Xerxes, después se cubrió de ignominia sucumbiendo á las inferiores fuerzas de Filipo; porque en una época sus hijos estaban animados del amor de su patria, y en la otra sólo buscaban sus mejoras personales. Roma, que en los bellos días de su república se había hecho la señora del universo y el modelo del valor y de las demás

« AnteriorContinuar »