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DE GUZMAN

DE ALFARACHE.

LIBRO PRIMERO.

EL

CAPÍTULO I.

En que cuenta quien fué su padre

L deseo que tenia, curioso lector, de contarte mi vida, me daba tanta priesa para engolfarte en ella, sin prevenir algunas cosas, que, como primer principio, es bien dejarlas entendidas, porque siendo esenciales á este discurso, tambien te serán de no pequeño gusto, que me olvidaba de cerrar un portillo, por donde me pudiera entrar curando cualquier terminista de mal Latin, redarguyéndome de pecado porque no procedí de la definición á lo definido antes de contarla no dejé dicho quienes, y cuales fuéron mis padres, y confuso nacimien to, que en su tanto, si de ellos hubiera de ΤΟΜΟ Ι

I

, y

escribirse, fuera sin duda mas agradable, y bien recibida, que esta mia: tomaré por mayor lo mas importante, dejando lo que no me es lícito, para que otro haga la baja. Y aunque á ninguno conviene tener la propiedad de la hiena, que se sustenta desenterrando cuerpos muertos, yo aseguro, segun hoy hay en el mundo censores, que no les falten cronistas ; y no es de maravillar, que aun de esta pequeña sombra querrás inferir, que les corto de tijera, y temerariamente me darás mil atributos, que será el menor de ellos tonto ó necio, porque no guardando mis faltas, mejor descubriré las agenas. Alabo tu razon por buena, pero quiérote advertir, que aunque me tendrás por malo, no lo quisiera parecer, que es peor serlo y honrarse de ello; y que contraviniendo á un tan santo precepto, como el cuarto del honor, y reverencia que les debo, quisiera cubrir mis flaquezas con las de mis mayores, pues nace de viles y bajos pensamientos tratar de honrarse con afrentas agenas, segun de ordinario se acostumbra, lo cual condeno por necedad solemne de siete capas, como fiesta doble, y no lo puede ser mayor, pues descubro mi punto, no salvando mi yerro el de mi vecino, é deudo. Siempre vemos vituperado el maldiciente, mas á mi no me sucede asi : porque adornando la historia, siéndome necesario, todos dirán; Bien haya el que á los suyos pa

una

rece, llevándome estas bendiciones de camino. Demas, que fué su vida tan sabida, y todo á todos tan manifiesto, que pretenderlo negar seria locura, y á resto abierto dar nueva materia de murmuracion: antes entiendo, que les hago, si asi decirse puede, manifiesta cortesía en expresar el puro y verdadero texto, con que desmentiré las glosas que sobre él se han hecho, pues cada vez que alguno algo de ello cuenta, lo multiplica con los ceros de su antojo, vez mas y nunca menos, como acuda la vena y se le pone en capricho: que hay hombre, que si se le ofrece propósito para cuadrar su cuento, deshará las pirámides de Egipto, haciendo de la pulga gigante, de la presuncion evidencia, de lo oido visto, y ciencia de la opinion, solo por florear su elocuencia, y acreditar su discrecion. Asi acontece de ordinario, y se vió en un caballero extrangero, que en Madrid conocí, el cual como fuese aficionado á caballos españoles, deseando llevar á su tierra el fiel retrato, tanto para su gusto, como para enseñarlos á sus amigos, por ser de nacion muy remota, y no siéndole permitido, ni posible llevarlos vivos, teniendo en su casa los dos mas hermosos de talle, que se hallaban en la corte, pidió á dos famosos pintores, que cada uno le retratase el suyo, prometiendo demas de la paga, cierto premio al que mas en su arte se esmerase. El uno pintó un overo con tanta per

feccion, que solo faltó darle lo imposible, que fué el alma, porque en lo demas, engañando á la vista, por no hacer del natural diferencia, cegara de improviso cualquier descuidado entendimiento. Con esto solo acabó su cuadro, dando en todo lo del restante claros, y oscuros en las partes, y segun que convenia.

El otro pintó un rucio rodado, color de cielo y aunque su obra muy buena, no llegó con gran parte á la que os he referido; pero esmeróse en una cosa de que él era muy diestro; y fué, que pintando el caballo, á otras partes, en las que halló blancos, por lo alto dibujó admirables lejos, nubes, arreboles, edificios arruinados, y varios encasamientos. Por lo bajo del suelo cercano, cantidad de arboledas, yerbas floridas, prados y riscos; y en una parte del cuadro, colgando de un tronco los jaeces, y al pie de él estaba una silla gineta; tan costosamente obrado, y bien acabado, cuanto se puede encarecer. Cuando vió el caballero sus cuadros, aficionado, y con razon, al primero, fué el primero á que puso precio, y sin reparar en lo que por él pidiéron, dando en premio una rica sortija al ingenioso pintor, le dejó pagado, y con la ventaja de su pintura. Tanto se desvaneció el otro con la suya, y con la liberalidad franca de la paga, que pidió por ella un excesivo precio. El caballero, absorto de haberle pedido tanto y que apenas pudiera pagarle,

dijo: Vos, hermano; porque no considerais lo que me costó aqueste otro lienzo á quien el vuestro no se aventaja? En lo que es el caballo respondió el pintor, Vm. tiene razon; pero árbol, y ruinas hay en el mio, que valen tanto como el principal de esotro. El caballero replicó: No me convenia, ni era necesario llevar á mi tierra tanta balumba de árboles, y carga de edificios, que allá tenemos muchos, y muy buenos ; demas, que no les tengo la aficion que á los caballos, y lo que de otro modo que por pintura no puedo gozar, eso huelgo de llevar. Volvió el pintor á decir; En lienzo tan grande pareciera muy mal un solo caballo, y es importante, y aun forzoso para la vista, y ornato, componer la pintura de otras cosas diferentes, que la califiquen, y den lustre, de tal manera, que pareciendo asi mejor, es muy justo llevar con el caballo sus guarniciones, y silla, especialmente estando con tal perfeccion obrado, que si de oro me diesen otras tales, no las tomara por las pintadas. El caballero, que ya tenia lo importante á su deseo ( pareciéndole lo demas impertinente, aunque en su tanto muy bueno) y no hallándose tan sobrado, que lo pudiera pagar, con discrecion le dijo : Yo os pedí un caballo solo, y tal como por bueno os lo pagaré, si me lo quereis vender : los jaeces quedaos con ellos, ó dadlos á otro, que no los he menester. El pintor quedó cor

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